El enemigo (Parte2)

Continuación con el siguiente contenido: sexo guarro, sadomasoquismo, humillación.

El resto de la meada se le hizo eterna. Su boca se llenaba y apenas era capaz de ir tragando una parte mientras lo sobrante se escurría por las comisuras; el chico se daba perfecta cuenta de ello e iba regándole otras regiones de la cara hasta que veía que de nuevo quedaba vacía y volvía a dirigir ahí el chorro. Tarareaba, al hacerlo, una musiquilla alegre.

Podía verse a sí mismo en el suelo: a cuatro patas, goteando orín, con la cara alzada y los ojos cerrados para protegerse, sí, pero también por la insoportable vergüenza que le embargaba en esos momentos. Se encontraba a merced de aquel joven por sus propias equivocaciones; todo lo que había logrado hasta el momento: su carrera, su prestigio y el resto de su futuro se encontraba atenazado por aquella situación descontrolada, una balanza que había encontrado su equilibrio en su absoluta sumisión.

El hermano de uno de sus alumnos. Tan solo esa idea era suficiente para infundirle un pánico absoluto. Si esta historia llegara a alguno de ellos prendería como gasolina por todo el instituto. Era perfectamente consciente de la reputación que se había labrado entre los estudiantes y así la creía necesaria para hacerse respetar entre lo que, muchas veces, encontraba mejor definición como una jauría más que como un grupo de personas. Y ahora todo aquello se venía abajo sin siquiera un suelo sobre el que desplomarse. La petición de una explicación racional,  una autoacusación, saber quién era el familiar de aquel chico y, sobre todo, hasta cuándo iría a durar aquello: estas cuestiones absorbían sus capacidades y golpeaban su pecho como mazazos intentando moler su caja torácica. Hasta que se detuvo de golpe:

-Acércate puta. Vas a volver a limpiármela bien, pasándole la lengua por completo y succionando el glande por si se han quedado algunas gotas ahí metidas. Y esto me está gustando tanto que te vas a quedar haciéndolo hasta que me corra. Abre los ojos.- Obligándose a hacerlo, Pedro se lo quedó mirando mientras éste le observaba desde arriba y sonreía, mordiéndose el labio inferior con una mueca de lujuria.- ¿Sabes lo que me pone más cachondo?- Preguntó mientras se agarraba la polla erecta y la pasaba por su cara.- Ver tu pendejo ahí colgando. De verdad que ya no lo estás disfrutando ¿eh? Pues eso me pone todavía más. ¡Empieza!

Sin intentar siquiera oponer resistencia, Pedro se le acercó y comenzó a hacer lo que le había pedido. Fue lamiendo desde el tronco hasta el glande, arrastrando consigo las últimas gotas de orina que le quedaban, chupando con fuerza y viendo como, efectivamente, unos últimos restos salían y se veía forzado a beberlos. Continuó haciéndolo con desidia, evitando tanto morder como darle algún placer adicional al que lo había sometido, y este acabó dándose cuenta de ello. Le quitó el miembro de la boca para propinarle un bofetón.

-¡Oye tú! Vas a hacérmelo como cuando estábamos en el salón o si no lo tomaré como si te estuvieras negando. Vuelve a abrir la boca y más te vale usar tu lengua esta vez.

Pedro obedeció temblando y con los ojos llorosos. Instintivamente había querido cubrirse la cara después del golpe, pero finalmente había evitado hacerlo convencido de que aquello solo le depararía mayores problemas. Esta vez el chico le hundió el miembro hasta el fondo, agarrándole de la cabeza y comenzando a bombearle la boca sin dilación alguna. Varias veces la empujaba hasta la faringe, generándole arcadas y haciendo que llenase de saliva la polla que de nuevo volvía a entrar una y otra vez. Consiguió ir amoldando su cavidad para evitarse aquellos momentos de sufrimiento que parecían, además, motivar más placer en el otro, que redoblaba esfuerzos en cada ocasión. Como le había ordenado, no dejó de mover su lengua para abarcar el máximo de aquel aparato, desde la punta hasta la base, convencido de que si conseguía causarle el máximo deleite aquello acortaría también su castigo.

Al cabo de unos minutos el chico comenzó a hacer las embestidas más rápidas y cortas, hasta que dejó tan solo el glande dentro y comenzó a correrse sobre su lengua. Sus papilas quedaron invadidas con el sabor agrio del semen, manteniéndose incluso después de haberlo tragado. Le surgió la duda de si también aquello lo habría planeado. Cuando las últimas gotas se deslizaron, le extendió las manos frente a su boca y le dijo:

-Lámelas. Están sucias después de haberte tocado. Cuando hayas dejado ambas limpias, vas a echarte un agua y vuelves al salón.

Delante de él esperaban dos manos morenas, con las venas marcadas en el dorso y un poco de vello creciendo a partir de la muñeca. Pedro comenzó a cumplir con lo que le había pedido, pasando su lengua entre los dedos, chupando de cada uno de ellos los restos de orina que su propia cabeza  les había dejado. Cuando hubo terminado se dirigió gateando a la ducha; al intentar incorporarse el chico le dijo:

-Ni se te ocurra. Eres mi perra y vas a comportarte de esa manera. Tienes dos minutos para llegar al sofá. Ni siquiera te atrevas a pasarte de un segundo.- Dijo mientras desaparecía por la puerta.

En la posición indicada y con dificultad, por el espacio angosto del plato de la ducha, Pedro dejó que el agua cayera y fue frotándose toda la piel y el pelo mientras mentalmente iba contando los segundos,  acercándose ya al septuagésimo. Cerca al noventa cerró el grifo y casi resbaló al moverse rápidamente hacia la toalla. En el centésimo se estaba secando la segunda pierna. En el ciento diez era la espalda. En el quince había conseguido salir del baño. Para cuando llegó al ciento veinte ya estaba quieto frente a él, con la cabeza agachada.

-Bueno, no está mal.- Le dijo socarronamente.- La verdad es que no esperaba que te mostraras tan comprensivo así de primeras, pero veo que has entendido que voy muy en serio.- Deslizó su lengua lentamente por el labio inferior.- Vas a masajearme los pies. Venga.

Pedro fue gateando hasta llegar a las extremidades del chico, unos pies grandes y anchos, de color moreno, con dedos gruesos y matas de vello negro creciendo en las articulaciones de las falanges, agarrando con las dos manos el más cercano. Al alzarlo pudo sentir un fuerte olor reconcentrado; aunque a primera vista parecían limpios, se notaba claramente la falta de higiene las últimas horas, lo que había generado una capa pegajosa de sudor que los recubría. Comenzó a frotar sus manos sobre ellos mientras el chico tenía puesta la vista en él y continuó hablando:

-Bien. ¿Has pensado en la situación en la que te encuentras?- Pedro sintió un escalofrío recorriéndole toda la columna.- Es bien jodida. Y rara. Sobre todo rara de cojones. Porque, seamos claros, hay muy pocos en el mundo con el valor suficiente como para meterse en un chantaje así, pero todavía son menos los enfermos como yo, que lo hacen por el placer de ver al otro sufrir.- Y sonrió al clavar su vista sobre la suya. Pedro se quedó paralizado hasta que el otro cambió a una mueca más grave y le pateó la cara.- ¿Quién te ha dicho que pares?

A duras penas logró incorporarse esta vez. La patada no había sido dura, pero el golpe que se estaba llevando en el orgullo le dolía insoportablemente al darse cuenta, con horror, que su pene estaba reaccionando endureciéndose ante aquella situación. Se movió para disimularlo y continuó llevando a cabo lo que le había ordenado.

-Eso es lo que tienes que hacer.-Hizo una pausa para beber de la cerveza que tenía abierta al costado.- Debe tener algo que ver con cómo nos han educado mis padres ¿sabes?, lo de ser tan sádico quiero decir, porque me he fijado que a mi hermano también le va esto. Si vieras como trata a su novia… bueno, no es peor que lo que te hago a ti, pero tiene otra edad también. Hay que darle tiempo para que crezca y amplíe sus horizontes. Le falta imaginación. Pero voy a ayudarle a arreglarlo.

Aquella última frase hizo que Pedro alzara su cara y se quedara mirando desencajado al chico que le hablaba desde el sofá. Él lo miraba con una sonrisa de medio lado y los labios levemente fruncidos. Tenías sus ojos fijos sobre los suyos y le brillaban con un fulgor especial. Pedro tragó saliva y logró articular un leve quejido:

-Por favor, ¿no irás a traer a tu hermano aquí, verdad? Esto solo tiene sentido si me prometes que él no se va a enterar. Si no…- Comenzó a levantarse.

-¡Si no nada!- Le cortó el chico y con el pie lo hizo bajar de nuevo- Pero no te preocupes- continuó relajado- él es hetero y no le interesan los hombres. Ahora sigue con lo tuyo. Cada cuatro minutos vas a ir alternando  y ya te diré yo cuando parar.

En la imagen se apreciaba a uno, en el sofá, tirado casi sobre el asiento, con las piernas extendidas hacia delante, el teléfono en las manos viendo un vídeo o escribiendo de rato en rato. El otro, acuclillado a sus pies, masajeándoselos con la cabeza gacha y las piernas juntas, intentando ahogar una erección incipiente, humillante y delatora.

¿Qué era aquello? ¿Supervivencia? Pedro dejaba pasar las distintas explicaciones que se le ocurrían para explicar aquel fenómeno. La posibilidad, contra todo pronóstico, de que aquella situación tan peligrosa y amenazante, con capacidad para llevarse toda su vida por delante, fuera, pese a todo, excitante. Se daba cuenta de que, desde la última mamada, había comenzado a disfrutar la osadía del otro y su sadismo. También le daba miedo su incipiente intuición de que en aquel chico había algo más que un simple juego; algo serio y quizás patológico. Y, con todo, estaba disfrutando. Se le ocurrió que podía ser una forma de su mente para no caer en el pánico, dejándose llevar por el contexto, sacándole el máximo partido y evitar así que aquello fuera una pérdida de tiempo. Si reflexionaba sobre ello, no había mucho que ahora pudiera hacer. Estaba completamente en manos de aquel chaval, siempre que no estuviera dispuesto a enfrentarse a la pública humillación y el ostracismo que sobrevendría a una publicación de todo este incidente. Y como así era, no le quedaba más opción que asumir aquel devenir de los acontecimientos.

Pedro comenzó a lamer los pies que tenía entre las manos.

El chico alzó la vista del móvil y sonrió.

-Ya sabía yo lo puta que eras.- Se quedó viendo como iba pasándole la lengua por todo el pie, entre los dedos y toda la planta. Él sabía lo que había estado caminando durante el día y la de suciedad que aquello había acumulado. La absoluta sumisión de aquel tipo había conseguido que su polla volviera a erectarse, pero verle sentirse seguro de nuevo, en su papel de esclavo y, por lo tanto, recibir una nueva posibilidad de quebrarle… le volvía loco. Se zafó de su lengua con una nueva patada en la cara y se puso en pie.- Chúpamela.

Pedro se le acercó gateando y abrió la boca para tragarse el miembro endurecido, pero este fue más rápido y se hundió con furia hasta el fondo. Las manos del chico asían su cabeza con fuerza impidiéndole moverse, con la nariz entre los vellos y sus labios rodeando los testículos. La presión acabó siendo tan grande que empezó a sentir arcadas de nuevo y al no poder sacarla de la boca comenzó a salivar abundantemente. Cuando estaba a punto de devolver el chico lo liberó y Pedro tomó aire y comenzó a toser. Mientras, el otro lo rodeó, colocándose frente a su culo, ahora en pompa, y puso su glande en contacto con el ano. Agarró con fuerza las caderas de Pedro y tiró de ellas hacía sí mismo, empujando al mismo tiempo las suyas y penetrando de una tacada aquel culo sin preparación. Pedro gritó de dolor:

-¡Por favor! ¡Para! ¡Duele demasiado!

El chico comenzó a moverse, clavándola con ímpetu, sacándola hasta la mitad y volviendo a hundirla de nuevo. El ano presionaba mientras Pedro seguía gritando y su polla palpitaba en el interior, dejándose envolver por la calidez de aquellas paredes mucosas que lo abrazaban. Fue variando la velocidad a medida que las quejas se iban transformando en gemidos; ahora que había disfrutado rompiéndolo quería regodearse en las propias sensaciones del cuerpo que estaba violando.

Las primeras embestidas fueron insoportables, pero a medida que su ano fue acostumbrándose y relajándose recuperó el placer y la excitación. La polla del chico le iba llenando y vaciando arrítmicamente y nunca podía esperarse lo que iba a seguir. La diana variaba según los movimientos que iba haciendo, consiguiendo que acabara gimiendo audiblemente cada vez que le rozaba la próstata o alguna otra zona de su recto. Sentía en el exterior de su ano el frotar y el golpeteo de los testículos del chico a medida que lo iba penetrando, y sentía también la fuerza con la que aquellas manos amplias, de largos dedos como garras, le asían por la cintura volviéndolo un muñeco que se movía a voluntad. Pedro acercó paulatinamente su mano a su propia polla para comenzar a masturbarse y cuando se dio cuenta de que se lo estaban permitiendo, siguió haciéndolo tímidamente, deteniéndose de cuando en cuando para evitar correrse demasiado rápido. El mero contacto parecía suficiente para que aquello explotara y debía hacerlo cuidadosamente si no quería venirse antes que el chico. Justo en una de esas cavilaciones el otro dio una fuerte embestida, se quedó quieto y lanzó un profundo suspiro. Pedro aprovechó el momento para frotarse y se corrió también, casi inmediatamente, lanzando un gemido.

La descarga de semen continuó durante unos segundos en el suelo y en su interior. Notó descender sobre su espalda el abdomen duro del chico y cómo su boca se acercaba a su oreja por detrás, abriéndose lenta e inquietantemente:

-Eres una puta muy maleducada.- Le dijo mientras Pedro gimoteaba de dolor por la mano que aplastaba inmisericordemente sus testículos.- ¿Cómo te atreves a pajearte sin permiso? No te confundas. Si no te digo nada no significa que te lo esté dando, sino que lo que quiero es castigarte por tu atrevimiento. ¿No te dije que era un sádico?- Le mordió la oreja y siguió apretando.- En primer lugar vas a tener que volver a limpiarme la polla porque debe estar hecha un asco; de segundo vas a limpiar el suelo… y lo vas a hacer como tú sabes y después, y sólo cuando hayas terminado, si me siento satisfecho, veremos si ya es hora de irnos a casa. Quiero que me respondas.

-Sí, amo…-Respondió con un hilo de voz lagrimeante.

-Así me gusta.

Se despegó y levantó, sacando el miembro que hasta entonces había seguido dentro y golpeando con una sonora palmada el trasero. Situándose frente a él, empezó a azotarle con la polla llena de semen por toda la cara. Pedro abrió la boca y empezó a lamer todo, sintiendo de nuevo el sabor agrio que se le había quedado grabado, solo que ahora con una textura más espesa. Podía sentir la mirada burlona que caía sobre él y cerró los ojos esperando que todo terminara cuanto antes. Cuando hubo terminado el chico fue a sentarse de nuevo en el sofá y se puso a beber la cerveza sin decirle nada. Sabía lo que tenía que hacer si no quería enfrentarse a aquel dolor de nuevo. Se movió para colocarse a la altura de sus restos y agachó la cabeza; el semen estaba ya frío, parecía casi gelatina, y comenzaba a oler.

-No sé qué estás esperando.- Escuchó como le decía el chico con un tono especialmente insidioso.

Comenzó a lamer luchando contra la sensación de asco que le invadía y poco a poco fue limpiando hasta la última gota que había en el suelo. No resultó fácil tragárselo sin vomitar en respuesta y temió no ser capaz de sacarse jamás aquel regusto repugnante. Cuando hubo terminado levantó la cabeza y se quedó mirando al chico con gesto implorante.

-Está bien. Vístete que ya nos vamos.

El viaje de regreso se desarrolló igual que el de ida. En completo silencio, solo que Pedro ni siquiera se atrevió a alzar la cabeza, manteniéndola gacha todo el trayecto. Quería saber si aquello había terminado ya de forma definitiva, pero no se atrevía a preguntarlo por miedo a que el otro se encolerizase o decidiera seguir martirizándolo.

-¿Estás pensando en el futuro, verdad?- Ante aquellas palabras notó como su cuerpo se crispaba. Parecía como si hubiera estado leyéndole la mente.- Bueno, no hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que esto no va a terminar aquí, ¿no? A mí me encanta ver sufrir y tú… eres un magnífico sufridor. Me encanta cuando pones cara desesperado o cuando se te llenan los ojos de lágrimas. Claro que es probable que te puedas sentir tranquilo los próximos días, pero ya te voy advirtiendo que cuando te contacte más te vale ser rápido al responderme, porque si no yo sí que lo seré para enviar todo lo que tengo.

Pedro escuchó aquellas palabras como si estuvieran leyendo su condena de por vida aunque, a pesar de ello, su polla se puso a palpitar de nuevo.

-En fin, voy a dejarte en mi edificio y ya ves tú cómo te vuelves.- Detuvo el coche.- Venga, bájate ya. Ah y saluda por cierto, hay alguien que te ha visto.- Añadió alegremente.

Cuando levantó su mirada pudo ver como lo observaba extrañado, a punto de entrar al portal, uno de sus estudiantes. De esos contra los que debía luchar diariamente y que ahora, a juzgar por la sonrisa que se le dibujaba a medida que iba relacionando lo que tenía delante, veía al enemigo derrotado.