El eslabón débil de la cadena (completo)
Cuelgo la primera parte y la segunda para que tengáis una visión completa de la historia
-No puedes pedirme eso. Es demasiado.
-Puedo hacer lo que me dé la gana…
-Es el doble de lo que le pagaba a Suárez. No puedo pagar tanto.
-Podrás. -Levanta la mano para que no responda, mirándome arrogante, como el lagarto al mosquito que se va a zampar. -Suárez es historia. Tienes una casa que funciona a las mil maravillas, con cinco chicas fenomenales, buena clientela y contactos. Podrás pagar. Sé que pagarás. Ambos lo sabemos.
Trato de mantenerme segura, tragarme la indignación, sentada tras mi escritorio aparentando ser la empresaria que afirmo, pero acabo bajando la mirada. La de Atilio, el nuevo comisario, se mantiene altiva, mientras sus labios se abren ligeramente en una asquerosa mueca de soberbia.
-Por ser el primer mes de nuestra nueva relación, te doy una semana para reunir el dinero. -Su tono no me deja alternativa. -El martes que viene. Además, vendré acompañado de uno o dos amigos, así que estaría bien que me reservaras a tus chicas un par de horas, digamos de 10 a 12 de la noche, para confirmar que la mercancía es tan buena como dicen.
Aunque debería indignarme, este punto es el menos dañino para el negocio, pues es habitual que algunos polis, no sólo los corruptos, disfruten de servicios gratis, pero lo indignante viene a continuación:
-¿Qué te parece si celebramos nuestra nueva y fructífera relación con una copa? -se regocija mirando hacia el surtido mueble bar que tiene en la pared de enfrente, a mi izquierda. Por qué no, mascullo entre dientes levantándome para servirle y que se largue pronto de mi despacho.
El comisario Atilio se mantiene cómodo, sentado en el sofá de dos plazas blanco, esperando que le tienda el Chivas con dos hielos que me ha pedido. Yo no tomo nada. Sonríe, cuando se lo tiendo, para añadir, que sí vas a tomar algo.
-Como muestra de buena voluntad, y como prenda por la semana que te doy de cuello, ¿qué te parece si te arrodillas y me demuestras de qué eres capaz? -Niego rotundamente, ya no hago eso, exclamo indignada, pero él ha abierto las piernas, separándolas, sin perder su reptiliana mirada, copa en mano, para ordenar. -No es una pregunta.
-Tengo que parar esto como sea. No lo aguanto más.
-¿Cómo vas a hacerlo? -responde Julián. No me fío de nadie, en este negocio no debes hacerlo, pero él siempre ha estado allí cuando le he necesitado.
-Para eso te he llamado, para que me eches una mano. Estoy desesperada.
-Pues no sé qué puedo hacer. No te conviene enfrentarte a Atilio. Es el comisario jefe de la provincia, tiene mucho poder, puede cerrarte el negocio cuando le dé la gana… incluso mandarte a la cárcel.
-¿Crees que no lo sé? -me lamento desolada. Los asientos delanteros de la berlina del detective que se encarga de mi seguridad huelen a nuevos, pero a mí me saben a amargura. -Si no fuera quién es, lo hubiera mandado a la mierda, cómo hice con el regidor de urbanismo que se creía todopoderoso.
-Pero esto es distinto.
-Claro que es distinto -exclamo levantando la voz. -Tan distinto que debo pagarle 4.000€ cada mes, puntualmente, cifra que pone en riesgo la rentabilidad del negocio. Viene cuando le viene en gana con tres o cuatro maderos más para divertirse. Cada semana, reserva a las chicas, a todas, un par de horas. ¿Así cuando quieres que trabajen? -Suspiro, tratando de calmarme y tomar fuerzas. -Pero eso no es lo peor. Se cobra una propina, cada vez que viene a cobrar.
-¿Contigo? -pregunta preocupado. Asiento débilmente, avergonzada. -Hijo de puta.
-Lo del viernes pasado no puede volver a suceder -afirmo categórica tendiéndole el sobre. Me mira desafiante, orgulloso, sentado en su sofá, según lo ha bautizado. Me dirijo al mueble bar, tomo los dos hielos sobre los que he escupido antes de que llegara para decorar su copa, la lleno hasta la mitad de Chivas y me vuelvo hacia él sin dejar de hablar, tan segura de mí misma como soy capaz de mostrar. -Vero estará en el hospital toda la semana. Pierdo facturación sin ella y si no vendo tú no cobras.
-Te equivocas nena. -Así me ha llamado las cuatro veces que ha venido a cobrar. -Yo siempre cobro. Es tu problema si alguna chica se pone enferma o tiene algún percance.
-¿Percance? -grito indignada, pero me corta llevándose el dedo índice a los labios, antes de que pueda recriminarle que uno de sus amigos, el Gorila, quiso meter algo metálico lleno de balas dónde no cabe.
Por toda respuesta sólo oigo, venga nena, ¿qué haces aún de pie?
-El tío está limpio. -¿Cómo? exclaman mis cejas arqueándose. -Legalmente limpio, me refiero. Cobra 2.954€ netos cada mes como comisario en jefe de la provincia además de las dietas propias del cargo, unos 600 o 700 € más, según el mes. Tiene 32.789€ ahorrados en una cuenta conjunta con su mujer y paga religiosamente todas las facturas. Escolares, impuestos, servicios y lo que venga. No hay rastro del dinero negro que le pagas, pero tiene que tener una caja fuerte en casa, pues no le he visto llevarlo a ninguna caja de caudales de un banco, algo lógico. Un poli no podría explicar para qué necesita una. Tampoco su mujer lo ha hecho, aunque dudo que ella esté en el ajo. Sólo es una maestra de primaria.
-Tiene que haber algún punto por el que podamos pillarlo.
-Por aquí no. Me estoy trabajando a los compañeros del cuerpo. Como cualquier mando tiene detractores, pero no son importantes. Además, sus cifras de detenciones y decomisos son muy buenas, así que los jefes lo tienen en un pedestal. En el cuerpo es intocable.
-¿Entonces?
-Entonces se me ha ocurrido tirar de dos hilos. Uno es Suárez, el antiguo comisario, averiguar por qué cayó y si le tiene ganas. Tal vez por allí podríamos encontrar algo, pero el tío se ha prejubilado y como bien sabes no era trigo limpio. -Ya, afirmo sin confiar en esa pista. ¿Y el otro hilo? -El otro hilo es el Club Esmeralda. Creo que también les extorsiona.
-No cuentes con ellos. Es posible que ellos mismos se hayan ofrecido a pagarle a cambio de hacer la vista gorda cada vez que traen a alguna pobre chica engañada de los países del este.
Bajo del coche de Julián completamente hundida. Resignada a seguir arrodillada.
-¡Joder, me tiene harto! Si la niña quiere ir a esquiar que vaya, si quiere salir con las amigas que lo haga. ¿Qué tiene de malo? Siempre está calentándome la puta cabeza…
-No te hagas el amigo conmigo porque no lo eres -le corto drásticamente. Lo que me faltaba, que me tome por su confidente y me cuente la mierda de vida que le espera en casa. Aún que parezca mentira, aguantar las paranoias de los clientes ocupa la mayor parte del trabajo de una profesional, pero al hijo de puta del comisario Atilio no se lo pienso permitir. Sería el colmo.
-Vamos a ver nena, tengo claro que tú y yo no somos amigos. -Sus ojos se han inyectado de rabia, sus dientes rozan la lengua cada vez que suena una sílaba. -Ni lo somos ni lo seremos nunca. Soy un agente de la ley y tú eres una puta, reciclada en madame si me apuras, pero una simple puta. Así que, si quieres llevarte bien conmigo, algo que te conviene, deberías preocuparte en hacer bien tu trabajo…
-Perdona, no quería molestarte… -trato de calmarlo.
-…pero tienes razón, ya está bien de cháchara y de tratarte como a una persona. -¡Lo que me faltaba por oír! -De momento me estoy conformando con que me la chupes, pero me están entrando ganas de reventarte ese culito tan prieto que aún te gastas. Así que nena, por tu bien, no me busques.
Parece evidente que la he cagado. O tal vez no, pues se me acaba de ocurrir una idea.
-¿Qué tal te ha ido?
-Bien, el primer contacto está hecho. No será fácil ni rápido, pero puede que logremos algo.
-Gracias Vero, vales un imperio.
-De nada jefa.
-Deberías hablar con ella. Yo no tengo hijas y no puedo aconsejarte, pero sí conozco la psicología femenina, sobre todo de las chicas jóvenes ya que trabajo con ellas, y si les das confianza y un poco de cuerda, suelen responder bien.
-Eso intento, pero la zorra de su madre no entra en razón. Ella es la maestra, claro, la que sabe de esto, pero pretende atarla tan corta que la niña se está revelando.
He cambiado de estrategia. Soy amiga de Atilio, soy su confidente, y trato de aconsejarle lo mejor que puedo. Tan bien como mis intereses demandan.
Vero, en paralelo, está haciendo un gran trabajo. Es una chica especial. Tiene cara de niña y cuerpo de adolescente, algo muy demandado entre los clientes, sobre todo si se disfraza de colegiala. Hay tópicos que no caducan. Gracias a ello es una de mis mejores chicas, de las que más facturan. Pero, además, cuento con la rabia que siente hacia el comisario y su camarilla por el daño que le hicieron, así que se lo está currando de lo lindo.
El primer paso del plan ha consistido en hacerse amiga íntima de Daniela, la hija de Atilio. La chica es un caballo salvaje que la madre trata de domesticar, pero que Vero está desbocando. Mi rebuscado plan, mi terrorífico plan, es que Vero la invite a probar un día de trabajo en la casa para que vea lo fácil que es ganar dinero. No lo es tanto, obviamente, pero la presentaré sólo a clientes inofensivos.
Mi plan puede ser devastador para Atilio, eso pretendo, pero para que no lo sea para mí, debo cubrirme las espaldas. Mi intención es grabarla en plena faena para amenazar a su padre con hacerlo público. Tratará de destruirme, obviamente, por lo que sería más seguro para mí si el cliente es otro policía. O expolicía.
-Hola jefa, esta es Daniela.
Es guapa la chiquilla. Pelo castaño, largo hasta el pecho, ligeramente ensortijado, pero cuidado. Se ha maquillado a conciencia, exageradamente, tal vez como acto de rebeldía juvenil hacia su autoritaria madre. El exceso de carmín en los labios le da aspecto de buscona. Viste modosita, en cambio, mallas ceñidas a caderas bien formadas y una blusa de manga larga de la que podría desabrocharse algún botón más si realmente fuera tan lanzada como quiere aparentar.
-¿Sabes a qué me dedico?
-Sí -responde nerviosa, buscando aparentar aplomo.
-¿Y no tienes preguntas?
-¿Cuánto puedo ganar?
Sonrío ligeramente. No sé si es una inconsciente, probable a tenor de su edad, o una joven cuya ambición la convierte en una irresponsable. También existe otra posibilidad: que se trate de una chica avispada, convencida de que el fin justifica los medios. Así es Vero, así soy yo.
-¿Qué tal con tu hija? -pregunto amistosa sentándome en el sofá blanco, al lado de mi amigable maltratador, también con una copa en la mano.
-No sé decirte… igual, supongo. -Posa la mano sobre mi muslo, en un gesto cariñoso más propio de una pareja de amigos o novios que de dos enemigos acérrimos, pero no me molesta. -Ayer tuvo una trifulca monumental con su madre, que se pensaba largar de casa, que está harta y toda la jerga esta típica de los adolescentes. Cuando llegué, traté de calmarla pero… -me palmea suavemente el muslo -…no sé… Realmente parece dispuesta a largarse… cuando hablé con ella, mantuvo la amenaza.
-Son críos, demasiado bien acostumbrados, no se van tan fácilmente.
-Eso pienso yo, pero es muy obstinada. Por suerte no tiene acceso a ninguna cuenta corriente, en eso sí estoy de acuerdo con su madre.
Sonrío para tranquilizarlo, ¿ves como no hay para tanto?, pero mis labios se han torcido satisfechos. Daniela no necesita, ni debe, abrir una cuenta corriente en un banco, pues no puede justificar los dos pagos de 300€ que le entregué la semana pasada.
-Si no quisieras a la cría para lo que la necesitas, sería un filón. ¡Joder, con la putilla!
El comentario de Vero no me sorprende. Ratifica lo que me han contado los 6 clientes que ha atendido en dos semanas. No era este el plan inicial. Me bastaba con probarla con un cliente fácil, de los que no pasan de mamada y polvo y procuran ser cariñosos, para grabarla con Suárez, este sí es un vicioso, a los pocos días y lanzar el dardo. Pero la chica pareció disfrutar más que el cliente la primera vez, lo tengo grabado, y me pidió más trabajo.
Tuve que frenarla, es menor y estoy asumiendo un riesgo muy alto, pero la cría vale para esto. El nombre de guerra que ha elegido, además, la define perfectamente. Mesalina. Pero debo acabar con esto rápido. Para el martes que viene, cuando vuelva Atilio, debo tener los deberes hechos.
-¿Qué coño significa que no tienes el dinero a punto?
-Exactamente eso. Que este mes, el que viene, el otro y el otro no recibirás ningún sobre de esta casa -sentencio altiva, segura de mí misma, pues tengo todos los ases en la mano. Uno de ellos escondido en la manga.
-¿Te has vuelto loca? ¿Quién cojones te crees que eres? -me escupe arrastrando cada sílaba, pero sin levantar la voz, algo que siempre me ha aterrado en el personaje. Los perros ladradores suelen ser más inofensivos que los gatos taimados como Atilio.
No respondo. Giro la pantalla de mi portátil para que pueda ver el vídeo que reproduzco.
-¿Me has grabado? -exclama divertido. -¿Crees que con un video casero de mierda vas a chantajearme? Ni te creerán en el cuerpo ni te hará ni puto caso mi mujer. Hace años que no la toco.
-Te equivocas. Mira bien a mi chica.
-Es Suárez -se sorprende en un primer momento. Aumento el zoom de la pantalla para que pueda ver a su dulce niña girar la cara hacia el bruto que le está martilleando las nalgas pidiéndole más y más y más.
-Gracias Julián.
Apostarlo tras la puerta de entrada ha sido mi primera decisión antes de lanzar el órdago. Precaución indispensable pues Atilio se me ha lanzado encima para estrangularme. Poco le ha faltado, las marcas moradas de mi cuello dan fe de ello, pero ha acabado entendiendo que el juego ha acabado. Al menos en mi casa.
Vero me abraza con fuerza, contenta por haber logrado el objetivo, aunque me avisa de que el Comisario en jefe de la provincia es un muy mal enemigo. Lo sé, pero no nos quedaba otra. Además, los vídeos de Daniela, tengo 6 grabados, han de servirnos de baluarte.
Hablando de la Reina de Roma, por la puerta asoma.
-¿Qué te trae por aquí? Hoy no te esperábamos.
-Quería hablar un minuto contigo a solas, si no tenéis inconveniente -pide solícita con su dulce sonrisa y su tan bien ensayado gesto juvenil de no haber roto nunca un plato.
Vero la abraza, como buena amiga que es, y sale de mi despacho acompañada de Julián.
-¿Ya ha venido mi padre?
Levanto las cejas sorprendida. Entiendo que el nombre del comisario haya podido salir en alguna conversación entre las chicas, pero ¿cómo sabe ella que su padre no es un simple cliente y que ha venido hoy? No me da tiempo a responder.
-No te sorprendas. Sé que mi padre venía a cobrar el primer martes de cada mes y que habéis montado todo este circo para sacároslo de encima. -¡Joder con la niña! Pienso. -Pues bien, estoy de acuerdo contigo en que había que darle una lección y desprenderse de él. No podemos permitirnos que un poli corrupto ponga en jaque la seguridad de esta casa. -Una parte de mí quiere cruzarle la cara de una bofetada, pero otra está cada vez más intrigada. ¿Dónde espera llegar a parar? -Así que he decidido que a partir de ahora, vamos a ser socias al 50%.
Mi carcajada retumba en toda la sala. Creo que incluso me pueden oír desde la calle. Ahora sí le voy a dar de lleno con la mano abierta. ¡Puta niña malcriada de los cojones!
-Lárgate de mi casa antes de que te eche a patadas. No sé quién te crees que eres, si se te ha subido a la cabeza la arrogancia de tu padre o es simple estupidez infantil, pero en este juego has sido un simple peón, indispensable, protagonista principal del juego, pero un simple peón que hemos utilizado a nuestro antojo pues eras el eslabón débil de la cadena.
La orgullosa cría enmudece. Derrotada. Hurga en el bolsillo de la ligera rebeca rosa pálido que cubre su torso, saca un teléfono móvil y lo acciona. Mi voz suena clara, explicando qué tiene que hacer y cuánto puede cobrar por cliente.
Sus oscuros ojos extremadamente maquillados me taladran, hirientes, hasta que sus labios me dan la estocada final.
-Este es solamente el primer audio de los que tengo grabados. También se te oye claramente pagándome en ocho ocasiones, a una menor, así como una veintena de conversaciones con la estúpida de Vero explicándome trucos a usar para contentar a los clientes. -Detiene la grabación. -Así que reitero mi ofrecimiento. Estoy dispuesta a ser tu socia permitiéndote mantener el 50%. Te lo has ganado. No solamente levantaste el negocio. Lo has defendido inteligentemente con uñas y dientes, derrotando a mi padre. Pero no a mí.
Mi sangre hierve, ahora soy yo la que quiere agarrarla del pescuezo y retorcérselo hasta que el morado de su piel sea el único color que decore mi despacho. Pero no lo hago.
-Dime socia, ¿quién ha sido en esta historia el eslabón débil de la cadena?
* **
Niebla. Hay mucha niebla. No, no puede ser. La vista se está acostumbrando, mis ojos se van abriendo, la claridad se va imponiendo y me doy cuenta de que estoy en un interior, en una sala grisácea, poco iluminada. No es niebla. Es mi cabeza que va despertando del sopor en que se ha sumergido.
¡Mierda! No puedo mover las manos. ¿Qué les pasa a mis brazos? Estoy atada. Miro a izquierda, miro a derecha. Mis brazos siguen paralelamente el filo de una mesa, en toda su longitud, cual dobladillo, hasta morir esposados en las esquinas donde nacen las patas. ¿Por qué estoy atada en cruz? Repasados ambos brazos, miro hacia mi cuerpo. ¿Por qué estoy semi arrodillada?
¿Qué coño pasa aquí? Si es una broma, no tiene ni puta gracia.
Oigo ruido a mi espalda, pasos. Suéltame, grito, ¿se puede saber de qué va esto? Pero no hay respuesta. Giro el cuello, tratando de verle, pero solo percibo su avance, lento y pausado. Le increpo, pero no responde. El sonido se aleja, se abre una puerta, se cierra y vuelve el silencio.
Esto tiene que ser un secuestro. No hay otra explicación. Se trata de dinero, seguro, tiene que tratarse de eso. Soy una empresaria de éxito, de cierto éxito, así que después de asustarme, algo que ya han conseguido, pedirán un rescate y santas pascuas. Así que debo tranquilizarme. El dinero no tiene porqué ser un problema. Más difícil será cómo disponer de él pues estoy sola, no tengo familia, razón por la que solamente yo puedo prepararlo. Se lo explicaré y tendrán que entenderlo. No les quedará otra.
-Mira, mira, mira. Parece que nuestra chica ha venido a visitarnos. -Esa voz, inconfundible, me hiela la sangre. La puerta se ha abierto sonoramente mientras el excomisario Otilio saluda a mi espalda, triunfal. -¿Cómo estás Madame?
Jodida, pienso cuando le veo rodeando la mesa a mi derecha para detenerse risueño, tan arrogante como solía, delante de mí.
Antes de que continúe con sus exagerados parabienes, le escupo que me suelte, que la broma no tiene ninguna gracia, que entre en razón antes de que se me hinchen los ovarios y sea demasiado tarde.
-Tarde, ¿para qué?
La pregunta me descoloca. Antes de hacer algo irremediable, doloroso para mí, me temo, pero no lo verbalizo. Únicamente soy capaz de aguantarle la mirada, asesina, mientras mi cerebro busca argumentos convincentes para revertir la situación. Pero la compasión no está en su diccionario.
-Ahí te quería ver. -Se yergue orgulloso. -Así te quería ver, de nuevo arrodillada ante mí, pero esta vez a mi merced. Si en algo me equivoqué contigo fue en darte demasiada libertad.
Demasiada libertad… hijo de puta. Con todo lo que tuve que tragar hasta que me zafé de su yugo. Suéltame, grito por enésima vez.
-¿Qué os parece chicos? Nuestra Madame no está contenta con el discurrir de la fiesta. -La risa del excomisario viene acompañada de un coro dual, que se hace visible apareciendo desde mi espalda.
Trato de mantener la compostura, de no mostrar miedo, pero la situación es cada vez más negativa. El excomisario dejó el cuerpo y la ciudad después del escándalo del vídeo de su hija. Pero no fui yo quien lo hizo público. Sí, es cierto, yo preparé la trampa y yo lo arrastré a ella, pero fue su propia hija la que le dio la estocada. Yo no quería llegar tan lejos. Nunca pretendí arruinarle la vida, solamente buscaba sacármelo de encima.
Si las ganas de vendeta del excomisario ya son de por sí peligrosas, verlo amenazándome con dos policías en activo, dos de sus hombres, me acojona. Esto no va de dinero. Esto va de venganza, esto va de ganar la guerra, esto va de hacer daño. Esto va de no dejar rastro.
Por favor, por favor, imploro, no fui yo la del video… humillándome, pero al momento me doy cuenta de que no me servirá de nada. Se me acerca agachándose, para que nuestras miradas queden a la misma altura, me pasa la mano por la cara, en lo que pretende ser una caricia, y me susurra que no me preocupe, que no va a matarme. No sería justo, tú no me mataste a mí. Sonríe, en aquella pérfida mueca que tan bien conozco. Yo sólo pretendo joderte la vida, humillándote, clavándote el puñal tan profundamente como pueda, como tú hiciste conmigo. Ojo por ojo.
Intento no perder la calma, mostrarme segura, pero mi fortaleza inicial se está quebrando. Insisto en que se equivoca, que yo también acabé siendo una víctima, pero no me cree o no le importa.
No me escucha. Cuando se cansa de oírme saca una navaja de mango rojo, parece de las suizas pero es un poco más grande, y me la acerca a la cara para que mi ojo izquierdo se ensombrezca. Me callo de golpe. No del todo. Por favor, por favor, susurro sincopadamente.
La punta de la navaja recorre mi cara, descendiendo hasta mi cuello, hasta mi esternón, hasta mi pecho, incrustándose en mi canalillo. Cierro los ojos asustada, pero me obligo a abrirlos. No quiero parecer derrotada, debo mantener la serenidad, debo actuar.
-Por favor, Otilio. Comprendo cómo te sientes, pero no fui yo, insisto, fue tu hija. –Su navaja ha recorrido todo mi canalillo y asciende de nuevo hacia mi cuello. -Además, hay muchas maneras de arreglar esto. Puedo compensarte, volver a llegar a un acuerdo, económico. Te pagaría cada mes como…
En un solo golpe, seco, inesperado, ha cortado dos botones de mi blusa. Por un instante, nos miramos a los ojos, interrogándonos, aunque los suyos prefieren bajar hacia mis pechos, semi desnudos después del ataque.
-¿Decías?
No respondo, solo suplico, Otilio, por favor, pero la navaja corta dos botones más y mi camisa cae a los lados de mi cuerpo. Sus ojos son obscenos, sus labios salivan, mientras la cuchilla vuelve a subir por mi estómago. Llega al sujetador, se cuela por debajo entre ambas copas y grito cuando el impulso de su muñeca corta la tela.
-¿Qué os parece chicos? Menudo par de tetas tiene aún la Madame –exclama victorioso mientras la troupe le ríe la gracia. -¡Qué bien lo vamos a pasar! –festeja mientras sus manos toman mis senos.
Giro la cara, más humillada que indignada, haciéndome a la idea de que me van a violar. Trato de pensar, de buscar alguna solución, pero solo se me ocurre mitigar el daño. Que sea rápido e indoloro.
-No tiene por qué ser así, podemos hacerlo de otra manera –imploro, tratando de ganar tiempo. Pero me aterra que a mi captor se le congele la sonrisa.
-Te equivocas, preciosa. Nada será como tú quieras. Aquí y ahora mando yo, nosotros, y harás lo que nosotros digamos, como nosotros digamos y las veces que nosotros digamos. –Blande la navaja ante mis ojos. -¿Lo entiendes?
En un arrebato de furia, muevo brazos y piernas, tratando de soltarme, de patalear a pesar de estar arrodillada, pero no me sirve de nada. Una bofetada me cruza la cara mientras me agarra del cabello con la otra.
Por favor, suplico, cuando se incorpora para desabrocharse el pantalón. Giro la cara, no quiero verla, a pesar de haberla sentido entre los labios media docena de veces. Vuelve a tomarme del pelo, centrándome, venga cacho puta, que ambos sabemos que esto se te da bien, pero un último atisbo de dignidad me empuja a negarme cerrando la boca con fuerza. La cuchilla amenaza de nuevo, pinchándome en la cara.
-Me la vas a chupar de todas formas, así que de ti depende que te raje la cara, -aumenta la presión con la punta –o que te raje los pezones –en un movimiento rápido ha tomado el izquierdo pellizcándolo entre el dedo gordo y la hoja metálica. Chillo instintivamente.
Le miro a los ojos. Los míos asienten, aunque no se mueven, así que el excomisario acerca su miembro aun blando a mi boca que se abre dócilmente. Su pene crece rápidamente mientras mis labios lo recorren.
-Eso es zorra, eso es –me insulta como solía hacer en mi despacho. –No sabéis lo bien que la chupa esta puta. Tranquilos, -jadea –no tardaréis en saberlo.
Los compinches ríen confirmándome algo ya previsto. No he llegado aún a completar ni un tercio del suplicio. Así que me esmero, quiero acabar lo antes posible, indiferente a los cumplidos del cerdo que me tiene atada. Cuánto más chupo, más me insulta, más jalean, pero no me queda otra.
Noto perfectamente cuando se va a correr. Me ha tenido agarrada del cabello todo el rato, así que no trato de escapar. Además, era una de sus exigencias. Uno, dos, tres disparos muy densos impactan en mi paladar, seguidos de otros tantos que voy dejando de notar a medida que mi boca se llena de semen. Aguanto, soportando que mantenga mi boca aprisionada más de un minuto después de haber eyaculado, meciéndola suavemente. Hasta que me libera, resoplando como el toro que dice ser.
Automáticamente escupo, hacia un lado, soltando toda la pasta que he logrado no tragar. Tomo aire, tratando de acompasar mi respiración. Que acabe esto pronto, por favor.
Creo que se llama Rozas, el policía que se me acerca. Es el alto, delgado, que alguna vez había venido al piso. Siempre me pareció raro, tímido pero de mirada sucia. Un pervertido, pero las chicas nunca tuvieron queja.
Su pene se acerca hacia mí. No me resisto. Abro la boca y engullo una masa estrecha pero larga, demasiado, pues al segundo empellón me da en la garganta. Tengo una arcada. El tío se retira pero percute de nuevo. Otra arcada. Giro el cuello para ganar espacio pues la mesa en mi nuca es una pared que no puedo atravesar, pero al cerdo le da igual. Sosteniéndome la cabeza, me penetra profundamente sabiendo que llegará a mi campanilla. Para chupar una polla de esta longitud tienes que pararla con la mano, pero estoy atada, crucificada, y mi penitencia será hacer lo imposible para no vomitar.
Sus manos se agarran a mis tetas, como si de dos asas se trataran, pero no me importa. Así puedo dirigir la mamada, ladeando la cara, girando el torso, para lamerle el tronco, los huevos si me deja, usando técnicas profesionales que cuatro años de ejercicio me enseñaron, pero el tío no está por la labor, a pesar de que Otilio, en la distancia, me felicita por estar sacando la puta que llevo dentro. Mira, mira como chupa, con qué ganas… Lo que sea para acabar cuanto antes con este suplicio.
Acaba. Como temía, percutiendo profundamente. Trato de evitar tragar, pero recibo buena parte de su corrida con el glande en la garganta. Las arcadas escupen por mí una porción del viscoso líquido, pero buena parte de éste desciende hacia mi estómago.
Logro soltarme, boqueando ansiosa, tosiendo y escupiendo. Ya solo queda uno.
El Gorila me asusta más que el flaco pero menos que Otilio. Sé que es un bruto, Vero puede dar fe de ello, pero es muy simple, así que si le hago un buen trabajo debería poder controlarlo. A eso me dedico cuando una ancha masa oscura se presenta ante mí.
Alarga las manos para sobarme las tetas, imitando a su compañero, pero su polla sabe a orines. No me queda otra que hacer de tripas corazón, pero entre el asco que siento y que cada vez estoy más cansada no soy capaz de dar lo mejor de mí. Tampoco me parece que le disguste pues muge suavemente hasta que sus manos me toman de la cabeza, una en la parte superior, la otra por la barbilla, inmovilizándome, obligándome a tragar más polla. Forcejeo, pero le llaman Gorila por su fuerza bruta. Me la clava hasta que mi nariz choca con su pubis, sin dejar que me aparte, inmovilizada, mientras gruñe como un maldito mono. Mis ojos se anegan, pero trato de relajar la musculatura, adaptándome a la situación.
Cuando me suelta, que no libera completamente, respiro ávida, pues sé que el juego no ha hecho más que empezar. Así es. Repite la gracia varias veces, alojando su ancha masculinidad tan profundamente como puede, hasta mi garganta.
-Calma tío, la vas a ahogar –sale en mi rescate el excomisario, haciendo sonar todas las alarmas cuando continúa, -que tenemos que seguir jugando los demás.
-Eso, eso, que si pinchas la pelota se acaba el partido –se ríe el flaco.
Ahora sí trato de escapar. Forcejeo para que me suelte, para que me saque la polla de la boca, para gritar como una desesperada, pero solamente logro que los dos espectadores pasen a la acción. Rozas me agarra la cabeza por un lado, mientras Otilio blande la navaja de nuevo, amenazándome.
-¿Qué te pasa preciosa, no te gusta el juego?
No tengo elección. Dejar que me folle la boca mientras alguien me está sobando las tetas con saña, evitando pensar en lo que esté por venir.
Lo primero que llega es una descarga sobrenatural. Es tal la cantidad, que a pesar de tener el tronco clavado en la campanilla, la lefa desborda mi boca, escurriéndose por mi cuello hasta mis pechos, mientas los espectadores jalean la hombría del puto mono.
Al recobrar el resuello, trato de hablar con Otilio, ya he cumplido, desátame, pero mi captor se burla. Yo digo cuando has cumplido. Por favor, por favor, suéltame. Pero por respuesta saca su miembro, ofreciéndomelo de nuevo. Basta por favor, suplico. Me da un par de golpes con su miembro en a cara, riéndose, para sentenciar. Esto no ha hecho más que empezar.
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