El Escort 2: El acuerdo

Doña Jacinta me hizo una oferta que no pude rechazar. Me pagó 200 euros por una larga tarde de sexo y acordamos que cada vez que tuviera ganas de sexo me pagaría por él.

Durante dos días estuve pensando en lo sucedido. Doña Jacinta, mi jefa, me había pagado por tener sexo con ella. Aquello me hacia sentir raro pero me gustaba. Sorprendentemente había disfrutado mucho con aquella mujer de 57 años que me sacaba 38. La diferencia de edad, al igual que los 50 euros que me había dado por el polvo, hacia mucho más morbosa la situación.

Creo que a ella le había merecido la pena pagar pues a mis 19 años yo era un joven bastante atractivo. Metro ochenta, cuerpo delgado pero musculado: tableta de abdominales marcada, brazos fuertes, pecho duro,… Iba bien depilado y siempre limpio y perfumado. Mi pelo moreno, mis ojos verdes y sobre todo mi sonrisa seductora completaban el pack .

Los 50 euros que me había dado por el sexo tampoco le iban nada mal a mi precaria situación económica de universitario que tiene que trabajar para pagarse el alojamiento y los estudios. El problema era que Lunes por la tarde, cuando tuviera que volver al trabajo no sabía como actuar con Doña Jacinta. Por suerte ella era un mujer pragmática. El domingo por la tarde me llamó y me invitó a ir a su casa para hablar de lo que había sucedido y aclarar las cosas.

Me puse unos vaqueros, un jersey y unas bambas y me fui a casa de Doña Jacinta. Llegué sobre las 4 de la tarde. Vivía en un bloque del pisos del centro. Me recibió vestida con una bata de estar por casa que tapaba casi todo su voluptuoso cuerpo y que le llegaba hasta las rodillas. Era de color rosa claro. El pelo castaño lo tenía recogido con una pinza detrás de la cabeza. Como siempre llevaba un maquillaje conservador, sutil y que le ayudaba a disimular algunas arrugas e imperfecciones, sobre todo las que tenía en la comisura de los labios o alrededor de sus grandes ojos almendrados. También llevaba carmín, discreto, algo brillante y de un color rosado.

Fuimos hasta el salón, donde me invitó a sentarme en el sofá mientras ella preparaba café. Esperé, observando aquel salón lleno de fotos familiares de su difunto marido y de sus hijas e hijo, ya mayores e independizados. El resto de la decoración era como aparentaba ser Doña Jacinta, conservadora y no muy amiga de estridencias y moderneces. Llegó con una bandeja con el café, la leche y el azúcar. Me serví y dejé que fuera ella la que que empezara la conversación.

-Tenemos que hablar de lo que pasó el viernes por la noche. - Dijo seria, sosteniendo la taza de café entre las manos.

-Estuvo bastante bien. - Fue lo único que se me ocurrió decir. Ella sonrió.

-Si, no estuvo nada mal. -Doña Jacinta pareció rememorar las escenas del polvo que habíamos echado en la tienda de comestibles que regentaba y donde yo era su empleado. - Y quiero repetir. -Del bolsillo de la bata se sacó un sobre y me lo tendió. Lo abrí y encontré 200 euros. Aquella cantidad era una tercera parte de mi sueldo mensual, mucho dinero para mis maltrechas finanzas de estudiante.

-Yo… no sé que decirle… - Tragué saliva e intenté devolverle el sobre. - No me acosté contigo por el dinero… - Decidí tutearla. Joder, me la había follado y seguía tratándola de usted. - … no estoy enamorado de ti ni nada por el estilo pero no hace falta que me pagues para follar.

-No, lo prefiero así. - Me devolvió el sobre con el dinero. - Es más sencillo. Quiero proponerte un acuerdo. Cada vez que me apetezca tener sexo te lo diré o te llamaré y te pagaré. El resto del tiempo seguirá igual, trabajaras para mí en la tienda y no tendrás que darme ninguna explicación. No me importa que te acuestes con chicas de tu edad u otras mujeres. Si alguna vez te cansas o no te apetece no tienes más que decírmelo.

-Está bien, pero aquí hay 200 euros, eso es mucho dinero Jacinta. El otro día solo fueron 50. -Respondí.

-Estos 200 euros son para que canceles todos los planes que tengas y te quedes aquí toda la tarde. Por cierto, me pone muy cachonda que sigas llamándome Doña Jacinta y me trates de usted. -Lo dijo todo muy seria y fría, como si fuera lo más normal del mundo.

Dejé mi taza de café en la bandeja, me guardé en sobre con los 200 euros en el bolsillo y le quité su taza de las manos para dejarla junto a la mía. Le acaricié el rostro y le besé en los labios. Fue de manera delicada pero lasciva y mi lengua no tardó en penetrar su boca. Su lengua reaccionó de manera rápida y mucho más viciosa que la mía.

-Quien paga manda Doña Jacinta. - Le dije con mi sonrisa más picara. - A mi la que pone muy cachondo es su usted. -Una de mis manos le desanudó y abrió la bata.

No llevaba nada debajo y pude observar su cuerpo desnudo. Era una mujer con curvas pero a la que la edad se le notaba. Las tetas eran grandes, talla 110 de sujetador, pero estaban algo caídas, flácidas y eran muy blancas. Se veían las venas que las surcaban y el pezón era grande y oscuro, en contraste con el resto de la pálida piel. Tenía un poco de barriguita y la piel se veía fofa y con estrías. Entre las piernas tenía una mata espesa de vello púbico castaño, desarreglado, salvaje y ensortijado. Le puse una mano en el muslo y la subí para acariciar superficialmente aquel bosque.

-No sabe lo cachondo que me pone su chocho peludo, sus tetazas, su culo,… -Susurré mientras le besaba el cuello y alejaba la mano del coño para sobar con suavidad una de las tetas.

-No te creo… - Respondió. La voz se le notaba turbada y se notaba que comenzaba a excitarse.

-Tendré que demostrárselo. - Volví a besarla pero me apartó.

-Vamos a mi habitación, estaremos más cómodos.

Se levantó, medio desnuda con la bata abierta, me agarró la mano y me llevó a su cuarto. Era la típica habitación de matrimonio, pero durante años Doña Jacinta la había ocupado sola. Por primera vez un mucho tiempo iba a llevarse a un hombre a la gran cama que tenía en el centro del cuarto. En ese caso a un muchacho de 19 años al que había pagado por sexo.

Los 200 euros me hacían sentir muy responsable de su placer y me esmeré para excitarla y hacerla gozar. Empezamos con besos, de pie, enfrente de la cama. Besos lentos, tórridos, con mucha lengua. Mis manos iban metiéndose por dentro de su bata para tocarle los pechos, acariciarlos y estimular los pezones frotándolos con los dedos. Me quité las zapatillas con los mismos pies y ella me quitó la camiseta, desnudando mi torso musculoso, duro y sin rastro de vello. Lo palpó con las puntas de los dedos, bajando por el ombligo y resiguiendo el definido pack de abdominales. Me desabrochó el cinturón y me bajó el vaquero. Llevaba unos calzoncillos boxer negros donde ya empezaba a notarse mi polla. Aun no había alcanzado los 22 centímetros que media en plena erección, pero aun así se veía toda morcillona, a punto de crecer del todo. La apretó con la palma de la mano por encima de la ropa interior.

Yo terminé de quitarle la bata, le solté la melenita castaña y la aparté suavemente para sentarla en la cama. Aproveché para deshacerme de los pantalones y los calcetines, quedándome tan solo con los abultados calzoncillos. Con un morreo y un empujón hice que Doña Jacinta se tumbara en la cama. Me puse encima de ella y continué besando, esta vez su garganta. La lamí y seguí bajando lentamente hasta el pecho cubriendo su piel de más besos y lametones. Mi boca se ocupó de ambas tetas. Reseguí con la lengua las venitas azules que surcaban su pálida piel, rodeé la oscuras areolas y finalmente lamí los pezones. Me metí uno en la boca para chuparlo a gusto y disfrutar al sentirlo endurecerse entre mis labios. Me hubiera pasado toda la tarde adorando sus tetas pero tenía otro objetivo así que continué con el recorrido por su maduro cuerpo. La siguiente etapa era su barriguita. También la besé, lamí y chupé hasta que llegué al fin del camino, su coño.

Entre la selva de vello castaño se notaba que mis preliminares habían surtido efecto. Los labios estaban hinchados, la raja abierta mostraba la carne rosada de su interior y brillaba de humedad. Aquel coño era demasiado apetecible para controlarse. Saqué la lengua y lo repasé entero varias veces, arrancando varios gemidos en Doña Jacinta. Metí la misma lengua dentro de la raja para repasarla entera, embriagándome del fuerte sabor a hembra que desprendían sus flujos. Continué ocupándome de sus labios vaginales. Los aprisionaba entre los labios de mi boca y tiraba suavemente de ellos. Los chupaba con todo el vicio del mundo. La abundante pelambrera me hacia cosquillas en las mejillas y de vez en cuando me tragaba algún pelo, pero no me importaba, al contrario.

-Oh… eres muy bueno… que boquita… - Jadeó Doña Jacinta.

-Y usted tiene un coño delicioso.- Le dije alzando la cabeza de entre sus piernas. Fue sólo un segundo pues enseguida volví a meter la cara allí.

Mi lengua y labios se apoderaron de su sexo. Me tomé mi tiempo, gozando del placer que le provocaba a Doña Jacinta. Alcé las manos para acariciarle las tetas y jugar con los pezones mientras seguía comiéndole el coño, dejándolo reluciente de mi saliva y sus flujos. Ella me puso una mano en la cabeza e iba empujándola más hondo, como si no quisiera que me separara de entre las piernas. No lo habría hecho ni loco. Al contrario, me abría paso, poco a poco, por los plieges del sexo. Iba alternando los movimientos: chupaba los labios vaginales, lamía la carne rosa del interior de la vagina, la punta de la lengua rozaba el clítoris y lo besaba dulcemente.

Le comí el coño de manera lenta y metódica hasta que por fin llegó al orgasmo. Arqueó la espalda y emitió un largo y ronco gemido. No me importó que se hubiera corrido y continué amorrado en la pelambrera para poder beberme sus flujos. Fue ella la que me cogió la cabeza y tiró de mí para quedarnos cara a cara. El brillo de sus ojos almendrados era de pura satisfacción. Pero estaba claro que no tenía suficiente. Tantos años sin sexo habían acumulado un deseo que no se apagaba con tan sólo algunos orgasmos. La presa se había roto y no había marcha atrás.

-Túmbate. -Me dijo.

Intercambiamos posiciones y me tumbé boca arriba en la cama. Ella se puso de rodillas a mi lado. Su mano me frotó el bulto que se veía en los calzoncillos. La polla estaba ya dura. No le mentí cuando le dije que me ponía a mil y eso se traducía en la erección prisionera de la ropa interior. Por suerte Doña Jacinta tenía mucha hambre. Me bajó los calzoncillos y mis 22cm saltaron como un resorte. El falo se quedó duro, recto, mirando al techo. El poco y recortado vello púbico apenas cubría el pubis. Ella agarró la base de la verga, se inclinó y empezó a lamer y besar el glande. Abrió la boca y se tragó más o menos la mitad del falo, apretándolo entre los labios. Mamaba de manera soberbia.

Doña Jacinta había pasado años de sequía sexual después de la muerte de su marido y de los pocos hombres que había conocido después. Pero no se había olvidado de como se hacía. La experiencia es un grado y trataba mi polla con una habilidad inigualable por ninguna chica de mi edad. La mamaba entera, usando los labios y la boca con autentica maestría. Paraba para tragársela toda y la recorría lentamente. Chupaba el glande de la misma manera en que uno chupa un caramelo. Con la mano acariciaba las pelotas. Mamaba y pajeaba a la vez. Todo esto sin dejar de mirarme a la cara. Si hubiera continuado con la mamada no hubiera tardado en estallar pero por lo visto tenía otros planes.

Se sacó la polla de la boca y se incorporó. Puso las rodillas a cada lado de mi cuerpo y encaró la verga en la entrada de su cueva. La frotó en su raja sin dejar de mirarme a los ojos con una sonrisa lasciva. Se dejó caer con la consecuencia de que mi pene la penetró. Siguió bajando el cuerpo, haciendo que su hambriento coñazo peludo se tragara mi polla lentamente. Hasta el final, hasta hacerla desaparecer del todo. Puse las manos en sus caderas y acompañé el movimiento que hacían. Sabía moverse muy bien. Poco a poco, adelante y atrás.

-Oh Dios mio… que polla… que rica… que bien… - Dijo entre gemidos.

Yo también estaba disfrutando de su sexo. Las carnes del interior envolvían mi falo. Se sentían calientes y húmedas, terriblemente agradables. Las contracciones que experimentaban aquellas paredes estrangulaban la verga de una manera sublime.

Aumentó el ritmo de su danza. Sentada encima de mi, botaba y cabalgaba sin parar. Las tetas blandas se balanceaban arriba y abajo. Yo también movía mi cintura para poder penetrarla un poco más fuerte y hondo. Todas sus chichas temblaban: las de los muslos, las de la barruiguita,… Mi mano se hizo con un seno. Apreté un poco, deformando la flácida carne. Pellizqué suavemente el empitonado pezón oscuro, haciendo que Doña Jacinta profiriera un gritito de puro placer.

Me incorporé un poco. Ella continuó cabalgando mientras yo empezaba a chuparle la teta entera. Acabé con el pezón en la boca, mamando de él como un niño de pecho. Lo abandoné para buscar sus labios y fundirnos en un vicioso beso con lengua. La abracé por los riñones y la empujé arriba y abajo para ayudarla con el movimiento de la follada. Quise ser yo el que marcara el ritmo y sin sacarle la polla de dentro le di la vuelta para tumbarla con la espalda apoyada en la cama y yo encima. Ella automáticamente me rodeó con las piernas y yo empecé a perforar su coño con mucha más fuerza. Embestí rápido, duro y seco. Parecía un martillo neumático, golpeando su sexo una y otra vez sin parar. Mi falo chapoteaba en sus flujos.

-Oh… no pares… un poco más… - Doña Jacinta estaba muy cerca del orgasmo. Su cuerpo debajo del mio se estremecía y las contracciones de su vagina se intensificaron. - Quiero que… te corras dentro de mí… quiero que me llenes de leche… -Jadeó.

Yo también estaba llegando al final así que continué percutiendo sin parar, intentando aguantar lo suficiente para que ella se corriera primero. Lo conseguí.

-Oh… DIOS SÍ… - Gritó al llegar al orgasmo.

Los espasmos de su vagina cuando llegó al orgasmo acabaron con mi resistencia y yo también me corrí. Una abundante cantidad de semen salió disparada hacia su matriz. Los chorros de leche caliente se estrellaron contra las paredes del interior de su coño. Los dos orgasmos, casi al unísono, nos colmaron de placer a ambos.

Le saqué la polla de dentro, chorreando una mezcla de semen y flujos vaginales. Me tumbé a su lado sin decir nada, intentando recuperar el resuello. Ella estaba más o menos como yo, descansando de las intensas oleadas de placer que habían atravesado su cuerpo. Estuvimos unos minutos en silencio hasta que me puse de lado, le coloqué una mano en la teta y busque sus labios para besarla.

-¿No has tenido suficiente? - Preguntó divertida ante el inicio del segundo asalto.

-De usted nunca. - Le respondí. - Además, me ha pagado por toda tarde y pienso ganarme mi dinero.

(...)

Una de las ventajas de tener 19 años, estar en forma y ser un cachondo mental es que el periodo de recuperación se acorta de una manera asombrosa. Cinco minutos después estábamos con Doña Jacinta en la ducha. Me dediqué a enjabonar su cuerpo con mis manos, aprovechando para manosear sus tetazas y volver a estimular sus pezones oscuros. No me olvidé de su culazo redondo y fofo, de su barriguita, de muslos y de su peludo coño. Todo ello entre besos y con ella también metiéndome mano y disfrutando de mi cuerpo fibrado y atractivo. Acabó con el cuerpo lleno de espuma y con una excitación que no le remitía. Por lo visto aquella hembra de 57 se contagiaba con mi pasión y juventud y cuando le metí la mano entre las piernas no me extrañó encontrarla caliente y pegajosa. Le apoyé la espalda en la pared de la ducha y deslicé dos dedos dentro del coño y empecé a masturbarla. Le chupé el lóbulo de la oreja y susurré.

-Está usted muy sucia Doña Jacinta. -Mis dedos entraban y salían de su sexo. - Tiene un coño muy sucio. - Le mordisqueé el la garganta sensualmente, lamiendo a continuación.

-Oh… tú eres sucio… que cachonda me pones… - Dijo entre gemidos.

Mis dedos entraban y salían de su coño cada vez más rápidos, ayudados por su lubricación natural. Estaba completamente encharcada. A algunas mujeres mayores les cuesta mojarse pero no era el caso de Doña Jacinta, cuyo sexo parecía una fuente. La mano libre manoseaba sus carnes fofas pero acabó irremediablemente en su teta, clavando los dedos ella. Doña Jacinta alargó una mano para agarrarme la polla y comprobar que volvía a estar dura como una roca.

-Dios mío… bendita juventud… ya estás empalmado otra vez… - Jadeó.

-Ya le he dicho que pone usted muy cachondo. - La besé en los labios y le metí la lengua en la boca. - Las maduritas guarronas me encantan. - Aumenté la velocidad de los dedos que la masturbaban.

-Eres un… oh… chico muy malo… -Apenas podía hablar.

-No. Soy un chico muy bueno, tanto que le voy a clavar la polla hasta el fondo hasta que grite de placer.

-Oh… sí… Métemela. -

Le saqué los pegajosos dedos del coño, le di la vuelta y la hice bajar un poco la espalda. Apoyó las manos en la pared de la ducha y se preparó para que la tomara. Le separé las piernas y me coloqué detrás de ella. Encaré la verga en su chocho y se la metí entera con un sólo empujón. Mi polla parecía un cuchillo caliente cortando mantequilla y entró hasta el fondo. La agarré por las caderas y embestí con fuerza. La empalé con mis 22 cm con un constante y brusco mete-saca.

El agua de la ducha empapaba nuestros cuerpos, llevándose los restos de jabón. Su melenita castaña estaba apelmazada por el humedad. La piel pálida estaba perlada de gotitas que se balanceaban al ritmo de las embestidas. Otra cosa que le colgaba y se balanceaba con cada embestida eran sus tetas. Por debajo de su cuerpo me apoderé de una y la estrujé sin dejar de embestirla. Acerqué mi cara a su oreja. Se la comí, mordiendo suavemente el lóbulo y metiendo la lengua dentro del oído.

-¿Le gusta... vieja verde? -Le susurré obscenamente.

-¿Le gusta … mi polla? - Apenas tenía resuello por el esfuerzo de una follada cada vez más vertiginosa.

-si… si… no pares… -Respondió gimiendo.

Para mi no era suficiente. Le había dicho que quería hacerla gritar de placer y a ello me apliqué con todas mis fuerzas. Dejé una mano en su teta y jugué con su durito pezón oscuro. La otra mano se deslizó por la cintura hasta meterse entre sus piernas. Mis dedos atravesaron el bosque de vello y buscaron la parte superior de su sexo. Me abrí pasó hasta el clítoris para poder masturbarla a la vez que la follaba. Ahora si que se volvió loca de placer.

-¡SI! ¡DIOS! ¡más… más… más! - Por fin la hice gritar. Doña Jacinta se había olvidado de sus vecinos. Seguro que más de uno la escuchó, chillando y totalmente ida por las oleadas de placer que nacían en su coño y le atravesaban todo el cuerpo. - ¡SI… SI! Oh Lucas…. ¡MÁS!

Yo le daba más.

Mi polla la abría con fuerza, los dedos de una mano frotaban su pezón y los de la otra rozaban con cuidado su clítoris. De nuevo una orgía de espasmos y contracciones en las paredes húmedas de su vagina me anunciaron que su orgasmo se acercaba. En mi verga se sentía sublime.

-Oh Lucas… Dios mio… ¡LUCAS! - Así llegó al clímax, gritando mi nombre a pleno pulmón.

El orgasmo le dejó las piernas temblando, sin apenas poder respirar y completamente rendida a mi polla, la que tanto gusto le había dado. Se la saqué de dentro.

Se dio la vuelta. Sus preciosos ojos almendrados estaban turbios, como si estuviera borracha, aunque lo que estaba era ahíta de gozo. Incluso su rostro parecía desencajado.

-Lo has hecho muy bien. - Me dijo abrazándome, besándome y agarrándome la polla. La machacó con fuerza. - Tienes una polla increíble. - Añadió.

Me pajeó mientras nos morreábamos. Le metí mano mientras lo hacia. Me apoderé de una de sus tetas y lo sobé el culo sin parar. Ella me masturbó con fuerza para hacerme acabar y un par de minutos después estallé. El semen se le estampó contra el vientre y algunos chorretones embarraron del blanco su vello púbico.

-Oh… Joder Doña Jacinta… usted si que es increíble. - Le dije apenas me había corrido aún con el resuello alterado.

(...)

Después de la ducha recuperamos fuerzas comiendo algo y descansando tumbados en la cama. El descansó no duró mucho. Doña Jacinta estaba más que satisfecha con los 3 orgasmos casi seguidos que había tenido pero ya les he dicho que yo estaba más que dispuesto a merecerme los 200 euros que me había pagado. Así que volví a ponerla cachonda, a comerle el coño y a follarmela hasta que se corrió 2 veces más antes de que yo también llegara al clímax. No les relataré este momento para no hacerme pesado ni resultar farragoso. Sólo les diré que la mujer gozó de lo lindo y cuando me fui de casa me despidió con una sonrisa complacida y convencida de haber invertido muy bien los 200 euros. No iba a ser la última vez.

Continuará…