El escritor y la muerte (5)

Como contar en los tiempos que corren, que una vez hubo magia de verdad. Como explicar en el nadir del siglo XXI, que los duendes y la fantasía formaron una vez parte de la historia y vagaban por el mundo como perros vagabundos y bohemios. Como puedo yo contarte hoy, que el hombre vuela y se arma parte a parte en complicados transplantes, que aún en estos días, la magia sobrevuela nuestras vidas y dibuja garabatos en el alma aunque nosotros no nos demos cuenta...

Nathan y Sara

Como contar en los tiempos que corren, que una vez hubo magia de verdad. Como explicar en el nadir del siglo XXI, que los duendes y la fantasía formaron una vez parte de la historia y vagaban por el mundo como perros vagabundos y bohemios. Como puedo yo contarte hoy, que el hombre vuela y se arma parte a parte en complicados transplantes, que aún en estos días, la magia sobrevuela nuestras vidas y dibuja garabatos en el alma aunque nosotros no nos demos cuenta.

Es que nos volvimos tan racionales, que dejamos la pasión y el arrebato para momentos de furia, confusión o placer y a veces ni eso, porque hay gente que no abandona la razón ni en los momentos en que los gemidos se entrecruzan, confundiéndose en el aire cargado de deseo de una habitación llena de sexo. Conocí una dama que cuando lo hacía, se sacaba las prendas una por una, las doblaba y las colgaba en el ropero antes de continuar con el festival de besos, que a esa altura, se transformaban en un mero trámite para satisfacer al físico, lejos de la conjunción de cuerpos y almas que debe ser.

Sin embargo la magia está. Siempre está aunque tu, amiga mía, no la veas. Piensa sino, que produce en tu cuerpo el recuerdo del aroma de las tortas de la abuela, o la memoria del roce de los labios de mamá que ya no está, en tu mejilla. ¿Recuerdas ese calor en tu interior, la primera vez que te supiste enamorada? Piensa en los ojos que brillan en la penumbra de un rincón cualquiera, de un lugar cualquiera, la vez que la inocencia presintió que estaba a un paso de ser trocada por suspiros. ¿Te acuerdas que sentiste los momentos previos, los días previos, las semanas previas? El tiempo del cortejo galante, del quiero pero no, de esa dulce histeria que pasa a ser historia de tu vida. Todo eso, señora, todo eso es magia. Magia es lo que sucede en una dimensión que no tocamos, que no vemos, pero olemos y sentimos más allá de nuestra razón y queda grabada en lo más cerrado de nuestro ser.

Alguna vez hace mucho, pero mucho, mucho tiempo atrás, Dios creo una raza de seres con la capacidad de manejar la materia y el espacio. Una raza anterior a la humana, que tenía el poder de utilizar a su antojo la magia, la fantasía y el tiempo.

Estos seres, como nosotros, se relacionaban entre sí con la misma intensidad y pasión. Vivían sus vidas y dejaban a su paso las estelas de sus sentimientos, generando accidentes geográficos que iban conformando su mundo. Dos de ellos, eran los más aplicados. Siempre estaban volcando su pasión por ahí formando ríos de amor, montañas de besos, bosques de placer. Una vez, en que la magia estaba en su más alto tono, y el verdor de sus miradas se mezclaba con el azul líquido de su dulzura dando inicio a los mares más hermosos; sucedió que se cruzaron y pasó que se sintieron y sin ellos darse cuenta, se enredaron en el aire y subieron a los cielos y mezclados con las nubes, dibujaron en el mundo una historia de colores. Los colores que pintaban, se volcaban en la tierra y era tanto lo que daban, que con solo una pasada se formaba una cascada de las más bellas que hubiera; y en el aire continuaban; y sin darse tiempo a nada se adoraban y se amaban, cobijados por la risa del Dios bueno que orgulloso les creaba una burbuja de cielo, para que los dos seres preciosos pudieran crear tranquilos sin que nadie los parara.

Como te imaginarás, fue mucho para los otros y como suele pasar, la envidia hizo aparición y en un acto de traición a su raza y al amor, los otros seres molestos utilizaron su magia para encerrar a los pobres que se amaban sin razón. Él quedó preso en el sol y ella; encerrada en la luna y condenados los dos a correrse por toda la eternidad, cuando uno sale por este la otra se va por oeste. Él arde con su pasión encerrada y tan lejana. Ella bonita y galana sabiendo que aquel la ve, viste su celda de plata cuando la luz de las llamas la besa de vez en vez.

Condenados por su amor, por envidia y por pasión, el Dios que creo aquel mundo se sintió tan responsable, que barrió a todos los otros y los dejó a aquellos dos.

Con el tiempo se creo lo que se llamó ser humano y aquel Dios que nunca olvidó la tragedia de esos dos, les dejó la condición de trasladarse en el tiempo para ver si en algún cuerpo se podían encontrar. Probaron en muchos tiempos y también en muchos cuerpos. A veces lograban verse. Otras no tenían suerte. Una vez él fue Romeo, ella se llamó Julieta y en muchas otras historias se encontraron esos dos, pero tan grande es su amor que no les sirve una vida y transitan por el tiempo endulzándose con muchas. En algunas reaparece la envidia de los resentidos y en otras no alcanzan a verse, perdidos entre la gente, pero en otras se re encuentran y te juro amiga mía, que te das cuenta en los ojos cuando les miras mirarse que esos dos están adentro enredándose de nuevo.

Yo los conocí una vez, tuve la oportunidad. Ella se llamaba Sara y a él le decían Hamed. Vivían en una ciudad de la que ninguno era oriundo y habían nacido muy cerca uno del otro pero, muy lejos, sus padres se enfrentaban en odios. Ella, querida señora, era la hija del cónsul de un país de largo dolor y condena. En el monte Sinaí se encontraban sus recuerdos y solía divagar con su mente por las calles que corría de pequeña. Él, mi estimada amiga, era de origen árabe y tenía en las alturas del Golán su más nostálgico suplicio. Quiso la magia del tiempo que se cruzaran un día. Ella salía de la sinagoga y él iba hacia la mezquita. En una esquina bendita se cruzaron sus miradas, el celeste de la joven se enterró en el negro fulgurante de las pupilas del muchacho. Sara, sin saber porque, se encontró otra vez con sus recuerdos mirando a los ojos de largas pestañas de la persona que tenía adelante. Hamed quedó prendido de la sonrisa melancólica de labios tiernos que la chica le ofrecía.

Sin darse cuenta que eran parte de una historia que recorría tiempos y distancias, empezaron a verse y sin quererlo ni intentarlo siquiera, sus almas comenzaron a amarrarse entre sí en idas y venidas a escondidas, entre citas y coincidencias, entre juegos y suspiros.

Tardes enteras pasaban construyendo su historia. Regalos inesperados y dulces sorpresas eran el continente de un amor más viejo que el mundo. A los mitos del desierto, Sara les daba su alma y a las historias de la Tora Hamed les ponía su vida. Tan inocentes y jóvenes eran, que no les alcanzaba el día para pensar en ese amor que los consumía y purificaba, redimiéndolos de viejos odios, muertes y rencores que ni siquiera eran suyos. Tan cubiertos estaban de ese amor, que ni siquiera se paraban a pensar porque sus cuerpos al momento de encontrarse, se movían como si hubieran estado amándose por siglos.

Música suave, luces tenues donde nada se ocultaba a la vista y los pliegues de tela que recubrían sus cuerpos empezaban a molestar. Él se acercaba lento y ella lo esperaba. La yema de los dedos de Hamed, recorrían suaves, la base de la nuca de Sara. Los labios del varón besaban el cuello de la joven y empezaban a bajar. Se detenían y se miraban. Se hundían y nadaban en las pupilas del otro. Sus bocas se acercaban y sus lenguas cobraban vida propia. Volvían a alejarse mientras las manos de ambos no paraban de moverse. Sin siquiera pensarlo, de memoria, sus ropas iban una a una vistiendo el piso. La música y las luces eran parte de un todo. Hamed se alejaba y la miraba. Le fascinaba como, por arte de magia esa niña se convertía en una hembra en celo bajo sus dones. Sara también miraba, adoraba esa figura salvaje de pasión contenida frente a ella. Él se le acercaba, ella se preparaba. Pero. Las manos de Hamed se dirigían a los pies de ella. Suaves y cálidas sus manos comenzaban a rodearla de masajes placenteros y ascendentes. Las manos marcaban el camino a la boca que con besos y mordiscos recorría las rutas del placer de la muchacha como un viejo conductor que transita un sendero recorrido mucho, mucho tiempo. Las manos de ella se sumaban, en su locura, masajeando las zonas que las de él no podía. Y las caricias subían y la magia en esa habitación también. Él llegaba hasta la parte interna de los muslos, sus dedos rozaban la aspereza del pubis y cuando a punto estaba de descubrir la fuente de su deseo. Se retiraba. Ella gemía de deseo y él deliraba de locura, las miradas eran espadas que en el aire se cruzaban y llenaban el ambiente de feliz demencia. Nada existía salvo ellos dos. Hamed volvía a acercarse y esta vez comenzaba por arriba. Cada milímetro de su piel estaba esperándolo. Las caricias de ambos habían logrado despertar hasta el poro más dormido. Las palmas se hacían hueco para abrigar la calidez de los senos. La lengua mojaba los pezones hasta endurecerlos y la boca los mordisqueaba. En el medio un murmullo de "te quieros" y "te amos" adornaba la música de gemidos que, a esta altura era el fondo musical sobre el fondo de la música ambiental. Sara se entregaba generosa a esos mimos y los recibía como un tributo de Hamed hacia su amor. Él adoraba el regalo de su entrega y como, ella dejaba de lado todo pudor para entregarle hasta el más íntimo de sus movimientos. Los labios de Hamed bajaron y abrieron suave los labios que rodean el bosque de deseos. La lengua, ávida, buscaba beber hasta la última gota de locura. Paraba y la miraba y ella, consciente de sus gustos, bajaba sus propias manos y comenzaba para él una danza de lujuria en la que el muchacho era un espectador privilegiado de las caricias que ella misma se prodigaba. Y volvían a empezar. El joven se estiraba sobre ella cubriéndola, como queriendo abrigarla de todo mal. La mujer sentía su humanidad dura y vibrante asomando a la cueva de sus suspiros y se arqueaba para atraparla, pero él se le iba. Así continuaban toda la noche, regalándose orgasmos y deseos. Los gritos se enredaban en el aire dibujando colores y explotando de júbilo. Alguien con la magia y fantasía a flor de piel, hubiera podido ver como el lugar se convertía en un todo único y perfecto. Cada parte allí tenía vida propia por arte de la locura que esos dos se entregaban. Cada uno sabía lo que al otro gustaba y sin ponerse reparos día a día se lo daban. Vivían buscándose, guardando sus energías sólo para ellos. Renacían al amor por las noches, explorando y descubriendo nuevas formas y caminos en sus cuerpos encendidos. El sol los encontraba cansados y somnolientos pero aún sedientos. El tiempo sin verse era una muerte hasta la próxima noche en la que bajo la luna, volvían a vivir y entregarse.

Tanto amor, querida mía, no podía ser negado ni ocultado, y como te imaginarás los padres de ambos se enteraron y vuelta esos dos, el sol y la luna, Romeo y Julieta, y otros tantos más que fueron, debieron resistir el embate del odio la envidia y la sin razón de la lógica razón.

Que decirte mujer. Cómo poner en palabras la furia étnica de los locos que se matan poniendo por delante la razón (¡la razón!). ¿Podrías entender que una lucha de siglos intentara detener ese sentimiento que cruzó todos los tiempos?

¡Niña mía! ¿Qué sabiduría hay en separar a la gente que se ama con odios que otros pretenden hacer nuestros? ¿Qué criterio existe en intentar detener lo inevitable? Sin embargo sabemos que la gente es así. De nada vale poner aquí razones de un mismo origen. De nada vale escribir que Ala, Jehová y Dios son distintas acepciones de una misma concepción y es probable que su profeta y el mío sea el mismo que ellos están esperando. ¿Vale en un mundo enfermo y loco de mal forma, explicar que todos somos parte de un todo?. En casos como estos no. El amor y el odio no entienden razones y por tanto ¿Para qué luchar contra la sinrazón?

Hamed y Sara lo entendieron antes que nadie y sin que nadie los viera irse, se fueron. Encontraron un espacio de tierra en la tierra donde siguen reviviendo cada noche para morir de amor en el día. A veces ni siquiera esperan a la noche, pero ya sabemos que el amor todo lo trastoca. Dedican cada segundo de sus vidas a amarse sin que nadie los moleste y con la inventiva que les ha dado este amor eterno encuentran cada vez una manera diferente de hacerlo que a veces, como es de esperarse, no tiene que ver con el piel a piel. Él se cambió el nombre y se hace llamar Nathan, ella se dejó el de Sara y ambos trabajan día a día en forma tranquila en un país tranquilo y retozan tranquilos como dos seres mágicos y hermosos rodeados por la ternura que de ellos emana cada vez que se piensan, cada vez que se miran, cada vez que se hablan.

Es que el cariño que se profesan tiene que ver con el respeto hacia el otro, con el convencimiento de que se tienen cuando nada los retiene donde están. Tiene que ver con el conocimiento que en su relación todo vale mientras sea aceptado de buena gana por ambos y que en realidad son nada más que parte de un todo mayor al que hay que honrar, cuidar y alimentar.

Para serte sincero, amiga mía.

Somos más felices lejos del odio y cerca del amor.

Se quedó mirándome largo rato, en su rostro se dibujo una media sonrisa.

Vas mejorando – me dijo – parece que se te están despertando las neuronas.

Abrió sus brazos y se estiró.

Pude sentir cada ruido de sus huesos al acomodarse y por detrás de ella, como en una pantalla de cine, una polvareda se disipaba y veía vehículos destrozados, gente ensangrentada gimiendo, chiquillos corriendo asustados y madres desesperadas buscando a sus pequeños. Era una explosión. La forma de las edificaciones eran orientales. ¿Beirut, Tel Aviv?

Lo mismo daba porque al segundo cambió y apareció un avión con una inscripción en español que al instante siguiente voló en pedazos. Los trozos de metal manchados de sangre pasaron por delante de mí y cada uno tenía una inscripción en distinto idioma.

Reía enloquecida me tomó de la cintura y se elevó en el aire y con una pirueta de circo comenzó a pasearme por un mapa del mundo. Se sumergió en las aguas del Jordán y pasó rasante por las casas del Ulster irlandés. Como un perfecto gimnasta dio otro vuelco en el aire y se coló por entre las patas de las corridas de toro de San Sebastián y al instante siguiente estaba en las alturas del Golán contemplando como palestinos e israelíes se destrozaban entre sí.

Reía a carcajadas y se estremecía a cada grito de dolor; daba volteretas en el aire y cambiaba de escenario como un demonio dándose una orgía de sangre y locura.

Bosnia, Filipinas, Nicaragua, Chiapas. Ante mí desfilaban comandos yanquis matando guerrilleros en Colombia y Niños latinos muriendo de hambre tapados de moscas.

Al final algo volvió a cambiar y estábamos en una biblioteca llena de libros de historias. Ella se había convertido en una bella bibliotecaria de labios gruesos y cabellos rojos. Detrás de sus anteojos de montura dorada sus ojos negros reflejaban una pequeña pupila rojo sangre.

Extendió su mano hacia atrás, en donde los libros de historia universal descansaban en los estantes y esbozó su más cruel sonrisa.

  • ¿De veras crees que el amor puede escapar del odio? Los hombres no necesitan mucho motivo para matarse. Le dieron a su Dios diferentes nombres para luchar en nombre de él.

  • ¡Le nombran distinto para matarse! - Me gritó – A veces por poder, a veces por ceguera. Venden a cualquiera por sus ideas y por proteger pedazos de piedras que han construido por siglos y a las que llaman instituciones.

Una estentórea carcajada rebotó contra las paredes de la biblioteca y esta se derrumbó dejando pasó a un cementerio lleno de tumbas vacías. Me tomó del hombro y con una actitud paternal me llevó por entre ellas.

No importa porque, siempre encuentran una razón para matarse. Han matado en nombre de la Iglesia, en nombre del Estado, en nombre de Dios. ¡En Nombre del amor! Son tan patéticos. "Las instituciones están por sobre los hombres"- dicen y con eso solucionan todo.

¡Muera el comunismo! Gritan y financian asesinos vestidos de uniforme que les hacen sus trabajos sucios para luego de años enjuiciarlos por los crímenes que ellos mismos avalaron.

Me soltó y cayó dentro de una tumba abierta revolcándose entre huesos y atacada de una risa tal que no podía controlar sus acciones. Todo a mi alrededor cambiaba y giraba y explotaba en mil colores.

¡Que cinismo! Y tú me hablas de amor. Todo lo convierten en una disputa. Si te han puesto el ojo no hay amor que te salve. Lo único que te puede salvar soy yo dijo. Soy la paz por sobre todo

La paz de los cementerios – susurró y sentándose en el borde de una lápida sin nombre comenzó otro relato...