El enemigo (parte 4)

Rafael continúa poco a poco despedazando a Pedro. Palabras clave: dominación, serie, humillación.

NdA: publiqué por error la versión no definitiva de este relato. Me disculpo con aquellos que lo hayan leído ya, pero no me gustaba tenerlo ahí sin sentirme yo satisfecho, por lo que procedí a eliminarlo y subir la que debió haber sido desde un principio.

“Dime dónde vives que quiero ir a verte”

Hacía diez minutos que el mensaje había iluminado el móvil de Pedro. Lo recibió cenando en su casa, con la televisión de fondo y en un primer plano sus cavilaciones sobre los acontecimientos de los últimos días proyectando las imágenes de las escenas más memorables y abyectas. Hasta ese momento. Como si fueran sombras, todos sus pensamientos se desvanecieron con aquel flash del teléfono y tan solo quedó, flotando en la oscuridad subsecuente, el recuadro de la notificación.

Rafael era un violador. En tres días se había encargado de quebrantar su anonimato, su cuerpo y su trabajo. En el cuarto parecía decidido a forzar su casa también. Pedro se había sentido penetrado por él de tantas maneras distintas que no creía que le quedaran todavía muchos más huecos que romper; porque eso era lo que hacía cada vez que se encontraban, fracturarle. Sin embargo, todavía se veía capaz de alzarse mediante pequeños conatos de resistencia.

Decidido a luchar por su dignidad, dejó el teléfono donde estaba y se centró en su plato, cortando meticulosamente la carne como si fuera necesario que cada pedazo contara con ángulos rectos. Pinchó con el tenedor uno de ellos, esforzándose por armar una brocheta con el brócoli y la patata cocida, y se lo llevó a la boca. No supo cuándo, exactamente, sus ojos habían pasado de enfocar la comida a la pantalla.

Se alivió al comprobar que todavía seguía apagada, por lo que blandió de nuevo el cubierto para coger otra porción; al acercarlo a la boca se dio cuenta de que todavía no había sido capaz de tragar los restos de la anterior, que ahora formaban una bola seca debido a la ausencia de saliva. Se la sacó con los dedos, dejándola a un costado del plato y bebió agua. El terror se abrazaba a sus vísceras, sofocándolas con la idea de otro mensaje, impaciente, exigiéndole sumisión a cambio de seguir con su vida unos días más. Cogió el teléfono y tecleó para intentar aligerar la angustia.

“Hola. Vivo en la calle… Estoy en casa ahora”.

Apagó el teléfono y lo dejó sobre la mesa para continuar comiendo. Su mano pasó rozando el cuchillo, flotando sobre él pero dirigiéndose hacia el móvil, agarrándolo, desbloqueándolo y entrando de nuevo en la aplicación. Al comprobar que todavía no llegaba respuesta, salió al menú de perfiles y deslizó su índice hacia abajo para recargarla; ya había pasado un minuto desde su envío. Comenzó a tamborilear con los dedos sobre la mesa, golpeando sin querer el tenedor que salió despedido hacia el suelo catapultando la comida. Gritó lanzando con rabia el móvil sobre el mantel. No quería ser aquella clase de persona.

Pasaron veinte minutos sin que llegara ninguna respuesta. El teléfono giraba entre las manos de Pedro, mientras este golpeaba su índice rítmicamente sobre los bordes. Se sentía indeciso al no saber si Rafael no respondía como represalia por hacerle esperar o si es que todavía no había leído el mensaje; pero si tuviera que escoger, la opción de que estuviera jugando con su mente le parecía la más acertada. Se levantó y fue al baño con idea de lavarse, dándose la vuelta a medio camino para recoger el teléfono y llevarlo consigo.

Cuando llegó frente al lavabo se sacó la camiseta y comenzó a coger agua con las manos para echársela encima, evitando así meterse en la ducha y que el ruido le impidiera escuchar el móvil. Las gotas resbalaban por su torso desnudo, mojando la cintura de su pantalón. Al lado del de Rafael su cuerpo se veía como una piedra bruta, sin trabajar, áspera e irregular. Pese a ello, intentaba mantenerse en forma controlando que su barriga no abandonara la definición de fofa. Era todo a lo que había llegado.

A través del espejo vio parpadear el marcador de notificaciones. ¿No había sonado? Se secó las manos en el pantalón y agarró el teléfono colocando su pulgar sobre el sensor de huellas; en la parte superior, la máscara naranja del Grindr flotaba amenazadora. Deslizó hacia abajo la pantalla para leer el mensaje sin tener que entrar en la aplicación.

“Ábreme. Tienes un minuto.”

Se fijó en la hora de llegada: habían pasado tres. Corrió hacia el recibidor y descolgó el telefonillo.

-        ¿Hola? ¿Hola? – gritó sin saber si recibiría respuesta.

Escuchó expectante unos segundos las interferencias de la máquina.

-        Abre.

Pedro sintió como si se cayera dentro de sí mismo al escuchar la voz de Rafael. Apretó el botón para hacerle entrar y esperó a colgar hasta que el portal se cerró con un golpe sordo. Se quedó quieto mirando la puerta; el sonido del ascensor llegaba amortiguado a través de las paredes, haciéndose más intenso a medida que subía y se acercaba a su piso. Una breve pausa precedió la apertura de las puertas automáticas e, instantes después, la del cortafuegos del pasillo. Antes de que Rafael necesitara tocar el timbre Pedro había abierto y le invitaba a pasar.

-        ¿Sueles recibir a tus visitas sin camiseta?

Pasó por su lado internándose en el piso y yendo directamente hacia el salón. Pedro cerró la puerta.

-        Es que justo me estaba lavando…

-        ¿Sin terminarte la cena? – Apuntó burlón – No parece una conducta muy ordenada para un profesor – añadió con ironía señalando hacia el plato y el tenedor en el suelo.

Pedro fue hacia la mesa y recogió los restos de comida del parqué con una servilleta de papel, colocando todo sobre el plato y llevándolo a la cocina. Al regresar, vio que Rafael seguía de pie mirándolo con los brazos cruzados y la cabeza ladeada. Vestía con un pantalón de chándal azul y una chaqueta deportiva sin nada debajo, abierta de tal manera que permitía apreciar un río de piel naciendo desde su cuello y perdiéndose en las simas de vello que brotaban bajo su ombligo. Sintió el impulso de sumergirse en él.

-        ¿Te gusta mi hoyito? – Le preguntó tentador – Ven y bésamelo – continuó suave.

Pedro tragó saliva y se acercó, arrodillándose a la altura del hueco y posando sus labios a su alrededor. La piel salada fue la primera sensación que se le vino al pasar su lengua; el sudor acumulado le otorgaba un tacto levemente pegajoso, probablemente debido a que Rafael hubiera acudido sin ducharse desde la obra. Continuó besándolo con adoración, maravillado con la solidez que ofrecía aquel abdomen marmóreo, mientras se alejaba para abarcar toda la superficie que le fuera posible.

-        Suficiente. – Le detuvo empujándole y haciendo que cayera de espaldas. – Acabo de salir del trabajo y me muero de hambre ¿Qué tienes para cenar?

Todavía desde el suelo Pedro hizo una mueca de sorpresa antes de preguntar:

-        ¿Para cenar? – Preguntó haciendo una pausa – No creo que me quede nada en casa – dijo mientras miraba con indecisión hacia la cocina.

-        ¿Y de lo que estabas comiendo?

-        Lo que viste es todo que me quedaba… Tengo pasta y podría cocértela si quieres – añadió después de pensarlo un poco.

-        ¿Pasta? ¿Me ofreces pasta y ya está? – Recriminó con gesto asqueado – Llevo todo el día trabajando y me ofreces semejante cutrez. ¡Pide una pizza!

-        ¿Una pizza? De qué… ¿De qué te la quieres?

-        Carbonara – formuló lacónico.

Luego, fue hacia el salón y se sentó en el sofá mientras Pedro cogía el teléfono y llamaba a la cadena para hacer el pedido. Cuando hubo colgado se acercó a Rafael y vio que también había sacado el suyo dedicándose a escribir.

-        Tráeme algo de beber. Quiero una cerveza, ¿tienes? – Le preguntó sin alzar la mirada de la pantalla.

-        Tengo… - se detuvo a recordar – Creo que me quedan un par de latas de Estrella – le comunicó.

-        Perfecto, tráeme las dos y me las dejas aquí – Indicó.

Pedro se volvió y fue a la cocina. Abrió la nevera y se agachó para coger del cajón inferior las dos latas de cerveza, comprobando que no hubiera ninguna más. Rafael no se parecía al de las otras ocasiones, sino que tenía un aire más apagado, incluso melancólico. Mientras se las llevaba se preguntó cuál habría sido el verdadero motivo que le había impulsado a venir a su casa. Viéndolo con el teléfono y la cara seria parecía un chico cualquiera, responsable incluso si no fuera por la chaqueta abierta y el torso desnudo; alguien tan distinto al sádico que había demostrado ser realmente.

-        Aquí tienes – le informó acercándole una.

Rafael no se inmutó y siguió concentrado en la pantalla. Pedro se quedó con el brazo extendido hacia él, perplejo durante unos segundos, hasta que se decidió a bajarlo e ir a sentarse a su lado mientras esperaba. Cuando iba a pasar por delante, Rafael alzó una pierna bloqueándole el camino.

-        ¿Ya te has cansado? – preguntó serio con la cabeza todavía dirigida hacia la pantalla, pero la vista alzada – Vuelve a donde estabas y espera ofreciéndome la cerveza hasta que quiera cogerla – agregó señalándole con los ojos el lugar.

Pedro se paralizó escuchándole, a punto de hablar, pero se mantuvo callado y le hizo caso, regresando al costado suyo y volviendo a ofrecerle la bebida, notando como en su pantalón su miembro se endurecía. Siguió esperando mientras los segundos se convirtieron en minutos y sus músculos en masas acalambradas. Rafael escribía en su teléfono sin detenerse, plenamente concentrado en la máquina y obviando con la misma intensidad al humano a su lado. Pedro se vio tentado de cambiar de brazo, pero imaginando que no sería correcto optó por variar su postura para soportar más cómodamente. Sin embargo, el cansancio avanzaba implacable y pronto el cosquilleo en sus extremidades comenzó a volverse insoportable. Cuando estaba a punto de darse por vencido, Rafael recogió la lata con su mano.

Agarrándose el brazo, Pedro lanzó un suspiro de satisfacción al verse liberado. Se sentía incómodo estando de pie, como si fuera un perchero en su propia casa, sin saber si podía moverse o sentarse también en el sofá. Vio como Rafael sujetaba la lata con la mano izquierda, abriéndola con el índice de esta, y dejaba al costado el teléfono. Con la derecha ya libre, se bajó la goma del pantalón colocándola por debajo de los genitales y todo su sexo se desparramó encima. El miembro flácido caía hacia un costado, con el glande recubierto por el prepucio y una rala mata de vellos en la base; sus testículos colgaban enormes por el calor, rebalsando la bolsa del escroto sobre la prenda que presionaba por debajo.

-        Ven a mamar – le indicó mirándolo directamente.

Pedro se arrodilló delante de Rafael y acercó su cara a la entrepierna, llegándole intenso el olor de la zona sudada, cubierta todo el día por el traje impermeable. Inició pasando su lengua por los testículos y siguiendo la lamida por el falo hasta levantarlo; antes de que se cayera lo introdujo en su boca, disfrutando con la sensación de metérselo entero y poder jugar con aquel órgano blando. Poco a poco, sin embargo, fue adquiriendo dureza gracias a la estimulación de su lengua entorno al tronco, por lo que Pedro se vio obligado a dejar una parte fuera.

Siguió jugando con él, alzando la vista hacia Rafael que continuaba sin prestarle atención, sacándoselo de la boca y dándole pequeños mordiscos acompañados de besos por toda su longitud. Para entonces, el sabor salado mezcla del sudor y los restos de orín ya había sido sustituido por el de su propia saliva, recubriendo el sexo por entero y dándole una capaz de barniz brillante que facilitaba que pudiera deslizarse a lo largo de este. Cuando iba a volver a sumergirse de nuevo en él se vio interrumpido por un comentario suyo:

-        ¿Sabías que Rafael es un nombre asociado a la curación? – Preguntó aquello con el cuerpo laso sobre el sofá y la mirada perdida – Viene del arcángel y por lo visto es el que se encarga de eso allá en el cielo. ¿No es irónico?

Pedro se quedó descompuesto ante aquello. No esperaba una salida semejante por su parte, lo que hizo que dudara unos segundos y que Rafael volviera la vista hacia él. Temeroso de que se enfadara comentó presuroso:

-        Es un nombre bonito.

Rafael puso los ojos en blanco.

-        O sea – se apresuró a agregar – seguro que te lo pusieron porque llegaste como un sanador.

-        Sí, puede ser que sea por eso, – continuó con vaguedad – puede ser.

En su memoria apareció el expediente de Isaac con el recuadro de la situación familiar y la palabra viuda acompañando a la madre. En su momento les habían informado de la muerte del padre tres años antes por causas naturales; por entonces él no enseñaba todavía a Isaac, pero por lo que le habían comentado sus problemas de conducta no se habían visto afectados. Era probable que Rafael hubiera tenido que asumir cierto papel en el núcleo familiar.

-        Imagino que estarás ayudando a tu madre con Isaac también – añadió mientras soltaba el miembro completamente flojo.

Rafael se tensó y preguntó:

-        ¿Qué quieres decir?

A Pedro le recorrió la espalda un escalofrío y tragó saliva antes de responder:

-        O sea, me refiero después de lo de tu padre…

-        ¿Qué haces? -  le preguntó entrecerrando los ojos.

Pedro se quedó callado un segundo. Dudó sobre si debía o no responder, pero decidió hacerlo finalmente.

-         Yo… no te estoy entendiendo – balbuceó.

-        Sí, ya me doy cuenta – incidió con su voz cada vez más afilada. – No tienes ni puta idea así que es mejor que te calles. No, no cierres la boca que te voy a enseñar tus límites – Rafael se levantó echándole hacia atrás, agarró su sexo con una mano y la cabeza de Pedro con la otra, empujándosela para hundírselo hasta el fondo en la garganta.

Estaba pegado a la entrepierna de Rafael, con la nariz presionada contra las raíces de los vellos y la faringe atascada por entero con el sexo descomunal nuevamente rígido. Y no podía respirar. Se dio cuenta cuando, después de la sorpresa inicial, había intentado inhalar a través de la nariz, descubriendo que el bloqueo del falo en su garganta era infranqueable.

Pedro comenzó sintiéndose inquieto al comprobar que Rafael no hacía ademán de moverse, por lo que intentó avisarle dándole unas palmadas en los muslos; sin embargo, cuando se dio cuenta de que no solo no se movía, sino que todavía ejercía más presión con las manos sobre su cabeza, la angustia fue derivando en histeria, agarrándose con fuerza de sus piernas e intentando liberarse echando hacia atrás la espalda. Pese a todo, no lograba zafarse y el dolor del pecho iba en aumento, como si sus pulmones estuvieran presionándole para salir de su jaula. Justo cuando la vista comenzaba a nublársele, Rafael aflojó la presa y se salió, derrumbándose Pedro en el suelo.

No llegó a perder la consciencia en ningún momento. Tumbado de medio lado, jadeaba esforzadamente para recuperar todo el oxígeno faltante. De pie frente a él, Rafael lo observaba con los ojos entornados y una expresión de cólera en la cara, mientras se masajeaba suavemente la piel tirante del miembro durísimo.

-        No vuelvas a meterte en mi vida; primer y último aviso – marcó el punto y final escupiéndole en la cara.

Se sentó de nuevo en el sofá, cogió la cerveza que había dejado sobre el reposabrazos y dio un largo trago hasta terminársela y lanzar un eructo satisfecho; luego, aplastó la lata con la mano y abrió la otra, bebiendo de ella a pequeños sorbos mientras volvía a ponerse con el teléfono. Echó una mirada hacia Pedro para comprobar su recuperación y le ordenó.

-        Vuelve a mamármela. Quiero correrme antes de que llegue la pizza.

Pedro había dejado de jadear y ya conseguía respirar con cierta normalidad, aunque todavía no se sentía recuperado del todo. Se incorporó quedándose de rodillas y se enjugó los ojos completamente húmedos por el susto. Esperó unos segundos en esa posición, de perfil a Rafael, haciendo como si recuperara el aliento, pero buscando disimular su erección. Estaba seguro tanto de su miedo como de lo cerca que había estado de que algo terrible hubiera sucedido, pero aquello no parecía importarle a su cuerpo que reaccionaba revelador ante la morbosidad.

Pese a todo, le había quedado claro que Rafael se había enfurecido al mencionarle a su familia. Algo no debía ir bien con Isaac o su madre, o quizá fuera el recuerdo del padre todavía latente. Como no estaba seguro de que el enfado se le hubiera pasado, abandonó su postura y gateó hacia él para complacerle.

Con todo lo que había sucedido, el sexo de Rafael seguía rígido como una estaca frente a él. Vacilante, abrió la boca y fue tragándolo poco a poco, comprobando aliviado que él seguía con las manos ocupadas por la cerveza y el teléfono. Intentó deslizarse de arriba abajo, pero el falo estaba áspero al haberse secado, por lo que empezó a lamerlo con fruición hasta dejarlo enaceitado. Puso su mano alrededor de la base, masajeándola en coordinación con su boca, y aceleró sus movimientos. No necesitó de mucho esfuerzo antes de que el cuerpo de Rafael se tensara y comenzara a eyacular. Pedro se quedó quieto, notando cómo los chorros se acumulaban y su sabor agrio colonizaba su lengua. Cuando le pareció que ya no saldría más, se echó hacia atrás, dejando caer el miembro ya más flácido, y tragó el semen recolectado.

Vio cómo Rafael exprimía el glande con su prepucio, extrayendo un par de gotas más de jugo que recogió con un dedo y lanzó al suelo con un latigazo.

-        Lámelo – le ordenó.

Todavía de rodillas, Pedro siguió con la mirada la trayectoria del semen hasta transformarse en pequeños charcos sobre el parqué. Incapaz de resistirse, se puso en cuatro y pasó su lengua recogiendo el líquido con un movimiento efímero. La textura una vez frío le repugnaba casi tanto como el sabor que adquiría, por lo que le sobrevino una fuerte arcada que pudo controlar apenas. Rafael se rio al verle.

-        ¿Acaso no te gusta mi leche? – Le preguntó ya serio de nuevo.

Antes de que tuviera que responderle, el telefonillo sonó con estridencia varias veces.

-        Ve a abrir que seguro es la pizza.

Pedro se levantó, con el cuerpo todavía en tensión por el asco, y fue hacia el aparato, presionando el botón de apertura después de comprobar que, efectivamente, era el repartidor. Al volverse hacia la mesa para recoger su billetera, vio como Rafael, ya en pie, la agarraba con su mano para lanzarla, haciendo que se deslizara y cayera al suelo. Pedro siguió con los ojos cada una de las etapas de aquella secuencia sintiendo, por primera vez, que se encontraba ante un niñato caprichoso. Rafael rodeó la mesa y se colocó detrás de la cartera.

-        Recógela – ordenó señalándola con el dedo.

Pedro lo miró y dejó escapar un suspiro de tedio que ahogó antes de que se hiciera evidente. Se fijó en la expresión de Rafael por si le indicaba que lo hubiera escuchado, pero seguía impertérrito. Aliviado, caminó hacia él y se agachó para recoger la billetera yaciente. Al momento de posar su mano sobre un extremo, un pie se colocó sobre el contrario impidiéndole alzarla, por lo que Pedro levantó su cara para preguntarle a Rafael que era lo que quería exactamente, pero tan solo recibió de lleno el chorro caliente de su orina.

Con el recuerdo vívido de la vez anterior, giró la cabeza hacia el suelo, dejando que la ducha siguiera cayendo encima de sus cabellos mientras las gotas parecían resbalar infinitas a través de sus sienes, deslizándose por ellas hasta metérsele en los ojos y la boca. Rafael siguió empapándolo, bajando por su cuello y concentrándose en la espalda para que no quedara un centímetro sin cubrir. Cuando terminó, se sacudió el miembro al tiempo que sonaba la puerta.

-        Ahora sí ya puedes ir a abrirle.

El timbre resonaba como un zumbido en sus oídos. Los jugos de Rafael bañaban su cuerpo, humedeciendo su pantalón a medida que las gotas se deslizaban atraídas por la gravedad. Se levantó, sin alzar la mirada, y caminó hacia la puerta sacando de la cartera un billete para pagar al repartidor. Cuando la abrió, el chico estaba de espaldas sacando la pizza de la mochila, pero al volverse hacia él para entregársela, Pedro notó cómo el olor de la orina le llegaba nítido; el repartidor le miró de arriba abajo con un gesto de repugnancia, sin pasar por alto el bulto en su entrepierna. Entregó el paquete y recogió el dinero evitando todo contacto.

-        Antes de darle las gracias asegúrate de haberte tragado toda mi leche; no se la vayas a escupir sin querer – dijo Rafael asegurándose que su voz fuera audible para ambos.

Pedro vio como el chico enrojecía al escuchar aquello y hacía una nueva mueca de asco, yéndose a toda prisa con el billete.

-        Puedes quedarte con el cambio… - se despidió Pedro en voz baja.

Cerró la puerta y fue hasta la mesa en donde Rafael se había sentado, dejándole la pizza al alcance suya. Rafael lo miró sonriéndole de medio lado, con el desprecio tallado en la cara, y abrió la caja. Cuando iba a coger un pedazo se detuvo, inhalando un par de fugaces veces con la nariz.

-        Apestas – le indicó trazando su longitud con el índice – Vete a ducharte mientras como esto y ponte ropa limpia.

Pedro siguió las indicaciones de Rafael, yéndose al baño y metiéndose bajo la ducha en donde se masturbó eyaculando sobre las paredes. Dejó que el agua corriera por todo su cuerpo mientras se frotaba el cuerpo con energía para impedir que quedara nada de aquel olor y asegurándose de limpiar todos los restos de su propio sexo. Cuando finalmente se sintió limpio, se vistió con la muda que había dejado preparada para el día siguiente y fue al salón, encontrándolo vacío salvo por un billete sobre la mesa y una nota que decía: “Puedes quedarte con el cambio”.