El escritor y la muerte (1)

Abrió su capa ante mí, mostrándome su cuerpo sensual y pálido, sus pies perfectos, sus tobillos delgados, sus piernas hermosas y muy largas, se mostraban fibrosas y flexibles. Sobre el vientre liso y translúcido, una mata de vello de un negro absoluto remarcaba la belleza de todo su cuerpo. No podía moverme, extasiado por esa imagen de ensueño que comenzó a caminar hacia mí con pasos largos y elásticos. Como de pantera. Su figura cubría todo mi campo de visión y de repente al envolverme con la capa entre sus largos y suaves brazos, todo se desintegró...

La mente se embota, la vista se nubla. Siento un calor que invade mi ser y una sensación de levedad me libera del peso de mi cuerpo. Ya no es primordial moverme, me da igual. La perspectiva de prioridades ha cambiado.

Miro por la ventana y veo a mi madre que viene caminando. Mas atrás mi padre. Es raro pero no me importa, hace tanto que no los veo, los extrañé mucho. Me produce alivio verlos después de tanto tiempo. Tantas cosas para contarles. ¿Cuánto hace que no estamos juntos? No puedo recordarlo. La última vez, creo, fue cuando fui de viaje y tuve esa pesadilla horrible que más tarde se hizo realidad. Cuando murieron en aquel accidente. ¿Murieron? O siguen de viaje. Sólo me entregaron dos féretros cerrados y no pude ver si eran ellos.

Siempre supe que volverían. ¿Por qué habrán tardado tanto? Ya me he casado. También están Matías y Nazarena, mis dos hijos. ¡Cuándo los vean se van a poner tan orgullosos! Van a llorar de alegría, lo sé.

Miro alrededor, siento la boca pastosa. Mis ojos son los únicos que siguen respondiendo a mis ordenes, pero estoy tranquilo. Sigo sintiendo un intenso calor en mi. Como un hormigueo en todo el cuerpo. Siento el latir de mi corazón como un sonido total y absoluto. Mi boca se seca, mi lengua se hincha y pierdo todo el control sobre mi persona.

De alguna manera que desconozco cambio de ámbito; frente a mi se corporiza una imagen imponente y extraña, puedo sentir al mirarla una familiaridad y una tranquilidad que me desconcierta. Sus ojos tienen la profundidad de las sombras y nada se ve en ellos. Su actitud da una imagen de eterna espera y su rostro indescifrable, exhala una luz de astucia que genera un automático respeto.

Me observa callada. Nada dice, nada pide. Una larga capa con reminiscencias medievales cubre todo su cuerpo y se pierde detrás de ella otorgándole a la dama, una imagen de figura con una cola infinita de paño y satén.

Atrás quedaron las sensaciones del principio y todo lo que me rodeaba ya no existe. Sólo ella y yo. Sin mover los labios, sin la más mínima expresión en su rostro, su voz empieza a retumbar en mi mente. Es una voz grave, oscura, sensual. Imposible no escucharla, imposible no sentir el estremecimiento del ser hasta lo más recóndito.

_ Tantos años me has buscado, por tantos sitios, de tantas formas.

Tantas veces estuviste a punto de encontrarme y no te diste cuenta que ahí estaba.

_ ¿Quién eres? Pregunté

_¿Quién soy? Aquella que has llamado sin cesar. La que has voceado a gritos sin saber que te esperaba. Tantas veces has pensado que me tenías y sin embargo me hallaba tan lejos de ti. Soy el fin de tu camino. La paz que tantas veces llamaste a gritos en tu mente. Soy el puente que a tientas buscaste cuando te sentiste solo y los demás ya no estaban. Soy tu más amarga lágrima y la tranquilidad de tu conciencia.

_ Soy la muerte, y he venido por ti.

Abrió su capa ante mí, mostrándome su cuerpo sensual y pálido, sus pies perfectos, sus tobillos delgados, sus piernas hermosas y muy largas, se mostraban fibrosas y flexibles. Sobre el vientre liso y translúcido, una mata de vello de un negro absoluto remarcaba la belleza de todo su cuerpo. No podía moverme, extasiado por esa imagen de ensueño que comenzó a caminar hacia mí con pasos largos y elásticos. Como de pantera. Su figura cubría todo mi campo de visión y de repente al envolverme con la capa entre sus largos y suaves brazos, todo se desintegró.

Mi cuerpo fue parte del aire y mis ojos testigos de escenas que no comprendían. Un niño flacucho, como de tres años, estaba tirado en su cama. Se veía pálido y enfermo, alrededor de él, una pareja ya cuarentona lo acariciaba y besaba con ternura y dolor. El niño se esforzaba por respirar pero el aire no quería entrar en sus pulmones, su cuerpito escuálido se estremecía y la pareja a su lado se agitaba desesperada. En las mejillas de la mujer se adivinaban los surcos que dejaban las lágrimas y en la espalda del hombre se podía sentir el dolor que vibraba dentro de sí.

De repente la imagen estalló con una explosión insonora y todo se transformó alrededor. El lugar había cambiado y un chiquillo, como de 8 años, estaba entre el barro, chapaleando tras una pelota junto a un ramillete de chicos más grandes que él. Fijé mi vista un poco más, había algo en su figura que me parecía conocido. Flaco, de orejas grandes, con un aire de despiste en su andar y agudeza en su mirada. Me di cuenta, era el mismo que estaba antes sobre la cama, pero en otro tiempo. Algo más había en él, algo indefinido, que no acertaba a descifrar hasta que la nube del olvido descorrió su manto con un soplo de recuerdos.

¡Era yo!

Estaba viendo mi propia historia pasar delante de mis ojos. Me estaba muriendo. Me estaba alejando de la vida y abandonando a mis seres queridos.

_¡No! – aullé

_¡Tengo tantas cosas pendientes aún! ¡Tanto por hacer!

_ ¿Por qué no? – contestó – ¡Qué desilusión!

_ ¿Es que acaso no recuerdas aquella noche de diciembre en que me llevé aquel niño frente a ti?

Yo sí. Recuerdo que tus lágrimas corrían por tus mejillas e implorabas a gritos que te cambiara por él. El viento pegaba en tu cara y el pelo flotando en el aire te daba un aspecto irreal. ¡Qué bello estabas! Te confieso que estuve tentada de hacer el cambio. De volver por ti, pero aún no era el momento. ¡Cuánto dolor tenías!. Nunca lo comprendí. Si ni siquiera lo conocías.

Giró en un mágico arabesco, pasando por delante de mí su fantástico cuerpo; el resplandor de su piel me pegó de lleno en las pupilas, encegueciéndome por un instante. Puso su rostro a milímetros del mío, y me perdí en la profundidad de sus negros ojos y volví a escuchar su voz en mi cabeza

_ ¿Cómo puedes negarte a mí?

Soy tu mas fiel seguidora. Estabas destinado a mí desde que naciste. Fui testigo de tus más secretas vergüenzas y tus más ansiados anhelos. ¿Quién crees que estaba contigo cuando marcaste con tu dolor las páginas de tu primer poema? ¿Y quién piensas que leyó primero aquellos cuentos que nunca lograste publicar?

Yo sé de ti mas que nadie.

Sé de las huellas que han dejado tus ojos en la pared de tu habitación durante las oscuras horas de insomnio.

Vuelcas en las letras todo el sentimiento que hay en ti y me alimentas con tu pasión en cada párrafo. Soy tu admiradora. Debes venir conmigo, concluyó. Es tu deber y el mío.

-_ ¡Mis hijos son aún pequeños! – imploré- – ¿No conoces la piedad?

Sus ojos, por un momento, reflejaron perplejidad. Luego, por primera vez, sus labios carnosos y perfectos estallaron en una carcajada sin límite.

_ ¿Piedad? – preguntó –

_ He recorrido por siglos los caminos del mundo; cosechado las mieses que el hombre me otorga con su odio, con su locura y sed de poder. Piedad es para mi una palabra que no tiene significado y no te engañes, el género humano en su más pura esencia no conoce el término. Se destruyen a sí mismos y me culpan porque me alimento de sus pasiones. Tu dices escribir historias, yo te mostraré que es una buena historia

Extendió sus brazos y me envolvió. Acercó sus labios sensuales de blancos dientes y me besó. Sentí su lengua ávida en mi boca y un suave aliento frío. Su cuerpo fue pegándose al mío por partes. Sus hombros a mis hombros. Percibí las duras aureolas de sus pechos enhiestos, sobre mi pecho y el áspero pelo de su pubis acarició mi vientre. Todo mi ser respondía a sus estímulos, mientras mi alma luchaba por escapar.

Sus ojos abiertos observaban paso a paso el proceso. Realmente se estaba alimentando.

De repente, sin que me diera cuenta estaba en mí, pero aún podía verla. Su cuerpo, su rostro y sus actitudes eran la mezcla perfecta entre el cielo y el infierno. Su cara de ángel era el contraste exacto para sus ojos cínicos y diabólicos. Su figura estilizada y fibrosa era continente de unos movimientos sensuales e ingenuos que nada tenían que ver con ella. Con esa ingenuidad me dijo

_ Te propongo un trato. Dame tus cuentos más sentidos. Los que encierren tus más profundas pasiones. Aliméntame como sólo tu sabes hacerlo. A cambio te daré mis historias y luego veré si te dejo ir.

Alrededor de mí, todo era colores que cambiaban por segundos. Aspiré profundo y pensé que estaba viviendo una pesadilla pero no me podía despertar. Tenía ante mí el más crítico lector que hubiera deseado y me iba la vida en los relatos.

Me dispuse a jugar con la dama una ronda de pasión y locura, con la finalidad de escaparle a la muerte y seguir un tiempo más en el mundo de los vivos; mientras, escuchaba en mi cabeza su primer relato...