El Esclavo del Profesor (6.0 Seducción inesperada)

La historia da un giro cuando alguien se interpone en los planes de Rivera para esclavizar a Diego, quien ahora cae en otros brazos (y quizá pronto en otra verga)

El esclavo del profesor

6.0 Seducción inesperada

Capítulo anterior: Arturo ha sido capturado por el siniestro profesor mientras intentaba ayudar a Diego y evitar que cayera en sus garras. Ahora está siendo convertido rápidamente en esclavo sexual. Mientras tanto, el proceso de Diego continúa de otro modo. En el último capítulo, el profesor Rivera y su cómplice, el doctor Mendoza, prepararon las cosas para que Diego tenga que usar (de forma vergonzosa para él) un supositorio que de hecho es un recurso más para controlarlo cada día más. Sin embargo, un nuevo personaje podría echar a perder sus planes

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Diego contuvo la respiración. La mano se movió lentamente, indecisa, hasta alcanzar el agujero, pequeño, estrecho. La mano presionó, Diego hizo un gesto y empujó más fuerte. Los rosados bordes del agujero se abrieron, dejando entrar el objeto. Pero no era suficiente, Diego tuvo que presionar un poco más para empujarlo al fondo y tuvo que hacerlo rápido, ya que la cosa empezaba a deshacerse casi al momento de entrar en contacto con el cálido interior anal. Luego exhaló el aire contenido. Era de mañana y la visión de Diego arrodillado en su baño, sin pantalones ni ropa interior e insertándose el supositorio medicinal ya era parte de la rutina, luego de una semana haciéndolo, aunque a él todavía le provocaba vergüenza. Por supuesto, nadie lo veía pero él podía imaginar y sentir el ovalado objeto penetrándolo y no podía evitar sonrojarse

Terminada la "inserción", vino un efecto todavía más vergonzoso: La sustancia se deshacía y se absorbía con velocidad en el interior rectal, con una sensación refrescante que desconcertaba a Diego, quien la llamaba así para no usar el verdadero adjetivo, que debía haber sido "placentera". Por supuesto, nunca aceptaría que meterse algo por el culo era placentero, así que "refrescante" tendría que ser suficiente.

Era sábado, así que Diego no tenía que ir a la universidad. Aún así, se preparó para salir. Estaba asistiendo 3 veces a la semana al club deportivo, inscrito a las sesiones de natación. Esa sería su tercera asistencia, listo para encontrarse nuevamente con el instructor que había elegido: Clark Randall, el sensual entrenador.

Llegar al club deportivo fue cuestión de nada. Una vez ahí, se dirigió a la zona de la alberca y en ella, a los vestidores y regaderas. Estas estaban algo llenos, pero encontró rápidamente una ducha en la cual darse el baño preliminar. Mientras el agua tibia golpeaba su rostro y caía por su torso desnudo, Diego escuchó una voz familiar.

- Buenos días, muchacho. ¿Cómo te va?

Era Clark, con quien desde la primera clase había conversado. Diego se había presentado y para su alivio, Clark no pareció recordarlo de cuando era un adolescente, un muchacho al cual él, sin escrúpulos, había obligado a chuparle la verga. Diego debería sentir hostilidad contra ese hombre rubio, pero sólo podía fijarse en su ancha espalda de nadador, en esos fuertes hombres, prominentes y redondos y en los poderosos pectorales, aunque de un tamaño no excesivo. Desde esa primera sesión, Clark lo había identificado y hasta ahora se había comportado de forma amigable con él, lo que confundía todavía más a Diego. Ahora, su saludo inesperado hizo que Diego se sobresaltara, quizá porque precisamente en ese momento estaba pensando en el delineado abdomen del instructor. La sorpresa hizo que Diego volteara con demasiada rapidez, resbalando con el suelo mojado. Pero no llegó a caer en este, sino en los fuertes brazos de Clark. En busca de apoyo, Diego terminó con una mano agarrada de un hombro del entrenador mientras que la otra vino a caer justamente en el abdomen que imaginaba. A pesar de la brusquedad del tropiezo, Diego pudo constatar que era tal como lo esperaba: 6 firmes abultamientos cubiertos por una suave piel. Su mente, sin embargo, cambió su atención al instante, al darse cuenta que Clark lo había sostenido impidiéndole caer de suerte que una de sus manos le tocaba el costado pero la otra, de forma incomprensible, había venido a caer más abajo, directamente en su trasero. Apenas fueron unas décimas de segundo, pero suficientes para que Diego se sintiera cómo esa mano frotaba y presionaba su glúteo, por encima del traje de baño, lo que hizo que el muchacho buscara incorporarse con torpeza, provocando un segundo resbalón menor, en el cual, su propia mano, la que había sentido la dureza del abdomen, rozó por un instante el traje de baño de Clark, sintiendo o imaginado sentir un cuerpo firme debajo de la tela. ¿Tenía Clark una erección? ¿Le había acariciado el trasero? Diego se pudo levantar por fin, mientras en su cabeza estos pensamientos se confundían con la vergüenza de pensar en el ridículo que habría hecho en caso de haber resbalado y caído frente a todos, así como por una inexplicable sensación de timidez, por el hecho de haber tocado el cuerpo casi desnudo de su entrenador.

Toda la escena no había durado más que unos segundos. Clark no parecía en absoluto desconcertado, sólo sonrió:

-Ten cuidado, campeón, si te caes, puedes lastimarte en este piso tan duro. Venga, ¿ya estás bien? Te espero en la alberca, no tardes.

Diego se sentía acalorado. Era una fortuna que nadie se hubiera fijado en lo que pasó ni en los momentos siguientes, ya que tal vez se habrían preguntado la razón de que el muchacho estuviera ruborizado. Trató de tranquilizarse, terminó de bañarse y se dirigió tras Clark (no… fue hacia donde se encontraba Clark… no… fue a la alberca)

El resto de la sesión transcurrió sin sobresaltos. Además de Diego, en esa ocasión hubo otras 6 personas, así que Clark tuvo que concentrarse en atender a todas ellas, diciéndoles que hacer y, en algunos casos, cómo hacerlo. En un momento dado, sin embargo, Diego tuvo problemas con el ejercicio impuesto. Era sencillo: Nado de dorso, pero era un estilo que nunca había logrado dominar bien. Al verlo, Clark se acercó y le explicó algunas cosas que estaba haciendo mal. Luego, lo hizo tomar la postura sin movimiento, para lo cual, tuvo que sostenerlo con los brazos por debajo del agua. Naturalmente, una de sus manos tomaba su espalda y la otra su cadera, pero Diego volvió a ponerse nervioso de este contacto tan cercano, especialmente cuando tuvo que mover las piernas, lo que le hizo sentir la mano del instructor, firme, tan cerca de su culo. Finalmente, Clark quedó satisfecho de cómo se movía Diego y lo soltó.

-Esfuérzate en mantener la cadera levantada y verás la diferencia. Cuanto más practiques, lo dominarás mejor.

Diego sonrió de forma un poco estúpida y le dio las gracias. ¿Por qué actuaba así? ¿Qué le pasaba que se ponía tan nervioso con ese tipo? Ese hombre había abusado de él cuando era niño, abusado de su confianza como entrenador y lo había humillado… ¿Por qué no podía odiarlo? ¿Por qué quería estar cerca de él? ¿Por qué quería sentirlo?...

La sesión terminó. Diego y los demás se acercaron a la escalerilla para salir de la alberca. Una vez más, ocurrió un incidente. Pensativo como estaba, Diego tomó el barandal de la escalera mas no colocó el pie con firmeza. Hubiera caído de espaldas, cuando sintió un par de manos directamente sobre ambas nalgas, que lo empujaron para que recuperara la postura. No tuvo que voltear la cabeza para saber quien había sido, sólo escuchó la voz jovial del instructor:

-¿Otra vez? Muchacho, ten más cuidado no siempre estaré contigo para cogerte.

Diego tembló por dentro, dudando si el instructor había usado intencionalmente esa palabra cuyo significado ha sido alterado en tantas partes y que, lejos de significar "tomar", denotaba un acto sexual o si simplemente desconocía dicho significado oculto… Era difícil saberlo, ya que Clark nunca había perfeccionado el español (él era inglés). La franca sonrisa del instructor solo lo confundió más, pero no tanto como para apreciar lo atractivo que se veía mostrando su blanca dentadura. El chico apartó su mente de esas extrañas ideas y caminó a los vestidores. El incidente lo había retrasado, de forma que para cuando terminó de ducharse, quedaban pocas personas. El último salió mientras Diego caminaba a los casilleros, cubierto sólo por una toalla. Llegó al que tenía sus cosas, se llevó la mano al cuello y se dio cuenta de que no tenía el collar que se ponía junto con la llave del candado del casillero. Se asustó por un instante pero se esforzó por recordar. Lo tenía al salir de la alberca y antes de bañarse, así que debía haberse caído en la regadera o en el camino, no sería difícil hallarlo. Regresó mirando al suelo, buscando su llave. Al llegar a la regadera donde se había duchado, encontró por fin la llave. Pudo ver su brillo en la rejilla del drenaje. Afortunadamente se había enredado y no había sido arrastrada. Diego se arrodilló y metió la mano para tratar de sacar la llave. No se dio cuenta que la toalla que llevaba en la cintura se deslizó a un lado, dejando descubierto su culo. Hubo un par de destellos fugaces, que Diego tampoco vio. Finalmente, alcanzó su llave, se incorporó y volvió a paso rápido a los casilleros. Al doblar una esquina casi tropieza (nuevamente) con Clark, quien ya venía vestido con unos ajustados jeans sobre sus torneadas piernas y una camisa que dejaba abierto el cuello, dejando ver el firme pecho y un colgante dorado.

-Campeón, ¿todavía aquí? ¿Te "gusto" tanto? ¿La alberca?

Diego se dio cuenta que Clark, como extranjero que era, aún no era capaz de deshacerse de su acento ni de distinguir bien la acentuación. Seguramente había querido decir "¿Te gustó tanto la alberca?" La situación le causó suficiente gracia para reír.

Por primera vez, sonrió sin nerviosismo frente a Clark, quien también rió. Diego miró los ojos azules de Clark y Clark vio el castaño en la mirada de Diego. Clark tomó a Diego por los hombros. Ahí estaban los dos, frente a frente. Solos.

-¿Te gusto?

No había duda, no había error en la pronunciación. Diego se daba cuenta que Clark lo deseaba. Se acordara o no de lo que le había hecho hace años, eso no importaba. Ahora lo deseaba a él, a Diego ¿Y Diego? ¿Que sentía? No estaba seguro. Era una situación inesperada, extraña. Desde hacía unos meses, desde que había empezado su malestar, Diego había tenido momentos de gran confusión. Primero esas erecciones incontrolables, luego los sueños con el doctor Mendoza, con Clark, incluso había soñado con Arturo. Cada vez, sus sueños eran más detallados, más sensibles, despertaba húmedo y erecto en su cama y aunque al principio le parecía vergonzoso, pronto se acostumbró, ya que se sentía bien al despertar así. Desde que había visto nuevamente a Clark, las cosas habían ido más deprisa. Especialmente en las noches, luego de ponerse el supositorio, Diego entraba en un éxtasis que trataba de ignorar, pero que lo llevaba irremisiblemente, en sus sueños, a los varoniles brazos de Clark. Y ahora estaba ahí, justo como en sus sueños, entre sus brazos. Diego no sabía qué sentir. ¿Odio, repulsión, hostilidad por ese hombre que revelaba ser homosexual al tocarlo así y que, de paso, insinuaba que él también lo era al hacerle esa pregunta? ¿O cariño, lujuria y pasión por ese ejemplar de macho, maduro, poderoso y sensual? Su cuerpo ya había decidido. Entre sus piernas, la verga de Diego se perfilaba peligrosamente debajo de la toalla. Era imposible de ocultar. Clark acercó a Diego. Este se resistió débilmente. Más y más cerca, hasta que sus cuerpos se tocaron. Diego sintió su enhiesta verga contra el firme abdomen de Clark, quien no pareció darse cuenta del excitado miembro, ya que estaba concentrado besando los labios del muchacho. Las dos bocas se tocaron suavemente, labio con labio, humedeciéndose mutuamente, conociéndose. La lengua de Clark se abrió paso por la boca de Diego y empezó a acariciarla literalmente. Diego se dejó llevar por la plácida delicia de ese contacto y cerró los ojos. Su velludo pecho se estrujó contra el de Clark y un instante después, sus propios brazos se ceñían en torno al esbelto instructor, cerrando las manos en la espalda baja. El beso transcurrió con calma aparente, pero ya Diego era invadido por una ansiedad similar a la que sentía anteriormente, pero también distinta. Era un calor intenso, sofocante, pero que lejos de asfixiarlo, le daba bríos. Sintió su corazón acelerarse y sus pezones endurecerse por la excitación. La toalla cayó de su cintura. Ahí estaba, desnudo en los brazos de Clark, indefenso ante el ataque de sus labios y ansioso de que el beso nunca terminara. Una mano se apoderó de su falo y empezó a moverlo con ritmo y suavidad. Estaba todavía húmedo por la reciente ducha, de forma que la masturbación era fácil y cómoda. Clark dejó la boca de Diego para repartirle besos por el cuello, debajo del oído y un poco más atrás, cerca de la nuca. Diego se sentía temblar ante esos labios que lo devoraban y ante esa mano invasora de su intimidad. Con cada roce, con cada beso, su éxtasis crecía y se sentía débil por momentos, por lo que se aferraba ansioso a su hermoso instructor. Su verga palpitaba de pasión, agitada por la suave pero firme caricia de Clark. Finalmente, se venció la barrera y una ola de fluido seminal salió de ese duro instrumento, acompañado de un gemido de placer y éxtasis puro de la boca de Diego, que retumbó en el eco de los vestidores. Era tanto el gozo que sentía, que las fuerzas le abandonaron, y Diego se dejó ir sobre Clark, quien con facilidad lo movió a una de las bancas del área de casillero.

Aún sin desmayarse del todo, pasó un tiempo antes de que Diego pudiera enfocar sus sentidos nuevamente, tiempo durante el cual permaneció con el recuerdo fresco de los sensuales labios de Clark en su boca y de la mano de Clark en su verga, esa misma que, todavía con media erección, rezumaba los blancos restos del orgasmo en su vientre. Volvió en sí justo para darse cuenta como Clark limpiaba con un pañuelo el semen derramado en su piel, tranquilo, sin falsos pudores ni nervios delatores, natural.

-¿Ya despertaste? Qué bien, ya es momento de que te vistas o te enfermarás. Ten, fui al casillero por tus ropas.

Clark cayó y Diego no dijo nada. Fue un silencio exterior, pero un caos de ruido interno. Antes de vestirse, Diego estaba convencido de que Clark había vuelto a abusar de él, de forma distinta a la anterior, pero al fin y al cabo un abuso. Al terminar de vestirse, la verdad se había hecho clara y ya se había dado cuenta de la futilidad de los pretextos: Amaba a Clark. Lo había amado desde joven. Este nunca lo había forzado a nada. En aquella ocasión, había sido el propio Diego quien se abalanzó sobre la verga del instructor mientras se bañaban, quien en un acceso de debilidad, permitió que un muchacho de 12 años le comiera el falo. Clark se había arrepentido después y no quiso volver a Diego, para evitar que este continuara en lo que Clark creía que era un sentimiento equivocado, confundido. Diego había quedado muy herido y en su mente, había torcido el asunto hasta olvidarlo. Hasta ahora. Si, Diego siempre había amado a Clark. Lo entendió y lo aceptó. No pasaron por su mente las implicaciones de su aceptación. Sólo sabía lo que sentía. Terminó de vestirse y volteó al instructor, quien, sentado, lo miraba con su acostumbrada expresión de amistad, pero en cuyos ojos se leía el fuego interno de quien ve el objeto de su deseo

-Si me gustas. Tú me gustas mucho –Diego sonrió y se acercó a Clark. Clark sonrió y se puso de pie. Se acercaron y volvieron a besarse, sellando de este modo el inicio de su unión

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-Lo siento señor, he vigilado a Diego pero aún no encuentro qué puede estar afectándolo.

-Maldito seas, Raúl. ¿Qué te pasa que estás tan estúpido últimamente? Algo tan fácil y no eres capaz de averiguarlo. Es crucial para el proyecto. Si Diego entra en contacto con otro elemento de atracción, todo podría venirse abajo. Mi plan fracasaría y eso no es permisible, ¿entendiste? Tienes 1 semana más, o tendré que castigarte por incompetente, Raúl.

-Sí, amo, lo que usted diga. Aunque posiblemente el amigo de Diego podría

-No, aún no está listo. Tú eres el único que puede hacer esto por ahora. Es seguro que Diego se ha fijado en un hombre antes de tiempo… Debo saber quién es y entonces me encargaré de él… Nadie se mete con Luis Rivera

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Como verán, esta parte es un estilo algo diferente. Seguro que a algunos les aburrirá, ya que no es tan excitante y explícito como el que he venido usando hasta ahora aunque a otros les caerá bien la dosis de romanticismo. Yo al menos, creo que merece la pena incluir de todo un poco. En un futuro, habrá más romance, pero también más sexo. Espero que sigan leyendo y agradezco sus comentarios y críticas.