El escritor - Capítulo I - Chelo, la exótica

Un escritor llega nuevo a instalarse al pueblo y conoce a su musa, alguien a quien no era la primera vez que veía.

A esa mujer había que fotografiarla sí o sí.

Vestida de amazona para la ocasión, con traje de corte andaluz, montaba a lomos de una yegua parda, grande. Ella morenaza, de moño recogido adornado con flores y con una mirada de un azabache tan intenso y misterioso que bien parece el peligroso canto de las sirenas. Madura, pero tierna, aun no tiene los cuarenta. Alta, de curvas ideales, espectacularmente dibujadas por las piezas de las que se compone el traje: falda, blusa, chaleco. Una belleza que bien podría ser una mulata dominicana, como la princesa de un sultán, la más hermosa de las gitanas o una indescriptible morena andaluza; Que lo era.

¡Un verdadero pibón! Y ella lo sabía.

La fotografié en un encuentro ecuestre nacional, entre otras cientos de fotografías de aquel evento, y, tras seleccionar las que más me gustaban, las edité y las compartí en redes sociales. Ella estaba en una de ellas.

Por esto del amigo de mi amigo que tiene un amigo que tal, la muchacha dio con mi publicación y con su foto. Conforme vi la miniatura de su foto de perfil en la notificación correspondiente a “tienes un nuevo me gusta”, la reconocí. Esa profundidad de la mirada, esos rasgos que definían sus ojos... ¡Era inconfundible!

Ya tenía de ella toda la información que quisieran darme las redes sociales. Y fue bastante.

Consuelo Pérez de Alba, tenía exótico hasta el nombre. Sus amistades la llamaban Chelo, tal y como pude comprobar en algunos comentarios de las fotos personales que poblaban su muro. Tenía una belleza natural tan fotogénica que, de repente, la foto que le hice me empezó a parecer normalita. Aquí había fotos de móvil que eran mejores que la mía.

La había compartido, la foto que le había hecho, digo, y, después de haberle dado el repasito a su muro, regresé a la publicación para decirle algo. Fue algo así como un “no nos conocemos, pero ¡viva la madre que te parió!”. Casi literal. Ella respondió con un escueto “¡Vaya! Gracias”.

Ese fue todo nuestro contacto hasta el día en que coincidimos cara a cara en un pub de su pueblo meses después.

La reconocí de inmediato, claro. ¡Y flipé! Estábamos en lugares diferentes del local y, hasta donde yo sabía, ella no me había visto. Ni contaba con que, al hacerlo, pudiera reconocerme, evidentemente. De hecho, cruzamos la mirada más temprano que tarde y no lo hizo.

Yo estaba solo, en algún lugar de la barra, uno tranquilito. Ella estaba con un par de amigas y de amigos. No parecía que nadie fuera pareja, pero si me daba la impresión de que había personas tirando la caña. Ella no.

No os he contado qué hacía en un pub de su pueblo, lo sé. Quería poneros antes en situación con la escena. Es sencillo, me he mudado. La vida me puso una oportunidad delante que era interesante y que, entre otras cosas, incluía una ventajosa mudanza. Ventajosa a muchos niveles, incluido el emocional. O, tal vez, sobre todo al emocional.

Me estaba haciendo al nuevo lugar. Me había ido a vivir a un lugar poblado por una gente que tenía una personalidad muy singular que yo conocía y admiraba. Me había venido a vivir al nuevo lugar de mi vida.

Venía de echar unas cervecitas y tapear algo en la terraza de uno de los bares del centro de este pueblo, de apenas una decena de miles de vecinos, y, por el centro también, encontré el pub que me pareció el más oportuno para tomarme una copita en razón de mis gustos y mi edad.

¡Y allí estaba el cuarentañero! En un pub en el que tenía cabida, en un lugar tranquilito de la barra y con su copa de ron con cola en la mano y un pensamiento en la cabeza.

  • ¡Anda, mira! Chelo -pensaba.

No había ninguna excusa con la que abordarla a pesar de que hubiera una tan evidente. Pero, ¿qué? ¿Qué haces? ¿”Hola, soy el que te hizo la foto”?, ¿en serio? ¡Qué va! La excusa de la foto no vale. ¡Es tan forzada!

Así que, si quería entrarle de alguna manera, tenía que ser de otra.

Dicen que las casualidades existen y también hay quien dice que el destino está escrito. La cuestión es que hay ocasiones en las que, de verdad, parece que las cosas pasan porque tienen que pasar y resulta que han nacido fruto de la casualidad. Resulta que, mientras lamentaba pensar que no había forma de abrir fuego, en mi soledad en la barra, cogí el móvil para buscar la foto en mis redes sociales y me entretuve viéndola: ella, de costado, sobre su montura, tan guapa, con tanta percha, tanto garbo...

  • ¡Tú eres el de la foto! -escuché de repente a mi lado en una voz femenina.

Levanté la vista de la pantalla y me encontré con la suya. Su voz no me había dicho que estuviera tan cerca.

  • ¡Cucha! La amazona De Alba -respondí haciéndome el encontradizo-. ¿Qué tal?

  • ¿Amazona De Alba? -preguntó sin dejar de sonreír.

¡Qué oyuelos!

  • Sí... Todavía no tengo la confianza suficiente como para poder llamarte Chelo. Imagino que debo ganármelo. Así que, hasta donde me lleva y la información y el respeto, la amazona De Alba está bien.

  • ¡Sí que lo está! Suena a nombre de novela. Y claro que puedes llamarme Chelo.

  • Pues sí, soy el de la foto... Lolo, no sé si lo recuerdas de facebook.

  • ¿Qué hacías? ¿Comprobar si era yo?

  • Sabía que eras tú, solo estaba viendo de nuevo la foto.

  • ¿Y por qué no me has dicho nada al reconocerme?

A pesar de que las casualidades existan o el destino pueda estar escrito, sentirse así de gilipollas también es posible: justo lo que no quería hacer por simple, justo le que me decía que tenía que haber hecho.

  • No me parecía razón suficiente para presentarme sin más, sin saber siquiera si interrumpiría algo importante -levanté entonces la mirada y comprobé que se había quedado sola, que sus amigos no estaban donde habían estado hasta hacía un momento-. ¿Se han ido?

  • No, están sentados fuera. Les he dicho que venía a saludarte.

  • ¡Ah! Que no me has reconocido ahora al verme mirando en el móvil la foto que te hice, que ya te habías dado cuenta antes...

  • Un poquito antes...

  • ¿Cuánto antes?

  • Desde que has entrado por la puerta. No te imaginaba tan alto.

No me lo podía creer. Os recuerdo que os estoy hablando de que una morena pibonaza, no solo estaba hablando conmigo, sino que, además, estaba dejando mensajes claros de que no le era un desconocido. Es decir que, como poco, sabía de mí todo lo que hubiera querido bichear en mi facebook. O sea: toda mi vida. Basta con que sepáis que tengo configurado mi perfil como público y que llevo contando mi vida desde hace diez años: recuerdos del pasado incluidos. Mi biografía es una completísima enciclopedia sobre mi: mi historia y mis emociones.

Se trataba de la terrible fantasía de imaginar que un pibón como aquel se había interesado en ti.

  • Altísimo -respondí-. Algo bueno tenía que tener...

Sonrió. Es del tema cinco del manual del ligoteo: es fundamental al principio del flirteo hacer un chiste riéndose de uno mismo. Los cuatro primeros temas son para contaros que es imposible entender a una mujer. Así que, había sonreído, y eso era bueno.

  • Y también haces buenas fotos -me dijo. Y, eso, fue aun mejor.

  • No tienen mérito cuando la modelo es tan perfecta como tú. He visto en tu muro fotos de móvil mejores que la que te hice a caballo con la cámara.

  • Así que me has estado bicheando...

  • Evidentemente -respondí-. Y tus publicaciones me han dado alguna que otra información sobre ti. Aunque, como suele pasar, la que interesa es la que no se cuenta.

A estas alturas ya era más que evidente que, a poco que apretara, los amigos se iban a tomar las copas sin ella. Por eso apreté. Aunque, dicho sea de paso, con un comentario bastante complejo porque, una de dos, o me equivocaba y “la que no se cuenta” era el pie perfecto para que siguiera sin contarse y se marchara o, por el contrario, se quedaba para contarme su vida y milagros “y lo que surja”. Que era lo que yo quería y percibía.

  • ¿Qué información interesante tienes tú que no cuentes? -me preguntó-. Porque yo... Yo no la tengo.

  • Hay cosas de las que no se puede hablar a la ligera. Incluso no siendo malas...

Prometo que no era mi intención hacerme el interesante, no me gusta ese tipo de gente. Es, simplemente, que hay cosas de las que no se puede hablar cuando hace diez minutos que conoces a alguien. Da igual la naturalidad con que tú las abordes, lo interiorizadas que las tengas... La palabra tabú no se inventó por gusto.

  • Está bien -esa forma de comenzar su respuesta me descolocó más que tranquilizarme-. Cuéntame algo de mí que te hayan dicho mis redes sociales. Pero no algo evidente, sino todo lo contrario. Algo oculto...

Definitivamente, Chelo quería tomarse una copa conmigo.

¿Sabéis ese momento en el que estás con alguien a quien matarías a polvos pero que, además de ponerte dura la polla, también te pone a funcionar el cerebro? Ya os he dicho que “la amazona de Alba”,a la que no llamé “señorita de Alba” porque desconozco su estado civil, está para ponerla en todos los estados posibles así como en todas las posturas imaginables. El caso es que, además, me estaba conquistando segundo a segundo con su intelecto. ¡Ah! Qué maravillosa palabra. Qué maravilla cuando, un cuerpo perfecto, es el envoltorio de una mente interesante.

A vosotras os pasará igual con lo tíos.. ¿De qué sirve un cachas ciclao sin neuronas? ¿A que nunca os fijaríais en un encanto más feo que Guiñapo? Es cierto que,a partir de cierta edad, se ven atractivas e, incluso, morbosas, cosas que no te lo parecen cuando eres joven. Vale que yo no soy un Adonis, pero la amazona de Alba tampoco tiene veinte años...

El tremendo pibón se había fijado en mí por lo que fuera y la cosa iba bien. Así que era cuestión de no cagarla.

  • Te diviertes y sabes pasártelo bien, pero no eres feliz. No sabes vivir a solas contigo

¡¿Pero qué haces, so loco?! ¡¿Cómo sueltas semejante disparate?! ¡¡Aunque te parezca cierto!!

  • ¡Claro que soy feliz! ¿Cómo que no sé vivir a solas conmigo? ¿En qué te basas?

Me basaba en que tenía que seguir apretando, en que tenía que ver cómo reaccionaba. Y lo cierto es que, para lo que sospechaba de ella, su respuesta me había dejado, de nuevo, descolocado.

Sus redes sociales son una oda al postureo. No dudo de que, por ejemplo, su afición a los caballos sea tan profunda como debe ser una relación con esos animales. Incluso apuesto a que es su única y verdadera felicidad. Pero, ni siquiera ahí, está sola: hay un animal: alguien en quien volcar todo el cariño que anhelas. Y, por el resto de publicaciones, mucha salida con amigos, muchos amigos, o contactos, directamente y mucha publicación de influencers mal folladas: sarcásticas y divertidas, sí, pero poco trascendentales.

Sin embargo no montó en cólera, que habría sido la reacción imaginable para los casos de personas sin amor propio, sino que quiso saber. Sin mostrar un atisbo de mentira o disimulo en su respuesta, mostraba interés por conocer. Y eso volvía a ser bueno.

Todavía no podía afirmar que me estuviera tirando la caña: ni me creía merecedor de tan alto privilegio, ni había habido nada en su comportamiento que me invitara a suponer lo contrario. Pero, sin embargo, lo sospechaba o quería sospecharlo. Fue por eso que, con su respuesta, me conquistó: En el hipotético caso de que me estuviera tirando los trastos, si tu presa te suelta una como la que le había soltado yo (y creyendo, realmente, que no era feliz), tú, que eres una infeliz, no vas a consentir que, encima, te sigan diciendo barbaridades sino que, por el contrario, marcharse decepcionada (y jodidamente cabreada) es la alternativa más plausible. Chelo, sin embargo, se quedaba y seguía preguntando.

  • En que no publicas pensamientos trascendentales -empecé a responder-. Así que, una de dos, o es que no has aprendido todavía de qué va la vida o, y me decanto por esta segunda opción, sí que lo has aprendido pero todavía te duele aceptarlo y asimilarlo.

  • O soy una ignorante o una cobarde...

¡Uf! Aquellas empezaban a ser palabras mayores. La estaba cagando...

  • ¡O no! Y eres tan inteligente que prefieres que esa parcela no se divulgue por Internet.

  • Trata de arreglarlo ahora...

Pues sí, amigos, la había cagado. Sin embargo, ni miró el reloj ni la puerta. Así que quería seguir escuchando y, por tanto, yo tenía que continuar buscando con qué disparar que fuera tan efectivo que, no solo le borrara el conato de cabreo de inmediato, sino que, además, fuera capaz de transportarla a un momento anterior de la conversación en el que todo fueran sonrisas, interés y alegría.

  • No es fácil leer en donde no hay nada escrito. Todo son suposiciones que se basan en la percepción y en la propia experiencia. ¿Cómo voy a decirte algo de ti que no sepa si no te conozco más que por lo que cuentas?

  • O sea, ¿Que el ignorante o cobarde eres tú? -me preguntó.

  • Muy ignorante y muy cobarde -contesté-. Y muy alto... Ya te he dicho que algo bueno tenía que tener...

Aquella sonrisa fue mi salvación y lo fue por dos razones. O, más bien, por producirse en dos tiempos. En su primera parte, aquella sonrisa sincera ponía de manifiesto que Chelo era capaz de ver más allá de palabras desafortunadas y que seguía manteniendo su interés. Y, en su segunda etapa, su sonrisa se tornó levemente nostálgica, como si me estuviera dando la razón acerca de lo de la felicidad, de lo de su felicidad.

No me debía haber equivocado del todo con mi vaticinio.

  • ¿Tú crees que mi muro dice eso de mí ? -le pregunté- ¿Que soy un ignorante o un cobarde de la vida?

No pude evitar echarme a reír cuando la vi adoptar, casi sin querer, ese movimiento tan genuino del brazo y la mano con el que Chiquito de la Calzada acompañaba siempre aquello de “cobarde”. Y, claro, como sabía de lo que me estaba riendo, pues ella se descojonó también.

  • Perdona -me dijo mientras recomponía el ritmo respiratorio-, no he podido evitarlo.

  • No puedorl, no puedo evitarlorl -repliqué.

Y nos volvimos a reír.

  • ¿Serías capaz tú de decirme algo sobre mí que sea sin estar en mi facebook?

Tenía la sensación de que el mal rato había finalizado y me vi con ánimo para volver a apretar. A ver si, con la naturalidad y espontaneidad del momento en el que estábamos, confesaba con la misma naturalidad hasta qué punto me había bicheado ella a mí.

  • Que nos vamos a ver con frecuencia porque... -apretó los labios, frunció el ceño mirando al infinito y movió la boca de un lado a otro de la cara en un gesto muy simpático, pero que yo no terminaba de pillar-. Porque... Si no me equivoco, tenemos un vecino más en el pueblo.

¡Co-ño!

Todavía no lo había hecho público en redes sociales, pero ya sabéis por qué estaba en el pueblo. Tampoco lo había dejado caer ni nada parecido. Al final resulta que es muy cierto eso de que, si quieres que los planes salgan bien, cuanta menos gente los sepa, mejor. Lo sabía mi familia más cercana y dos o tres amigos, nadie más. Ni siquiera recordaba haber hecho alguna publicación con segundas, ni nada parecido. Pero, sin embargo, algo debía haber cuando Chelo me había destapado con tanta rapidez y facilidad.

  • ¿Y te basas en? -le dije.

  • ¿Te hago el resumen completo o basta si te digo que has vendido tu casa?

  • ¿Qué bebes? Hace un buen rato que ese tercio está vacío.

Evidentemente quería el resumen completo porque lo seguía flipando.

¡Tremendo! No se equivocó en una la tía. Sabía de la mala historia de la que estaba saliendo y de lo mal que lo estaba llevando. Nada delictivo, no os preocupéis, solo emocional. Me habló de dos o tres publicaciones mías que si tenían su doble sentido y supo interpretarlas de inmediato. Se había entretenido en conocerme, no cabía lugar a dudas.

Le molaba a la amazona De Alba, a la que tenía exótico hasta el nombre. Todavía seguía sin poder afirmar que me estuviera tirando la caña pero, molarle, le molaba.

¡Si hasta le acababa de decir a su amiga que se quedaba conmigo cuando la otra entró a decirle que cambiaban de garito!

  • ¿Sabes lo que pasa? -me decía- Que me encanta cómo escribes y cómo cuentas las cosas. ¡El álbum de tu viaje a Toledo es chulísimo!

  • Es que el viaje a Toledo fue una pasada...

  • ¡Qué chula la foto del río de noche! Con las luces de colores y los reflejos. Qué fotos más chulas haces...

Y, ahí, sí que lo vi. Lo raro hubiera sido no verlo. Entre el tono de voz, el golpe de melena y la caída de párpados no sé qué más necesitaba para no darme cuenta. ¡¿Pero cuánto tiempo llevaba esta chiquilla así desde que habíamos empezado a hablar?!

¡Ay! ¡Dios! Qué cortico soy... ¡Pobrecica!... ¡Ya puedes sacar la artillería pesada!

  • Pues quiero pegar otro viajecillo por el estilo pronto. ¿Alguna sugerencia y nos vamos?

  • El Madrid de los Austrias me mola...

¡¡Encantadora!!

No pasaron más de diez minutos antes de que nos besáramos en la boca por primera vez. La cosa ya fue un no parar hasta que ocurrió. Luego seguimos con el pasteleo y el tonteo durante otra ronda más en la que yo estaba fli-pa-dí-si-mo. ¡Me había liado con aquel tesoro! O sea... ¡Yo! O sea... ¡Ella!

Flipaba. Ya sabéis cómo es...

Aceptó que continuáramos en casa. Aunque llevaba menos de una semana en el pueblo y no tenía ni un solo mueble decente, para el ron y la cola siempre hay sitio . Sobre todo cuando vienes de celebrar algo. O a celebrarlo. ¡El asunto! Que cambiamos de escenario y nos mudamos a la terraza de una casita andaluza de campo que da a parte de una finca que también hay en la escritura y que cuenta, entre otras cosas, con pequeño jardín y piscina. Sentados en sillones de madera y enea, tenemos el par de copas sobre una mesita central. La cosa pinta a polvo, o así me lo parece. Y ya sabéis que yo soy, más bien, cortito. Pero seguimos con la charla y los besuqueos principalmente. Evidentemente, también son frecuentes los muerdos.

La cosa iba porque, después de haber puesto en común otros tantos destinos posibles para hacerse un viajecillo que no podían podían hacernos más iguales en esta afición del turismillo histórico, estábamos repasando y charlando sobre mi experiencia en Toledo. Chelo recordaba muchísimas de las anécdotas que contaba en ese álbum de fotos que tenía colgado en facebook y, al rememorar lo que ponía, había ocasiones en las que era casi literal.

  • ¿Tú no escribes? -me preguntó- Porque, talento, tienes

  • Hago mis cosillas. Pero no creo que te las deba contar en nuestra primera cita...

  • ¡¿Cómo que no?! Si crees que son las que no debes contar es porque son las que tienes que contar. ¡Espera! Déjame pensar...

Dibujó una mueca de interrogación con la cara durante unos segundos.

  • Haces algunas cosillas que no me debes contar... ¿Por qué? ¿De qué escribes que no puedas contarlo?

Entonces, con una velocidad que me puso el corazón a mil, me miró con cara de “te he descubierto”.

  • Relato erótico... -dijo.

¡Co-ño! Otra vez. Solo que, en esta ocasión, conforme me leyó en los ojos que había acertado, no dudó en abalanzarse sobre mí para darnos un muerdo de los de “Eh!! Estas carnecillas ya son palabras mayores, ¡Ay, Dios!”.

  • ¿Tienes alguno para enseñarme? -me preguntó en la pausa de un muerdo en el que le tenía la cabeza cogida por la nuca desde debajo de la blusa que llevaba y que, desabrochada,se le había venido a ir enrollando en la parte superior del cuerpo; Sobre el pecho.

¡Dios qué tetas!

  • ¿Ahora te vas a poner a leer ná? -ainsss...

  • O sea... Que tienes... -y me dio un mordisquito en el labio inferior para, después de soltarlo, seguir sosteniéndome la mirada.

¡Pues claro que lo tengo! ¿No ves que, este, es mi demonio?

Me gusta el sexo, me gusta en múltiples facetas. Me gusta escribir relato erótico como me gusta verlo en películas, me gusta el sexo más desinhibido como fiel soy a mi pareja. Tengo una mente perversa, afición por la fotografía y mucha imaginación. Y estoy enamorado de un pueblo en el que, eso, no cabe ni mijita. Y aquí me he venido a vivir.

Y ahí estaba Chelo... ¡Madre mía, la exótica!

  • ¿Me das tu número? -le dije mientras cogía el móvil de la mesita.

Le mandé por whatsapp el enlace a mi panel de perfil de todorelatos.com. Su móvil sonó, lo cogió y se quedó un momento en silencio mirando la pantalla. Le iba cambiando la cara a cada segundo.

  • ¡Vaya títulos tienen algunos de los relatos! -dijo en una de las que estaba riendo-. “Jornada naturista en el residencial Bellavista”... ¿esto qué es? Un disparate de orgía, ¿no?

Asentí. Ahora ya sabía por qué le iba cambiando la cara. Volvió a quedarse callada, imaginé que seguía leyendo el listado con más de sesenta relatos que tengo publicados. ¡Con las cosas que hay ahí! Sexo hetero, lésbicos, tías bisex, tríos, orgías, amor filial, dominación, voayerismo, situaciones, fantasía... Perversión...

Este silencio me estaba pareciendo un poco más largo que el primero y, por lo que me decía su gesto, estaba leyendo algo más largo que un simple título. ¿Dónde estaría? ¿Qué estaría leyendo?

  • Parece ser que eres bueno -me empezó a decir-. Los comentarios de la gente que he ido leyendo son todo felicitaciones... Y, oye, tienes un 8,72 de nota media con tantísimo relato publicado. ¡Eso es altísimo! Pero claro, teniendo en cuenta como escribes “de normal” pues, en “erotic mode”, también tienes que ser la caña. No, no he abierto ninguno de los relatos -continuó diciendo-. Eso para otro momento.

Soltó el móvil sobre la mesa y se levantó del sillón para volver a abalanzarse sobre mí. Solo que, en esta ocasión, se me sentó a horcajadas encima a la par que echaba los hombros hacia atrás para que se le cayera la blusa.

Llevaba puesto un sujetador, ¡Qué sujetador ni qué mierdas! ¡¡Qué tetas, Dios mío, qué tetas!! Casi mejor que sus oyuelos.

Ahí ya no hubo quien nos frenara. Cayó el suje, me quitó la camiseta, nos pusimos de pie para desabrocharnos los pantalones, nos descalzamos, terminamos de desnudarnos y nos dejamos llevar. Que si en el sofá del salón, que si apoyada contra la mesa del comedor, que si en la cama así, que si en la cama asá...

¡Es que no os podéis hacer una idea de lo buena que está!

Nos cogimos con ganas. El sexo a esta edad es otro nivel y, sin hacer ninguna locura, se viven experiencias alucinantes. Esta lo era. Me encantaba cómo su piel me llenaba las manos, la forma en que sus curvas se encajaban y deslizaban entre mis dedos. Su olor, su tacto... La vida...

Cómo disfrute del primer polvo... ¡Y del segundo! ¡Y del tercero!...

Del dormitorio regresamos al salón, del salón a la terraza... ¡Uf! Una experiencia memorable. Terminamos por volver a caer en los sillones de enea y, aún estando aguadas, agradecimos tener una copa que echarnos a la boca para beber algo.

Chelo volvió a coger su móvil y, de nuevo, pinchó en el enlace de todorelatos.com. Volvió a echarle un ojo al listado de títulos.

  • ¡Tío! Más de un millón de lecturas, ¡qué envidia! Ojalá tuviera yo tu imaginación y tu forma de escribir...

  • Solo es empezar -le dije.

  • Y valer -me insistió-. ¡Lolo! Que hasta hay una tía que parece coleguilla tuya de por aquí que te felicita por terminar un relato justo cuando va a empezar el sexo... ¡Eso es de ser muy bueno! ¿Eres muy bueno?

  • Me salen cosillas chulas de vez en cuando -respondí, y respondo, desde la humildad bien entendida.

  • ¿Me vas a enseñar a escribir?

  • Con todo lo que me inspiras -le dije.

Se levantó de nuevo de su sillón y se volvió a sentar a horcajadas encima mía asegurándose, además, de nuevo la penetración. Una vez que acomodó bien el culo su estimulación se trasladó a los músculos vaginales.

  • No me digas esas cosas, que se nos va a ir de las manos... -me susurró mientras comenzaba a cabalgarme pausadamente.

Posé mis manos sobre sus caderas, cogiéndola por la cintura. ¡Qué vistas!

  • ¿Pero cómo puedes estar tan buena?

  • Mmmm...