El Esclavo del profesor (5.0 Iniciación anal)

Diego disfruta su primera mamada de verga fuera de sus sueños y es iniciado en la penetración de objetos por parte del médico Mendoza.

El esclavo del profesor

5.0 Iniciación anal

Capítulo anterior: Ahora que Diego está en proceso de inducción, las drogas invaden su cuerpo y alteran su mente. Sus sueños ya no le pertenecen y están llenos de recuerdos pasados y ansias futuras de sumisión homosexual. Poco a poco, también la realidad será así.

La noche cubría silenciosamente el departamento. Cada piso parecía respirar bajo el aliento de sus respectivos ocupantes. En el piso número 3, la puerta se abrió con un ligerísimo chirrido provocado por el duplicado de la llave que empuñaba una silueta masculina. Entró con cuidado, mas no tanto que no hiciera algunos ruidos. Sabía que no era necesaria una cautela absoluta. Se dirigió a una de las recámaras. En el lecho, bajo una delgada sábana, el cuerpo desnudo de un joven se retorcía suavemente como un pálido reflejo del sueño que en ese momento tenía. El intruso se tomó la libertad de retirar la sábana para observar la belleza inerme que se le presentaba, la forma voluptuosa en que se movían las caderas, cómo las piernas se abrían y cerraban, flexionando al par de colgantes bolas y dando vida a la verga, ligeramente brillante a causa de la lubricación. Diego dormía, gemía y soñaba. Era nuevamente esa ilusión, la escena en los vestidores de una alberca, donde un musculoso rubio de piel blanca lo sometía con brutalidad bajo el chorro tibio de la regadera y lo obligaba a mamarle un jugoso bocado de carne masculina hasta hacerle expulsar una lluvia de leche viril que lo inundaba de éxtasis. El espectador inesperado no conocía tantos detalles, pero sí sabía que ese sueño era producto de la droga que Diego había estado ingiriendo, supuestamente como medicina a una enfermedad inexistente, provocada a su vez por otra sustancia, que era la misma que en esos momentos se disponía a inocular. Hasta ahora, todos los experimentos con Diego habían sido un éxito. Ahora estaba mucho más susceptible al dominio y faltaba muy poco tiempo para dominar su cuerpo. Por supuesto, su mente aún no había sido confrontada directamente, pero él, Luis Rivera, había planeado todo al detalle, y esperaba que tampoco eso fuera impedimento para convertir a su estudiante Diego en su próximo y más nuevo esclavo sexual.

Abandonó la habitación y en un tris diluyó un par de píldoras en una jarra de agua que había en la cocina, sabiendo que Diego la tomaría a la mañana siguiente, como resultado de la intensa sed que le provocaban sus sueños húmedos. Luego, salió del departamento con su acostumbrada y perversa sonrisa pintada en los labios.

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A la mañana siguiente: El autobús se detuvo a pocas cuadras del edificio del club deportivo. Diego se apeó y entró al club. El lugar había cambiado poco en esos años. En todo caso, lo que venía buscando no era el lugar, sino a las personas. Había tenido curiosidad por saber si su antiguo instructor de natación aún trabajaba en el club. Se acercó a la recepción y pidió ver las instalaciones so pretexto de querer inscribirse. La muchacha que atendía en el mostrador no tuvo problema con ello e incluso se permitió lanzarle una mirada más que sugestiva. Diego contestó con una pequeña sonrisa de complicidad pero por dentro desechó la oferta: la chica no era en absoluto su tipo.

Luego de recorrer el club en el área de gimnasio y cardiovascular, llegó a la zona de la alberca: Todo era como lo recordaba. En un extremo, se veía la puerta que conducía a las regaderas y vestidores, el lugar donde Clark, su instructor, un hombre astuto y taimado, lo había retenido un día después de la lección, y le había forzado a hacerle un repugnante sexo oral… ¿O acaso no era el lugar de su sueño? ¿Ese donde noche tras noche recreaba la fantasía donde un apuesto hombre rubio le ofrecía su exquisita verga? Diego sacudió la cabeza para tratar de alejar ambos pensamientos, contradictorios y absurdos. No recordaba qué había pasado ni qué era un sueño, sólo sabía que necesitaba ver a Clark.

Justo ahora había un grupo de niños de unos 6 años, en clase. Había una instructora y un ayudante, pero este no era su antiguo maestro, atlético y sensual (¿o debía decir perverso y manipulador?). Luego de estar un rato en las gradas, observando la clase, y al ver que no aparecía su ex instructor, Diego ya se disponía retirarse, decepcionado, cuando lo vio entrar: Ahí estaba, un bello ejemplar caucásico, de espalda ancha y cintura estrecha, piel blanca y turgente sobre los trabajados músculos abdominales y pectorales. La misma cabellera rubia, aunque con un corte diferente. Los mismos ojos azules e hipnotizadores. Llevaba un trunk de licra verde, que se ajustaba a sus prominentes nalgas y que por delante dejaban ver una abultada sorpresa. No había cambiado casi nada en esos 6 o 7 años que Diego no lo veía… Sólo que ahora le pareció irresistiblemente sensual

O eso creyó… o eso sentía. En el preciso instante en que Diego vio a Clark entrar al espacio de la alberca, empezó a sentirse caliente, literalmente. La temperatura de su cuerpo le hizo sudar, pero especialmente sintió una quemazón en la entrepierna, donde su verga se hinchaba inconteniblemente, al igual que hacía algunos meses, cuando estaba enfermo y cuando noche tras noche tenía que masturbarse frenéticamente hasta conseguir eyacular, como único medio para calmar la ardiente hambre de su falo. En esta ocasión, los síntomas se repetían bajo la presencia del rubio entrenador. Diego lo supo de inmediato y corrió fuera de las gradas hacia el baño más cercano. En su desesperación, no pudo darse cuenta de que Clark lo había visto y, por supuesto, no pudo saber si este lo había reconocido.

Casi arrastrándose, presa de su febril erección, Diego se encerró en uno de los sanitarios y se quitó los pantalones y la ropa interior. En efecto, ahí lo tenía, su miembro estaba duro y ansioso como antes. Sin pensarlo, Diego se masturbó entre gemidos y resuellos, el propio sudor de su pecho y abdomen caía hasta su verga y le servía de lubricante. Luego de un par de horas, pudo eyacular (bastante suerte, en su último episodio de la enfermedad, antes de visitar al doctor Mendoza, Diego había tardado casi 3 horas y media en venirse). El chorro de esperma brotó, ensuciando las paredes del sanitario y Diego lanzó un suspiro de satisfacción, al sentir como instantáneamente, el calor descendía, como si el semen expulsado hubiera sido lava ardiente que se llevara consigo esa horrible sensación. Diego se desvaneció sobre el retrete

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El balanceo era agradable. Alguien lo transportaba en brazos. Luego sintió frialdad en las piernas y el trasero. Lo habían colocado en el suelo y lo que sentía eran las losas de un baño. A continuación sintió lo mismo en la espalda, cuando le sacaron la camisa para dejarlo desnudo. Un par de manos recorría suavemente sus muslos. Se sentía bien. Entreabrió los ojos, pero no podía distinguir bien las formas, todo era difuso. Sólo pudo ver un resplandor dorado y un destello azul antes que una boca de labios suaves cerrara los suyos con un beso, mientras una mano le cubría los ojos. El beso duró bastante, mientras la otra mano acariciaba sus huevos. Sentía el peso de la otra persona sobre si. Debajo, sobre el abdomen, sentía una tela tensa y detrás de ella, igualmente turgente, un apetitoso trozo de carne que palpitaba, ansioso por estar en la boca de otro hombre. Diego pensó: Vaya, otra vez estoy soñando. Esto se pone mejor… NO, esperen, esto no es bueno, ¿porqué tengo sueños gays?... Que importa, es sólo un sueño… Pero esto no es normal, además, he vuelto a tener esa horrible enfermedad… Pero ya pasó, por ahora debo disfrutar esto, no pasa nada

Las dos personalidades de Diego (su personalidad sumisa ya existía como tal, ahora que estaba reforzada por las drogas de Rivera) debatían mientras Clark seguía excitando con besos la boca, el cuello, los pezones de Diego, arrancándole suspiros de gozo. Luego, se incorporó parcialmente y lo levantó también a él, para recargarlo en un muro. A continuación, se arrodilló ante él y sin miramientos, se quitó el traje de licra verde para sacar su larga y enhiesta verga. Diego rememoró su sueño y, obediente, empezó a honrar a semejante ídolo con la ofrenda de su lengua y de sus labios. Fue un acto rápido. A los pocos minutos, el cachondísimo instructor lanzó su leche en la boca de Diego, quien lo saboreo antes de tragarlo, mientras pensaba que nunca había tenido un sueño tan realista, ya que era la primera vez que percibía sabores y olores en mientras dormía… A menos que no fuera un sueño. Este pensamiento golpeó su mente demasiado tarde, cuando ya estaba desvaneciéndose nuevamente en la noche de las drogas.

Cuando despertó, Diego estaba nuevamente en el retrete, con los pantalones y la ropa interior abajo, pero con camisa. Tenía un ligero mareo. Se revisó… no parecía nada estar herido, ni le dolía nada… pero tenía un extraño resabio en la boca, un sabor amargo y ligeramente dulce… No recordaba nada de lo ocurrido mientras estaba desmayado, pero si recordaba el ataque de erección anterior. Se enfureció y se asustó al pensar que esa terrible enfermedad estuviera acosándolo nuevamente. No sabía que la noche anterior, Rivera había vuelto a darle el fármaco responsable de dicho malestar, como parte de sus experimentos. Diego salió del retrete y de los sanitarios, resuelto a ir inmediatamente con el doctor Mendoza, no fuera que su mal regresara. Mendoza sabría qué hacer.

Antes de salir del club, la muchacha de la recepción le llamó para preguntarle si había visto las instalaciones y al personal. Entonces Diego recordó el objetivo de su visita. Si, había logrado ver a Clark… al seductor Clark… casi sin pensarlo, Diego pagó una membresía para actividades acuáticas. Si, aún podría ver a Clark.

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Salió del club y llamó inmediatamente a Mendoza, con la consigna de que era una emergencia. El médico le dijo que acudiera en ese momento. AL llegar al consultorio de Mendoza, le explicó el episodio que acababa de tener (claro, sin entrar en detalles como el lugar y el motivo, es decir, Clark) ante lo cual Mendoza comentó que posiblemente era una recaída o, incluso, que la enfermedad estuviera evolucionando. Diego quedó desconsolado ante este pesimista panorama. Mendoza le sonrió con esa sonrisa franca y empática, sus blancos dientes contrastando favorablemente contra su piel oscura y le dijo que no todo estaba perdido, que había más tratamientos y que seguramente alguno le sería efectivo.

A continuación, le anunció que el siguiente recurso sería más potente aunque su forma de administración era poco común. Diego tendría que aceptarlo. Sacó de un cajón una píldora extremadamente grande, una cápsula ovalada de unos 4 cm de largo y 3 de ancho, de aspecto gelatinoso.

-Este será tu nuevo medicamento. A partir de ahora, tendrás que aplicarte uno por las noches y cada vez que sientas que inicia un ataque de fiebre sexual.

-Es muy grande, doctor. ¿Cómo podré tragarme eso?

-Bueno, Diego, es que no te lo tragarás, este fármaco se administra por "el otro lado"

Diego tardó un par de segundos en entender lo que "el otro lado" significaba y entonces, abrió los ojos con sorpresa.

-¿No esperará que me meta eso por el culo? Jamás podré hacer eso.

-Yo te había dicho que era un tratamiento diferente. No te lo daría si no fuera necesario, pero tienes la opción de no hacerlo y entonces volverán los ataques febriles. Es tu decisión pero yo creo que un supositorio o dos al día bien valen evitar que te regrese el ardor sexual.

Diego miró los supositorios con desconfianza. Eran medicamentos que nunca le habían parecido dignos de un hombre y ahora tendría que ponerse uno diario. Pero Mendoza tenía razón. La humillación de colocarse esas cosas era menor que tener que soportar esos episodios de erecciones eternas que le quemaban el cuerpo y le devoraban el alma.

-Pero nunca he usado uno. No sabría qué hacer –dijo, como último y patético recurso.

-Si ese es el problema, yo podría ponerte uno ahora mismo para que sepas cómo. -Diego alzó la mirada a Mendoza y se sonrojó tan sólo por la propuesta. Que un hombre se ofreciera a colocarle un supositorio no le avergonzó tanto como el hecho de que por un instante, sintió deseos de que así fuese-. Vamos, no pongas esa cara, yo soy profesionista. No es más que un acto médico.

La voz y la mirada de Mendoza ejercieron su carisma en Diego. Parecía una persona amigable y era cierto, también un médico profesional. Lejos estaba Diego de saber que Mendoza era tan perverso como su amo, el profesor Rivera y que lo que estaba a punto de ocurrir era parte del plan para convertirlo en un ser ávido de verga en el culo y no de cualquiera, sino de la de su futuro amo, el propio profesor. Con todo, Diego aceptó la propuesta de Mendoza y se quitó los pantalones y la trusa. Luego se montó a 4 patas en la mesa de exploración y se concentró en la pared de enfrente, en no voltear la cabeza para ver a Mendoza enfundarse un par de guantes de látex.

-En esta ocasión, te pondré algo de lubricante, pero verás que este fármaco no lo requiere.

En efecto, el supositorio hubiera podido entrar sin lubricación, pero entonces, Mendoza se hubiera visto privado del placer de untar el lubricante en el virginal culo del muchacho, quien cerró los ojos e intentó ignorar lo que estaba pasando. Cuando el supositorio tocó el ano de Diego y empezó a presionar, de forma semiconsciente, este intentó comprimir el esfínter pero Mendoza aumentó la presión con firmeza, para hacer que la píldora se sumergiera en las entrañas rectales de Diego. En menos de un minuto, se deshizo en su cavidad trasera y se absorbió en su cuerpo. Entonces, Diego dio un respingo involuntario, ya que la disolución y absorción le provocaron una agradable sensación. El salto fue tanto por lo grato de la sensación, como por el miedo de que le hubiera gustado algo, así fuera la aplicación de un supositorio, relacionado con el culo.

Diego se vistió y Mendoza le reiteró las instrucciones: Una cada noche y cada vez que sintiera deseos febriles. Apenas se marchó, Mendoza llamó a Rivera para comunicarle el hecho.

-Amo, ya ejecuté sus órdenes. Diego recibirá a partir de ahora en adelante el fármaco en supositorio en las dosis señaladas.

-Excelente, Raúl. El tratamiento avanzará ahora con mayor rapidez. Calculo que en 3 semanas, Diego estará listo.

-Ojalá así sea amo. Sin embargo… Me sorprende que hubiera reaccionado tan rápido al tratamiento que usted le dio ayer. Era obvio que su reacción sexual sería más fácil de detonar ahora que está sensibilizado pero me parece un poco excesivo.

-De forma que es eso, eh … Estoy pensando que Diego estuvo sometido a un estímulo anormal. Raúl. Quiero que investigues donde estuvo hoy y a quien visitó. Hombres, sobre todo. Vamos a aclarar este misterio. Lo dejo en tus manos

-Sí, amo

Mendoza colgó y llamó a su siguiente paciente (pues al fin y al cabo sí era médico). En su mente, ya programaba lo necesario para investigar a ese presunto estímulo anormal. Por su parte, del otro lado de la línea, Rivera se encontraba en su laboratorio de la universidad. Luego de colgar, se dirigió a un sintetizador para observar cómo iba el progreso de preparación de una sustancia: 80%. Detrás de él, había una jaula de unos 3 metros cúbicos y dentro, un bulto envuelto en una sábana gruñía y se movía.

-Tranquilo, chico, tranquilo. Pronto serás mío y juntos, lograremos que Diego, a quien tanto queremos, sea mío también

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Reporte de caso HE344-D-Soto

Sujeto: Diego Soto

Edad: 19 años

Grupo objetivo: Esclavo tipo A1e

Fase 3. Segunda etapa de disociación psíquica.

Objetivos: Inducir la personalidad sumisa del sujeto mediante la droga 4-épsilon Tiempo estimado: INDETERMINADO

Día 116: La droga 4-epsilon sigue progresando. Velocidad de disociación estimada en 89%. La proporción psíquica de la personalidad sumisa, Diego-Esclavo, se estima en 54:46. La proporción física en estado de disociación se estima en 99:1. Las probabilidades de éxito del proyecto, 90.1%. Fin estimado de esta etapa: 3 semanas.

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Perdón por tardar en escribir la continuación de El Esclavo del Profesor perohe tenido mucho trabajo. Como verán, la historia empieza a complicarse a partir de ahora y pronto vendrá un contenido más intenso, acorde al destino que le espera a Diego. Sugerencias y críticas, a mi correo.