El Esclavo (2)
Ayax y Claudia cambian las tornas, ahora es ella la que está a merced de él y el fornido germano aprovecha la ocasión de torturar y sodomizar a la romana.
Aún atado a los postes donde le habían flagelado Ayax miraba a su nueva dueña sin dar crédito a lo que le decía. Ahora se le ofrecía ella a él, ella, una patricia romana se ofrecía a un miserable esclavo germano. Debía estar loca. Claudia, mientras tanto le desató las correas muy ansiosa . Cuando por fin se vio libre, Ayax hizo un gesto brusco la agarró brutalmente del cabello y le retorció un brazo a la espalda, rabioso levantó la otra mano y estuvo a punto de darle una bofetada. Sin embargo, en el último momento se arrepintió y abrazándola con toda su fuerza le dio un largo beso.
Tras esto, Ayax se dispuso a atar a la muchacha a los dos postes. Para ello le obligó a estirar sus brazos y le ató las muñecas con unas cintas de cuero. Lo hizo tan fuerte que a la chica casi se le cortó la circulación, sin embargo ella se abandonó sumisamente y dejó desde ese momento que su amante la tratara brutalmente y la maniatara. Tras los brazos, vinieron las piernas. Ayax le cogió de los tobillos y le obligó a separar bien las piernas hasta un límite doloroso como revelaron los gestos de desaprobación de ella. Por último sujetó los tobillos con fuerza a los dos postes.
Una vez inmovilizada, Ayax miró detenidamente a su bella prisionera. El cuerpo desnudo de Claudia formaba una gran equis. La joven transpiraba y respiraba agitadamente fruto de la excitación. Ella no decía nada sólo seguía con la vista todos los movimientos del germano. Éste ya había recuperado su erección sólo con verla de esa guisa. Ahora tendría la oportunidad de vengarse de todas las humillaciones a que le habían sometido esos malditos romanos. Odiaba a su ama y ahora que estaba a su merced, le haría pagar todo el rencor que tenía dentro. Sin embargo, también la deseaba, sobre todo después de la felación que le había practicado. Un poco bruscamente le volvió a coger de los cabellos y le dijo muy cerca de la cara. Muy bien preciosa, tú misma lo has elegido, así que ahora combinaremos el dolor y el placer a partes iguales. Ella le miró sin contestar y mientras él se alejaba unos pasos cerró los ojos suspirando.
Él no podía sospechar que eso era exactamente lo que ella deseaba desde hacía mucho tiempo. Hacía unos tres años, ella se encontraba rondando los aledaños de la cámara de tortura. Ese lugar le estaba vedado por su padre, pero en aquel momento alguien había olvidado cerrar la puerta. Empujada por su curiosidad la adolescente Claudia entró en la cámara de tortura y allí vio algo que le heló la sangre. Una joven se encontraba atada a una especie de banco de madera con las piernas abiertas. Estaba completamente desnuda y le habían puesto un cepo de hierro que atrapaba y estrujaba sus pechos de manera que éstos parecía que iban a explotar turgentes y azulados. Claudia se acercó temerosa a la llorosa muchacha. De repente vio las delgadas agujas clavadas en los pechos de la joven que estaba siendo castigada, así como el brasero situado delante de ella en el que se calentaban varias decenas de aguas más. Claudia comprendió al momento el tipo de suplicio al que estaban sometiendo a esa desgraciada y un gesto de horror mudó su rostro. Por los dioses, exclamó. La joven se dio cuenta de que Claudia estaba allí y la miró implorante. ¿Por qué te torturan así?, ¿qué crimen has cometido?, le preguntó mientras le acariciaba dulcemente el rostro. Ninguno, dijo ella entre sollozos. Yo era una esclava feliz con mi antiguo amo, pero entonces él me compró y me trajo a este horrible lugar. ¿El?, ¿quién es él?, preguntó Claudia adivinando algo terrible. El senador, dijo ella llorando. Mi padre. ¿Mi padre te ha hecho esto?, preguntó Claudia incrédula. Repentinamente se oyó un ruido, alguien volvía, así que Claudia se escondió como pudo en un rincón de la cámara de tortura. En ésta entraron dos verdugos y su propio padre que no se percataron de su presencia.
Claudia vio entonces horrorizada cómo su padre torturaba a esa desgraciada con sus propias manos durante más de una hora. El viejo sádico no tuvo ninguna piedad de los alaridos desesperados de ella y le clavó decenas de agujas candentes en los pechos hasta que la esclava perdió el sentido. Entonces los verdugos desataron a la inconsciente esclava y se la llevaron a una celda. Cuando todo el mundo salió, Claudia aprovechó para escabullirse y entre lágrimas y con el corazón encogido se marchó a su habitación para llorar aterrorizada durante toda la noche. Y sin embargo, sin saber por qué, la vista de esa joven esclava desnuda y maniatada le excitó tanto que se empezó a masturbar y llegó a correrse varias veces.
Días después el senador mandó crucificar a la esclava bajo la falsa acusación de haber intentado envenenarle. A pesar de que el senador le pidió que se retirara, Claudia fue testigo del horrible suplicio de aquella desgraciada. Los verdugos la sacaron delante de todos los servidores para que sirviera de ejemplo. Entonces la ataron a un poste y la flagelaron salvajemente hasta cubrir su cuerpo de heridas. Cuando la muchacha estaba a punto de perder el sentido la desataron y se desplomó en el suelo de puro agotamiento. Entonces los verdugos cogieron su cuerpo desfallecido y la acostaron sobre la cruz, sujetándola con fuerza para que no se pudiera mover mientras le crucificaban. Ella gritó y gritó y se debatió inútilmente arqueando su cuerpo desnudo cuando con cuatro clavos traspasaron sus muñecas y sus pies. Ya clavada en la cruz, los soldados pusieron ésta derecha y dejaron que la joven agonizara con aquella muerte lenta y horrible a la vista de todos durante varias horas. A Claudia le pareció un espectáculo horrible, pero no pudo dejar de mirar ni por un momento el cuerpo desnudo de la esclava debatiéndose en la cruz con los regueros de sangre recorriendo sus brazos y costados hasta los pies, hasta que por fin expiró.
Desde ese día, la imagen de la esclava crucificada la perseguía continuamente. Muchas veces soñaba con ello, pero en todos sus sueños y pesadillas era la propia Claudia la que era torturada y crucificada por su propio padre. Soñar con aquello le fascinaba y la joven patricia se masturbaba diariamente pensando en ello. Tras esos años llegó a la conclusión de que debía hacer realidad su fantasía, siquiera parcialmente.
Sumida en estos pensamientos, Claudia no se fijó en que Ayax ya había encontrado lo que buscaba y se encontraba junto a ella. El tío sonreía con un poco de sadismo. Traía unas pequeñas tenazas de hierro y las abría y cerraba burlonamente. ¿Qué prefieres esclava?. ¿El izquierdo o el derecho?, le dijo mirando a sus pechos. ¿Qué me vas a hacer?, preguntó ella alarmada mientras él le pellizcaba el pezón derecho con los dedos para erizarlo bien. Esto es por lo del pinchazo de antes, y diciendo esto le agarró la punta del pecho con la tenacilla y se lo retorció apretando con todas sus fuerzas. Claudia gritó y se retorció de dolor por el cruel pellizco. Ayax retiró entonces la tenaza y miró el pecho de la joven enrojecido y algo hinchado. ¿Duele?, preguntó cínicamente imitandole a ella. Y Claudia le respondió afirmando con la cabeza mientras dos lágrimas recorrían sus carrillos. Calma, ahora mismo te curo, contestó Ayax lamiéndole el pezón herido. Todo el cuerpo de la joven se tensó entonces y ella gimió de placer.
El esclavo siguió lamiéndole los pezones alternativamente, mientras llevaba su mano hacia la entrepierna de la chica. Estás muy mojada, mi ama, le dijo Ayax acariciando con sus dedos los labios vaginales y el coño de la muchacha. Como toda respuesta Claudia se retorció de placer gimiendo. Sigue así, mi amor , así con los dedos. Ayax continuó masturbando a Claudia aún un tiempo, besándola por todo el cuerpo, hasta que se decidió a agacharse y empezar a comerle el coño. Nuevamente la joven cerró los ojos y empezó a gemir.
Mientras Ayax le hacía el cunnilingus ella se puso a pensar en lo que había ocurrido. ¿Acaso le gustaba el dolor?. No lo tenía muy claro pero quería probar otra vez. De este modo, Claudia no necesitó que él insistiera mucho con su lengua y pronto se corrió, jadeando y empapada de sudor. Ayax se incorporó sonriendo con la mandíbula manchada de los líquidos de ella y volvió a besarla. Así estuvieron un rato, ella atada y él abrazado a su cuerpo. Por fin, a Ayax le entraron ganas de follar, pero recordó que no podía hacerlo por la vagina. Tendría, pues que sodomizar a Claudia.
Pensando en esto se apartó de ella. No había ninguna prisa, así que antes de darle por el culo quiso jugar un poco más al sado con su bella esclava. Así cogió una caña flexible que se encontraba por allí y se puso detrás de ella. Ella seguía atada con los brazos y piernas muy separadas pero miró hacia atrás inquieta cuando oyó el zumbido de la caña al rasgar el aire. Ayax le miraba extasiado el culo, pequeño y prieto como el de una adolescente mientras se masturbaba lentamente.
Repentinamente Claudia sintió cómo las manos rudas de Ayax le empezaban a acariciar las nalgas y las separaban entre sí. ¡Qué suave!, dijo éste comprobando que la joven se había depilado con mucho cuidado. Ayax miró preocupado el agujero del ano de ella. Parecía pequeño y prieto y estaba completamente cerrado. Demasiado pequeño para mi polla, habrá que trabajarlo, pensó. Entonces se agachó y separando los mofletes del culo con las dos manos le empezó a lamer delicadamente el esfínter. La piel del ano de Claudia era suave como la seda y Ayax encontró un gran placer en lamerlo y ensalivarlo adecuadamente. Ante tal tratamiento Claudia gemía y se retorcía de placer. Tenía la piel de gallina, el clítoris tieso y los pezones más arrugados y erizados que nunca. Tras la lengua, Ayax introdujo un dedo húmedo por el agujero del culo de ella y lo fue metiendo y sacando dando vueltas y más vueltas. Vamos relájate y afloja el culo dijo Ayax al notar que la joven lo tensaba instintivamente. Claudia le hizo caso y entonces el dedo empezó a entrar y salir más libremente. A ella eso le hacía sentirse muy sucia, como si estuviera haciendo de vientre, pero también le gustaba. Estaba a merced de su "amo" y eso le quitaba toda la culpa. Pronto Ayax añadió un segundo dedo y fue abriendo el esfínter de Claudia provocando ella las primeras quejas de dolor.
Cuidado, con cuidado mi amor, decía ella entre suspiros y ayes. Así siguieron un rato hasta que Ayax se volvió a separar de ella. Claudia miraba hacia atrás pero no podía ver bien lo que hacía, pues se puso a enredar buscando algo. Finalmente en unos minutos se acercó hacia ella con un látigo de colas. Se acercó por detrás, y abrazándola le acercó el mango a la boca invitándola a que lo chupara. Chúpalo potrilla, te voy a poner una linda cola. Ella no le entendió bien, pero igualmente lamió el mango repetidamente. Entonces él lo llevó hasta su trasero y la fue penetrando poco a poco con él. No, ¿qué haces?, con eso no, por favor. Ayax le dio una nalgada. Calla y relájate, te dolerá menos. Claudia volvía la cabeza inquieta, intentando protestar, pero finalmente decidió facilitar la entrada de ese falo artificial. De todos modos era algo muy grueso y a medida que la penetraba ella pensó que se le iba a romper el esfínter. Ay, mi culo, me lo vas a romper, por favor, no. Sin embargo, Ayax tuvo mucho cuidado y consiguió introducirle todo el mango sin romper ni desgarrar nada.
Entonces fue a buscar un segundo aditamento, el mismo palo de madera que le habían dado a él para que lo mordiera durante la flagelación. Muerde esto preciosa, le dijo, te ayudará a soportar los latigazos y evitará que te muerdas la lengua. Claudia aceptó la mordaza sin protestar y la mordió con todas sus fuerzas mirando cómo él cogía la fusta y se situaba tras ella. Ayax volvió a hacer silbar la fusta en el aire admirando las cintas de cuero del látigo colgando del trasero de la joven. Mueve la cola, potrilla, que yo te vea, le dijo.
Y como ella no hizo nada le dio tremendo fustazo en las nalgas. Claudia recibió el golpe como un tremendo estallido de dolor que repercutió hasta en el último de sus nervios, tensó todos sus músculos y tendones y lanzó un tremendo alarido. Ayax esperó a que ella se calmara y le volvió a pedir que moviera la cola. Ella miró hacia atrás con el rostro enrojecido y surcado de lágrimas, pero se negó a obedecer. Ayax se extrañó, se diría que ella quería más, de hecho, cogió la fusta y le propinó otro golpe en el trasero, paralelo al anterior. No se puede negar que la muchacha era valiente, pues soportó estoicamente el castigo explorando su propia capacidad de resistencia al dolor. Y eso que las nalgas eran puro fuego, ella no lo veía, pero dos verdugones rojizos recorrían ahora su culo horizontalmente. De hecho, ella no podría sentarse en varios días sin ver las estrellas.
Ayax la miró y se acercó a ella admirado tras tirar la fusta al suelo. Eres dura, romana, le dijo acariciando su piel humedecida de sudor, pero creo que por hoy ya es suficiente. Claudia escupió entonces la mordaza y meneando su trasero le dijo. Vamos, mi amo, ¿a qué esperas?, estoy preparada para que me sodomices, ¿a qué esperas?. El esclavo miró entonces a su ama un poco sorprendido. Será como gustes. Entonces se dispuso a extraer el improvisado consolador de madera del ano de la joven. Lo hizo con cuidado de manera que incluso eso le resultó placentero a ella. Ahora notaba su ano relajado y abierto, dispuesto a la penetración. Por su parte, Ayax reparó en el rosado esfínter de la joven, un agujero redondo y ahora abierto. Dirigió su pene ya firme con las dos manos y lo pringó primero con los jugos vaginales del coño de la joven. Ya lubricado apuntó al agujero del culo y la empezó a penetrar. Fue más fácil de lo que había supuesto en un principio, pero en cuanto ella notó que el esfínter se cedía más de la cuenta empezó a protestar y hacer fuerza con el culo. Relájate y lo pasarás mejor, le contestó él, pues evidentemente no era el primer culo que desvirgaba.
Claudia le hizo caso, y efectivamente el germano le penetró con más facilidad aunque esa sodomización no dejó de ser algo doloroso. Ayax se despachó a gusto con el culo virgen de la joven Claudia, lo tenía bien prieto, así que no le costó mucho rato excitarse y eyacular dentro de él. Por su parte, Claudia no se corrió esta vez aunque estaba segura que la sensación de ser sodomizada por primera vez la recordaría durante mucho tiempo cada vez que se masturbara. Una vez que hubo eyaculado dentro del trasero de Claudia, Ayax, muy satisfecho se puso delante de ella y la besó repetidamente.
Hecho esto le soltó las correas y la dejó libre. Ella sonreía a su vez a su nuevo esclavo, con lágrimas aún en los ojos y todo el cuerpo dolorido por el castigo, pero enormemente satisfecha. Así se palpó las muñecas heridas por las correas, el pecho aún irritado y sobre todo, las heridas del culo. Apenas se las podía tocar pues dolían mucho. Entonces el corpulento Ayax cogió su pequeño cuerpo y abrazándola la besó apasionadamente. Gracias mi amor, dijo ella mientras iba a buscar sus ropas, me ha gustado mucho. Mañana y los días siguientes compartirás conmigo mi lecho. Claudia se puso su túnica y abriendo la puerta de la cámara se despidió de su esclavo.
Ayax, por su parte, ni siquiera se vistió, salió al exterior y fue hasta una arboleda cercana. Allí en aquella noche clara de luna llena se quedó un rato pensativo completamente desnudo y palpándose a su vez las heridas del látigo dio gracias a sus dioses por la bella ama que le había tocado en suerte.