El Esclavo del Profesor (8.0 Control Sexual)

Arturo finalmente es convertido en esclavo de Rivera. Clark tiene conflictos con la forma de ser de Diego y está a punto de caer en una trampa del perverso profesor.

El esclavo del profesor

8.0 Control sexual

Capítulo anterior: Diego está cada vez más enamorado de su instructor mientras Arturo está cada vez más dominado por los perversos métodos del profesor Rivera. Ahora, se presenciará la casi culminación de la domesticación del joven mientras que la idílica relación de Clark y Diego pasa por dificultades debido a la resistencia de este para ser penetrado

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El día había llegado. Arturo despertó sin saberlo, tan sólo esperándolo como siempre. Cada mañana era momento de ansiedad. Aún así, incluso esa sensación había cambiado en su mente: Al principio, Arturo, atrapado en las cadenas colgantes del techo, esperaba con impotencia, con miedo, con ira incluso, las depravadas maniobras de Rivera. Conforme pasó el tiempo, la resignación le hizo esperar con menos miedo y cuando por fin cayó a los placeres de la estimulación rectal, empezó a esperar con hambre, con deseo por más gozos similares. Arturo estaba consciente de eso a medias, como tratando de olvidar que había caído totalmente en las garras de Rivera, que le habían privado de sus deseos heterosexuales y que ahora su culo disfrutaba como nunca antes.

La celda donde dormía se iluminó. Al cabo entró uno de los otros esclavos de Rivera, mudo y obediente como siempre, quien diligentemente tomó a Arturo y le colocó varias cadenas en las muñequeras y tobilleras que le habían puesto tiempo atrás. Eso era nuevo: Rivera estaba a punto de hacerle algo

Pronto, Arturo estuvo sometido en una posición inerme: boca arriba y de brazos y piernas colgando del techo y el esclavo le limpiaba el culo con esponja. Luego se retiró y al momento llegó el profesor, quien lo saludó con su cinismo característico:

-Buenos días, Arturo. Has elegido una posición extraña para dormir, pero es muy conveniente para lo que tengo preparado para ti el día de hoy. Vamos a empezar, tengo interés en saber cómo reaccionarás. -con calma, Rivera le aplicó una inyección en el brazo-. Es el contractor muscular de costumbre, pero le agreguéun afrodisiaco ligero, sólo para acelerar las cosas. Veamos como estas aquí atrás .

Rivera inspeccionó el hoyo de Arturo, que estaba castigado todavía por el anillo dilatador. Desde que se lo pusieron, el dispositivo había logrado dilatar su culo hasta un diámetro de casi 7 cm, lo cual hubiera destrozado sus esfínteres de no haber sido por el eficaz tratamiento de refuerzo muscular que le habían dado simultáneamente. Ahora, Rivera lo cerró, girando la llave y por primera vez en varias semanas, el hoyo de Arturo pudo cerrarse, e incluso con fuerza, debido al efecto del contractor que le acababan de inyectar. El muchacho se sintió extraño después de tanto tiempo dilatado, pero al mismo tiempo tuvo un pensamiento cuya combinación de miedo y esperanza le dio vértigo. No bien lo hubo pensado, Rivera confirmó sus sospechas:

-Muy bien, chico, tu culo ha respondido de maravilla al tratamiento. Ahora por fin estás listo para que te metan una verga de carne y hueso

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Diego se bañaba en la ducha mientras Clark preparaba el desayuno. Se encontraban en la casa del instructor. Era domingo y ese día ninguno de los dos tenía obligaciones de escuela ni trabajo. Había pasado una noche como las que ya se habían vuelto costumbre: Diego prendido de la verga de Clark, lamiéndola con fruición y apetito sólo comparables al que Clark demostraba cuando le devoraba el culo a Diego, quien era capaz de eyacular con esa sola excitación, sin tener que tocar su verga, cosa que sorprendía y excitaba mucho a Clark, quien pensaba que si el muchacho era capaz de dicha hazaña, es decir, de correrse únicamente recibiendo una buena lamida de culo, seguramente cogerlo sería una experiencia sin igual. Esa noche, sin embargo, había ocurrido un incidente desagradable.

A pesar de las veces que habían estado juntos (diario desde hacía 20 días), Clark no había podido avanzar mucho respecto a la virginidad de Diego. Éste era capaz de resistir uno o acaso dos dedos del instructor en su apretado orificio. Del mismo modo, era claro que el muchacho disfrutaba sentir la rosada cabeza del voluminoso pene de Clark paseando y acariciando sus tersos glúteos e incluso frotarla a todo lo largo de la línea entre la espalda y los testículos, pasando incluso sobre el codiciado agujero, a juzgar por los apasionados suspiros que emitía. Sin embargo, si Clark se detenía ahí o hacía un poco de presión, la reacción de Diego cambiaba radicalmente, daba un salto, se alejaba e incluso perdía la erección. Esa noche, lo estaban pasando tan bien como siempre y Clark se dejó llevar. Una vez más, intentó colocar su virilidad en el hoyito de su joven amante con la reacción de siempre: Diego intentó alejarse. Clark, en un arrebato del que luego se arrepintió, tomó al muchacho por la cintura y lo retuvo a su lado, no tan fuerte como para forzar su verga en si jamás penetrado culo, pero si para que sus músculos anales se distendieran. Diego lanzó un grito tan fuerte que el rubio tuvo que soltarlo. El muchacho corrió del cuarto y se encerró en el baño. Clark se quedó inmóvil, viendo la puerta mientras su verga se ablandaba lentamente, pensando en lo que acababa de pasar. Le daba miedo haber lastimado a su querido niño y se culpaba por haber sido tan bestia para intentar forzarlo. Clark se había prendado del muchacho y en verdad lo quería, de forma que ahora temía que Diego lo rechazara por su breve pero decisivo destello de violencia. Clark se acercó a la puerta y, contrario a lo que esperaba, la encontró abierta. Al entrar, escucho un susurro en la regadera. Al recorrer la cortina, encontró a Diego, agazapado. Todo su cuerpo temblaba y respiraba entrecortadamente.

-Discúlpame, niño… No quise hacerlo… En verdad, no sé que me pasó… ¿Te encuentras bien? –Clark no se atrevía a tocarlo, pues creía que Diego se encontraba en esa posición por miedo de él. Como viera que el chico no hacía nada, se dio la vuelta para salir, cuando oyó que el otro le decía

-No, no es eso… Quiero decir, me encuentro bien, no me pasa nada… Pero no te vayas, perdóname… Me siento mal contigo, tú no has hecho nada malo, soy yo.

-¿Pero por qué dices eso? Clark regresó al lado del chico, quien se incorporó

-Es que yo sé lo que deseas hacerme. Y quisiera complacerte. Yo también quiero que lo hagas. Pero no puedo. No sé porqué pero no puedo soportarlo.

-Está bien, ya habrá tiempo para eso, verás que algún día podremos intentarlo… Ven, vamos a la cama, aquí hace frío.

Diego abrazó a Clark, quien correspondió con sus fuertes brazos. Volvieron a la cama y luego de un rato de meditación, la lujuria inherente de sus cuerpos resurgió. Desnudos bajo las sábanas, cuerpo con cuerpo, Diego tomó la verga de Clark, semi-erecta, y la masajeo con destreza para ponerla dura en un instante, Clark también tomó el miembro de Diego y juntos se masturbaron gozosamente, con calma, cada uno sintiendo la mano del otro frotando sus respectivos falos, viéndose directo a los ojos, riendo mutuamente, disfrutándose. Finalmente, ambos se vinieron, en una explosión casi simultánea de fluidos que se entremezclaron y cayeron en sus cuerpos, sudorosos por la pasión. Diego, en un gesto morboso y excitante, untó parte de la corrida en el pecho lampiño y bien formado de Clark y luego lo lamió con delicia, buscando sobre todo los sensibles pezones, lo que hizo a Clark suspirar de placer… La noche siguió y cuando a la mañana siguiente Diego se duchaba y Clark preparaba el desayuno, éste no tuvo más remedio que reconocer que, por más que amara a Diego, ya no podía resistir las ganas de clavar su verga en un buen culo de macho que la comprimiera y le diera el placer que tanto necesitaba

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Arturo estaba excitado. Influido por las sustancias en su sangre, sentía por todo el cuerpo la imperiosa necesidad del contacto piel a piel, imaginaba los olores, los sabores, los susurros de las relaciones carnales y su piel se erizaba de placer. En su mente recreaba a su esclavo favorito, ese que a veces acudía a alimentarlo o a bañarlo, un moreno robusto y de pecho y abdomen musculosos, tanto como su portentosa verga, bulbosa, gruesa y surcada por venas palpitantes. Por debajo, su ano estimulado estaba muy apretado, casi dolorosamente apretado y Arturo hubiera agradecido que "algo" pudiera ayudar a dilatarlo, a llenar ese incómodo vacío que tanto le molestaba. En un momento dado, quedó perplejo, pues frente a él veía al protagonista de sus (recientes) sueños homosexuales, al esclavo moreno. Tuvo que verlo fijamente un rato hasta darse cuenta que no era un sueño, que realmente estaba ahí, desnudo esta vez, sin nada del exiguo uniforme que había usado hasta ahora, sólo cubierto sus ojos con unos lentes oscuros que dejaban ver, sin embargo, gran parte de un rostro varonil y excitante. El moreno lo tomó de la cadera, colgado como estaba en el arnés y fue entonces cuando Arturo vio la portentosa erección con la que empezó a golpearle las nalgas. Sentía la dura cabeza de ese grueso calibre jugando tan cerca de su culo que empezó a temblar de ansiedad. Entonces oyó a Rivera, quien apareció a su lado.

-Veo que te gusta el espectáculo de Pablo, muchacho. Apuesto a que estas ansioso por sentir su verga en tu interior, ¿no es cierto? En ese caso, sólo tienes que pedirlo

Al oír esa voz como silbido, Arturo volvió a reaccionar. Su mente libre hizo acopio de fuerzas para oponerse a la urgente necesidad del resto de su cuerpo por carne de macho y se preparó para la última batalla contra Rivera:

-No, no me convencerás. Que me penetre si así debe ser, pero no lograrás que yo diga que yo lo quiero.

Ahh, ¿no?. He logrado que hagas todo lo que he querido hasta ahora, ¿por qué crees que será diferente ahora?

-Porque esta vez juegas con mi orgullo de hombre. Me has quitado el placer físico y me has obligado a aceptar un placer depravado pero por dentro sigo siendo hombre, no lograrás convertirme en uno más de tus esclavos

-Ya lo veremos, Arturo. Hoy será el día en que tu virginidad se irá para siempre y se irá porque tú lo digas… Empecemos con estos juguetitos

Rivera se colocó frente al desprotegido trasero de Arturo, levantado en vilo por los arneses y tomando un introdujo un dildo de la mesa que sus ayudantes habían traído, un cilindro de plástico flexible de tamaño estándar, en el trabajado hoyo del chico, el cual, hambriento, lo recibió de inmediato. Empezó a moverlo en su interior. A merced del prolongado tratamiento de sensibilización química, el culo de Arturo, que antes sólo sentía dolor ante esas manipulaciones, se había convertido en un órgano sensible a la frotación, rico en terminaciones nerviosas del placer, ahora que estas habían sido extinguidas de su verga. El bombeo del dildo hizo que Arturo se estremeciera de éxtasis muy a su pesar. Al poco tiempo, ya suspiraba incontroladamente, pero su gozo se hizo mayor cuando Rivera cambió por un dildo más grande, ese sí con forma fálica, con cuyo glande estimulaba hábilmente los puntos más sensibles de su interior. Arturo se resistía cada vez más débilmente. Estimulado en la única región que ahora podía sentir placer, enervado por las drogas afrodisiacas y con el cuerpo y la mente agotados luego de la larga tortura física y psicológica, la consciencia de Arturo volvía a caer en caos. Escuchaba a Rivera, quien con astucia lo iba induciendo al abismo de su control físico y mental.

-Vamos, chico, sabes que te gusta. Y sabes que una verga de verdad te gustará más. No te niegues, acéptalo

-No, no acepto

-Acéptalo, te gané, te he convertido en puto y ahora quieres sentir la verga de mi sensual esclavo Pablo en tu culo de puto. Dilo, dilo ya

-AGhhhh, no, no lo diré, aún soy hombre… ahhhh

-No, no, eres puto, vamos, sabes que sí. Ya eras puto antes de estar aquí, solo lo habías negado. Deja de negar, acéptalo. Dime que quieres verga

-Noooo… noooo… aghhh … no… quiero… no… quiero verga

Rivera cambió por un vibrador y lo accionó dentro de Arturo, quien lanzaba gemidos más fuertes. En su mente torturada se confundían las sensaciones de odio, de impotencia y humillación con las del placer inaudito que sentía y con el hambre de verga que habían estado implantándole tan sutilmente. Podía entreabrir los ojos y ver a unos centímetros ese pedazo rígido de masculinidad y se relamía los labios pensando en cómo se sabría pero, más importante aún, como se sentiría en su orificio

-Ríndete, Arturo. Ya he ganado, sólo tienes que reconocer la derrota y todo este manjar será para ti… Ven, dilo, Dime que quieres una verga en tu culo.

-No… no por favor, no quiero…ahhhh…ssssi….NO NO… aaa…NO QUIERO… ahhh verga… en.. mi culo… NO QUIERO… verga…ahhh… siiiiii

Al borde del colapso, Arturo no sabía ya qué sentía, que creía ni quien era. Su cabeza era un laberinto de sensaciones y pensamientos y en su interior, su consciencia hedónica, la que busca siempre el placer, tomaba control de él, irremisiblemente, empujándolo a aceptar lo que le diera gozo. Rivera veía la lucha interna reflejada en el rostro contraído del muchacho y sabía que ya estaba cerca. Ordenó a Pablo a acercarse, retiró el vibrador y a cambio, hizo que su esclavo frotara su enhiesta verga contra las torturadas nalgas del joven.

-¿Puedes sentirla? La exquisita verga de Pablo se pasea por tu culo, Arturo. ¿No quieres sentirla más de cerca? Sólo tienes que decirlo: Quiero verga.

-NO, NO, ahhhh

-DILO:¡¡ QUIERO VERGA!!!

-NO…ahhh si… NO…ahhhhhhhh

-QUIERO VERGA; dilo YA, Arturo

-AHHHHHHHH… QUIEROOOO

-QUÉ QUIERES, DILO, QUÉ QUIERES

-AHHH AHHHH AHHH QUIERO AHHH VER….. AHHH QUIERO VER….AHH QUIERO… ¡¡¡ QUIERO VERGA !!!

Ahora que lo había dicho, la barrera psicológica estaba rota. Su instinto sexual lo invadió y arrastró a su consciencia a las cascadas del sexo. Quería sexo, quería ese falo de macho en su apretado culo y lo quería ya

-Quiero verga, por favor, necesito esa verga en mi culo… Démela, por favor, que me la meta toda

Rivera sonrió satisfecho… Una vez más, había conseguido transformar una mente a su antojo, con determinación y eficiencia. Ahora faltaba un solo par de ajustes antes de que esa transformación fuera perfecta. Por el momento, bastaba terminar con esa etapa. Dijo unas cuantas palabras a su esclavo y se retiró un poco para seguir disfrutando del espectáculo

Pablo, el esclavo, dirigió su grueso instrumento al hoyo de Arturo, quien clamaba por él en cuerpo y alma y lo introdujo con vigor. El chico lanzó un gemido de éxtasis puro, que degeneró casi en bramidos mientras el musculoso de lentes lo penetraba una y otra vez. En cada descarga, hundía su dura vara en el interior comprimido y exaltado de Arturo, perdido éste en el limbo del placer. Finalmente, el trabajo hizo efecto y Arturo eyaculó con una efusividad de salpicaduras por todas partes, con una energía acorde a lo que sentía. En ese momento, Pablo retiró la verga, aún erecta y sin haberse corrido y se retiró junto a su amo, ya que esas eran sus órdenes. Ambos salieron del cuarto, dejando a Arturo sacudiéndose en el arnés, pidiendo a gritos que siguieran, que le trajeran otra verga para su culo hambriento

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La semana siguiente, Clark no pudo reunirse con Diego a diario, como venían haciendo ya que este estaba en exámenes finales. Casi 6 meses de clase por fin acababan. Era jueves y Clark, sin nada que hacer en su casa, había salido a caminar. Había estado ansioso todo el día. Su verga, como un ser con vida propia, se endurecía a la menor provocación y todo él estaba nervioso y sin poder contenerse. Entró en un bar y pidió una cerveza. Mientras la tomaba, miró a su alrededor y el azul de sus ojos topó con el castaño de otros ojos. Un muchacho de esbelta pero seductora figura lo veía con cierta picardía en su rostro. Su pelo, ligeramente ondulado, su ropa, pero que resaltaba sutilmente unas buenas piernas y un prominente trasero y su postura desenfadada eran toda una invitación. Cuando el muchacho se acarició discretamente una nalga y entrecerró los labios como mandándole un beso, Clark supo que no podría resistirse. Se puso de pie (decir que se paró hubiera sido redundante ya que su verga estaba parada desde hacía tiempo) y caminó hacia su conquista.

-Hola, yo soy Clark Randall, no soy de por aquí y quisiera saber si ayudarme.

-Claro, con gusto, Clark. Te ayudaré en lo que quieras. ¿Me invitas?

-Por supuesto, niño. ¿Cómo te llamas?

-Ramos, me llamo Arturo Ramos. Pero tú puedes llamarme "mi amor"

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Aquí dejo esta nueva entrega, ojalá les guste y a los lectores que han seguido pacientemente esta serie con todo y sus defectos y retrasos, mis saludos.

Comentarios y propuestas a city_in_shadows@hotmail.com