El Escort 3: Carolina

Carolina fue mi segunda clienta. Una cuarentona casada, aburrida y adicta al gimnasio a la que le iba la marcha y el sexo duro.

El acuerdo al que había llegado con Doña Jacinta funcionaba la mar de bien. Llevábamos ya tres meses acostándonos. Un par de veces por semana, al llegar la hora de cerrar la tienda, me pedía que me quedara un rato más. Normalmente echábamos un polvo allí mismo, en el almacén o en su despacho. Por estos polvetes rápidos me pagaba 50 euros. Si en cambio prefería pasar más rato juntos me invitaba a su casa. Dependiendo del tiempo me daba entre 100 y 300 euros.

Estas sesiones más largas se daban esporádicamente, una cada dos o tres semanas. En aquellos tres meses había ganado haciendo “horas extras” unos 2,000 euros. Toda una fortuna pensando que mi sueldo por el empleo a media jornada no llegaba a 600 euros al mes. Ganaba más follándome a mi jefa que trabajando para ella.

Durante mi horario laboral normal me seguía tratando como a su empleado, disimulando delante de la gente. Pero si que se le notaban algunos cambios. Parecía que los 57 años no le pesaban tanto: algunas arrugas de alrededor de los ojos habían desaparecido, reía más e incluso no se vestía de manera tan conservadora como lo hacia habitualmente. En definitiva, parecía más feliz. Supongo que son las ventajas de follarte a un chaval de 19 años, guapo y con una libido insaciable.

Esta felicidad de Doña Jacinta me procuró una segunda clienta. Ella no dijo nada, era demasiado discreta y pudorosa para ir contando que le pagaba por sexo al joven y atractivo empleado de 19 años que tenía contratado. Pero Carolina era una mujer inteligente que sospechó al instante que sucedía algo raro. Se percataba de como Doña Jacinta me echaba disimuladas miradas que parecían querer comerme.

Carolina era una habitual de la tienda de Doña Jacinta. Tenía 44 años, estaba casada y tenía una hija que por lo visto y al igual que su marido no le hacia demasiado caso. El esposo era comercial y siempre estaba viajando por trabajo. Ganaba bastante dinero y Carolina no necesitaba trabajar. Para resumir y para que la conozcan mejor diré que era una madurita pija a la que le gustaba presumir del dinero de su marido y sobre todo gastarlo. En el fondo era una mujer aburrida que se pasaba el día en el gimnasio, de compras o quedando con sus amistades.

Lo del gimnasio se le notaba al instante. Muchas veces venía comprar con mallas y tops deportivos que enseñaban casi todo de su cuerpo. Estaba muy en forma: brazos fuertes, delgada,… incluso se le marcaban los abdominales, aunque no tenia una tableta tan definida como la mía. Lo mejor era su culo, subido y duro como el de una veinteañera. Le gustaba cuidarse y rendía culto al cuerpo, no sólo con el deporte. Se había operado las tetas y tenía dos globos de silicona talla 95, altos y erguidos. El pelo lo tenía ligeramente ondulado y largo hasta el culo. Se lo teñía con mechas rubias oscuras. Era guapa de cara, sobre todo porque sus ojos eran de un precioso azul claro. Las gafas de pasta blancas que llevaba le daban aún más morbo a su rostro.

Al contrario que mi jefa aquella mujer estaba muy liberada sexualmente. Siempre estaba haciendo comentarios subidos de tono y aunque que se supiera era fiel a su marido le encantaba coquetear. Estaba acostumbrado a que cuando venía a la tienda me piropeara sin disimulo, medio bromeando. Pero yo sabía entender sus miradas y aquella mujer quería follarme. Ya he dicho muchas veces que era un chaval muy atractivo: cuerpo musculoso pero sin exagerar, pelo moreno corto, ojos verdes,…

Yo también le tenía ganas a aquella presumida cuarentona. Cuando venía a comprar a la tienda en escotados tops que enseñaban las tetas operadas y en mallas que revelaban las formas de su culito duro, salido y respingón me la comía con los ojos. De nuevo la suerte y la casualidad se aliaron conmigo y se me presentó una oportunidad perfecta para ofrecerle a Carol mis servicios como escort masculino.

(…)

-Lucas ¿Me harías un favor? - Preguntó Doña Jacinta. Estábamos cerrando la tienda y estaba a punto de irme a casa.

-Dígame Doña Jacinta. -

-¿Te importa llevar estas bolsas a casa de Carolina? Tendría que llevárselas yo pero estoy agotada.

No me extrañaba que estuviera cansada, habíamos pasado la noche anterior en su casa y les aseguro que no dormimos demasiado. Me gané 300 euros, la mitad de lo que me pagaba en un mes por mi empleo en la tienda, follándomela una y otra vez y haciéndole llegar a varios orgasmos.

-¿No prefiere usted que me quede un rato? - Le pregunté con una de mis seductoras sonrisas. Me acerqué a ella, agarrándola por la cintura y besándola. Ella se rió y me apartó con un ligero empujón.

-Dejame, que vas a arruinarme. - Bromeó.

-Hoy invita la casa. - Le respondí. No me importaba que aquella noche no me pagara. Me encantaba follar con ella.

-Eres toda una tentación… pero me tienes agotada. Yo no tengo 19 años y necesito dormir y descansar. -Zanjó el asunto.

Así que aquella noche no haría horas extras. Agarré las bolsas con la compra de Carolina y me despedí de Doña Jacinta. Caminé unos 5 minutos y llegué a casa de Carol. Era uno de los bloques de pisos más pijos de aquel barrio más bien humilde. Se notaba que el marido de la mujer se ganaba buenas comisiones como comercial. Llamé al interfono y me abrió. Subí al ascensor hasta el último piso.

-Hola Lucas, ¿Como estas guapo? - Carol me esperaba en el umbral de la puerta.

Iba con sus habituales mallas deportivas, largas hasta los tobillos pero tan ajustadas que revelaban sus muslos fuertes y esbeltos. Eran de color rosa chicle al igual que el top. Poco más grande que un sujetador, enseñaba su vientre plano donde se dibujaban los abdominales y apenas tapaba las tetas erguidas, duras y prietas. Aquellas dos pelotas parecían a punto de explotar. El pelo rubio lo llevaba suelto y ligeramente ondulado y llevaba unas gafas de pasta de color blanco bastante morbosas por las que se entrevían los bonitos ojos azules. En su dedo había el anillo de casada, un aro de oro.

-¿Te importa dejar las bolsas en la cocina? - Me dijo cerrando la puerta de la casa.

-Claro que no Doña Carolina.

-Te he dicho mil veces que me trates de tú y que me llames Carol. Me haces sentir vieja.

-Si estás estupenda Carol. - Le respondí tuteándola. Conocía lo suficiente a las mujeres para saber que a aquella le encantaba que la piropearan. - Más de una chica de mi edad le gustaría estar como tú. - Sonrió complacida a mis palabras.

Entré en su casa. El piso era grande y espacioso, estaba decorado con cierto gusto y se veía bastante confortable. La misma cocina estaba perfectamente equipada y era moderna, como la cuarentona que caminaba detrás de mí y que me estaba comiendo con la mirada sin ningún disimulo. Iba vestido con unos vaqueros y una sudadera pero ella me estaba desnudando con los ojos. Dejé la bolsas en un rincón y me dispuse a marcharme.

-No quieres beber nada. ¿Una cervecita? - Me ofreció.

-No quiero molestar Carol. - Le respondí.

-Tranquilo, que no molestas. - Las señales de que intentaba seducirme eran evidentes. Se apoyó en la encimera, sacando pecho y explotando la cara operación y el vertiginoso escote. Mis ojos se quedaron fijos durante un segundo en el apretado canal que había entre ellas. - Estoy sola. Mi marido está de viaje y mi hija tardará un rato en llegar. ¿de verdad no quieres una cervezita? ¿Algo de comer? - Insistió.

-Te lo agradezco pero mañana tengo clase a primera hora de la mañana. Me voy a casa a dormir. -La rechacé educadamente, calculando hasta donde estaba dispuesta a llegar.

-¿Te vas a casa o te está esperando Jacinta?… últimamente se la ve muy contenta y me parece que tu tienes la culpa. - Dijo.

-No sé de que me hablas. - Mentí.

-Venga… me parece bien que seas discreto, aunque estoy segura que a la vieja no le importaría compartir. - Añadió refiriéndose a Doña Jacinta. Carol era mucho más joven, 44 años por 57, y se conservaba mucho mejor. A mi me ponía de igual manera el maduro cuerpo de mi jefa como el de aquella mujer en forma y coqueta. -

-Mira, si Doña Jacinta y yo hiciéramos algo sería asunto nuestro. - Respondí haciéndome el indignado. -

-Jajajaja. - Se rió. - No te enfades… -Se quedó unos segundos pensativa y de repente una idea cruzó su mente. -Dime la verdad ¿Te está pagando para que le hagas algún favorcito después del trabajo? -En realidad bromeaba, aunque sin saberlo había acertado de lleno.

-¿Y tu? ¿Estarías dispuesta a pagarme por hacerte un favorcito? - Visto el cariz que estaba tomando la conversación me lancé a la piscina, esperando encontrar agua. Supongo que era un tipo con suerte por qué la encontré.

-¿Lo dices en serio? - Los ojos azules de Carol me miraron de arriba a abajo, como si se lo estuviera pensando. Sonrió de manera seductora y se mordió el labio. - Cuanto me cobrarías…

-Te lo digo muy en serio. Por 50 euros te pegaría un buen polvo aquí mismo. - Le dije mirándola fijamente. Mis ojos verdes y mi sonrisa terminaron de convencerla.

-¿Y si no me gusta, me devolverás el dinero? - Preguntó, coqueta.

-Tranquila Carol, que te gustará. - Caminé hasta ella, la apreté contra la encimera y la besé en la boca metiendole la lengua dentro.

Ella respondió a mi beso y sus manos fueron directas mi culo. Apretó mis nalgas por encima de los vaqueros, como si comprobara la mercancía que acababa de alquilar. Pareció gustarle lo que encontraba. Me frotó las tetas contra el pecho y me metió la lengua hasta el fondo de la boca. Yo hice algo parecido cuando mis manos apretaron su culo. Era muy duro y estaba en su sitio, fruto de las horas de gimnasio. Lo que no era fruto del deporte eran los dos pechos talla 95. Cuando me aparté de su boca para alzar las manos comprobé que el tacto era muy distinto a unas naturales. La silicona era más dura. Eso no quiere decir que me desagradara. Al fin y al cabo eran dos buenas tetas, erguidas y muy bien hechas.

-Tienes unas tetas soberbias. - Le dije con una en cada en mano. Le froté la entrepierna en la suya para que sintiera el bulto que crecía. Ella la sintió.

-Por lo que noto aquí debajo te gustan de verdad. - Contestó. - A mi marido le costaron 3,000 euros cada una pero últimamente parece que no quiere disfrutarlas.

-Pues menudo imbécil. - Me incliné sobre el canalillo y lo lamí. - No te preocupes que ya las disfrutaré yo por el. - Le subí el top y le levanté los brazos para quitraselo. Sus tetas desnudas se veían muy redondas y subidas, ventajas de la silicona. Los pezones eran pequeños y de color rosa clarito. Agarré ambos senos por debajo y mis dedos frotaron los pezoncitos suavemente.

-Oh… lo haces muy bien… pero dime… ¿Que puedes hacerme por esos 50 euros? - Seguía coqueteando y su voz era sensual y seductora.

-Lo que quieras. - Le respondí agarrando uno de los senos e inclinando la cabeza para lamer el pezón. - Yo estaba pensando en comerte enterita. -Me puse en la boca el botoncito rosado y lo succioné.

-Te cuidado que no sea yo la que te coma a ti. - Me apartó de su seno y me quitó la camiseta, que tiró en el suelo al lado de su top.

A las mujeres les encantaba mi torso. Sin rastro de vello, ancho y musculoso. Carol lo disfrutó acariciando mis abdominales con la palma de la mano antes de meterla por debajo de los vaqueros y la ropa interior. Me agarró el pene, comprobando su buen tamaño aun no estando erecto del todo.

-Vaya vaya… menuda polla… - Susurró. -Me has convencido, me parece que no tiraré el dinero. -Sacó la mano de dentro de mis pantalones. Al lado de la encimera tenía el bolso. De dentro sacó la cartera y me tendió un billete de 50 euros.

-Muchas gracias. - Le sonreí y me metí el billete en el bolsillo.

La cogí por el culo, clavando los dedos en sus nalgas, y la atraje hasta mí. Le dí un tórrido y húmedo beso con lengua y le froté la entrepierna con la mía para que sintiera mi verga creciendo a través de los vaqueros y sus pantaloncitos de yoga. Noté como su cuerpo se estremecía y como su temperatura interna se elevaba. Unos segundos después me separé un poco pero sin soltarle el culo que cubrían mis dos manos.

-Dime, ¿Que te gusta? - Le pregunté.

-Primero quiero ver lo que he comprado. - Me desabrochó el cinturón y los pantalones de manera rápida y hábil. Al instante me los bajó junto con los calzoncillos. Las dos prendas acabaron a la altura de mis tobillos.

Mi polla ya estaba dura del todo y Carol se la quedó mirando un momento. Parecía más que complacida con los 22 desafiantes centímetros de rabo grueso y palpitante. Lo agarró con una mano y empezó a pajearlo mientras que era ella la que ahora se abalanzaba a mi boca para comérsela. Percibí de nuevo una excitación creciente y decidí que había llegado el momento de ganarme de verdad mis 50 euros.

Le aparté la mano de la verga y le bajé las mallas y las bragas blancas que llevaba debajo, hasta las rodillas. Al primer vistazo comprobé que tenía un chochito precioso, impropio de una mujer de 44 años. Estaba completamente depilado, era rosado, fino y suave. Posé la palma de mi mano encima y lo acaricié con sutileza. Con la otra mano le aparté la melena rubia de la garganta para poder besarla. Posé mis labios sobre su piel. Mis dedos despertaban su precioso coñito y mis besos iban calentándola más y más. Enseguida noté una humedad pegajosa en las yemas de los dedos. Estimulé los labios vaginales y reseguí una raja que empezaba a abrirse e hincharse.

-Oh… que deditos más traviesos… - Jadeó, separando las piernas y apoyando la espalda en la nevera para facilitarme el trabajo.

La masturbé. Le metí un dedo dentro de la cueva y exploré, hurgando aquella gruta caliente. Con la otra mano recorrí su cuerpo: los muslos tersos, el vientre plano, las esféricas tetas operadas,… Ella había vuelto agarrar una verga que parecía no querer soltar y la sacudía lentamente. No parábamos de besarnos y ambas lenguas estaban enzarzadas en una interminable y lasciva danza.

-Ven aquí. - Le dije dándole la vuelta y sentándola encima de la mesa de la cocina, donde seguramente tenía sus cenas familiares. Hoy sería una cama perfecta para darle lo que tanto ansiaba.

Terminé de quitarle las mallas y yo también me desprendí de los pantalones. Ambos estábamos ya desnudos, ella tan sólo cubierta por las gafas de pasta. A través de ellas me miraba como el que mira un apetitoso pastelito. Estaba medio tendida sobre la mesa, esperándome con las piernas abiertas. Me acerqué y froté mi polla en la raja del coñito.

-Oh… métemela ya.

Le sonreí y metí la punta del falo en la entrada de la cueva. A partir de aquí sólo fue empujar un poco. Su coño era bastante estrecho pero el pene se deslizó con facilidad, ayudado por lo mojada que estaba. Una vez todo dentro coloqué una mano encima de la mesa para afianzarme y la otra la usé para manosear a gusto una de aquellas duras tetas. Inicié la follada de manera lenta pero profunda, gozando con la tarea de partir en dos aquel delicioso chochito.

-¿Te gusta? - Era más una afirmación que una pregunta viendo la cara de gusto de Carol.

-Si… más fuerte… - Respondió alzando la mano para acariciar con las largas uñas mi pecho y mis abdominales. -Dame duro… - Me pidió.

-¿Te gusta el sexo duro? -Le pregunté con una viciosa sonrisa. Ella asintió con los ojos azules cada vez más turbios de deseo. La puse ambas en la garganta y apreté un poco. - Me parece que eres una cuarentona muy guarra… creo que te va que den fuerte…. -Me dejé de sutilezas y con un golpe seco le clavé la polla hasta el fondo.

-...si… me gustan… - Volví a embestir con todo el vigor que fui capaz. Las pelotas que tenía como tetas rebotaron. -...ogh… los chicos malos. -Apenas tenía un hilo de voz de la cachonda que estaba.

-¿Quieres que sea malo? - Le pregunté apretando más su cuello y embistiéndola de nuevo con la verga. Ella gimió y asintió.

Los siguientes minutos me dediqué a follarla sin ninguna piedad. La empalé con fuerza. Le clavaba la polla hasta al fondo, la retiraba un poco y volvía a clavarla con toda mi energía. Una mano la mantuve apretando su cuello, controlando su respiración. La otra mano se hizo con su teta. Primero le di unos azotes que la hicieron rebotar. Después deformé la silicona apretando con los dedos. Finalmente pellizqué y tiré del pezón rosita. Ella se dejaba hacer, rendida y sometida por el constante martilleo de mi verga en su encharcado y estrecho coñito.

Carol era una mujer delgada y no demasiado alta. Yo estaba fuerte. No me costó agarrarla por el trasero y levantarla de la mesa a pulso. Ella me rodeó con los brazos y las piernas y se pegó a mi como una lapa. En mi pecho sentí sus pezoncitos, tan duros que la creí capaz de cortarme la piel. Allí en su cocina, de pie, sujetándola por las nalgas,… continué taladrando su chochito. Tenía las manos en las nalgas, las levantaba un poco y dejaba caer su cuerpo para que mi polla la empalara una y otra vez.

-¿Te folla así… tu marido? - Jadeé en su oreja.

-No… - Suspiró la respuesta. -… tu eres… mejor…

Me di la vuelta sin soltarla y la empotré contra la nevera, tirando al suelo un par imanes decorativos que se rompieron. A Carol no le importó. La tenía levantada y sujetada por las nalgas y la parte baja del muslo y con la espalda apoyada en la nevera. Más que besarla le mordía y chupaba la lengua y los labios. Mi polla no paraba de perforar su sexo con la brusquedad y rudeza que ella misma había pedido.

-así… así… así… - Repitió jadeando como una perra. -Voy a correrme… oh… sí… así… Lucas… oh… no pares…

El empotrado cuerpo de Carol se tensó de repente. Un segundo después explotaba y se relajaba de golpe. Llegó a un potente orgasmo que la hizo gemir y casi gritar mi nombre. Se la clavé unas cuantas veces más para que terminara de disfrutar del clímax y de las últimas oleadas de placer. Solo cuando dejó de gemir le saqué la polla del coño y la solté. Dejé que se recuperara un poco y yo me senté en una de las sillas de la cocina. Estaba cansado y sudoroso pero también quería descargar.

-Ven aquí. - Le señalé el suelo enfrente de las silla. - Quiero acabar en tus tetas.

Ella me miró con una sonrisa lasciva, digna de la más guarra de las actrices porno. Se colocó a cuatro patas en el suelo y avanzó hasta mi gateando. Se incorporó frente a mi, quedándose de rodillas. Se escupió en el canalillo que tenía entre los senos, se los separó con las manos y volvió a juntarlos con mi polla entre medias. Un pene que estaba empapado de flujos vaginales. Lo apretó con los senos y empezó a moverse arriba y abajo, masturbándome con las dos pelotas de silicona.

-Que tetas que tienes furcia. - Gruñí.

-Si… ¿Te gustan? -Preguntó con un tono lujurioso. - ¿Vas a correrte en ellas? ¿Vas a mancharmelas de leche caliente? -Los ojos azules, a través de las gafas de pasta, también brillaban con la misma lujuria de su tono de voz.

No le respondí. Me limité a disfrutar de la paja cubana y de la dureza y calor de sus tetas envolviéndome el falo. No aguanté mucho más y me corrí. Los chorros de esperma salieron disparados hacia la garganta, el mentón, el pecho y ambos senos. Una respetable cantidad de pegajoso semen manchó su piel. Ella no paró de pajear hasta que mis pelotas quedaron vacias.

Sin decir nada se levantó, agarró una servilleta de papel y empezó a limpiarse. Yo me levanté, cogí mi ropa y me vestí. Ella, cuando terminó de retirar la lefa de su piel también recuperó la ropa y se vistió.

-Los mejores 50 euros invertidos de mi vida. - Dijo con una sonrisa mientras se subía los pantaloncitos. - Si no fuera porqué mi hija no tardará en llegar te tendría aquí toda la noche.

-Eso te costaría más caro que 50 euros. - Le respondí.

-Bueno… me parece que valdría la pena. - Su voz sonaba satisfecha. Por lo visto su marido hacia mucho tiempo que le daba lo aquella cuarentona necesitaba.

-Ya lo sabes… cuando quieras me llamas, negociamos tiempo y precio y tú sólo tienes que preocuparte por gozar.

-No te preocupes que lo haré. - Acababa de ganarme mi segunda clienta.

Continuará…