El enigma de Sor V. (1)

Basado en un hecho real, esta historia bucea en la cara B del sorprendente éxito de vocaciones e ingresos de un convento en la provincia de Burgos.

El Milagro de Sor V.

Así lo presentan los medios.

Así lo conocen en la iglesia y en el Vaticano.

Un viejo convento en Burgos se ha convertido en un fenómeno muy especial.

Monjas jóvenes, con carrera, guapas niñas de clase media-alta que abrazan la clausura.

Y todo gracias a V.

A V. … y a mí.

V siempre fue un niña guapa, de ojos verdes penetrantes. Buena estudiante, de familia creyente y practicante. Tuvo sus novietes en la universidad. Yo fui uno de ellos. Nunca hicimos gran cosas, pude sacarle uso besos furtivos y algunas veces, contadas, me dejo magrearla un poco por encima de la ropa.

Luego nuestros caminos se separaron. Ella siguió con sus misas, sus kilos, sus canciones con guitarra… yo descubrí Internet. Poco a poco me fui convirtiendo en eso que llaman un experto. Dejé mi pueblo de Burgos y me instalé en Madrid.

Uno de los curas del colegio donde había estudiado y que me tenía cierto aprecio, tal vez relacionado con las veces que me metía la mano bajo el pantalón de deporte, me escribió una carta de recomendación para el entonces cardenal primado de Madrid, Monseñor Rosco Varilla.

Me recibió sus secretario, un individuo blando, pálido, con manos suaves y sudadas. Leyó con atención la carta y mi currículo y dijo que me llamarían.

En unos meses era la mano derecha suave, sudada… y virtual de Monseñor Varilla. Desde un power point hasta la monitorización de redes sociales, todo el mundo cibernético del obispado y, me atrevería a decir, de la Iglesia española, pasaba por mí.

Hay que decir que Monseñor Varilla estaba muy interesado por cierto convento de mi provincia natal. Se empezaba a hablar de él en círculos eclesiásticos. El ingreso de una joven novicia parecía haber traído aire, y dinero fresco a un sector en crisis vocacional y económica. Hasta Benedicto se había interesado por la congregación.

Varilla no tenía un pelo de tonto e inmediatamente vio las posibilidades propagandísticas de la historia. Y, claro, yo era la persona indicada, tanto por conocimientos como por orígenes. Para saber si podía sacarse algo de provecho para la Fe y, por supuesto, para las enormes ambiciones de Monseñor.

Me puse camino Burgos para encontrarme con la recién elegida superiora. Que, como ya habrás deducido a estas alturas, no era otra que V. Seguía igual de guapa. Incluso más. La piel blanca que da la clausura y los hábitos toscos la hacían aún más deseable.

Tras un saludo frío y distante, muy en su estilo, nos sentamos a charlar en el claustro. Intenté sacarle más información sobre su éxito, pero se mostraba esquiva. Nada más allá de que habían aumentado las donaciones provenientes de algunos ricos industriales de la provincia. Gente de bien conocidos de sus padres.

Por lo demás, la congregación estaba compuesta por veinte monjas ancianas y cuatro jóvenes, sin contar a V. Pero el convento estaba en un estado ruinoso así que, mientras se procedía a las reformas que las donaciones habían hecho posible, las monjas jóvenes se alojaban en una casa del pueblo alquilada para la ocasión. Cada noche dejaban el convento en una extraña procesión para volver a él cada mañana.

Nada más pude sacar de esta primera entrevista.

Bueno, sí, la sensación de que algo más tenía que haber.

Pensativo me dirigí al hotel donde tenía habitación y allí mismo pedí la cena.

"¿qué tal con las monjitas?" me preguntó el dueño acercándose a los postres con una botella de licor casero y dos vasos de chupito. Un hombre al que conocía de siempre y que además de un par de hoteles, regentaba tres rentables clubes de carretera estratégicamente enclavados a la vera de la A-1. Le hablé de V. de que habíamos sido novios… de que el éxito del convento había llamado la atención de Madrid e, incluso, de Roma… "la avaricia rompe el saco" me dijo llegados a este punto de la conversación. Pero, pese a mi insistencia, no quiso seguir hablando del tema. "es hora de cerrar", dijo.

Me fui a la cama pensando en sus palabras. Si una palabra, además de fría y distante, definía a V. era esa, ambición. Fría, distante, ambiciosa, de penetrantes ojos verdes, blanca como la leche y con un tosco hábito que ocultaba un cuerpo que recordaba tan voluptuoso como inaccesible.

No pude menos que masturbarme en mi solitaria habitación pensando en sor V.

Tres entrevistas más no me llevaron a ningún sitio. Tenía que buscar un eslabón más débil en la cadena. Una tarde asistí al paso de las novicias por las calles del pueblo. Silenciosas, cabizbajas y sin detenerse ni un segundo. Rápidamente di una vuelta por la manzana contigua, consiguiendo tropezarme con el grupo al doblar la esquina. Ya sabéis, la prisa de un madrileño estresado que no se relaja ni en el pueblo.

Caos, desconcierto… las dos novicias que iban primero y yo rodamos desmadejados por el suelo. Gritos, disculpas, hábitos toscos que se levantan al aire y que me permiten entrever

Ahora pensarás que en ese fugaz momento pude ver un coñito de depilado, o un tanga rojo y provocador. Te equivocas. La novicia no llevaba, o dejaba de llevar, ni una cosa ni la otra. Pero es bien cierto que tampoco llevaba una bastas bragas del todo a un euro. Lo que ví en ese momento fueron unas braguitas blancas, de algodón… de Hello Kitty.

Allí, había gato encerrado, si se me permite el juego de palabras.

Hoy no he ido al convento. Si algún secreto había estaba allí, en la vieja casa.

El pueblo estaba desierto, el calor del mediodía tenía a todos en sus casas. Paseando distraídamente di la vuelta a la manzana hasta llegar al muro trasero que rodeaba el jardín. Subiéndome a una higuera salté al otro lado. Las puertas estaban cerradas, miré a través de los cristales. Una sala austera con varios sillones y una tele bastante vieja, un ventanuco enrejado de lo que parecía ser un baño y, a la derecha, la cocina. No había platos, ni vasos, ni cacerolas. Estaba claro que las novicias hacían vida en el convento y allí sólo acudían a dormir.

Hasta que algo me llamó la atención. Allí, en medio de la cocina había un pequeño aparato, un electrodoméstico blanco, plano. Junto a él, y más allá, una pila de cajas de cartón marrón.

Saqué unas fotos con mi cámara digital, volviendo pensativo al hotel.

He descargado la foto en mi macbook y llevo varias horas intentando deducir para qué sirve la dichosa maquinita.

No sé si puedes ayudarme.