El Escote de mi Vecina
Solía espiar el escote de mi vecina por la mirilla hasta que un día me pilló... y mi sueño se hizo realidad.
Son las 9:45 y suena la alarma de mi móvil, es la hora en que mi vecina sale de casa para ir al trabajo. Como todos los días, salgo corriendo a mi puerta y observo por la mirilla con cuidado. Algunas veces tengo que esperar uno o dos minutos, otras llego justo a tiempo para ver el ritual. Mi vecina Josefa, una mujer de 40 años, pelo moreno que cae en bucles sobre sus hombros, labios de cereza y el más espectacular escote que haya visto jamas; se detiene delante del espejo que ocupa buena parte del descansillo para dar unos últimos retoques a su aspecto. Una pestaña descolocada, un pendiente torcido… y como colofón siempre se ajusta la pechuga, asegurándose de que enseña una generosa porción de su canalillo. La visión de un busto tan increíble me alegra el día y hace que se me pare el corazón. Si, lo habéis adivinado, los pechos generosos y los escotes de vértigo son mi fetiche.
Una vez al mes quedamos para limpiar nuestro tramo de escalera; así nos repartirnos la tarea mientras nos ponemos al día de nuestras respectivas vidas. En estas ocasiones Josefa lleva ropa holgada para trabajar; pero siempre con alguna blusa que marca sus voluminosos senos con cada estiramiento de la tela. Yo intento echar vistazos disimulados mientras limpiamos, y creía que nunca me había pillado. Pero un día, en un descanso mientras esperábamos a que se secara el suelo me soltó —: ¿Quieres verlas?—
Yo le miré con cara de despiste sin saber muy bien de que me estaba hablando. —¿Ver qué?— respondí.
—¿Pues qué va a ser? ¡Mis domingas! ¿Que si quieres verme las tetas?— aclaró con la misma naturalidad con la que alguien te ofrecería ver su colección de tazas. Sentí como la sangre se me agolpaba en las mejillas; no necesitaba verme en el espejo para saber que me había puesto como un tomate. Me había quedado sin palabras.
—No intentes disimular, que no se te da bien —continuó antes de que me recuperara del susto—. Las miradas furtivas cuando limpiamos o nos encontramos en el ascensor, sé que me espías todas las mañanas por la mirilla... ¿Sigo?—
Si mi rostro no estaba ya lo suficientemente encendido por la vergüenza, a juzgar por el calor que sentía ahora debía parecer una langosta cocida. —Y-yo… —tartamudeé.
—Vamos, vamos, no te estreses —intentó calmarme—. No te lo he dicho por mal. En el fondo me gusta y además lo haces con elegancia.—
Sentí un cierto alivio al saber que no estaba enfadada. Además de tener un busto que quita el hipo, es muy maja y hubiera odiado perder su amistad por culpa de mi vouyerismo. Aunque me fastidiaba un poco que me hubiera cazado porque de ahí en adelante me tendría que cortar bastante.
—Pero lo de si quieres verlas lo digo de verdad.— Aquí me pilló, como suele decirse vulgarmente, con «el culo torcido».
—¿Hablas en serio? —Fue todo lo que acerté a decir. Mi cara debía ser la viva impresión de la confusión y Josefa estaba disfrutando con ello. Pero mis sorpresa era poca comparada por lo que estaba por venir.
—Claro que si —respondió subiéndose a un peldaño para que su escote quedara a la altura de mis ojos—. Incluso, como te gustan tanto, podrás tocarlas— añadió con una sonrisa picarona—. Estoy segura de que se te han ocurrido muchas cosas que hacer con ellas y, si te soy sincera, me apetece mucho que me las soben; que hace tiempo que nadie les da la atención que se merecen.— Mi rostro se iluminó con una sonrisa, me había tocado una entrada para ir al cielo.
—Pero con una sola condición —dijo poniéndose muy seria de repente—, sólo las domingas y si tal algún beso; pero nada más ¿trato?— Y extendió su mano para sellar el acuerdo.
No había nada que pensar ¿Verle las tetas en toda su gloria y poder jugar con ellas? —¡Trato! —respondí casi de inmediato y estreché su mano.
—Entonces vamos a terminar esto, una ducha y te espero en mi piso.—
Ni que decir tiene que terminamos lo que nos faltaba por limpiar en un periquete. La ducha también fue rápida, no quería arriesgarme a que se echara atrás si le hacía esperar demasiado. Elegí algo cómodo y atractivo para ponerme y en quince minutos estaba llamando a su puerta.
—¡Pasa, está abierto! —me invitó su voz desde el interior. La casa estaba en penumbra y flotaba el suave olor de algún aceite aromático. —Ven hasta el cuarto. —dijo seguido de una risita juguetona cuando apenas había dado un par de pasos por el pasillo.
Unas velas encendidas aquí y allá me guiaron hasta mi destino. La puerta de la habitación estaba entreabierta. Me detuve un segundo delante de ella para tragar saliva y respirar hondo antes de entrar. Empujé la puerta y lo que vi me quitó el aliento.
La habitación estaba iluminada con velas, Josefa estaba recostada de lado sobre la colcha de la cama y solo llevaba dos prendas: un camisón corto de gasa transparente negra y una braguitas a juego. El camisón dejaba ver claramente sus pechos y lo había atado a la altura del pecho con una cinta que estaba pidiendo que la soltaran. La suave tela se curvaba sobre sus senos y el reflejo de la luz de las velas resaltaba aún más su redondez. —Acércate, es hora de que abras tu regalo. —me ordenó ronroneando mientras jugueteaba con los extremos del lazo.
No me hice de rogar, me senté en la cama a su lado y ella se tumbó boca arriba, los tirabuzones de su pelo esparciéndose sobre la almohada. Su mirada era una invitación y cuando moví mi mano para deshacer el lazo, se mordió el labio con anticipación. Despacio, hice a un lado el camisón a la vez que mi mano acariciaba su pecho sedoso y noté como mi tacto hizo que una corriente recorriera su cuerpo. Suavemente, envolví el seno derecho en mi palma y lo apreté ligeramente, su respiración se entrecortó. Con delicadeza, pasé un dedo sobre el pezón varias veces, y con cada caricia se abultaba un poco más, como un pequeño animal que sale a curiosear de su madriguera. Cuando ya estaba lo suficientemente duro, lo pellizqué con cuidado mientras apretaba el pecho con el resto de la mano. Su espalda se arqueó y un gemido de placer salió de su garganta.
Su boca estaba entreabierta y sentí una urgencia loca de besarla, me pregunté si con ello estaría sobrepasando los límites de nuestro acuerdo. Pero, había dicho algo de que algún beso también estaría bien, ¿no?. Tenía que probar. Acerqué mis labios a los suyos y los rocé pidiendo permiso. Su lengua buscó la mía con ansia para luego enroscarse en un abrazo lento, húmedo y sensual. Pero el beso no hizo que desatendiera la tarea que se me había encomendado. Con cada pasada de mi lengua por sus labios, retorcía un poco más fuerte el pecho, acabando cada movimiento con un pellizco del pezón, que ya estaba totalmente erecto y pidiendo más.
Con pesar abandoné su boca y deslicé mis labios por cuello y clavícula, con alguna parada ocasional para un besito juguetón. Finalmente llegué a mi destino y rodeé el pezón con mis labios. Primero un beso húmedo, luego usé la punta de mi lengua para juguetear con él y finalmente abrí mi boca hasta casi descoyuntarme la mandíbula para succionar la mayor cantidad posible de esa teta caliente y lujuriosa. Ahora que podía masajear ese pecho con mi boca, mis manos buscaron el otro para aplicarle el mismo tratamiento. Casi atragantándome, movía la boca y succionaba para no darle ni un momento de descanso, a la vez que mi lengua lamía el pezón con la misma fruición que un gatito chuparía un platito de leche. Mientras, mis manos habían hecho su trabajo con el otro pecho y estaba listo para ser devorado como su hermano.
De vez en cuando necesitaba respirar y liberaba momentáneamente mi presa, pero no sin antes succionar todo lo posible estirando del pecho y arrancando gruñidos de placer de Josefa, quien había cerrado los ojos y estaba totalmente entregada a mis maniobras. Mientras alternaba mis atenciones entre los dos senos, ella deslizó su mano por debajo de su braguita y comenzó a hacer movimientos circulares. Sentí la tentación de bajar mi mano a mi propia entrepierna, pero la idea de desatender aunque fuera por un momento uno de aquellos montículos me hizo descartar el pensamiento. Me concentré en sincronizar mis estrujones, mordiscos, lametones y pellizcos con los movimientos de su mano. A medida que su respiración se aceleraba hice mi masaje más intenso hasta que en el punto culmen de su orgasmo emitió un largo gemido; que yo acompañe apretando con fuerza y lamiendo a toda velocidad, como si estuviera sosteniendo la nota al final de un crescendo.
Después, ella se derrumbó y yo terminé con unas caricias suaves recorriendo sus senos, que se estaban relajando junto con el resto del cuerpo. Ella me miró, satisfecha y somnolienta. Estaba agotada. Seguí acariciando busto, cuello y rostro un rato más hasta que me susurró con una sonrisa—: Gracias, ha sido un masaje espectacular. Y gracias por cumplir con tu promesa.—
—Gracias a ti por dejarme jugar con ellas. Ahora te dejo descansar. —respondí yo con un beso en la mejilla y echándole por encima una mantita que estaba a mano. Apagué las velas y creo que ya estaba dormida cuando salí de su cuarto. De camino a la salida apagué las otras velas y cerré con cuidado. Una vez en el descansillo, me apoyé unos instantes sobre la puerta cerrada de su piso. ¿Había sido todo un sueño? Un intenso calor en mi bajo vientre me recordó que había sido algo muy real. Durante la siguiente hora no hice más que rememorar la experiencia, como intentando grabarla a fuego en mi mente.
Son las 9:45, la alarma suena y ya estoy junto a la mirilla. Tan pronto como escucho que se abre su puerta, espío intentando que no se note, como siempre. Ella sigue el mismo ritual de cada día, pero esta vez, tras colocarse la pechuga, echa una mirada a mi puerta con una sonrisa pícara y guiña un ojo.