El Escort 1: Doña Jacinta.

Con 19 años empecé a tener sexo con mujeres maduras por dinero. Mi primera clienta fue Doña Jacinta, mi jefa, una señora de 57 años que se había reprimido sexualmente demasiado tiempo.

Me llamo Lucas y en el momento que empieza esta historia tenía 19 años. Actualmente me dedico a la prostitución. La mayoría de personas que se dedican a este noble oficio son mujeres. También existe entre homosexuales pero no es mi caso. Yo formo parte de un muy pequeño y selecto grupo de hombres que se acuesta con mujeres por dinero. La mayoría de ellas son señoras maduras, adineradas y aburridas, aunque durante los años me he encontrado con mujeres de todo tipo y edad. Entre mis clientas hay amas de casa, esposas ignoradas por sus maridos, ejecutivas solteras que no tienen tiempo de buscar compañía masculina,… Podría narrarles mil historias que he acumulado con el tiempo pero lo que quiero relatar en este y los siguientes capítulos es como fueron mis inicios en este mundo, de como me convertí en un gigolo, un puto, un acompañante masculino, un escort,…

Pueden llamarlo como quieran.

Con 19 años era un chico muy guapo

y bien parecido

. No quiero parecer un chulo pero es la verdad. Era alto, metro setenta y nueve. Estaba delgado y como me gustaba mucho el deporte y el gimnasio estaba muy en forma. No es que estuviera hipermusculado pero si que estaba bien definido: brazos fuertes, pecho duro, abdominales y oblicuos bien marcados en su correspondiente tableta,… Me depilaba por lo que mi piel era suave y tersa.

El pelo lo llevaba corto y era de color castaño claro. Mi rostro destacaba por una mandíbula cuadrada, ojos verdes y una sonrisa canalla que acostumbraba a encandilar a las mujeres. Otra cosa que les encantaba a las mujeres, aparte de mi sonrisa, era un pene largo y grueso de 22 cm. Me arreglaba y recortaba el vello púbico, cosa que aún lo hacia parecer más grande.

Siempre había tenido bastante éxito con las chicas de mi edad y con algunas más mayores. Perdí la virginidad a manos de una joven de 21 que me enseñó muchas cosas sobre las mujeres y desde entonces no había parado. Era todo un ligón y nunca me faltaba compañía femenina. Me gané una merecida fama de mujeriego en la universidad, donde cursaba la carrera de filosofía.

Como era un joven de familia humilde y había tenido que mudarme para estudiar compaginaba la universidad con un empleo a media jornada en una pequeña tienda de comestibles. No ganaba mucho dinero, sólo lo suficiente para pagar el alquiler de un piso compartido y para mis gastos. Para el resto tenía la ayuda de mis padres aunque no me mandaban demasiado dinero. Los pobres hacían lo que podían para ayudarme a labrarme un futuro mejor, pero aun así mi situación económica era un poco precaria.

Así que cada tarde, después de ir a clase, me iba a la tienda en un barrio trabajador donde hacía un poco de todo: limpiaba, cobraba, reponía y de vez en cuando hacía el reparto. Mi jefa y propietaria de la tienda era Doña Jacinta. Tenía una cajera trabajando también por las mañanas pero por las tardes estábamos los dos solos y por lo visto la buena mujer no era inmune a mis encantos.

Doña Jacinta era una viuda de 57 años. Su marido había muerto hacía más de 20 años y había criado y mantenido ella sola a dos hijas y un hijo. Era una trabajadora nata que había levantado su pequeño negocio y cuidado de su familia sin ninguna ayuda. Las cosas le habían ido relativamente bien en estos dos aspectos. Sus hijas e hijo se habían independizado ya y su hija mayor pronto la haría abuela. La tienda le iba bien y ganaba más dinero del que necesitaba. Pero para ello había tenido que sacrificar muchas cosas.

Después de la muerte de su marido apenas había salido con ningún hombre. Sólo un par de relaciones que duraron poco y fueron decepcionantes. Con el tiempo había abandonado cualquier aspiración de volver a tener una vida sexual. Hacía por lo menos 10 años que no se acostaba con nadie y se esforzaba por ignorar cualquier deseo que pudiera sentir su cuerpo. Se había convertido en una mujer reprimida. El problema era que toda esa lujuria encerrada se iba acumulando hasta que un día estalló.

(…)

-¿Hoy no viene a buscarte ninguna amiga? - Me preguntó Doña Jacinta mientras yo bajaba la persiana de la tienda.

Era la hora de cerrar aunque aun quedaba un rato de trabajo: contar caja, limpiar, recoger,… Estaba acostumbrada a que a esa hora, sobre todo los viernes como aquel día, apareciera alguna atractiva joven. Normalmente eran compañeras de clase con las que yo me divertía sin aspiraciones de tener ningún tipo de relación seria. En el año que llevaba trabajando para ella había visto a muchas de estas chicas.

-Que va Doña Jacinta. Hoy toca descansar. - Le respondí con una sonrisa.

Cerré la puerta con llave y me metí en uno de los pasillos para reponer los botes de legumbres y las latas de salsa de tomate. La tienda era pequeñita: tres pasillos con estanterías repletas de todo tipo de comida y bebida, varias neveras de lácteos y carne al fondo, una zona con fruta y verdura fresca y finalmente un poco de panadería cerca de la caja registradora. Al lado había una puerta que daba a un pasillo que llevaba al pequeño despacho de Dona Jacinta, al cuarto de baño y a un almacén donde guardábamos el resto de productos.

Terminé de reponer el pasillo y empecé a barrer mientras Doña Jacinta contaba caja y recogía el pan sobrero. Los 57 años y la vida de duro trabajo se le notaban en el rostro pero no podía evitar pensar que de joven debía haber sido bastante guapa. Tenía el pelo castaño oscuro y liso. Estaba teñido para que no asomara ninguna cana. Suelto le llegaba hasta los hombros pero siempre lo llevaba recogido con una pinza o un moño. Iba maquillada, aunque de manera sobria y sutil, sólo un poco de colorete que disimulara la tez pálida y blanquecina de alguien que se pasa el día trabajando en un lugar cerrado. Tenía arrugas alrededor de los los ojos, aunque estos eran bastante bonitos: grandes, brillantes y con un precioso tono almendrado. También se ponía carmín en los labios, de color rojo pero suave y poco llamativo. No llevaba más joyas que unos diminutos pendientes dorados y una cadenita con un crucifijo de oro.

Los años y tres partos también se notaban en su cuerpo. Aunque no era una mujer gorda si que le sobraban algunos quilos que se veían en una incipiente barriguita, un culo grande y redondo y unos muslos generosos. Era más bien voluptuosa con las caderas anchas y unas tetas que debían rondar una talla 110. No se puede decir que Doña Jacinta fuera una mujer especialmente atractiva: rellenita, de carnes flácidas y caídas, piel blanca y estriada,… Nunca me había fijado en ella como mujer, hasta aquel día.

-Por lo que veo tienes mucho éxito con las chicas,… pocas veces te veo repetir con la misma. Todas vienen aquí a esperarte a la hora de cerrar mientras te hacen ojitos. Estás hecho todo un Casanova. - Doña Jacinta estaba detrás mi. Me sorprendió con aquel comentario.

Me giré para observarla por un instante. Vestía con un grueso jersey azul de manga y cuello altos. La falda le llegaba más abajo de las rodillas y era marrón, como las medias. Los zapatos apenas tenían tacón pues la mujer debía pasarse muchas horas de pie. Por encima de la ropa llevaba un delantal blanco que usaba como único uniforme. Yo llevaba vaqueros, zapatillas y un jersey.

-No se crea usted. - Le respondí con falsa modestia. - Seguro que no son tantas.

-Eres muy guapo y seguro que muy bueno en la cama. -

Normalmente era una mujer bastante seria, poco dada a la broma. Era una jefa severa pero justa. No era muy habladora aunque al final habíamos cogido confianza al pasarnos cada tarde solos y juntos y yo sabía algunas cosas de su vida. Lo que no había hecho nunca era ningún comentario sexual ni subido de tono. Aquello me cogió por sorpresa pero yo estaba acostumbrado a coquetear con mujeres y en aquel momento, lo más natural que me surgió, fue hacerlo con mi jefa, una mujer que 38 mayor que yo.

-De momento no he tenido queja de ninguna. -Contesté, mirándola fijamente con mis ojos verdes y torciendo los labios en una sonrisa que había seducido a más de una chica.

Se ruborizó ligeramente y me miró de una manera que yo había visto en otras mujeres. Doña Jacina, a la que yo había creído muerta de cintura para abajo, me deseaba. Veía en mi un iogurín de 19 años que había despertado sensaciones y necesidades en su cuerpo que ya creía totalmente apagadas. En aquel momento yo también la miré de una manera diferente. Aquella mujer madura de 57 años, algo pasada de peso, de carnes flácidas y arrugas,… tenía su punto, algo que me pareció sumamente morboso y excitante.

-Cuando usted quiera puede comprobarlo. - Le dije sin dejar de mirarla fijamente. Ella tuvo un instante de turbación, pero respiró hondo y me contestó.

-Voy a hacerte una propuesta. - Dijo con voz aparentemente calmada aunque un punto temblorosa. - He pensado que que si tú… - Dudó unos instantes. -… fueras bueno conmigo yo podría darte alguna propina. - La entendí al instante.

-¿Esta usted ofreciéndome dinero a cambio de sexo? - Mi tono era de completa sorpresa. Ella lo interpretó como una negativa.

-Lo siento… no quería ofenderte. Soy una mujer mayor, hace años que no estoy con un hombre y tu eres un joven muy guapo. -Dijo dándome una explicación que yo no necesitaba. -No quiero que me des una respuesta ahora… pero piénsalo.

-No tengo nada que pensar. - Dije caminando hacia ella.

En aquel momento me la hubiera follado aunque no me hubiera ofrecido el dinero. Aquella hembra reprimida y madura me había puesto a mil y para decir la verdad que quisiera pagarme por follar con ella me daba mucho morbo. Sin decirle nada más me acerqué a ella, la estreché entre mis brazos y la besé. Intenté ser delicado pero el calentón había sido instantáneo y urgente. Le metí la lengua en la boca. Agarré su trasero y apreté aquella carne abundante, blanda y caída. Le costó unos segundos reaccionar pero cuando lo hizo su lengua siguió a la mía en el húmedo morreo que nos unía. Noté como su cuerpo se estremecía, pegado al mio. La estreché con más fuerza, aplastando sus tetazas en mi pecho. Le solté el pelo castaño, quedándome con la pinza con la que sujetaba la melena castaña.

-Oh Dios… -Jadeó cuando nuestras bocas se separaron. Sus manos también reaccionaron y palparon mi trasero, joven y duro.

Continuamos con más morreos y metiéndonos mano mientras nos desplazábamos por la tienda. Unimos bocas, lenguas, labios y saliva sin dejar de tocarnos. Llegamos al mostrador donde la caja registradora dejaba un espacio donde los clientes dejaban la compra. Allí senté a Doña Jacinta, con las piernas abiertas y yo entre ellas, de pie. Ella tenía un calentón más urgente que el mio después de años sin sexo y rápidamente me quitó el jersey y la camiseta, descubriendo mi pecho ancho, fuerte y sin rastro de vello corporal. Ella continuó tocándome, bajando por un vientre plano y con los abdominales bien marcados.

-Estás muy bueno… - Susurró mientras reseguía la tableta con los dedos.

Volví a besarla y empecé a desatarle los nudos del delantal. Se lo quité, al igual que el jersey. Debajo llevaba un sujetador de color carne, lo menos sexy que puedan imaginar. Por lo visto la ropa interior de mi jefa era acorde a su edad y falta de vida sexual: sujetadores y bragas de mujer mayor. Aquello que a priori era de lo más anti-erotico a mi terminó de ponerme a mil. Hundí la cabeza en el escote del sujetador. Las tetas eran blandas, muy pálidas, recubiertas de venas azules y con algunas estrías.

Lamí el canalillo, chupe la carne y besé la piel. El sujetador me molestaba así que lo desabroché para liberar aquellas dos grandes berzas. Efectivamente estaban flácidas, caídas y habían perdido la turgencia y firmeza de la juventud. Eran las tetas de una hembra de 57 años pero seguían siendo muy apetecibles: grandes y con unos pezones oscuros que comenzaban a ponerse erectos. Cuando agarré un seno, me incliné y lamí uno noté que estaban un estado de extrema sensibilidad. Me puse el pezón en la boca y lo succioné sin dejar de lamerlo. Ella gimió quedamente, dejándose llevar por el placer. No había dejado de meterme mano: pecho, vientre, culo,… y llegó a la entrepierna. En mi vaquero ya se notaba el pene bastante duro y casi empalmado del todo. Cuando palpó mis 22 cm pareció sentirse de lo más complacida.

-Menudo pollón. - Susurró mientras lo tocaba y yo seguía chupándole las tetas.

Dejé su pecho y volví a unir mi boca con la suya. Tenía ambas manos en sus senos y los apretaba, deformandolos con la presión de mis dedos. Ella me desabrochó los vaqueros y me los bajó junto con los calzoncillos. Mi polla pudo respirar y ella la agarró, pajeando suavemente. Al igual que me depilaba pecho y piernas cuidadaba bastante de mi vello púbico y estaba estaba recortado y arreglado.

-Que polla más grande… -Repitió. Apenas podía hablar. Mi boca no dejaba de besarla y el calentón la hacía respirar entrecortadamente.

No era para menos. Aquella mujer hacia años que no tenía una verga a mano y la mía no estaba nada mal. Grande, palpitante, dura como una barra de acero, caliente,… La palma de su mano se encargó de terminar de empalmarme del todo. Dejé que la masturbara unos segundos antes de apartarle la mano de allí. La levanté del mostrador y volví a comerle las tetas, bajando con mi boca por su cuerpo. Llegué a su barriguita, ligeramente pronunciada, con estrías de los embarazos y flácida como todo su cuerpo. No entendía como aquel cuerpo imperfecto me estaba poniendo tanto. En aquel instante estaba aprendiendo a disfrutar por primera vez de una madura de verdad.

Me puse de rodillas mientras lamía y besaba el vientre y alrededor del ombligo. La falda tenía una pequeña cremallera que bajé para poder deshacerme de la prenda. Las medias marrones, panties de una pieza, transparentaban y enseñaban unas bragas a juego con el sujetador que reposaba en el suelo. Color carne, sin apenas adornos, nada sexy pero para mí muy morbosas.

Le separé un poco las piernas y acaricié la cara interna del grueso muslo hasta llegar al pubis. Con los dedos presioné un poco. Volví a subir por su cuerpo hasta ponerme de nuevo una de sus tetas en la boca mientras le tocaba el coño por encima de las medias y la ropa interior. El nailon se sentía muy suave en la palma de mi mano. Ni este ni las bragas disimulaban el calor que emanaba del sexo de Doña Jacinta.

-Oh… sí… -Gemía la mujer, gozando de volver a sentir las manos de un hombre en su cuerpo después de tantos años.

Otra cosa que tenía después de muchos años era una polla a mano. La agarraba y masturbaba, presionaba los dedos en el tronco, frotaba la yema del pulgar en el glande,… Viendo la manera en que trataba mis genitales pensé que era el momento de hacer lo propio con los suyos. Metí la mano por dentro de las medias y las bragas de color carne para tocar directamente su coño. Lo primero que sentí fue el vello púbico. Parecía muy abundante y ensortijado. No me importó y mis dedos se abrieron paso hasta una raja y unos labios que ya estaban hinchados y bastante húmedos. Palpando encontré su agujero y deslicé un dedo dentro. Las piernas de Doña Jacinta temblaron y percibí como su cuerpo se ponía tenso, ansioso por más de mis caricias.

Estuvimos así un par de minutos: besándonos, pegando nuestras bocas en húmedos morreos con lengua. Ella tenía bien agarrada mi polla y no paraba de pajearla. Yo también la masturbaba, con la mano metida dentro de sus bragas y los dedos acariciando los labios vaginales y abriéndose paso hasta el clítoris. De repente sentí la necesidad de comerme aquel coño.

Le quité la mano de la entrepierna y le bajé las medias y las bragas. Ella me ayudó para deshacerme de las prendas y dejarla totalmente desnuda. Yo también me quité los pantalones bajados. Ella se volvió a sentar encima del mostrador y yo me arrodillé entre sus piernas abiertas. Pude observar de cerca aquel coño. Nunca había visto uno tan peludo. El vello parecía una selva de color marrón con algunas hebras de gris. Desprendía un fuerte y embriagador aroma de hembra y entre aquel espeso bosque se abría la raja, hambrienta y rosada. Metí la cara en la entrepierna y le besé los muslos y las ingles. Poco a poco me acerqué al sexo y pronto ya estaba dando grandes lametones por encima de todo el vello. En la lengua sentí su sabor, que al igual que el aroma era fuerte, intenso y de hembra madura. Ella se abandonó al placer mientras le comía el coño. Puso una mano en mi pelo, revolviéndolo. No paraba de gemir y jadear.

-Dios mio… Dios mio… Dios mio… -Repetía como un mantra.

Yo seguía a lo mío, devorando aquel chocho peludo. Le chupaba los labios vaginales, le metía la lengua dentro del agujero y hundía la boca entre los pliegues que cubrían su clítoris para rozarlo con los labios. Tenía una mano alzada para manosear su teta. Acabé pellizcando y retorciendo, con suavidad, uno de los grandes pezones oscuros, ahora totalmente empitonado.

Doña Jacinta no aguantó aquello durante mucho tiempo. En apenas algunos minutos de comida de coño conseguí que llegara a un orgasmo intenso que la hizo estremecer. Los flujos vaginales llenaron mis labios y dejaron mi boca y barbilla brillantes de su corrida. Cuando me levanté ella buscó mi boca para darme un beso.

-Eres muy bueno… pero ahora quiero esta polla dentro de mi… - Jadeó. El orgasmo había liberado parte de su reprimida sexualidad y ahora necesitaba más.

Continuó sentada encima del mostrador con las piernas abiertas. Mientras me daba otro morreo agarró el falo, que seguía duro, y lo encaró en la entrada de su peludo chocho. El vello me hacía cosquillas en el glande. Esas cosquillas no duraron mucho pues empujé, deslizando el pene en su interior hasta más o menos la mitad. Estaba muy mojada después del orgasmo y terminé de penetrarla con suma facilidad. Mi pene se abrió pasó por su cueva hasta que estuvo enterrado del todo.

-Oh… Lucas fóllame…- Jadeó.

Eso es lo que hice. Ella estaba recostada en el mostrador, con las piernas abiertas. Yo de pie, entre ellas. Tenía una mano en su cadera y la otra no quería abandonar sus tetas. Inicié el mete saca lentamente, con embestidas profundas pero no demasido rápidas. Ella me rodeó con las piernas y los muslos. La ayudé a incorporarse un poco para que también me abrazara. Puse las manos en su espalda y riñones. Notaba sus empitonados pezones y blandos senos contra mi pecho, sus muslos en mi cintura y su boca hundida entre mi cuello y mi oreja. Mis caderas aumentaron la velocidad del mete-saca y empecé a embestirla con un poco más de vigor.

Las bocas no paraban quietas. A veces se unían una a la otra en viciosos besos con lengua y mucha saliva. Otras la mía buscaba su cuello para besarlo y lamerlo. Otras para chupar su oreja y meterle la lengua dentro del oído. Ella hacía algo parecido y llegó incluso a morderme la garganta a medida que el placer aumentaba. Ambos jadeábamos y yo sudaba por el constante esfuerzo de darle lo suyo a Doña Jacinta. Mis caderas ya se movían de manera rápida y constante y mi polla martilleaba su coño con ritmo fuerte y vigoroso. La verga salía hasta la mitad y volvía a clavársela de un golpe, hasta el fondo del coño, una y otra vez sin parar.

-Oh… no pares… no pares...- Me pedía. Sus manos habían bajado a mi culo y apretaban aquella carne joven y dura, en contraste con las suyas maduras y caídas.

-Que coño… tiene… más rico… - Me sorprendí susurrándole en la oreja. La verdad es que estar dentro de ella se sentía deliciosamente bien. Sentía su ansiedad, su necesidad de otro cuerpo y eso me espoleaba y me calentaba. Follarme a mi jefa de 57 años era muy morboso y quería seguir dándole placer.

Para hacerlo decidí cambiar de postura. Quería follármela hasta hacerla desfallecer de gozo. Le di la vuelta, apoyando su torso y pechos en el mostrador. Puse el trasero grande, blanco, blando y fofo en pompa. No pude resistir la tentación de darle una palmada que le dejó la nalga rebotando. Le separé los muslos y me coloqué detrás. Con la mano me cogí el miembro y busqué de nuevo la entrada de su coño. Froté el glande en la raja, gozando de nuevo de las cosquillas que me hacía su peludo bosque antes de meterle la polla dentro. Fue con un golpe seco y fuerte. La empalé, la agarré por la cintura y las caderas y volví a darle duro. Mis embestidas eran poderosas y rápidas.

-Sigue… sigue… - Doña Jacinta se había vuelto loca de placer. Parecía sumida en un trance sexual.

Yo le percutía sin parar, como un ariete dispuesto a conquistar la plaza. En este caso el objetivo no era otro que arrancar un segundo orgasmo a mi jefa. Para eso la tenía bien agarrada por las cadera y embestía su grupa con una velocidad creciente, animado por sus gemidos. El vigor de mis 19 años me ayudaba a mantener aquel vertiginoso ritmo.

-Así… me corro… un poco más… -Anunció anticipadamente el tan ansiado segundo clímax.

Hice lo que me pedía, aguantar un poco más hasta que por fin se fundió en un potente orgasmo. Tuve que sujetarla para que no se cayera al suelo, manteniendola pegada al mostrador donde me la había follado. Dejé que se recuperara de las intensas sensaciones que acababa de experimentar. Ella misma se apartó, sacándose el falo de dentro y dejándose caer de rodillas en el suelo. Me miró con aquellos ojos almendrados. El colorete se le había apelmazado en las mejillas por el sudor. Sonreía como una gata satisfecha y su respiración parecía un ronroneo. Alzó la mano y me agarró la polla, pegajosa aun de los flujos vaginales.

-Follas muy bien. - Dijo mirándome a los ojos, de rodillas y con mi verga en su mano.

-Gracias. - Fue lo único que acerté a decir. Ella se había desahogado pero yo seguía cachondo a más no poder. -

-A ti guapo… ahora sigue haciéndolo tan bien y correte en mi boca. -

Abrió la boca y se empezó a lamer el enrojecido glande. Se lo puso dentro de la boca, apretando con los labios el tronco. Sujetaba el falo con la mano y pajeaba a la par que mamaba. Podía hacer mucho tiempo que no tenía sexo pero sabía complacer a un hombre y no tardé demasiado en sentir el orgasmo llegar.

-Dios… me corro… -Jadeé.

No se sacó el falo de la boca. Continuó mamando hasta que el semen comenzó a brotar, a salir disparado hacia su garganta y paladar. No paró hasta que terminé de correrme y sin decir nada más se tragó toda la lefa. Cerré los ojos unos segundos, sintiendo las últimas oleadas de placer.

Ella se levantó y empezó a recoger la ropa que estaba en el suelo de la tienda y a vestirse en silencio. Hice lo mismo. Cuando terminó se arregló el pelo y fue hasta la caja registradora. La abrió y sacó un billete de 50 euros. Me lo tendió.

-Toma… te lo has ganado. - Me dijo con una sonrisa.

-Doña Jacinta, no me debe nada. - Aunque acabara de follármela no se me ocurrió cambiar el tratamiento y seguí hablándole de usted y con el respetuoso Doña por delante del nombre. Además, había disfrutado mucho y me parecía mal aceptar su dinero por algo que había gozado casi tanto como ella.

-Calla y coge el dinero. Te he dicho que te daría una propina y es lo que voy a hacer. - Contestó con un tono que no admitía replica.

Agarré el billete y me lo guardé en el bolsillo de los pantalones. Acabé de ayudarla a recoger como si fuera un día normal y cuando salí de la tienta volví a agarrar el billete de 50 euros que me había dado. Esa fue la primera vez que recibí dinero por sexo.

Continuará…