El esclavo del profesor (4.1 Sueño húmedo)

Cómo es que un estudiante heterosexual empieza a tener sueños homosexuales cada vez más intensos

El esclavo del profesor

4.1 El sueño húmedo

Capítulo anterior: El profesor Rivera ha puesto las condiciones para que Diego caiga poco a poco en sus manos. Sin que él lo sepa, le inculcará el gusto por los hombres, hasta convertirlo en un devorador de vergas y lamedor de culos sin comparación

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Los muchachos salieron del bar alrededor de las 10 de la noche. Entre ellos iba Diego, quien a las pocas cuadras se despidió de sus compañeros para dirigirse a su departamento. Una vez en este, se preparó para dormir. Realmente ese día había sido cansado. La única razón para que Diego hubiera aceptado a salir a divertirse un rato con sus amigos era que de un tiempo para acá, se sentía inquieto al dormirse. Claro, no era la misma sensación que había sufrido hacía unos meses, cuando su verga parecía querer explotar por la excitación que sentía. Al contrario, desde que empezara a tomar las medicinas que le recetara el doctor Mendoza, cada vez que dormía, lo hacía profundamente y en aparente calma. Sin embargo, poco a poco había sentido una extraña aprensión. Al despertar, todas las mañanas se sentía como un extraño. Notaba su cuerpo entumecido por el sueño, como si hubiera estado desprendido de él y ahora que regresaba, le costara trabajo volver a usarlo. Además, se quedaba con el constante recuerdo de haber soñado algo, incluso algo muy intenso, pero no sabía exactamente qué. Lo más intrigante era que, desde la última semana, despertaba invariablemente con la entrepierna húmeda y la verga emanando cantidades industriales de líquido seminal. Había telefoneado al doctor Mendoza para explicarle esos síntomas y aunque este le había asegurado que eso era normal, Diego no podía quedarse tranquilo viendo esos extraños comportamientos de su cuerpo. Y es que sí había algo que recordaba de sus sueños… Algo que cada vez iba adquiriendo mayor nitidez y que lo asustaba.

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Diego siempre había sido un muchacho normal. Su padre y su madre tenían un matrimonio convencional y, junto con su único hermano mayor, constituían una familia estable y común. Diego tuvo una niñez feliz y al llegar la adolescencia, la vivió de una forma que pudiera llamarse "normal". Había tenido un despertar sexual típico, marcado por las primeras fantasías eróticas y las manipulaciones clandestinas de sus genitales a puerta cerrada, en su recámara o junto con sus compañeros de colegio y otros amigos. Posteriormente, a la edad de 15 años, tuvo su primera experiencia sexual, su debut, como suele decirse, con una muchacha de su cuadra que lo deseaba locamente desde hacía tiempo. A partir de ahí, como buen macho, había tenido sus encuentros con cierta regularidad, si bien estaba lejos de convertirse en el conquistador que había sido su hermano. Con todo, había un episodio en la vida de Diego que salía de esa cómoda "normalidad" y que ahora, casi 8 años después, estaba resurgiendo lentamente en sus sueños.

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De algún lugar soplaba una ligera brisa En medio del silencio, se dejaba escuchar el suave murmullo del agua. En la media luz de los vestidores, sin una sola ventana, el vapor se condensaba sobre las paredes, formando gotas que se deslizaban con lentitud. Del mismo modo, ese vapor se condensaba sobre la piel desnuda de Diego, quien caminaba sin que sus pies descalzos hicieran ruido por el piso, a pesar de los charcos que había por aquí y por allá. La atmósfera tibia parecía opresiva por momentos. Mientras daba vueltas por los pasillos, flanqueados por regaderas a un lado y otro, iluminados a intervalos por lámparas que colgaban de un techo que se perdía arriba en la oscuridad, más allá de donde llegaba su mirada, Diego se perdía en ese laberinto solitario. El vapor se combinaba con el sudor de Diego, que perlaba su frente y caía en gruesas gotas por su rostro, a través de su cuello y el vello de su pecho, de su abdomen, para ser absorbido por el traje de baño que llevaba puesto. De pronto vio algo moverse. Una silueta alta y esbelta, pero tan breve que parecía ilusión. Al llegar al sitio, el fantasma había desaparecido. Siguió caminando y en un recodo volvió a ver la sombra furtiva y esta vez pudo apreciar que era una figura masculina, de piel blanca con un destello de color dorado en la cabeza. Sin apresurarse, siguió dando caza a ese fantasma, sin emitir ruido en momento alguno. A veces, parecía que su presa lo esperara a propósito, mostrándose poco a poco, adquiriendo definición. Así Diego pudo darse cuenta que se trataba de un hombre de unos 30 años, que vestía un ceñido traje de baño de color crema tan parecido al tono de su piel blanca que parecía estar desnudo. Su cabello rubio, un poco largo, enmarcaba un rostro anguloso, de mandíbula ligeramente cuadrada, nariz recta y unos profundos ojos azules. La ancha espalda y las sólidas caderas revelaban que era un nadador consumado, lo mismo que su trabajado abdomen y esos firmes pectorales adornados, suaves, carentes de todo vello y decorados con un par de pezones apenas oscurecidos. Diego creía haber visto ese rostro anteriormente, pero no sabía en dónde ni cuándo. Siguiendo al extraño nadador, llegó de pronto a una extensión abierta, donde se acababan las regaderas para dar paso a una piscina de competencia de 50 m de largo y 8 carriles. Encima de su cabeza, el techo formaba una cúpula donde los múltiples reflejos del agua distorsionaban algún tipo de decorado cuyas formas orgánicas no alcanzaba a definir. No había nadie más que él ahí.

En ese momento, alguien lo tomó por detrás, tapando su boca y su nariz con una gruesa toalla y asiéndolo por el talle con otra mano. Se sintió jalando sin que pudiera oponer resistencia hacia atrás, hacia una de las regaderas del laberinto que acababa de dejar, que estaba abierta. Su captor lo colocó con el rostro directamente bajo el chorro potente de agua, que caía con fuerza sobre sus ojos, cegándolo. Al mismo tiempo, la toalla le impedía respirar y por la cintura seguían reteniéndole con fuerza suficiente para impedirle zafarse a pesar de tener las manos libres. No era rival para esa fuerza poderosa que lo atenazaba. Diego comenzó a retorcerse ante la falta de aire, luchando denodadamente por liberarse. Con todo, pudo sentir el cuerpo desnudo de su cazador contra su espalda, incluyendo un duro bulto en la espalda baja, justo por encima de sus proporcionadas nalgas. Él se sorprendió a sí mismo a sentir cómo ese contacto hacía despertar a su miembro, que inmediatamente empezó a presionar contra la licra del traje de baño. La debilidad iba apoderándose de su cuerpo, asfixiándolo. Las rodillas le flaquearon y sólo entonces sintió que se liberaba del abrazo del otro. Cayó de bruces sobre el piso mojado y frío pero antes de reponerse o siquiera lograr abrir los ojos, sintió que el otro le tomaba del cabello y lo jalaba, obligándolo a levantar la cabeza hacía el agua que caía.

-Pon las manos en la espalda, cabrón -Una voz dominante, masculina y recia. Diego obedeció, todavía ahogándose y con presteza, el otro le ató las manos cruzadas en su espalda con alguna clase de tela, según supo por la textura. Al abrir los ojos, distinguió erguido frente a él al individuo rubio de piel blanca, quien lo miraba con una sonrisa burlona ante su fácil victoria. El traje de baño había desaparecido y ahora Diego podía apreciar lo que ocultaba: Bajo esa tela ajustada, se escondía un impresionante bocado de carne, duro y palpitante, 20 cm de largo, que emergía de una mata de vello muy oscuro (contrastante con la claridad del resto del cabello) y se engrosaba en la parte media (unos 4 cm de diámetro máximo) y luego terminaba coronado por una cabeza puntiaguda cubierta de un colgajo de piel lustrosa y brillante por el abundante líquido que manaba de la punta. Por debajo del vello, un par de bolas grandes y carnosas aparecían constreñidas por una cinta de cuero negro, que las comprimía en el escroto y las hacía ver hinchadas y (Diego lo pensó sin darse cuenta), deliciosamente repletas de leche.- Abre la boca y cómete esto como se debe.

Diego obedeció, se metió la verga en la boca. El hombre lo tomó por ambos lados de la cabeza y le hizo tragar todo el falo. Diego sintió ese trozo de carne en el fondo de su garganta, ahogándolo y sintió arcadas. Trató de sacarlo pero el otro lo retuvo firmemente. Luego de obligarlo a retener su verga en su paladar, su dominador le movió la cabeza para iniciar la mamada. Diego lo seguía sin oponer resistencia, pues se daba cuenta que todo era inútil contra ese desconocido. A pesar de su repulsión, chupó el instrumento del rubio al ritmo que este le marcaba, sacándolo y volviéndolo a meter hasta el fondo. Al poco tiempo, la angustia inicial de la situación había bajado un poco y Diego pudo darse cuenta de que todo ese tiempo había tenido una erección. También se apercibió que estaba desnudo, si bien no recordaba en qué momento había perdido o le habían quitado el traje de baño. Al mismo tiempo, ya percibía un cierto sabor en la verga, entre salado y amargo, que no resultaba desagradable en absoluto.

En cierto momento, su dominador se recostó en el suelo, siempre bajo el chorro de agua de la regadera, con lo que Diego tuvo que ponerse a 4 patas para seguir mamándolo. Con ello, su culo quedaba ligeramente levantado y con los muslos y las nalgas separadas, su virginal orificio quedaba expuesto, como una invitación a quien llegara. Diego, sin embargo, estaba demasiado concentrado saboreando ese nuevo manjar el cual, de pronto, empezó a agitarse como si tuviera vida propia. El rubio permanecía callado a pesar de su evidente expresión de gozo. De pronto, sin aviso, vino la eyaculación. Un potente chorro de fluido blanco emanó del grueso pene hacia la desprevenida boca de Diego quien se retiró asustado. Al mismo tiempo, todas las regaderas se abrieron de golpe, pero en lugar de sacar agua, sacaban ese mismo fluido blanco, cuyo olor a macho invadió el aire del lugar. Como una marejada, una ola de semen empujó a Diego lejos de su captor, hacía la piscina, que había estado a sus espaldas todo ese tiempo. Diego cayó al agua que se mezclaba rápidamente con la inundación de la leche masculina. Atado como estaba, Diego era incapaz de nadar y se sumergió en ese mar cada vez más turbio. Por encima de él, vio que los reflejos del techo se disipaban y alcanzaba a percibir las imágenes que antes habían quedado ocultas: Era él, Diego, siendo penetrado por una silueta oscura, en diversas posiciones. En todas ellas, él aparecía con una expresión de éxtasis que le sorprendió. Pensó que aquello era una broma, no podía creer que él pudiera llegar a sentirse bien al adoptar esas posiciones, marcadamente homosexuales, cuando nunca había sentido inclinaciones por los de su mismo sexo. Sin embargo, antes de sumergirse por completo, alcanzó a pensar que si lo haría con alguien que tuviera una verga tan deliciosa como la que acababa de probar

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Diego se levantó con pereza de la cama. Era sábado, así que no tenía prisa por ir a la escuela. Se dirigió en calzoncillos a la cocina y empezó a sacar las cosas para el desayuno. Como si nada, un lejano recuerdo llegó hasta él. Cuando era un niño de 11 años, estaba tomando clases de natación. Su instructor, un extranjero llamado Clark, era un hombre amigable, con una cabellera rubia y unos ojos azules que la madre de Diego había calificado de "profundos". ¡Qué raro!, pensó Diego, recordar a ese instructor justo en este momento. Hacía años que no pensaba en él y creía haberlo olvidado. Lo último que recordaba fue que al final del curso, se había quedado hasta tarde, esperando a que su madre viniera a recogerlo, y había encontrado a Clark en los vestidores… En ese preciso momento. Diego sacó un litro de leche del refrigerador y al verterlo sobre su plato de cereal, su verga se paró casi de inmediato. Mientras veía el líquido blanco caer, se relamió los labios y creyó visualizar por un instante una verga larga que emergía de una mata de pelos negros, que emanaba una deliciosa secreción

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Diego, quien movió la cabeza como sacudiéndose el sueño, reaccionado justo a tiempo para impedir que la leche se derramara. Se quedó impávido. Si, nuevamente había soñado con eso… Nuevamente, y cada vez con más detalles… Y cada vez le gustaba más

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Para los que siguen esta serie de relatos, espero que disfruten este como los anteriores. Para los que no, los invito a leer los capítulos anteriores. Se aceptan críticas y comentarios. También agradezco las invitaciones y sugerencias.

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