El entrenador de Momoko (II)
Después de terminar el entrenamiento, Momoko disfrutó de un delicioso masaje a manos de su entrenador, el señor Tamura, quien no estaba dispuesto a dejarla marchar sin enseñarle más cosas sobre su deliciosa anatomía.
Poco a poco, el señor Tamura fue dejando de rozar las partes más sensibles del sexo de Momoko, para permitir que pudiera relajarse completamente. Eso no significaba que hubiera dejado de tocarla, sino que poco a poco las manos del dedicado entrenador, se dirigieron a los labios menores de la chica, retorciéndolos suavemente entre sus dedos índices y pulgares, acariciándolos lentamente sin pretender excitarla otra vez. Tironeó con delicadeza de los dos labios a la vez, para soltarlos y dejarlos desdoblados de tal forma que parecía que hubieran aumentado de tamaño. Inmediatamente se centró en los labios mayores de aquel coño que se exhibía abrillantado por unos jugos que, no sabía muy bien cómo ni cuándo, pero que seguro que probaría. Deslizó progresivamente toda su mano por aquella delicia, desde su velludo pubis hasta su apretado ano, presionando las ingles y dirigiéndose hacia el centro de su sexo como si quisiera cerrarlo.
Sin separar completamente sus manos del negro y poblado felpudo de Momoko, Tamura se reincorporó sobre sus rodillas y se colocó al lado de la chica, dejando asomar descaradamente un pedacito de cabecita rosada y tersa por encima de su pantalón de deporte medio bajado. Momoko disfrutó de la vista y deseó acariciarle y agarrarse a aquella verga que le parecía enorme, aunque lo cierto era que, en directo, era la primera polla que veía en su vida.
- Vamos a ver qué tenemos por aquí - dijo con un tono muy sensual el entrenador, mientras le levantaba la camiseta a Momoko con las dos manos.
Momoko entonces abrió los ojos y sintió una punzada de pudor, como si el hombre que llevaba poniéndola cachonda todo el curso, de pronto se hubiera convertido en algo así como un médico al que tuviera que enseñarle un bulto que le hubiera salido. Aquella sensación pasó bastante rápido, en cuanto Tamura comprobó que no había nada que se interpusiera entre la camiseta y los pequeños pechos de la chica. Soltó la camiseta y sentándose sobre sus talones, se acercó más a Momoko comenzando a acariciarle sus suaves pezones a través de la tela. Momoko no pudo evitar soltar un gemido mezcla de sorpresa y placer.
- Tranquila... dijo arrastrando la palabra mientras se concentraba en aquellos preciosos rosetones que poco a poco dejaban de ser blanda gelatina para ponerse duros y tiesos como gomas de borrar. Aquella reacción le excitó muchísimo y su respiración se empezó a entrecortar. Pellizcó con bastante fuerza las puntas de ambos pezones hasta que Momoko gritó arqueando la espalda y dejando caer su cabeza hacia un lado. Momoko no le retiró las manos ni hizo nada que pudiera llevar a su entrenador a pensar que debía parar de hacer aquello.
El señor Tamura soltó de sopetón aquellos duros botones y pasó rozando apenas con las palmas de sus manos, levemente por encima de ellos, describiendo círculos, lo que excitó aun más a Momoko. Muy despacio, buscó el borde de la camiseta y tiró de ella hacia arriba con las dos manos, entendiendo ella que debía levantar los brazos para sacársela, pero el entrenador no permitió que se la quitara completamente y le dejó la camiseta encajada en el cuello, tapándole la cara. Con su dedo pulgar buscó el lugar donde debía estar su boca y acarició sus labios con delicadeza pero con la firmeza suficiente para obligarla a separarlos. Con un movimiento lento fue metiéndole el dedo gordo en su boca abierta, a través de la tela de la camiseta que le cubría la cara. Buscaba su lengua y ella su dedo. Enseguida, Momoko mojó la tela pasando la lengua como podía para sentir ese dedo que se adentraba dentro de su boca y cerró los labios para atraparlo. Tamura trataba de mover circularmente el dedo, pero Momoko se lo impedía al habérselo cogido entre los labios y haber empezado a mamar de él con bastante fuerza. Aun así, el entrenador se zafó y posó su dedo humedecido sobre el pezón derecho de Momoko, que al sentir el contacto directo de piel contra piel, sin poder ver lo que pasaba, se retorció gimiendo. Nadie le había hecho eso jamás. Ni siquiera le habían sobado las tetas. A lo más que había llegado era a darse un morreo con un chaval de su clase y no le había parecido nada del otro mundo.
- Eso es, pequeña, quiero ver cómo te retuerces... - le decía mientras la chica jadeaba con la boca muy abierta.
Tamura no pudo esperar más y después de acariciarle los dos pechos con ambas manos, comenzó a subir hacia su cuello, poniéndose a cien al ver como sus grandes manos abarcaban el fino y delgado cuello de la chica. Bajó de nuevo hasta las tetas de Momoko, que se erguía ligeramente ofreciéndoselas, casi temiendo que fuera a parar de manosearla, como así fue por un instante.
¿Qué me está haciendo? - gimoteó Momoko - ¡Señor Tamura, por favor!
¿Qué quieres, Momoko? - preguntó dominantemente el entrenador, agachándose pausadamente sobre una de aquellas duras tetas que le suplicaban un mordisco. Justo a un milímetro de ella, se detuvo, pero dejó malvadamente que Momoko pudiera percibir su respiración sobre ella.
Dime, no me has contestado - decía sin alejarse ni acercarse - ¿qué quieres que te haga?
¡Por favor, señor Tamura! ¡No puedo verle!
Sin poder esperar un segundo más, el entrenador abrió la boca todo lo que pudo para poder abarcar en ella la mayor parte posible de aquel pecho diminuto pero coronado por un pezón con el que se podría cortar un cristal. Mientras con la mano derecha le acariciaba la otra teta con suavidad, a la vez que le pellizcaba y retorcía el pezón, su boca se entretenía en ensalivar y lengüetear, relamer y chupar con fuerza aquel manjar, mientras Momoko gemía de placer. Tamura levantó la cabeza solo para ver que los pellizcos que le había dado en el otro pezón, habían conseguido que aumentara considerablemente de tamaño y sin poder casi controlarse, se lanzó a comerse aquella delicia entre gruñidos de excitación, que hicieron que Momoko perdiera cualquier vestigio de timidez, abriéndose completamente de piernas y empujando con decisión la cabeza del señor Tamura, en dirección a su coño, para sorpresa de este.
- ¡Chúpeme aquí, por favor, señor Tamura! ¡Hágame aquí lo mismo, se lo suplico! - rogaba Momoko al excitadísimo Tamura.
El hombre no habría creído nunca que en un solo día llegaría tan lejos. Realmente, la mosquita muerta de su pupila era un volcán que él tenía el firme objetivo de hacer que estallara. Con cierta prisa por llegar a ese coño que tan gustosamente había sobado solo un rato antes, deslizó su boca abierta por el firme vientre de Momoko, deteniéndose solo un instante a meterle la lengua en el ombligo, para seguir camino a su ingle. Levantó la cabeza mirándola con toda lascivia y sonriéndola de medio lado, satisfecho de ver la mirada suplicante de la chica. Sin despegar la mirada de los ojos de ella, abrió la boca y le dejó ver la lengua poderosa que le haría alcanzar cotas de placer desconocidas. Poco a poco se acercó a su anhelante coño, abierto de par en par y brillante de excitación.
Momoko gritó mientras se agarraba con fuerza a la cabeza de Tamura, quien apoyaba su labio superior contra su pequeño pero sobresaliente clítoris, moviendo la lengua muy despacio de arriba a abajo, empezando en el agujerito del culo, tratando de adentrarse en él, siguiendo hacia la entrada de su vagina, metiéndole la lengua bien adentro, provocando que Momoko se moviera cada vez con más velocidad, por lo que decidió parar antes de que se corriera. Separó de sopetón su boca del cuerpo de la chica, se irguió y en un solo movimiento le quitó completamente la camiseta. Ahí estaba, completamente desnuda, a merced de su entrenador. Él la veía entera para sí y solo quería poseerla de todas las formas posibles. Se tumbó encima de ella, y con toda la cara mojada con los jugos de su coño y la boca sabiéndole a hembra cachonda, se acercó lentamente a la boca de ella, que le miraba enfebrecida. Apoyó su boca abierta sobre la de ella, quien instintivamente cerró los ojos y abrió la suya para recibir aquella lengua enorme que le invadía la boca y luchaba a empujones con la suya. Aprendió así a besar salvajemente, mordiéndose, chupándose, juntando las lenguas una y otra vez entre jadeos y descubrió también cómo sabía ella misma. Toda la cara del señor Tamura olía a su coño y eso la excitaba mucho.
Cuando el señor Tamura consideró, separó su boca de la de Momoko y con decisión volvío a posarla en su sexo, pero esta vez alternando rapidísimos lamentones en la punta del clítoris, con verdaderos morreos en toda la dimensión de su coño. No utilizó nada más que la boca y la lengua, pero era experto y diestro comiendo coños, básicamente porque le encantaba el sabor, la textura, las reacciones que provocaba en las mujeres a las que se lo había hecho y lo mucho que le excitaba a él. Tamura advirtió que Momoko no iba a durar mucho tiempo más sin correrse, así que abrió la boca todo lo que pudo y volvió a apoyar su labio superior sobre el clítoris de la chica, moviendo la cabeza hacia arriba y hacia abajo, masturbándola, mientras con la lengua ancha y gorda, abarcaba los labios y la metía en la jugosa vagina.
Sin tardar nada, Momoko se tensó y gritó como una parturienta, levantando la parte superior del cuerpo, quedando sentada con la cabeza del entrenador entre sus piernas, que aún le comía el sexo, deleitándose con las contracciones que le atrapaban ligeramente su lengua mientras entraba y salía del coño, recogiendo lo que le pareció un almíbar. Momoko se fue tumbando despacio, sudorosa y cansada. Tamura se separó por fin de aquel coño caliente y se secó la boca con el dorso de la mano, terriblemente excitado, mirándola como respiraba aun agitadamente, para pasar inmediatamente a contemplar lo que tenía entre sus propias piernas y le pedía ayuda desesperadamente para no reventar. Se levantó y velozmente se quitó la poca ropa que llevaba, agarrándose inmediatamente su durísima polla con la mano, como mostrándosela a la chica que tenía delante de ella, tirada en el tatami. Se arrodilló delante de ella sin dejar de acariciarse la verga que ya tenía de color púrpura, tersa y brillante y que necesitaba urgentemente algunos cuidados.