El escritor y la muerte (7)

Mirta miraba, con la vista nublada, la cama que se encontraba a su lado. Mateo cumplía hoy seis meses y estaba internado. A decir verdad, gran parte de su corta vida la había pasado tirado en un lecho de hospital. Es que Mateo había nacido para sufrir, al decir de su madre.

La historia de Mateo

Mirta miraba, con la vista nublada, la cama que se encontraba a su lado. Mateo cumplía hoy seis meses y estaba internado. A decir verdad, gran parte de su corta vida la había pasado tirado en un lecho de hospital. Es que Mateo había nacido para sufrir, al decir de su madre.

Como explicar y que se entienda ese cuerpito tirado, cruzado por tubos y caños que entraban y salían sin piedad de él. ¿Podrías comprender sin verlos, como sus ojos de niño demostraban una resignación que partía en dos a cualquier desprevenido que se atravesara en el camino? El niño, aunque a la madre le pareciera un sueño, había sido sano y fuerte, sus pupilas redondas, grandes y profundas habían sonreído vitales y felices (sí es que los niños pueden ser infelices)

_ Pobre hijo mío, debe pensar que la vida es esto - Decía Mirta - sufrimiento.

Mateo había tenido la desgracia de caer a sus 20 días de vida, en manos de una inútil doctora que le mal diagnosticó un resfrío cuando en realidad tenía una neumonía. El virus lo arrasó en horas y sus pulmoncitos quedaron destrozados. Su madre, con ese instinto inexplicable, lo sintió morir y llegó al hospital cuando el bebé ya no respiraba. El cuerpito exangüe no tenía pulso y los primeros signos de cianosis aparecían en él.

Nadie sabe cuanto tiempo estuvo con la muerte en el cuerpo, pero cuando su corazón volvió a latir con un puc puc que sonaba a milagro, todo había cambiado. El tiempo que su cerebro estuvo sin oxígeno, le produjo daños que van desde la falta de movimientos musculares elementales como el tragar saliva, hasta no poder evacuar sólo. La totalidad de los daños, aún hoy, cinco meses y medio después, no se pueden evaluar. La neumonía le dejó un pulmón incapacitado y el otro como puede mete aire al organismo para que pueda sobrevivir.

Mirta es, por decirlo de alguna manera, una atea total, no cree en nada más allá de lo palpable, visible y comprobable. "Y más ahora" Le dice a quien quiera oírla. " Quién cree en un Dios que permite que mi hijo sufra".

Al lado, en la misma habitación estaba Ezequiel, 9 años piernas flacas y gestos de dulzura, marcaban un rostro en donde se clavaban dos ojos profundos rodeados por las pestañas más largas que se hayan visto. Ojos astutos y curiosos de mirada explosiva.

Ezequiel estaba allí por un problema menor y se pasaba todo el tiempo haciendo morisquetas a Mateo. El bebé parecía presentir los movimientos del otro niño y movía con trabajo su cabecita hacia un costado, como queriendo mirar.

"Nunca pensé que podría pasar una cosa así. Nadie lo piensa. Mateo era vital y fuerte. Era una sonrisa permanente. Un sol; y mira ahora" le dice a sus ocasionales compañeros de habitación. Es que tanto tiempo internado le da a Mirta la "ocasión" de compartir su drama con los muchos que pasan por la cama de al lado. Este es el turno de Miguel. El hombre es el papá de Ezequiel que está, como ya te conté, en la cama de al lado. Miguel es muy parecido a su hijo. Sus manos se mueven lentas y parece que calmaran todo a su alrededor. Sus ojos marrones y profundos como los de su hijo tienen sin embargo una dureza en el centro de su mirada que no deja de ser tranquilizadora. A estos dos personajes se le suma un tercero, Emmanuel, el hijo menor de Miguel y hermano de Ezequiel. Este es el más locuaz de los tres. Un niño de unos 7 años que cada cinco palabras introduce una altisonante y difícil que nada tiene que ver con lo que está diciendo pero que la escuchó en algún lado y le parece que queda bonita. Sus ojos tienen, además de la dulzura, una chispa de picardía. Los tres, son algo así como un complemento y le sirven a Mirta de pasatiempo en esa sala en donde las horas no pasan sino para atrás. Mirta recuerda, recuerda y habla.

"Cuando estaba embarazada tenía tantos proyectos para él. A veces pienso que ya es suficiente. Que no vamos a luchar más. Mateo viene y va sobre el umbral de la vida y la muerte. Por días está bien y luego... luego cae otra vez en lo más profundo. Los médicos no me dan expectativas para el futuro porque dicen que no hay futuro hasta que no lo saquen de donde está. Yo lo miro a mi bebé. Lo miro con todo mi amor y lo veo sufrir. Pienso que ya es suficiente, que basta, y sin embargo él sigue peleando, él sigue metiendo aire en su pulmoncito sufrido. Sigue mirando a la gente que se acerca con ojos de curiosa resignación." Mirta levanta la vista arrasada en lágrimas y ve las tres caras, las de Miguel, Ezequiel y Emmanuel, que la miran. Miran su rostro detrás de ese mar de desconsuelo que le recorre las mejillas, pero también miran su alma. Ven su alma golpeada, árida y dolorida. Ven el dolor máximo que se puede tener, el de presenciar el sufrimiento de un hijo. Mirta los mira y siente que están ahí para escucharla a ella. Y sigue.

"Dejé todo, absolutamente todo de lado, Hace seis meses que vivo en este hospital y parece que nunca hubiera vivido en otro lado. Mi otro hijo, pobre, tiene 10 años y de golpe creció más de la cuenta. La madre se le perdió detrás de un hermano que se muere y que no, y a su padre le han robado la sonrisa. ¿Pero si Mateo sigue luchando será porque quiere vivir no?" Pregunta. Del otro lado Ezequiel mueve las manos y murmura el nombre del bebé. Desde sus 9 años no entiende bien lo que tiene delante. Emmanuel se acerca hasta la cama del niño entre tubos y pantallas y le toca un piecito chiquito y pálido y Miguel se inclina sobre su frente y lo besa. Mirta los mira. Demasiado cariño para tres extraños. Desconfía de todo el mundo y más ahora que se ha vuelto más dura y agnóstica. Tan dura que ni siquiera seria capaz de donar el hígado de su madre muerta para que lo transplanten a otro ser necesitado. Se envara alerta y los mira pero hay algo en esos tres que le produce una calma que hace mucho no siente.

La lluvia cae afuera y empaña los vidrios convirtiéndolos en una catarata virtual, el fisiatra entra y comienza a darle golpes en el pecho al bebe. "Son masajes" explica la madre que ve la cara de espanto de los "compañeros de sala". Cada día alguien viene y golpea a mi hijo en el pecho y la espalda para desprenderle el catarro y luego se lo aspiran con estas sondas que se meten en el cuerpo por la nariz. Habla como toda una avezada profesional. Una experta que debió aprender de repente.

Los días pasan y los ojos de Mateo se vuelven más luminosos. Mirta se confiesa ante esos tres seres como si fueran ángeles. Está tan loca de desesperación, que una vez terminó hablando con el más pequeño de ellos como si fuera un padre en el que uno recuesta su cabeza y le cuenta sus problemas, y lo más curioso del caso es que el pequeño la escuchó en silencio, como un padre comprensivo, mientras la taladraba con la mirada escudriñándole cada milímetro de sus sentimientos.

Otro día más en el hospital. El padre de Mateo está de viaje y Mirta está sola estos días, sentada en el sillón de la habitación se deja adormecer en un pequeño relax que Mateo le entrega con un sueño que se toma. Ezequiel en la cama de al lado se levantó para ir hasta el baño y en su vuelta se queda unos segundos frente al bebé, le toca la frente y lo mira, la piel del crío experimenta una vaga luminosidad, la mujer vigila entre somnolienta y agobiada. Emmanuel entra con Miguel, y se juntan los tres delante de mateo. Mateo el niño sufrido, mateo el bebé sin vida libre, conectado a máquinas y caños que funcionan por él, Mateo el que no se entrega a la muerte porque quiere saber lo que es la vida.

Miguel se acerca a la mujer y la mira, una enorme pesadez domina el cuerpo de Mirta. El hombre le dice algo, se está despidiendo, se van, le dieron el alta a su hijo la saluda y le desea suerte. Le pregunta

"¿Cree en los milagros?"

Ella farfulla algo in entendible que el hombre toma por un sí, da media vuelta y se van los tres no sin antes colocar sus manos sobre el cuerpo del bebé. Una luz blanca ilumina la habitación, " un relámpago" piensa, está lloviendo. Mira a su hijo tirado en la cama medio muerto, medio vivo y ve que alguien se olvidó un crucifijo sobre él, se levanta, los tres ya no están, sale al pasillo, no los ve. Las luces son tenues y por en el largo pasillo no hay nadie. Desconcertada da unos pasos y se cruza con una enfermera que sale de algún lado, le pregunta por la familia de al lado y la muchacha la mira con rostro de paciente resignación, la invita a volver a su pieza y le explica que allí no hay nadie más; hace días que esa cama no se usa.

La luz en el pasillo se hace más tenue y en la sala donde está Mateo se ve una espléndida luminosidad, Mirta vuelve corriendo y mira a su bebé, algo ha cambiado, no entiende que, no sabe si para bien o para mal. Sólo mucho tiempo después los médicos le dirán que, sin explicación alguna su hijo se curó. Incómodos, no tendrán palabras para calificar con lenguaje científico lo que muchos dirían que fue un milagro.

Pasaron los días, los días trajeron los meses y los meses entregaron años al correr del reloj, Mirta caminaba una tarde por una calle poco transitada cuando se encontró con un oratorio desconocido en el medio de una arboleda pequeña en la plaza del Santo Socorro. Se acercó a dar gracias por su hijo como tantas veces hiciera desde que se curó y se transformó en un alegre muchacho de buen corazón. A los costados en los árboles que franqueaban la ermita habían colgado dos pinturas de una dulce belleza, justo a ella que detestaba el arte, le parecieron sublimes esos ángeles allí pintados. A su lado rezando, un joven de unos veintitantos años levantó la cabeza y la miró con el rostro bañado en llanto, le preguntó

"¿Cree en los milagros? Porque si es así necesito uno urgente, mi hijo de 5 años se va a morir en horas si no le hacen un transplante de hígado. Sé que suena horrendo pero estoy rezando por una muerte que me permita seguir teniendo a mi hijo con vida".

Mirta se estremeció porque sabía lo que pasaba por dentro de ese hombre y porque recordó la frase de Miguel tiempo atrás. Se fue trastabillando del lugar al tiempo que comenzaba a sonar el celular. Una voz del otro lado le informaba que su hermana, enferma mortalmente desde hace años, había transitado sus últimos instantes en esta vida. La voz le preguntaba si era partidaria de donar los órganos, porque el equipo de ablación se había acercado a pedírselos porque había un chiquillo de 5 años que los necesitaba.

Ella, que siempre se negó a eso; sin dudarlo contestó que sí.

Demás está decir que el niño fue transplantado y que salvó su vida. Mirta con la sensación de haber pagado una deuda volvió al tiempo a la plaza y a la ermita, para comprobar con sorpresa que esta ya no estaba. A su lado desconcertado el padre del niño que acertó a coincidir en el lugar con ella le decía. "No puede ser, estaba acá". Pero en la plaza no había señales de que alguna vez hubiera habido algo. En el árbol donde estaba la pintura tres palomas blancas como la pureza echaron a volar. Debajo de una rama con forma de crucifijo algún travieso había grabado sobre la corteza una pregunta.

"¿Crees en milagros?".

  • ¡Bravo! – Gritó, cínica, mientras aplaudía con aire de superioridad.

  • Bravísimo caro mío – repitió – por fin te escucho una historia que no tenga que ver con aquello que llevas entre tus pantalones. Ya me estaba preocupando. Pensé que pensabas con el pene y escribías con semen.

Mi cabeza retumbaba y me dolía la moral. Estaba agotado de esta farsa y trataba de convencerme que era una pesadilla pero tanto era el miedo a equivocarme que no me atrevía a desdeñarle los gestos de anuencia para que la acompañara. Ahora paseábamos de país en país por Latinoamérica.

  • Pobre gente – me decía – ¿Sabes? Hubo una época en la que tuvieron futuro pero hace tanto ya que no lo recuerdan. Pero alguien convenció a algunos que era posible que sobresalieran solos o que si otro les ganaba de mano no iban a poder salir nunca de debajo de su yugo.

Primero fue Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay. Lo estudiaste de seguro, una guerra de sirvientes del imperio. Luego no recuerdo quien fue pero resulta que Chile tomó algo que el otro quería aunque no usaba y Perú reclamó a Ecuador algo que ambos deseaban y Bolivia pidió otra cosa y Brasil se disgustó con alguien y Chile se peleó con Perú. Me miró condescendiente.

Tu sabes, no hace falta que te explique eres demasiado inteligente. A nadie le convenía una cultura latinoamericana. O es que acaso tú te crees los cuentos de Martí, Guevara o Bello de una América unida.

¡Vamos! Unida sí, pero en la postración.

Durante todos estos siglos que América convivió con el viejo mundo la clase dominante y dirigente ha servido a intereses propios que muy pocas veces han sido los del pueblo.

Los oficialistas y los opositores eran terneros que mamaban del papá Estado sin dejarle nada ha cambio y salían corriendo ante el mínimo atisbo de riesgo para sus cómodas vidas.

Giró graciosa sobre su eje y me mostró un paisaje de ensueño en una galería de arte donde señorones de rigurosa etiqueta y damas de sensuales vestidos sonreían y charlaban amables mientras la música no lograba ocultar los gritos de dolor y odio que el pueblo hambreado lanzaba detrás de los cristales.

Jamás renunciarán a la fiesta. Creen que les pertenece por derecho y de alguna manera así es. Tienen el derecho del más fuerte sobre el más débil y lo ejercen sin piedad. De vez en cuando hacen una obra de bien y calman el susurro de una conciencia dormida. Alguien les ha enseñado que lo que tienen se lo merecen. Lo que no les han enseñado es que arriba de ellos hay intereses más poderosos, esos a los que sirven y que cuando les venga en gana los aplastarán.

Es la historia de la humanidad. Desde que se creo la sociedad y alguien inventó la propiedad privada es el punto adonde van sin remedio. Si tu vida se gestó en una familia sin privilegios y sin armas para mantenerte dentro de los márgenes dignos puedes despedirte de una existencia placentera y de sonreír con motivos alguna vez. Todo va como el metal al imán, hacía los más fuertes que son, en definitiva, los más hábiles para interpretar los códigos del momento y proceder más allá de lo que la conciencia común permitiría.

Hizo un gesto con su mano larga y delicada de uñas perfectas y todo ante mi vista se hizo oscuridad. Su voz comenzó a retumbar otra vez en mi cabeza y un flamante relato cobró vida ante mis alelados sentidos. Volvía a los parajes de la imaginación para sentir en mi carne una nueva historia.