El esclavo del profesor (2.1 Sumisión al desnudo)

...imaginó el gozo de ver a ese joven masculino, desnudo, atado, ansioso como un perro en celo, por sentir la verga de su amado profesor (la suya) en su estrecho culo... Lo que pasó mientras Diego alucinaba...

El esclavo del profesor

2.1 Sumisión al desnudo

Capítulo anterior: El plan del profesor Rivera avanza a su siguiente etapa, aplicando a su alumno Diego una nueva droga para hacer aflorar la personalidad sumisa que en él habita. En este subcapítulo del anterior, se verá lo que pasó con Diego mientras estaba bajo los efectos psicosexuales del fármaco.

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Diego había acudido al laboratorio del profesor, exhausto por la falta de sueño, por el desgaste físico que implicaban las largas noches sin dormir, consumido por ese calor lascivo que inundaba su cuerpo de lujuria, de ansiedad por tomar su verga hasta saciarse en la masturbación. Luego de la extraña recepción en una ordenada sala con un exótico sillón tapizado con piel de cebra, Diego aceptó la inocente agua que el taimado científico le ofrecía, sin saber que estaba repleta de la sustancia 4-épsilon, que rápidamente empezó a hacer efectos en el cuerpo de Diego, vulnerable y expuesto.

La droga se absorbió en la sangre de Diego, abriéndose paso por su carne, la sustancia alcanzó en cuestión de segundos los centros sensoriales de los genitales de Diego, atenazándolos como una garra molecular que apresara sus huevos, haciéndolos producir más semen y sobre todo, modificando su comportamiento. Del mismo modo, la sustancia inundó los vacíos en la generosa verga de Diego, la cual se puso rígida en el acto. En cuestión de minutos, los músculos fálicos se contraían por si solos, estimulados cada vez más por el simple roce de las ropas. Diego por su parte, apenas se daba cuenta de esto. La droga también había alcanzado su sistema nervioso y bloqueaba estratégicamente los canales de la razón y a cambio abría otros que provocarían el triunfal surgimiento de la personalidad sumisa, que en algún tiempo, ese era el plan, sustituiría al verdadero Diego, convirtiéndolo en un servil esclavo de su futuro amo, reduciéndolo al nivel de un ser ansioso de sexo, de complacer y ser complacido por su dueño. Así, Diego empezaba su transformación física y psíquica. Lo que sentía en ese momento era un abandono. Con velocidad, su conciencia estaba siendo aislada por la droga, que cortaba sus lazos con el mundo real, mandándolo a un universo inexistente de alucinaciones paranoicas que contribuirían a debilitarlo y a facilitar su completa asimilación. A la vez, la droga, aún con la primera dosis, ya estaba reestructurando la psique del muchacho, extrayendo de sus profundidades los pensamientos y actitudes necesarios para transformarlo en un esclavo.

Rivera se daba cuenta del proceso, estaba atento a como Diego era incapaz de fijar la mirada, de la monumental erección que se escondía en sus pantalones y de cómo las manos, ya acostumbradas por la rutina de más de un mes, instintivamente trataban de asir el falo para jalarlo como lo hacían cada noche. Su discurso fue cambiando rápidamente de tono, acorde a los cambios que veía en su alumno, ese muchacho que pronto se convertiría en su nuevo sirviente, leal y devoto.

Pero todo tiene un límite, Soto. A usted se le han dado varias oportunidades pero no las ha sabido aprovechar. Mi opinión es que para elementos como usted no sirve el trato blando, no hay mejor disciplina que un buen castigo, mientras más fuerte, mejor, sólo así aprenderá. En el fondo, sólo hay dos tipos de personas, las que mandan y las que obedecen. Usted cree que es independiente y dominante, pero se equivoca. Es usted un esclavo innato, sólo que no lo sabe. No hay problema por eso, yo estoy aquí y me encargaré de convertirlo en lo que en realidad es, un vil y despreciable esclavo. Es cuestión de tiempo para que entienda que yo aquí mando y a usted le corresponde ser el que obedezca, ¿entendiste? Claro que no lo sabes, estas demasiado drogado para escucharme y aunque lo hagas, por ahora lo olvidarás todo, ya lo he planeado y yo nunca fallo en mis planes, serás mi esclavo, primero aunque no quieras y después con todas las fuerzas de tu voluntad, lo desearás

Apenas habían pasado 5 minutos desde que Diego había bebido el agua adulterada y ahora aparecía como una estatua, casi catatónico, con la mirada inmóvil al frente, sólo el pene entre sus ropas palpitaba tratando de escapar del tejido. Rivera se sorprendió un poco, ya que el efecto normalmente era más lento, pero esto le hizo pensar positivamente que Diego tenía una buena personalidad sumisa y que realmente fácil hacerlo suyo. Hay que decir que no era ni mucho menos la primera vez que Rivera aplicaba su ciencia para conseguir lo que quería, ni en el terreno profesional ni en el sexual. De hecho, año con año elegía víctimas nuevas para esclavizarlas. Desde que lo vio el primer día en el salón, Rivera decidió que Diego Soto sería suyo. Su atractivo cabello castaño oscuro, su nariz recta y esos ojos marrones enmarcados por cejas varoniles le produjeron una erección instantánea. En un instante imaginó el gozo de ver a ese joven masculino, desnudo, atado, ansioso como un perro en celo, por sentir la verga de su amado profesor (la suya) en su estrecho culo. Se imaginó el día en que Diego se arrastraría ante él, y se prendería de su mástil para extraerle el precioso semen como si fuera su alimento favorito, mirándole con ojos de adoración mientras llenaba su boca de verga. Ese mismo día había iniciado el diseño experimental de dominación y a los pocos días ya empezaba a emitir los primeros reportes. Ahora, apenas poco más de un mes de haber iniciado su tratamiento, Rivera tenía ante sí al muchacho, totalmente indefenso. Sabía que Diego alucinaba en esos momentos y que lo que tenía ante sí mismo era un ser sin personalidad, vacío, una pizarra en blanco donde él, Rivera, imprimiría sus bajos instintos, llenando su mente de abyección y adoración por su amo, de deseos, perversiones y parafilias sexuales y, eventualmente, también llenaría su cuerpo de verga, esperma y otros elementos físicos, hasta el último rincón y agujero, escuchando los gemidos histéricos de placer del joven.

-Bien, parece que ya estás listo. Contesta: ¿Quién eres?

Diego permaneció callado.

-No sabes quién eres, yo te lo diré. Eres Diego Soto, mi esclavo. Yo soy Luis Rivera y tu eres mi esclavo ¿Entiendes? Esclavo de Luis Rivera

Lentamente, ese otro Diego habló, torpe, incapaz.

-Soy Diego Soto, esclavo de Luis Rivera, de usted.

-Obedecerás mis órdenes, esclavo. Me serás fiel y me jurarás lealtad. Me llamarás maestro y harás lo que diga. Ahora, ponte de pie y quítate la ropa, el esclavo no debe usar ropa frente al amo, ni el animal frente al hombre.

-Sí, maestro, me quitaré la ropa.

Con inesperada agilidad, ese Diego de pensamientos autómatas se puso en pie y casi con naturalidad, se desnudó ante el profesor y luego se paró en espera de más órdenes. Rivera lo examinó como diseccionándolo, con interés meramente científico. Diego tenía un torso bien definido, de pectorales no muy grandes pero firmes, con un par de pezones oscuros apenas rodeados por una areola igualmente oscura, un abdomen muy marcado y dividido a la mitad por una delgada línea de vello que bajaba de su ombligo a su pubis, donde se multiplicaba en una mata negra y salvaje que enmarcaba su verga, un generoso cilindro de carne vibrante, en cuya punta el prepucio se replegaba, exhibiendo un esponjoso glande, brillante por el abundante líquido pre-seminal que rezumaba del orificio. En total medía unos 17 cm de largo, un tamaño estándar, y era relativamente delgada. Justo abajo, colgaban las dos pelotas, hinchadas por el efecto del fármaco, que las hacía producir semen sin descanso, dentro de un escroto totalmente carente de vello y bastante largo, lo cual fue muy satisfactorio para el profesor. Más abajo, las piernas eran adecuadas, tersas en los muslos y velludas en las pantorrillas, algo que Rivera consideró como un defecto mínimo. Del otro lado, encontró que bajando la espalda, había un par de musculosos glúteos, suaves, cubiertos de un fino vello apenas coloreado. Rivera ordenó a Diego-esclavo que se apoyara a 4 patas en el sofá de cebra con las piernas abiertas, para poder examinar su culo con más claridad. Y así lo hizo. Sin tocarlo con las manos, únicamente con una varilla de un plástico semirrígido suave, Rivera inspeccionó el ojete de Diego, un orificio de pliegues rosados, rodeado por un círculo de molesto vello oscuro. Al tocarlo en ciertos puntos, el orificio se contrajo por reflejo y luego trató de introducir la varilla, encontrando resistencia casi de inmediato. Aquí terminaba el examen, pero Rivera no pudo atenerse a su actitud profesional ante la vista del hermoso culo virgen que se le presentaba y acercándose, sacó su lengua y lo rozó con la punta, una, dos, tres, cuatro veces. Luego se incorporó y dio su diagnóstico:

- Excelente, esclavo, tienes muy buenas características físicas. Mentalmente estas arruinado, no cabe duda que la personalidad dominante de Diego nunca te ha dejado salir, por eso eres tan lerdo y torpe, pero eso no importa, ya te irás apoderando del otro hasta donde sea necesario. En lo físico, hay uno o dos detalles que me molestan, pero se pueden resolver. Lo que más me gustó fue este culo tuyo, tan estrecho, pocas veces se encuentran ojetes así. Eso facilitará mucho las cosas –diciendo esto, le dio una palmada en el glúteo derecho, Diego seguía en la misma posición sobre el sofá-. Ahora párate, tengo que tomarte un par de muestras.

Diego se irguió y entretanto, Rivera trajo una aguja y un par de tubos. Sacó una muestra de sangre del brazo de Diego y la guardó en uno de los tubos. En el otro, recolectó líquido pre-seminal que brotaba abundante de la verga de Diego. Con ambos podría hacer los análisis necesarios para formular las sustancias necesarias para controlar a su siervo. Se deleitó una vez más de la juvenil hermosura de su siervo pero decidió que no debía ir más allá, el proceso de dominación era un placer suficiente para él, quien gozaría de las sucesivas transformaciones de Diego, que iría perdiendo su voluntad y su dignidad como hombre y como ser humano ante sus ojos. La recompensa sería el placer sexual, la posesión total de ese varonil muchacho, ese semental que ya no lo sería, un hombre condenado a la servidumbre y a la abyección… A continuación, ordenó a Diego-esclavo que se vistiera, ya que su verga empezaba a perder erección, señal de que el efecto de la 4-épsilon estaba terminando, un detalle más que debía tener en cuenta para cuando le aplicara la siguiente dosis.

Después le dio de beber un vaso con agua corriente y un par de pastillas de una de sus primeras creaciones, el Mnemotech, una sustancia muy efectiva para borrar la memoria y también la dosis acostumbrada de 2-beta, el fármaco que generaba esa calentura sexual que Diego, el verdadero, había tenido que soportar tanto tiempo. El efecto de ambas drogas fue inmediato y Diego se desplomó totalmente inconsciente. Rivera se encargó (no conviene saber en este momento cómo) de que Diego despertara en su casa a la mañana siguiente. Todo iba marchando bien. Esa noche, después de volver a su costosa casa en las afueras de la ciudad, Rivera actualizó el reporte de caso de Diego y se dispuso a entretenerse de formas que aún es pronto para revelar, pero que implicaban a otros dos individuos que ya habían experimentado en carne propia el proceso de domesticación

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Al día siguiente, como hemos visto, Diego despertó en su departamento, sin recordar nada, con las marcas en su cuerpo que le indicaban que había pasado una noche tormentosa más. Se había duchado y lavado y empezó su día como cualquier otro. En este punto conviene introducir a otros personajes que en breve jugarán un papel importante en esta historia. El primero de ellos es Arturo, el mejor amigo de Diego. Arturo también tenía 19 años, apenas unos meses mayor que Diego. Se conocían desde que eran niños de jardín y no había nada que no conociera uno del otro. Arturo, un joven muy blanco, de complexión mucho más robusta que Diego, en su calidad de ciclista, tenía piernas muy bien torneadas y un trasero voluminoso, redondo y musculado, tenía un hermoso cabello castaño, labios carnosos y ojos de un tono miel que en conjunto lo hacían irresistible a las mujeres. Arturo estaba inscrito en otro instituto, y había estado muy ocupado desde hacía algunos meses como becario (estudiaba historia). Ese día, ambos jóvenes habían quedado de reencontrarse y así lo hicieron, al caer la tarde, en un bar cercano a la universidad de Diego. Estuvieron platicando hasta tarde y en algún momento, ya entrados en copas, Diego se atrevió a contarle de su "pequeño problema de temperatura". Arturo tomó la cosa con seriedad, ya que estimaba a Diego y no se hubiera burlado de su situación, y porque notaba el desgaste en su amigo. Sin embargo, reconoció que no tenía ni idea de lo que podría ser.

-Te digo, wey, yo no sé que puedas tener, pero en todo caso, sé que puedes hacer… Hace un mes que conocí a una chava, tú sabes, de esas de las "amiguitas" de Ramón, de las que presta para sus amigos… jaja, bueno, tú sabes que no acostumbro esas cosas (risas de parte de Diego, que sabía que Arturo se tiraba a la putas y a las que no cobraban también) pero la tipa estaba buena así que me fui con ella. Ni modo, me pegó alguna porquería y estuve como una semana meando agua hirviente. Pero encontré un excelente médico, bien bueno para estas cosas, y también bastante discreto, deberías verlo para que se te quiten esas "jaladas", jajaja.

Diego le agradeció y Arturo le pasó el teléfono del médico en una tarjeta. Estuvieron un rato más tomando hasta que finalmente salieron del lugar y cada uno tomó su rumbo. Esa noche, Diego no tomó nada en su departamento, pues estaba saciado de alcohol, pero eso no le garantizó descanso. La droga que había tomado tanto tiempo tardaba en disiparse y aunque no tuvo el calor y la rigidez eréctil de costumbre, soñó, para su espanto, con la escena de la cebra, las cuerdas y el mar de semen que había alucinado en el laboratorio de Rivera. Aún así, al despertar, se sorprendió al ver que estaba vestido y seco y se alegró al pensar que quizá ya estaba curándose. Pobre iluso, lo primero que hizo fue desayunar, tomando jugo y leche impregnados de la droga… Ese día, durante la clase de Rivera, ocurrió que al sentarse, se deslizó de su pantalón la tarjeta que Arturo le había dado, cayendo al suelo y rápidamente captada por la mirada del profesor, quien la recogió antes que Diego. Un vistazo a su contenido y se la llevó consigo a su escritorio. Diego quedó molesto pues ahora tendría que pedirle a Arturo los datos nuevamente. Por eso fue una agradable coincidencia que al acabar la clase, cuando ya todos, incluyendo Rivera, se habían ido, vio que este había dejado la tarjeta. La tomó y se decidió a hacer una cita lo más pronto posible, no fuera que lo de esa noche hubiera sido una casualidad y volviera a sentir la obsesiva compulsión por masturbarse nuevamente… Leyó la tarjeta. Si, seguro que si había ayudado a Arturo, el doctor Mendoza podría ayudarle a él también

Rivera caminaba hacia su laboratorio. Al pasar por un cesto de basura, arrojó en él los restos de una tarjeta

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Espero que te haya gustado mi historia hasta ahora. Como ven, seguiré tratando de incluir diversos tipos de narración, algunas más explícitas que otras. No faltará el morbo que tanto nos gusta pero creo que vale la pena explorar otro tipo de ambientaciones. Una vez más, gracias por sus comentarios.