El espejo del dolor

Cuando la búsqueda del sufrimiento y la adicción se encuentran, puede convertirse en una terrible enfermedad. La caída de un soldado a los caprichos de un terrible mago (Sadomaso, Dominación, Fantasía)

El dolor era solamente una parte del castigo, y de eso, James sabía mucho. No solamente era idóneo a la hora de castigarse a sí mismo, también había recibido muchas y variadas aflicciones a lo largo de su vida.

Muchos de ellos, de la mano del joven de pelo blanco que caminaba delante de él.

James se encontraba de pie en el centro de la sala. Había acudido una vez más a aquella trastienda, presa del deseo, el insomnio y el desasosiego de su vida en el castillo. Acudía para huir de algo. Y sin embargo... cada vez sentía que caer, acudir de nuevo, era descender a un nivel más bajo de su humanidad, entregar algo más del poco amor propio que tenía en su pecho, y probablemente, recibir a cambio más heridas que curar. Literales y metafóricas. No era saludable, para ninguno de los dos.

Pero no sabía hacerlo de otra forma.

  • De rodillas.

La orden era clara y directa, y apenas la oyó el joven soldado cayó de rodillas, su respiración acelerándose al momento. Estaba impaciente, y al mismo tiempo, algo dentro de él le susurraba que no debería seguir. Ese susurro que se esfumó cuando sintió la mano de Alan rozar su nuca. Bajó la cabeza, mirando al suelo. Las manos le temblaban.

  • Has vuelto.

Alan solamente estaba constatando un hecho. Eran sus piernas, las del mismo militar, las que le habían llevado esa noche a la tienda. Apretó los labios y no dijo nada, temiendo que su respuesta conllevase un rechazo inmediato. En un lugar, fijó sus ojos temblosos en el rostro del joven. Fue un error. Alan le miró con desaprobación. En sus manos doradas portaba una daga del color de la plata.

Iba a ser otro de esos días. Uno en los que el soldado no sería más que una excusa para alguno de los oscuros deseos del mago. James suspiró en voz baja. Al principio, había pensado que podía ser de otra manera. Se había convencido de que, quizá, con el tiempo, las escapadas nocturnas para participar en esos... rituales sangrientos, esas entregas casi forzadas de cada parte de él, se convertirían en algo más. Algo que James deseaba con toda su alma.

Pero no había pasado. Sintió un cosquilleo en su piel y supo que había empezado. Miró por el rabillo del ojo, viendo como Alan cortaba su propia mano y la dejaba caer sobre el círculo en el cual reposaba James.  El cosquilleo se hizo más intenso y luego se calmó un poco.

James miró a Alan, que le estaba observando. Y, cuando sus ojos violetas se encontraron con el gris de sus iris, supo que no le estaba viendo a él. El mago nunca le dirigiría esa mirada. Sin desprecio, sincera y anhelante, cariñosa y con una chispa de... no. No quería verlo. No podría soportarlo otro día más.

Se hacía una idea de a quién pertenecía la imagen que se había proyectado sobre su cuerpo.

Y dolía, claro. Dolía muy profundamente.

Alan se acercó a él lentamente, hasta que sus dedos rozaron cuidadosamente su mejilla, con una suavidad inaudita en el mago. Con James, claro. Le tiró suavemente de la barbilla, haciéndole levantarse. El soldado no quería mirarle. No quería verlo mirándole así, pero cuidadosa pero firmemente Alan le obligó a girar la cabeza hacia él.

Los rasgos del albino se relajaron al mirarle, y James sintió su corazón partirse un poquito más. Se dejó hacer, sintiendo cómo el joven lo atraía lentamente hacia su cuerpo, y sus labios se posaban sobre los suyos. Alan estaba de puntillas. Lo besó lenta y apasionadamente, sin rastro de la rabia que solía acompañar sus actos sobre James, y el soldado le respondió al beso. Su corazón latía más rápido, sin saber si lo que sentía era el placer de la anticipación o un dolor cada vez más agudo. A cada latido, la aguja en su pecho le recordaba que no era a él a quien besaba, y como si le hubiese leído el pensamiento, Alan susurró un nombre contra sus labios. Un nombre, por supuesto, que no le pertenecía.

  • Te he añorado tanto...

Los ojos del mago eran una mezcla entre demencia y ternura. Parecía desquiciado, pero, al tiempo, parecía extremadamente feliz. James se preguntó si estaba más cerca del llanto o de la risa, pero no supo darse una respuesta.

  • Alan – Murmuró, y cuando habló, la voz de su garganta no era la suya – ¿Alan, estás bien?

No era la primera vez que le hacía hacer esto. Pero cada vez que le obligaba a interpretar este papel, el mago parecía caer un poco más en la locura. Alan le acarició el pelo con ternura, apartándose levemente del hombre alto para ladear suavemente la cabeza.

  • Mi amor, estoy mejor que bien.

James se arrepintió inmediatamente de haber dicho nada. “Mi amor”, esas palabras sonaban a gloria en los labios del mago, su corazón dio un salto, como si hubiese esperado toda su vida a escucharlas. Pero no era a él. Una lágrima solitaria cayó por la mejilla del soldado, que observó en su interior destrozado preguntándose porqué lo disfrutaba tanto.

¿Qué clase de enfermedad le arrastraba siempre a los pies de Alan? ¿Acaso no existía el equilibro entre el dolor que tanto buscaba y la tortura? ¿Y por qué no lograba irse?

Las manos de Alan comenzaron a descender por su pecho, liberándole lentamente de su camisa. James le ayudó, observando con atención la evolución en los movimientos de su amante. Las manos del mago temblaban, seguramente por el esfuerzo por olvidar quién estaba debajo del disfraz.

James tomó las manos del joven con las suyas, obligándole a detenerse, y negó con la cabeza. Retrocedió un paso, alzando los ojos para mirarle fijamente.

  • Alan, para – Su voz sonó bastante menos firme de lo que esperaba. Un temblor imperceptible recorrió sus dedos, enredados en los de Alan, pero aun así continuó – Alan, esto no es bueno para ti. Te estás haciendo daño.

Su voz prestada no ayudaba al punto. Alan permanecía completamente inmóvil, su expresión congelada en un rictus sorprendido. El soldado recogió del suelo su camisa y se la puso como pudo, no podía cancelar el hechizo, no sabía cómo, pero podía no seguir.

  • Alan, no puedo seguir con esto. Mírate. Cada vez estás peor.

  • ¿Qué quieres decir? ¿Cariño, qué sucede? ¿He hecho algo mal?

Un brillo de confusión apareció en sus ojos. James negó con la cabeza, no, iba a parar esto. Tenía que proteger a Alan de sí mismo. Y tal vez... quizá un poquito a él mismo.

  • Alan, no soy tu amor perdido. Lo sabes muy bien. Tienes que parar esta farsa. Te vas a...

El cambio fue repentino, potente e invisible. Algo que James no pudo ver le golpeó de frente. Una especie de ola invisible, que invadió el espacio de su alrededor, volviendo el aire difícil de respirar. El soldado sintió como sus pies se elevaban del suelo, mientras una presión inmensa se instalaba en sus extremidades. Algo se apuntalaba contra su pecho, haciéndole plantearse si no le atravesaría el corazón si trataba de moverse.

Alan no se había movido de su sitio, pero el brillo de sus ojos ahora relucía con ira.

  • James – su voz sonó extrañamente suave en sus labios, frío como el hielo. E igual de afilado – ¿Qué estás haciendo?

James no podía respirar apenas, mucho menos responder. Boqueó, sintiendo cómo el cosquilleo del hechizo de apariencia desaparecía. Alan le observó fijamente, una ceja alzándose con indiferencia. El soldado sabía que era una fachada, la armadura que presentaba al mundo para cubrir la devastación de su interior. Era la versión de Alan que siempre veía.

Durante un segundo más, el soldado pensó que lo ahogaría, entonces repentinamente la presión desapareció y cayó de rodillas al suelo. Tosió y jadeó, tratando de recuperar la respiración. Alan esperó pacientemente. Luego, sin moverse del sitio, susurró una sola palabra.

  • Desnúdate.

Una mezcla entre un sollozo y un jadeo escapó de la garganta del soldado, que comenzó a quitarse la camisa mecánicamente. Su voluntad era débil, sino inexistente, y si bien podía luchar para evitarle el daño al joven que tenía delante, nada podía hacer contra sus órdenes cuando se ponía de ese modo. Era más fuerte que él.

Y Alan lo sabía.

Se quitó el resto de la ropa, su piel blanca como el marfil reluciendo bajo la tenue luz de las velas. No osó cubrirse con los brazos. Los dejó muertos a ambos lados de su cuerpo.

  • Ofrécete.

La siguiente orden sonó como un latigazo en mitad del silencio sepulcral de la estancia. James ni tan siquiera escuchaba los ruidos de la calle. El soldado se arrodilló, con las rodillas separadas, y alzó los brazos hasta ponerlos extendidos delante de su cuerpo, alzando las palmas hacia arriba. Luego, bajó la mirada al suelo y esperó.

Escuchó el movimiento de algo arrastrándose, una silla probablemente, y el conocido frusfrus de la túnica de Alan al moverse. El mago se sentó, cruzando una de las piernas sobre la otra, y se quedó mirando al joven desnudo sobre su suelo.

Tenía razón, por supuesto. Cada vez que usaba su magia para volver a verle perdía un poco más la cordura, cada vez le era más fácil olvidar. Pero le daba igual.

James sintió esa espera como una eternidad. Cada milímetro de su cuerpo temblaba de anticipación.

  • Me pregunto qué ha pasado por tu cabeza para desobedecerme, no es propio de ti, James – La frase de Alan no esperaba respuesta, y James lo sabía. Permaneció inmóvil. – Probablemente crees que me proteges. Pero yo no quiero nada de ti, James. Ya deberías saberlo. Ni tan siquiera eso.

A pesar de esperarlo, el sentimiento que golpeó su pecho fue igual de doloroso. Se mordió el labio, ahogando un sonido de queja. Sabía que no era nada al lado de la devastación que podía hacerle el mago.

  • ¿Fue tu culpa, recuerdas? – La voz de Alan no sonó tan indiferente en estas palabras, pero se recompuso rápidamente – Todo lo fue. Y hago esto porque vienes a mí. Nunca te he buscado.

Tenía razón. James se obligó a permanecer inmóvil, sus brazos empezaban a cansarse, y sus rodillas comenzaban a quejarse reclamando su atención. De un modo enfermizo, eso le gustaba.

  • James – No podía evitarlo, incluso cuando decía cosas tan duras, adoraba escuchar su nombre en sus labios – No vuelvas a pensar. No vuelvas a desobedecer. O la próxima vez que acudas...

Imágenes ajenas se introdujeron incómodamente en la cabeza del soldado, haciendo escapar un jadeo de sus labios. La puerta de la tienda cerrada, su “celda” en los cuarteles del castillo. Su soledad.

  • No... – Sin poder evitarlo, un susurro escapó de los labios del soldado. No, no podría soportarlo. No aguantaría quedarse solo. No con la incesante compañía de la muerte y la guerra – Alan, lo siento. Te lo suplico. No....

Una leve sonrisa que el soldado no pudo ver decoró los labios de Alan. Le gustaba oírle suplicar.

  • Ven aquí.

Ante la orden, James deshizo rápidamente su postura y se acercó de rodillas a Alan. Allí, sentado en esa silla, le veía hermoso e inalcanzable. Se colocó entre sus piernas, mientras el joven bajaba ambos pies al suelo. Casi con desidia, el mago levantó su túnica, sacándosela por la cabeza, descubriendo su musculado cuerpo de piel dorada. James jadeó ante la imagen. Era hermoso.

  • Sabes lo que tienes que hacer.

Y James lo sabía. Comenzó a besar su abdomen, descendiendo lentamente hasta llegar a su sexo. Estaba a medio excitar. Con cuidado, introdujo a Alan en su boca y comenzó a succionar.

Un gemido escapó de los labios de Alan, la calidez repentina fue como un golpe en su pecho. Se mordió el labio inferior, dejando su cabeza caer hacia atrás, y cerró los ojos. James era hábil. El soldado se preguntó en qué estaría pensando mientras su boca recorría la longitud de su miembro. No tardó en estar excitado, bajando una mano a la cabeza del joven que le complacía con los labios. Probablemente no era en él.

Finalmente, Alan se relamió y abrió los ojos, fijándolos en su acompañante. Con aquella luz, el cabello blanco del mago parecía arder sobre sus ojos violetas. Una sonrisa cubrió por un segundo sus labios llenos. Entonces, chasqueó los dedos.

James se vio repentinamente interrumpido por una presión invisible, en sus tobillos y muñecas, que le lanzó repentinamente hacia atrás. Jadeó, con saliva cayendo por su barbilla, mientras sus cadenas invisibles le erguían en el aire, dejándole estirado en todas direcciones con las piernas y los brazos completamente extendidos.

Alan sí veía las cadenas, grilletes azulados en cada una de sus articulaciones, imposibles de romper por alguien incapaz de asumir la misma existencia de la magia. Lo más trágico era que dependían de su voluntad, su naturaleza era así. Si James hubiese deseando realmente soltarse, la magia innata que compartían todos los seres vivos habría podido liberarle. Pero Alan sabía que eso no iba a suceder. Se levantó lentamente, comenzando a caminar hacia el joven encadenado.

  • Voy a hacerte daño.

Un audible gemido escapó de los labios de James al escuchar esas palabras. Una sonrisa sádica decoró las facciones del mago.

  • Voy a hacerte mucho daño por lo que has hecho hoy.

Y sus palabras se vieron subrayadas con un rápido giro de su muñeca. Sobre la piel inmaculada del pecho de James, una herida comenzó a manar sangre. El militar gimió de nuevo, incapaz de controlarse a sí mismo. Una palabra escapó de sus labios empapados, enrojecidos por el placer.

  • Más.

Alan rio, y otro giro de su mano abrió una herida, algo más grande que la anterior, en uno de los brazos del soldado. James gritó, sus ojos poniéndose en blanco. Pero entre sus piernas, su erección pareció hacerse más grande. Alan podía verla desde donde estaba. Se acercó hasta rozar levemente la piel de su sexo. James gimió, luchando inconscientemente contra sus cadenas para acercar la pelvis a la mano del mago. Alan sonrió de nuevo, viéndole moviendo desesperadamente sus caderas contra el vacío.

  • ¿Qué es lo que quieres? – James respondió bajando la cabeza para mirarle desde su posición, sus ojos estaban nublados, lechosos, como si observara sin ver.

  • Por favor, Alan, tócame.

La mano del mago volvió a acercarse a James, arrancando un gemido desesperado ante su leve tacto, para volver a alejarse. Cada vez que repetía la operación, James parecía más y más desesperado, hasta que empezó a suplicar incesantemente.

Alan escuchó los repetitivos y tartamudeantes quejidos del soldado, divertido. Hasta que al final, con un nuevo movimiento, una línea carmesí cruzó la curva de las caderas de James. Esta vez aulló, mirando al techo, mientras sendas lágrimas anegaban sus ojos. No obstante, el dolor envió inevitablemente un ramalazo de placer a su cerebro, que le dejó incluso atontado. Dejó la cabeza colgando hacia atrás, como si se hubiese quedado sin fuerzas.

Alan le miró con interés, como si sintiese curiosidad por su reacción, y alargó la mano hasta tomar el sexo de James con ella. El joven gimió, sin levantar el cuerpo de su posición. Cuando el mago comenzó a masturbarle, sus gemidos se hicieron constantes. Finalmente, le miró, su mirada perdida fija en las manos del joven de piel dorada.

Alan se agachó levemente, acercando sus labios al sexo del soldado. James gimió y sus ojos se abrieron desmesuradamente. El mago rio, recuperando su posición vertical, y James sintió la decepción caer por sus hombros como una jarra de agua fría. No, claro, Alan nunca le haría eso a él.

El mago chasqueó los dedos, y sin previo aviso James cayó al suelo. Se quedó allí un momento, viendo sus heridas sangrantes teñir el suelo grisáceo de un rojo oscuro.

  • Voy a tomarte. – Susurró Alan, era un hecho – Te recomiendo prepararte.

Y le lanzó un pequeño bote de cristal, uno que conocía bien. James tomó el recipiente de aceite y lo dejó correr por sus manos, acercando sus dedos a su zona trasera. Cuando comenzó a introducir sus dedos, entró sólo. Estaba ya habituado a Alan.

Mientras, Alan le observaba. No había sido especialmente duro, porque sabía que en realidad el joven tirado en el suelo de verdad trataba de protegerle de sí mismo. Y una pequeña parte de él, una que parecía hacer siglos que no escuchaba, agradecía que alguien cuidara de él. Por eso no iba a dañarle demasiado esa vez. De hecho, le dejó un pequeño rato para prepararse, una deferencia que no siempre tenía.

Entonces, se arrodilló al lado de James y le dio la vuelta, hasta que el pecho desnudo del soldado rozó el suelo, mientras sus rodillas elevaban su trasero. Alan posó sus manos en sus caderas, su piel dorada contrastando con el blanco inmaculado de la de su compañero, y sin previo aviso entró en él.

James gimió audiblemente, pero estaba listo y no sintió dolor. El placer de ser invadido por su amante le envolvió, haciendo temblar incontroladamente su delgado cuerpo. Las embestidas de Alan eran rápidas y constantes, y eso le volvía loco. Apretó los dedos contra el suelo, empujando hacia atrás para introducírselo profundamente. Su propio sexo latía entre sus piernas, conforma se acercaba más y más al orgasmo.

  • Por... favor... – Sus palabras salían de su boca al ritmo de las embestidas de Alan – ¿Puedo... tocarme?

Alan se detuvo un momento y pareció pensárselo. James no osó mirar hacia atrás, sabiendo que no le gustaba ver su rostro mientras le penetraba. Alan pareció apreciar el gesto, porque sonrió.

  • De acuerdo, hazlo.

Y volvió a tomarle con renovadas fuerzas. James no se hizo de esperar y comenzó a tocarse, acompañando el ritmo de los movimientos del mago. Y, finalmente, después de un rato en el que James pensó que había atravesado todos los círculos del cielo y el infierno a la vez, Alan gimió, y sus palabras cubrieron el sonido de carne contra carne que cubría la habitación.

  • James – Su nombre en labios del mago parecieron enloquecer a James – Córrete ahora. Quiero sentirte.

Y lo hizo, instantáneamente, un orgasmo le recorrió con la fuerza de un martillo, haciéndole aullar de placer. Unos segundos más tarde, sintió en su interior el sexo de Alan tensarse, arrancando un gemido de sus labios que sonó extrañamente largo. Como si susurrara un nombre. Uno que no era el suyo.

El mago salió de él demasiado rápido, y James se dejó caer al suelo, jadeando. Alan le miró de reojo antes de dirigirse hasta su túnica. El soldado esperó un momento para comenzar a vestirse, también en silencio.

Alan se dio media vuelta y pareció ir a perderse en las escaleras de subida que se encontraban al fondo de la habitación, pero la voz de James le detuvo.

  • ¿Podría... quedarme aquí esta noche? – La voz de James estaba ronca. Si no fuese porque sabía a qué se debía, Alan habría intentado olvidar sus connotaciones – No quiero volver... allí... hoy.

  • No vas a dormir conmigo – La voz de Alan sonó mucho más cortante de lo que esperaba. Pensó en Lilian, su gata, dormida en el piso de arriba. A Lilian le gustaba mucho James. Se alegraría si se lo encontrase en la casa al despertarse. Carraspeó para aclararse la garganta.

  • No pretendía... – El rostro de James se enrojeció más si era posible – Sé que no, pero... Quiero decir, solamente pensaba que... podría... por una vez...

  • No – La palabra resonó en la habitación, categórica – Pero puedes quedarte aquí abajo hasta mañana por la mañana.

James asintió, agradecido. Las piernas le temblaban imperceptiblemente, y las heridas habían manchado su ropa. Alan no se las había curado. Tampoco pensaba hacerlo. Quería que las cicatrices le recordaran que, si quería que siguiera usándole, no debía volver a desobedecer.

  • Hasta mañana, Alan – Murmuró, sentándose en el suelo. Alan sabía que se haría un hueco con los cojines de su laboratorio, como siempre hacía. Era suficiente.

Sin decir nada, se perdió en la escalera de subida. Nada de todo eso estaba bien, y lo sabía.

Pero hacía mucho tiempo que nada estaba bien en Alan.