El esclavo del profesor (13.0 Adicto al semen)

Clark finalmente es derrotado por Rivera y ahora es adicto y esclavo de su captor.

El esclavo del profesor

13.0 Adicto al semen

Capítulo anterior: Mendoza ha sometido a Clark a una serie de torturas y tratamientos que lo han llevado al borde de una crisis mental y física. Ahora, Rivera está a punto de terminar de romper su frágil estabilidad para convertirlo en un esclavo sexual sumiso y complaciente.

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Tiempo después, llegó el momento del cambio decisivo, aunque Clark aún no lo sabía. Esa mañana, Mendoza se presentó a la celda del humillado rubio pero no vino solo. Tras él entró Rivera, el perverso científico responsable de todo ese lugar. El panorama era diferente al que se veía hacía algunas semanas. En lugar de un rebelde Clark, violento, que gritaba para que liberaran a su querido Diego y lanzaba insultos en todo momento, ahora Clark estaba arrodillado, esposado, con su cuerpo lampiño, sus testículos estrujados y su culo penetrado incontables veces con aparatos y sondas, sus pezones torturados y comprimidos, débil y con la cabeza agachada, sabedor de su derrota, de su degradación. Ignoraba que todavía sería víctima de una mayor dominación. Rivera se acercó a él y le levantó la cara tomándolo del mentón, hablándole al rostro

-Parece ser que Mendoza ha hecho un buen trabajo contigo, esclavo. Me informa que tu "proceso" ha avanzado notoriamente. Hoy veremos si es cierto que eres suficientemente dócil. La prueba de hoy nos dirá si ya estas suficientemente domesticado para convertirte en mi nuevo puto. ¡¡¡Esclavos!!! Traigan el soporte

Al momento ingresaron un par de esclavos portando un soporte de metal especialmente diseñado, al cual ataron a Clark, quien quedó sujeto en una posición a cuatro patas, con el culo al aire y el cuello inmóvil.

-Muy bien, ahora veremos que tan puto te has vuelto gracias al entrenamiento de mi sirviente Mendoza… Probaremos la estrechez de ese culo tuyo

Mendoza se colocó detrás de Clark, quien no podía verlo, pero casi podía imaginar su risa burlona, listo para explorar su indefenso culo con los dedos o con lo que deseara. A la espera del primer ataque, fuera como fuera, Clark trataba inútilmente de defenderse, apretando las redondas y firmes nalgas de nadador que tenía tanto como pudiera. Por eso, se sorprendió cuando en vez de una brutal embestida con la babeante verga del negro, sintiera dos manos acariciando suavemente sus nalgas, caricias que rápidamente se encaminaron a la división entre ambas, explorando ávidamente el valle que ocultaba en lo más profundo el codiciado tesoro. Al llegar ahí, los dedos de Mendoza empezaron a pellizcar levemente los pliegues del apretado orificio, lo que causó una acción refleja en todo el cuerpo de Clark, quien se sorprendió y hasta asustó al ver la reacción: El escroto, aún apretado por la cadena, se comprimió y su verga empezó a dar brincos espasmódicos con cada pellizco, sus pezones, normalmente claros y relajados, se erectaron y se oscurecieron y de pronto su boca se llenó de saliva. Conforme Mendoza estimulaba más su orificio, las contracciones de su verga se desplazaron hacia esa parte, de forma que el hoyo empezó a dilatarse y contraerse excitadamente. En ese momento, Mendoza empezó a introducir un poco un dedo, apenas una falange del dedo medio, y lo movió en círculos, cada vez más intensamente, hasta que el orificio se dilató, en cuestión de minutos, lo que le permitió meter un segundo dedo. Clark se sentía cada vez más ansioso, sentía su cuerpo sudar y su verga estaba fuera de control. No se dio cuenta cuando Mendoza acercó la cabeza de su gruesa verga y la recargó contra el dilatado culo.

-¿Ves cómo te gusta? Eres todo un puto, Clark, yo sabía que lo eras. Dime, dime, ¿verdad que eres puto? –Clark aún entre las brumas del placer, pudo negar con la cabeza

De pronto, todo el placer terminó de golpe cuando de un poderoso empujón, el mástil negro de Mendoza lo perforó, clavándose en sus entrañas, que recibían por primera vez un pedazo de carne masculina, ¡¡¡y qué pedazo!!! La verga de Mendoza era gruesa y llena de venas, coronada por un prepucio suave y oscuro que ocultaba una gran cabeza sonrosada y brillante por la lubricación. Su salvaje olor a macho en celo ahora inundaba el interior de Clark, pero salía y reflejaba la intensidad de la excitación del médico. Clark lanzó un grito ante el ataque y de sus ojos salieron algunas lágrimas de dolor, pero este desapareció casi por encanto cuando Mendoza retiró la verga. Regresó momentáneamente con la segunda introducción, pero ahora acompañado de una levísima sensación de hormigueo en sus paredes rectales. Para la quinta embestida, el túnel se había amoldado milagrosamente rápido a la enorme forma fálica y el dolor era ya una molestia menor mientras que el hormigueo ya pasaba de ser comezón y se volvía en una sensación placentera y creciente. Nuevamente, la verga de Clark empezó a brincar y el sentimiento de dejarse ir se apoderó de Clark. Al frente, Rivera observaba en todo momento al sometido nadador, quien gemía de placer sin darse cuenta siquiera, sobrepasado por las intensas sensaciones que surgían de su estimulado culo, lleno de falo y de líquido pre-seminal.

-Te encanta, reconócelo, te gusta estar lleno de verga… -esta vez, un debilitado y disminuido Clark asintió derrotado, pues realmente estaba gozando de esa, su primera penetración aún en tantos años de vida homosexual, donde siempre había sido activo, ahora por fin daba las nalgas y no podía evitar reconocer lo mucho que le gustaba.

En cierto momento, Rivera juzgó que estaba listo para la siguiente y definitiva prueba y se desabrochó los pantalones, mostrando por primera vez su propio equipamiento masculino: Un prodigioso cilindro fálico de unos 25 cm, de piel blanca, suave, perfecta, sin una sola mancha ni lunar, ligeramente arqueado hacia arriba y en cuya punta se apreciaba un glande esponjoso. Se lo mostró a Clark, quien ya estaba completamente idiotizado por el continuo bombeo, su culo absorbía sus energías y controlaba su cerebro. Y sin embargo, al contemplar la vigorosa verga de Rivera, algo en su interior se activó, mirando ese lustroso glande del cual asomaba una pequeña y brillante gota de fluido en la punta. También el pene de Rivera olía a macho, a sexo, ese aroma profundo que invita al goce y a la depravación. Clark olía y se perdía cada vez más. Su boca salivaba y se mojaba los labios, ansiosos de posarse en ese cetro viril. Cuando Rivera acercó su verga a la boca de Clark, este incluso estiró el cuelo para comerla más pronto. Su lengua paladeo la cálida estructura, rígida, poderosa. Clark estaba controlado por vergas, la de Mendoza en su culo y la de Rivera en su boca, y no acertaba a saber cuál le producía mayor placer. Sutilmente, el líquido pre-seminal de Rivera se mezclaba con su saliva e impregnaba su lengua, su paladar y su garganta, activando la sustancia que le habían dado en la comida en los últimos días, que a su vez activaba receptores específicos de su mente, como una droga, como si fuera cocaína o heroína, que desbocaba el éxtasis embriagador de la adicción. Finalmente, Rivera se vino, descargando su abundante semen en la boca de Clark. Disparo a disparo, gota a gota, sus receptores cerebrales se inundaban y ahogaban en ese semen adictivo, que ayudado por la intensa estimulación anal que recibía, le provocó un intenso orgasmo, que se tradujo en su propia y violenta eyaculación. El éxtasis lo controlaba, Rivera lo controlaba, había ganado y de ahora en adelante Clark dependería completamente de él, deseando su semen como fluido sagrado, como líquido dador de gozo y beneficio.

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Clark estaba atado a un poste. Llevaba puestas un par de argollas en las muñecas y tobillos por toda indumentaria. Su firme y voluminoso trasero quedaba a la vista del auditorio. Estaba en un prostíbulo, propiedad de facto de Rivera. Llevaba 1 mes ahí y cada noche era subastado a los hambrientos clientes. El ganador lo penetraba cuantas veces quisiera. Se había vuelto muy solicitado en poco tiempo, ya que la penetración también era a la vista de todos. Mientras las variadas vergas lo clavaban con energía, él no podía evitar jadear y excitarse. Gemía y suplicaba de tal manera que excitaba a toda la concurrencia, de ahí su popularidad y su apodo: Clark, el culo suplicante. Cada tres noches, en lugar de trabajar, permanecía confinado en su celda, donde Rivera lo visitaba para que le devorara la verga como la primera vez y recibiera su exquisita dotación de semen, sin la cual hubiera empezado a sentirse ansioso y desesperado. Era un puto, lo sabía y le encantaba serlo… Y sin embargo, todavía pensaba en Diego, de vez en cuando, entre verga y verga, y aún sentía que lo amaba

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Dos han caído, Arturo y Clark. ¿Qué pasará con Diego?

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