El eslabón débil de la cadena (3)

Retomo un relato que empezó cómo un thriller pero que viró hacia el abismo...

¿Cuánto rato ha pasado?

Aún no sé cómo, pero parece que me he dormido. Tal vez desvanecido sea la palabra idónea. Me duele la cabeza. El cuello. El occipital. Los brazos que se me están durmiendo. ¡Qué mal sabor de boca tengo! Y cuánta sed.

Apoyo la cabeza en la mesa. No logro gran cosa, pero es menos duro que tenerla colgando. Debo trazar un plan para salir de esta. Me han follado la boca cuatro veces. Sólo ha repetido Otilio. Pero tengo claro que volverán. Dudo que se contenten solo con eso. Supongo que me violarán. Espero que eso les satisfaga y me dejen ir. Otilio sólo pretende humillarme. Ya me ha dicho que no me hará daño. Físico, al menos, porque yo no se lo hice a él, ha dicho. Sólo busca joderme. Pues jódeme como a una puta, pero déjame ir.

Al rato se abre la puerta de nuevo. Pasos que se acercan. Espero a que lleguen a mi vera y levanto la cabeza. El Rozas me mira desafiante, soberbio, como un humano mira a un mosquito, como un obeso mira a un trozo de solomillo, como un pervertido mira a una mujer.

-Por favor, suéltame. Tú eres un poli en activo. Un buen tío. No tienes porqué echar tu carrera por el desagüe…

Una bofetada me calla de golpe.

Se desabrocha el cinturón. Los botones del pantalón. Aparta el slip. Le miro aún orgullosa, aunque mi fuerza va menguando.

-No voy a echar nada por ningún sitio preciosa. A no ser que tú te consideres un desagüe -sonríe satisfecho. No sé si de su ingenioso comentario o de tenerme a su meced.

-Por favor… por lo que más quieras…

-Quiero que me comas los huevos, puta.

Lágrimas brotan de mis ojos. No tengo alternativa. Así que abro la boca y saco la lengua. No sé el rato que me tiene así, recorriéndolos, lamiendo carne peluda, sin dejarme llegar a su tronco. Métemela en la boca y acabemos de una vez, pienso, pero no está por la labor. No es su juego.

Cada tanto se aparta. Me llama puta. Y me abofetea. Por favor, basta, imploro. Pero es un pervertido. Se lo veo en los ojos. Un sádico que disfruta con mi dolor más que con la felación. De golpe se detiene y me vuelve a dejar sola en la sala. No se ha corrido. Sólo me ha humillado.

Si ya tenía la garganta seca, sus pelos púbicos lo han empeorado. Uno, además, se me ha clavado en el paladar y no hay manera de que logre sacarlo. Tengo arcadas, trato de escupir, pero no hay manera. ¡Joder, puto degenerado!

Ahora es el frío el que me atenaza. No sé las horas que han pasado, pero puede que sea de noche. O medio día. ¿Quién sabe? Tengo la piel de gallina y tiemblo, a pesar de que estemos en pleno julio. Salivo para enjuagarme la boca y para arrancarme el puto pelo del paladar, pero no hay manera.

La puerta otra vez. Pasos, más de una persona. Otilio y el Rozas. Parece que el Gorila no les acompaña, de momento. ¿Cómo estás puta?

-Por favor, Otilio, acabemos con esto de una vez. ¿Qué quieres? Haré lo que quieras, pero acabemos con esto, por favor.

Su mano se posa en mi cabeza como si acariciara a su perro, tranquila, tranquila, sin dejar de mirarme desde su trono.

-Ya sé que harás lo que yo quiera. Las veces que yo quiera con tanta gente como yo quiera. -Amplía la sonrisa mientras mi rictus se tiñe de terror, ¿qué ha querido decir con eso? Pero la respuesta llega al instante. Hay un tercer hombre en la habitación. Y no es el Gorila. No me suena. Nunca le había visto. Mayor, muy gordo, bien vestido, pero con un traje barato. Engominado para controlar los cuatro pelos que le quedan en la cabeza.

-Toda tuya.

El tío se acerca, famélico, mientras se desabrocha el pantalón. Niego, moviendo la cabeza de lado a lado como una desesperada, grito, basta, basta, por favor, pero el tío llego a mi altura y me agarra de la cabeza. La muevo cerrando la boca con todas mis fuerzas, forcejeando en una batalla que ya he luchado y he pedido hace unas horas. ¡Joder, que alguien se apiade de mí!

La navaja de Otilio me detiene. En mi barbilla, rozando mi cuello.

-Este caballero ha pagado por tus servicios, así que espero que seas capaz de trata a mí cliente como se merece.

No tengo alternativa. Aguanto las lágrimas como puedo y abro la boca. La tiene pequeña. Más ancha que corta, así que es fácilmente manejable. Además, está ansioso, así que no dura mucho. Boqueo, buscando aire, aunque lo que realmente necesito es agua.

El tío choca las manos con los dos polis y se larga. Contento. Miro a Otilio. Imploro por enésima vez. Por favor. ¿Qué te pasa Madame? No responde mi cerebro. Responde mi instinto primario. Sed, tengo sed. Boqueo desesperada. Mucha sed. Se ríen al unísono.

-¿No has bebido bastante líquido aún?

-Por favor, agua.

-Pórtate bien con nosotros y te traeremos una garrafa de agua -responde el excomisario desabrochándose el pantalón. Primero agua, suplico, pero me lo niega. -Primero nosotros, luego tú.

Chupo, chupo de nuevo a pesar de que me duele la garganta, el paladar, los labios. Pero me la retira. Le miro sorprendida, él me mira divertido. ¿Qué pasa, la puta ha perdido su juguete? Y se ríen. Me la acerca, pero no me deja llegar a ella.

-¿Eres una puta? -pregunta. Le miro más sorprendida aún. ¿Cómo dices? Peguntan mis ojos. -Responde.

-No.

La bofetada me gira la cara. No me la esperaba. No de Otilio, al menos. Repite la pregunta. Tengo claro lo que espera que diga así que le facilito la tarea. Sí. Me la mete de nuevo en la boca. Pocos segundos para sacarla de nuevo.

-¿Qué eres?

-Una puta.

Otra vez dentro. Humillación. Ese es su juego. No me queda más remedio que jugarlo. La saca. ¿Qué tienes que decirnos? Soy una puta. Chupo. Para. Soy una puta. Chupo… Hasta que me anega.

Doy gracias porque el Rozas se conforme con repetir el juego. Sin abofetearme. Cuando acaba, sale de la habitación prometiéndome ir a por agua. Aprovecho que estoy a solas con Otilio para tratar de razonar con él.

-No puedes tenerme aquí, así, interminablemente. Esto tiene que acabar.

-¿Quién dice que vayas a estar aquí indefinidamente? Tengo muchos planes para ti. Para ti y para mí. Juntos. -Me aterra. Suplico de nuevo. -Tal vez te mantenga aquí para nosotros. Tal vez te ponga un pisito donde puedas recibir a mis clientes. Tal vez te venda a una red de trata de blancas. ¿Sabes lo bien pagadas que estáis las putas blancas en los países árabes? Tal vez…

Mis lágrimas lo cortan. Sollozo. No me quedan fuerzas para más a pesar de que necesito gritar, chillar, rabiar. Pero solamente sollozo, suplicando, por favor, por favor. Ni siquiera la entrada del Rozas con un botellín de agua me calma. No dicen nada. Esperan a que me calle.

-Bebe -ordena Otilio acercándome la bebida. Tengo tanta sed que no soy capaz de tragar todo lo que mis labios absorben. Me mojo el cuello y los pechos, pero me da igual. Hasta que no queda ni una gota en el plástico.

-Ahora querrás mear, supongo -afirma más que pregunta. La verdad es que sí, aunque no lo verbalizo. Pero la esperanza vuelve a mí. Me desatarán para llevarme al lavabo. No creo que pueda escapar, pero al menos me moveré. Así que afirmo.

Ilusa de mí. Me acercan la botella para que abra las piernas. Así no, suplico de nuevo, no puedo hacerlo. Pero les importa bien poco. Arrodillada, en la posición que estoy, a penas cabe la botella. Y no acertaré en ella con una boca tan pequeña. Pronto se dan cuenta también ellos de que así es inviable por lo que cambian de plan. Vamos a hacerle el columpio, se burla el Rozas.

Me toman de los muslos y me levantan un poco, lo justo para que mis piernas se levanten y pueda apoyar las plantas de los pies en el suelo. Me levantan la falta hasta la cintura para liberar mi feminidad. Curiosamente Otilio no me toca, cede eso honor a su subalterno que mete la mano entre mis piernas para atrapar mi tanga y tirar de él con todas sus fuerzas. Grito cuando se raja y noto el pellizco en la cadera.

El Rozas tiene lo que queda de mi ropa interior en la mano. La huele. Huele a puta, dice, usando uno de los mayores tópicos habidos y por haber. Otilio acerca la botella para dejarla entre mis piernas. No veo nada así que difícilmente atinaré. Tenerles delante tampoco ayuda, menos en una posición tan forzada. Supuestamente estoy sentada, pero me cuesta mucho mantener el equilibrio y mis piernas tiemblan.

-Tranqula preciosa, yo te ayudo -se me acerca el Rozas sujetándome una rodilla y moviendo el botellín de agua hacia dónde cree que caerá el chorro. Pero no puedo, soy incapaz de orinar así.

Alarga la mano y me soba el coño. Cierro las piernas instintivamente, aunque apenas lo logro juntar las rodillas ya que no puedo mover los pies. Me soba y me pellizca, tirando de los cuatro pelos que rodean mi clítoris. Suplico de nuevo, por favor, por favor, dejadme ir al lavabo, así no podré. Pero ni escuchan ni cejan en su empeño.

-Esta puta debe ser frígida. Estás más seca… -afirma mi abusador. ¿Qué esperaba? Ninguna mujer se excita cuando la están violando. -Tengo una idea. -Se levanta y sale de la habitación.

Le pido a Otilio que me desate, que me duelen mucho los brazos y la espalda, que no aguantaré así mucho rato más. Pero como si oyera llover. Al momento oímos la puerta de nuevo. Otro botellín de agua. Esa ha sido la gran idea. Me obligan a bebérmela entera. Sigo sedienta. Pero sigo sin mear, así que van a por otra. Esta me cuesta más acabármela, me duele la barriga. Pero no me dan alternativa.

Entonces Otilio me da la puntilla. Se desabrocha el pantalón y se me acerca. ¿Otra mamada? Pienso, pero sus palabras me hielan la sangre. O meas tú o meo yo, apuntándome con su pene semi erecto.

Ya voy, ya voy, ya voy, susurro. Hago fuerza. No me sale a pesar de que ahora sí lo necesito. Otilio da un paso adelante. Espera, espera, imploro. El Rozas se ríe. Venga dúchala. Y entonces se hace la luz. Toda mi vagina arde cuando noto el chorro liberarse. Suspiro aliviada, física y psíquicamente. No sé cuánto cae en la botella y cuánto en el suelo, pero cuando acabo el Rozas me muestra el botellín lleno.

-¡Joder con doña Meona! -Lo deja en el suelo y me tiende la mano. -Límpiamela puta. Me has manchado la mano. Me niego, girando la cara. Basta, grito otra vez. Pero no me queda voz. Tampoco alternativa, pues Otilio vuelve a sacarse el pene y me amenaza. O le limpias la mano o te uso de wáter.

Una arcada ruge desde mi estómago a cada paso de mi lengua por la mano del malnacido. En cuatro años de profesión he tenido que hacer cosas desagradables, pero nunca algo tan asqueroso, tan humillante.

Cuando considera que ya tiene la mano limpia le pide permiso a su exjefe para hacer los honores. Toda tuya, responde éste. Así que se arrodilla entre mis piernas, se desabrocha el pantalón y me penetra. Me duele. Estoy completamente seca, pero más me duele el alma. Lloro desconsolada sin que una sola lágrima baje por mis mejillas. Ya no me quedan.