El enemigo (Parte 3)

Inesperada continuación en la que Pedro vive el día después de haberse visto descubierto por el hermano menor de su abusador y uno de sus peores alumnos. Palabras clave: dominación, serie.

NdA: Las partes 1 y 2 de este relato fueron escritas como una historia completa; aunque el final quedara como algo abierto, no era mi intención proseguirla. Esta tercera sale de la motivación que he recibido gracias a los mensajes que me habéis mandado, pero como ha sido escrita muy a posteriori y mi inspiración ha sido otra, es normal que haya algunas incoherencias de continuidad. Sirva de ejemplo que los otros fueron escritos como si los protagonistas estuvieran en una noche de verano, mientras que en este se afirma que lo ocurrido fue la noche de un domingo, pero durante el año escolar. Sin embargo, para evitar que chirriara demasiado, al menos lo he ubicado temporalmente por el mes de junio, para mantener el clima cálido (la historia sería en España).

Pedro llegó temprano al instituto. La puntualidad era una de sus señas de identidad, pero la premura de aquella ocasión hizo que el conserje se girara a comprobar la hora al oírle saludar. Pasó delante de la recepción y continuó directo hacia las escaleras para subir a la sala de profesores, sintiéndose reconfortado al escuchar el eco que sus pasos arrancaban al edificio vacío. Al entrar descubrió a un costado a la profesora Oliva leyendo el periódico concentrada; decidido a pasar desapercibido, fue en silencio hasta un extremo de la mesa común y tomó asiento.

Abrió su maletín para extraer de él su contenido. No podía sacarse de la cabeza la amenaza que representaba para su vida como docente la noche anterior. Las fotos sin cara y los chats servían de poco sino podían relacionarse con una persona real, pero aquel chico sí le conocía; que fuera el hermano de uno de sus alumnos era algo tan imprevisible como incriminante y la auténtica llave que le mantenía esposado a sus deseos. Todo lo que le había obligado a hacer en aquella casa eran extremos con los que había fantaseado alguna vez, pero que nunca pensó que sucederían de tal manera y menos a manos de alguien genuinamente sádico. El colofón había sido salir del coche, al volver, y encontrarse cara a cara con Isaac, el hermano pequeño de aquel abusador y unos de sus alumnos más despreciables.

El ruido de sus cosas cayéndose al suelo le sacó del ensimismamiento. La lectora volteó hacia él su cabeza con las cejas arqueadas.

-        Discúlpame Oliva, - le dijo azorado – estaba distraído.

Ella sonrió.

-        Creo que pasas demasiado tiempo en primero A; ya se te está pegando lo de esos chicos.

Un escalofrío le recorrió su espalda al escuchar nombrar a aquella clase.

-        Sí, eso debe ser – concluyó con una vacilante sonrisa que Oliva no llegó a ver, vuelta ya al papel.

Observó todo su material en la mesa y comenzó a guardar la mayor parte de nuevo en su maletín, dejando únicamente el libro de Historia de segundo de bachillerato. Aquel día tenía clases solo con ese nivel, cuyas cuatro aulas ocupaban por entero el ala derecha del tercer piso. Aquello significaba que, si se organizaba, podría pasar la mañana sin encontrarse con nadie más que ellos. Sonrió.

Con el paso de los minutos, el resto del personal docente fue fluyendo al interior de la sala, ocupando los espacios que todavía seguían vacíos y formando corrillos para conversar sobre los alumnos y sus exámenes. Pedro vio entrar a Salvador, un veterano perteneciente al departamento de Filosofía y auto nominado padrino de su primer año. Fue hacia él, adueñándose de la butaca libre a su derecha, y le saludó animoso.

-        ¡Buenos días! ¿Todo bien? – añadió el mayor después de una rápida inspección a su cara.

-        Sí, sí – se apresuró a asegurarle. – Es solo que he pasado mala noche. Tuve mucha acción en casa.

-        ¿Pero tú no eras soltero? – dijo con un deje burlón – Es mejor que hagas eso los viernes en vez de un domingo – continuó ácido.

Pedro lo negó con sus manos.

-        No es lo que te imaginas – mintió. – Tuve un problema con una cañería que no paraba de soltar…

-        Lo he vivido también – le interrumpió dándole unos golpes en la espalda. – Lo bueno es que una vez que llamas al fontanero y lo arreglas no te vuelve a dar molestias nunca más.

A Pedro no le pareció que aquel diagnóstico fuera a ser aplicable a su caso, pero prefirió dejar pasar el tema.

-        Oye – le preguntó sacando su horario – ¿te toca cuidar recreo esta semana?

-        ¿De secundaria? – inquirió Salvador – No, esta semana libro y la que viene estoy con los de ESO, ¿por?

-        Porque quería saber si podrías cambiarme y ocuparte tú de esta semana y yo me hago cargo de la que te toque más adelante.

-        ¿De toda la semana? – Se sorprendió el de filosofía.

-        Es que no me viene nada bien. – insistió acentuando la súplica – Pero si te viene muy mal puedo ver con el conserje si hay alguien más con el que pudiera hacerlo.

Salvador lo miró largamente antes de continuar.

-        ¿Y dejarte en manos de algún inescrupuloso que intentara sacarte dos semanas? ¡Mejor que no! Aunque eso sí – añadió golpeándose la nariz con el dedo – agradeceré que cuando me devuelvas la mía tenga seis días en vez de cinco.

-        ¡Por supuesto! – Exclamó Pedro agradecido. – Voy a decírselo ahora al jefe de estudios para que lo tenga en cuenta.

Miguel no tendría problema en aceptar el cambio en cuanto se lo notificara, lo que dejaría enteramente en sus manos el ordenar su día de tal manera que no tuviera que salir del tercer piso en toda la mañana; por la tarde bastaría con esperar media hora para no cruzarse con ningún alumno y a partir de ahí, tendría hasta el miércoles para prepararse mentalmente antes de su primera clase de la semana con primero A.

Los estudiantes habían comenzado a ocupar los pasillos para dirigirse a sus aulas. Pedro caminaba entre ellos con un sentimiento de inquietud, lanzando furtivas miradas de un lado a otro. Al pasar por delante de las escaleras un alboroto desproporcionado le hizo volver y asomarse por la barandilla; cuatro chicos de dieciséis años subían entre empujones, gritando como bestias desatadas. Desde la vertical, Pedro reconoció la cabeza de Isaac, poblada por el cabello rubio pobremente teñido.

Se arremetían con brusquedad, lanzándose de un extremo al otro, tropezando con los escalones y estorbando el paso de otros alumnos que en esos momentos querían ir al piso superior. En uno de esos movimientos, Isaac se golpeó de espaldas con la pared y levantó la vista por inercia, encontrándose con la de Pedro que huyó hacia atrás al instante. Cuando se giraba para alejarse del lugar y no encontrarse con ellos, Miguel, el jefe de estudios, llegó caminando aceleradamente.

-        ¿Se puede saber qué está sucediendo? – Le preguntó a Pedro mientras se asomaba por las escaleras. - ¡Vosotros! – Gritó a Isaac y sus amigos - ¡Basta ya con esa escandalera! Id ahora mismo a vuestras clases en silencio o sino pasaréis primero por mi despacho.

Los chicos se calmaron rápidamente, aunque todavía se escuchaban algunas risas rebeldes por el piso de abajo. Miguel se giró hacia Pedro.

-        Oye, ya sé que este es tu primer año, pero no debes permitir ese tipo de comportamiento mientras estés delante. Es inevitable que intenten armar jaleo, pero si hay profesores entonces tiene que haber reacciones también.

Pedro lo escuchaba petrificado, sin prestarle atención, mientras se enfocaba en las escaleras detrás de Miguel por las que comenzaban a asomarse las cabezas de la pandilla. El pánico de encontrarse con Isaac hacía que le resultara penoso mantener la compostura, dudando sobre si sería capaz de controlarse y no salir huyendo dejando a Miguel con sus consejos. A medida que las voces se acercaban, su estómago se retorcía y el sudor afloraba frío en su piel, hasta que al oír nítidamente a Isaac decidió simplemente coger a Miguel por el brazo y hacer que caminara con él a su despacho. No sabía si había sido lo suficientemente rápido para evitar que lo vieran, pero al menos él no tendría que hacerlo. Cuando llegaron a la oficina se disculpó.

-        Perdona si he sido un poco brusco, pero es que tengo clase a primera hora y quería hablar un tema contigo.

Miguel hizo un gesto de despreocupación con la mano mientras se sentaba en su escritorio.

-        No te preocupes – habló limpiándose las gafas – A veces yo también me dejo llevar. Pero debes entender que si ellos ven que dejas pasar esos comportamientos comenzarán a aprovecharse de ti hasta transformarte en un saco de boxeo – puso los lentes a contraluz para comprobar si todavía seguían sucios – justamente estás sustituyendo a otro profesor que fue incapaz de seguir trabajando con ellos. Claro que él tenía la opción de prejubilarse y a ti todavía te queda, así que tómatelo como un consejo útil.

En su garganta, Pedro sintió como si sus paredes se agrietaran por la aridez. Intentó tragar saliva, pero su cuerpo parecía haber olvidado como fabricarla. ¿Sería ese su futuro? Con lo que le había costado encontrar la profesión de su vida y esta parecía querer masticarlo y escupirlo ya desecho.

-        Bueno – continuó Miguel ya con las gafas bien colocadas - ¿Qué era lo que querías de mí?

Pedro lo miró un segundo confundido, intentando recordar el motivo que había desatado aquello hasta que este volvió espontáneamente.

-        Sí, es verdad. – sonrió trémulo – Quería decirte que Salvador y yo hemos cambiado horarios de recreo y que él va a sustituirme esta semana y yo cuando le toque, más adelante. ¿Hay algún problema?

-        Por mi parte no y si él está de acuerdo adelante – Fue disponiendo unos archivadores delante suya - A mí me basta con que me tengáis informado.

-        Perfecto. Bueno, pues eso era todo. Voy ya a mi clase.

-        Listo. Y recuerda lo que te he aconsejado – se despidió mientras le señalaba con el dedo. – No querrás estar en sus manos.

…………………..

A las tres de la tarde el sol golpeaba con fuerza sobre el campo de fútbol, cuya superficie de cemento irradiaba el calor acumulado a lo largo de la mañana. El instituto, construido como una ele en torno a él, recibía en forma de ondas aquel sofoco a cámara lenta. Desde lo alto del tercer piso, a través de una de las ventanas, Pedro veía como unas chicas jugaban un improvisado partido de vóley indiferentes al infierno.

Hacía cinco minutos que las últimas estudiantes habían recogido sus mesas y aunque él ya se hubiera ido en otra ocasión, en aquel momento estaba decidido a esperar allí arriba hasta que fueran las tres y media, a salvo de cualquier interrupción. Se puso a recoger sus libros y el puntero, guardándolos en el maletín, escrutando el desorden en el que los estudiantes habían dejado la clase al irse. Que les hubiera permitido salir con aquel babel montado era desacostumbrado.

Pese a lo que Miguel le hubiera dicho, lo cierto es que se consideraba como uno de los pocos miembros de la plana docente que sinceramente vigilaba por el cumplimiento de las normas; tan celosamente que incluso le constaba que algunos alumnos le habían apodado “la piedra”, toda una muestra de humor, aunque en aquel momento se sintiera especialmente frágil.

El mundo gay era pequeño, más aún desde que plataformas como Grindr les habían estrujado en una aplicación, así que siempre se había mostrado especialmente cuidadoso en no quedar con nadie menor de veinte años y solo desvelar su cara cuando sentía que el contacto era seguro. Lo que había sucedido el día anterior era tan inesperado como desafortunado y suponía una fisura en la muralla que había construido para proteger su vida profesional del escándalo que suponía la personal.

¿Qué podía hacer? Le encantaba verse dominado, sentirse un objeto en manos del otro para que hiciera con él lo que se le antojara. De hecho, en un análisis descontextualizado, lo ocurrido doce horas antes representaba el culmen de sus fantasías. Pero el contexto sí estaba ahí, y era lo que entonces le golpeaba como un martillo pilón. Verse descubierto por Isaac le generaba pavor ante la perspectiva de que este lo delatara: solo de pensar en los corrillos que podían formarse, en las miradas de los estudiantes bisbiseando cuando pasara por los pasillos, en las risas que soltarían cada vez que llamara al orden… todo aquello se le antojaba como el Armagedón de su vida.

¿Qué podía hacer? Lo primordial era no precipitarse. Debía esperar hasta comprobar si la información era filtrada. El chico le había dicho que no tenía pensado decirle nada a su hermano, y este solo le había visto salir del coche de su mayor a medianoche… Tendría que revisar su código de conducta en primero A; manejar con sumo cuidado las llamadas de atención a Isaac, pero sin permitir tampoco que la clase se descontrolara. Todo ello como motivación para que este no soltara la bomba. Si la tuviera. ¿Funcionaría tan triste intento de soborno? Desde el inicio de curso la relación entre ellos era más que tirante por el empeño del menor en reventar todas las clases. Si tenía la oportunidad de destruirlo la emplearía con seguridad, así que solo le quedaba rezar porque no supiera nada, lo que, de todas maneras, dejaba latente el problema del hermano mayor y su sadismo rampante…

-        ¿Pedro?

Su cuerpo se tensó por entero en cuanto las reverberaciones de aquella voz gutural atravesaron la puerta del aula hasta llegar a él. Con el cuerpo encogido, se giró hacia la entrada, en donde Isaac estaba esperando.

-        ¿Sí? Dime Isaac, ¿Puedo ayudarte? – Preguntó con voz ahogada.

Isaac miró hacia un lado e hizo una mueca de aburrimiento.

-        Sí, profe. Es sobre lo de ayer.

Pedro creyó que su corazón se encogía hasta desaparecer, como si le hubieran clavado una aguja vacía y succionado con el émbolo. Quiso hablar con toda la profesionalidad que tenía, pero tan solo fue capaz de sacar un balbuceo.

-        ¿Ayer? Bueno, es… tu hermano me…

-        Sí, ya me contó lo de que os encontrasteis en la fiesta de su colega. – le cortó Isaac – Y también que, por lo visto, te preguntó qué tal me iba y le dijiste que no iba a poder aprobar la asignatura – siguió con evidente molestia. – Me la ha montado bien en casa con todo eso, profe. Ha convencido a mi madre para que me quite el ordenata hasta que no le lleve un aprobado en las notas.

Las palabras de Isaac fluían hacia Pedro como vapores opiáceos, extendiéndose a su alrededor tan mullidos que sentía como si pudiera dormirse en ellos. El chico parecía sincero, lo que significaba que era completamente ignorante de su vida y que esta era libre de continuar con normalidad. Hasta cierto punto, sin embargo, decidió que sería más prudente no arriesgar. Carraspeó.

-        Bueno, Isaac – se levantó para terminar de recoger sus cosas – yo no te suspendo, eres tú quien se pone la nota. – Le vio poner los ojos en blanco – Pero eso significa que tienes todo el poder de cambiarlo también – terminó con su mirada concentrada sobre él.

-        ¿Y cómo podría hacer eso? – Preguntó animado.

-        Supongamos que empezamos de cero, como si el resto del año no hubiera existido. Tienes el miércoles como el día uno para demostrarme un cambio de actitud. En cada ocasión tendrás que traer hechos los deberes y presentarte voluntario para corregirlos; aunque los tengas mal, eso no importa siempre y cuando demuestres interés. Si haces eso, probablemente cuando llegue el examen tú mismo no tendrás problemas en resolverlo. ¿Cómo lo ves?

-        ¡Claro que sí, profe! – respondió entusiasmado – ¡Este miércoles te demuestro lo que he cambiado! – Se despidió con la mano desapareciendo tras la pared.

Fuera, el grupo de jugadoras se había ido ya. Todavía no eran las tres y media, pero Pedro ya no sentía la necesidad de seguir esperando. Cerró su maletín y se fue a casa silbando.

…………………..

-        Buenas tardes a todos – Pedro se plantó bajo el quicio de la puerta de primero A esperando a que el alumnado reaccionara. – Laura y Sofía, entiendo que ya es última hora y tendréis mucho que contaros, pero ya he llegado.

Las chicas referidas se separaron guiñándose un ojo y regresaron a sus asientos, imitadas por todos aquellos que todavía seguían de pie. Cuando le pareció que el ambiente cumplía con el orden adecuado, Pedro entró dirigiéndose al escritorio y dejando el libro sobre la mesa. Volteó hacia la clase, notando que había tres mesas vacías de las que colgaban respectivas mochilas. Preguntó al alumno más cercano.

-        ¿Dónde están Isaac, Luis y Juan Diego?

-        No sé profe.

-        Pero han venido, ¿verdad?

-        Sí – respondió otra a su izquierda – Estarán en el baño buscando colillas para fumar…

El resto de la clase rio con convencimiento, momento en el que la puerta trasera del aula se abrió y los tres chicos entraron hablando entre ellos.

-        Llegáis tarde – les interrumpió con frialdad Pedro.

-        Lo siento, profe – se disculpó Isaac con una sonrisa burlona - ¿Podemos pasar?

-        Sentaos en silencio – terció – Bien, abrid todos vuestros libros en el tema de las Guerras Carlistas. – Dijo ya dirigiéndose a todo el grupo – Recordaréis que había mandado para este miércoles que realizarais un comentario de texto sobre alguno de los tres que el libro propone... ¡Isaac y Juan Diego, el recreo ya ha terminado! – Pedro alzó la voz para acallar a la pareja que hablaba. Estos se lanzaron una mirada cómplice antes de recoger la indirecta y permitir que la lección siguiera – Decía, vamos a leer en voz alta algunos textos para hacer la corrección y al final de la clase me entregaréis los deberes para calificarlos. – Esperó unos segundos a que se levantaran las primeras manos, escrutando en el fondo del aula la mesa de Isaac, que permanecía laxo sobre su asiento. – Bien, veo a los mismos de siempre, a quienes agradezco, pero esperaba alguna sorpresa hoy. ¿Isaac? ¿No quieres participar con el tuyo?

El interpelado se revolvió incómodo en su asiento. Abrió su cuaderno sin precisión, comenzando a pasar las páginas una tras otra.

-        Parece que no lo tengo profe – reconoció lánguidamente.

-        ¿De verdad? – observó irónicamente Pedro – Creí que habíamos llegado a un acuerdo; te va el curso en ello.

En el silencio de la clase Isaac le lanzó una mirada indescriptible que Pedro recogió. Este insistió.

-        No tiene sentido comprometerse a algo y fallar a la primera oportunidad. Las reglas están claras conmigo y quien no las cumpla que no espere aprobar.

-        Para eso está el examen final – lanzó desafiante.

Pedro alzó un dedo para hacerle callar e Isaac volvió a acuchillarle con los ojos.

-        El examen final no sirve de nada si no hacéis los trabajos de clase. Fui nítido al respecto. – Concluyó severo – Luisa, léenos el tuyo y que aprovechen los que no lo hayan hecho para aprender de su compañera.

La alumna comenzó con el análisis en voz alta mientras el grupo continuaba en absoluto mutismo. Pedro hizo como que le prestaba atención, pero de reojo no dejaba de vigilar a Isaac que en la última fila parecía bullir estático; lo lamentaba por él, pero el poder en aquella clase seguiría siendo vertical y unidireccional.

La sesión prosiguió en una calma tensa: sosegada debido a la apatía por el calor y el horario de fin de día, pero tirante en cuanto a la participación. Los alumnos podían notar a Pedro todavía vibrante por el conflicto del comienzo, e Isaac había decidido dejar patente, de forma discreta, su malestar con cualquiera que quisiera contribuir, por lo que hasta los más habladores decidieron dejarse llevar por el sopor. Ante el desánimo, Pedro les había indicado que respondieran las preguntas del libro mientras él se sentaba en su escritorio a vigilar.

A los cinco minutos de que terminara el tiempo dado se levantó para pasear por los pupitres y comprobar el avance de los trabajos. La mayor parte de los alumnos había terminado y los que no estaban por hacerlo, pero la situación era distinta en las últimas filas. Aunque hubieran intentado disimularlo, ni Isaac, Juan Diego o Luis habían hecho nada que no fuera garabatear sobre las hojas de sus cuadernos, o en el propio libro en el caso del primero. Pedro fue rodeando lentamente las mesas de cada uno de ellos, deteniéndose al costado del de Isaac.

-        No parece que esos remolinos sean un análisis muy preciso del Convenio de Vergara – Incidió.

Isaac alzó la mirada y ladeó la cabeza.

-        ¿No? Pues yo creí que sí. Pero no pasa nada, - añadió con aire inocente – porque, aunque lo tenga mal, no importa siempre y cuando demuestre interés. Y estoy claramente interesado por el tema – concluyó sin disimular el sarcasmo.

Se escucharon algunos susurros de asombro en las primeras filas.

-        ¡Silencio! – Dijo Pedro en dirección a los de delante – Y tú – volteando hacia Isaac – harías mejor en pensar un poco antes de hablar. Ponerte gallito no te ha servido de nada hasta ahora y no parece que sea algo que vaya a cambiar.

-        Tampoco parece que lo haga gritarme siempre a mí por defecto cuando hay otros que joden tanto como yo – respondió alterado.

-        No justifiques tus acciones en base a lo que hacen los demás. – Alzó la voz para acallar la réplica que estaba a punto de salir de Isaac – Te llamo la atención con todo el sentido porque no solo no haces nada en clase, sino que además molestas. Y con tus compañeros actúo igual, aunque tú estés tan cegado por ti mismo que no seas capaz de darte cuenta.

Isaac se levantó de golpe colocándose cara a cara frente a Pedro, que se echó hacia atrás sorprendido en un primer momento, aunque acabó manteniéndose estoico valiéndose de su altura.

-        Será mejor que salgas ya de clase – le ordenó Pedro señalando con la cabeza la puerta – Por la tarde jefatura de estudios llamará a tu casa para informar a tus padres de tu comportamiento hoy.

Temblando notoriamente, Isaac metió de un manotazo sus cosas en la mochila sin dejar de sostenerle la mirada y salió dando un portazo. De pie sabiéndose observado por todos, Pedro advirtió:

-        El curso está terminando y este tipo de conducta no son aceptables. Lo sabéis y tendrá consecuencia en las notas. Os aconsejo que sigáis trabajando como hasta ahora y que evitéis las malas relaciones… – El timbre trinó interrumpiéndole – Salid.

Todos los estudiantes se movieron al unísono recogiendo sus cosas sin que se alzara ninguna conversación por encima del murmullo. Pedro fue caminando hacia su mesa mientras intentaba controlar los latidos de su corazón; ya el primer encontronazo le había afectado, pero este último había supuesto un claro exceso del que tendría que hablar seriamente con Miguel para ver su amenaza cumplida.

Sacó un botellín de agua de su maletín y bebió largamente. El agua bajando estaba ayudando a que su cuerpo recuperara un ritmo más sosegado, lo que a su vez permitió que ciertas reflexiones incidieran en su mente. Se preguntó hasta qué punto Isaac no tendría razón en lo que había dicho y solamente estuviera pagando con él la frustración y el miedo que su hermano le había hecho pasar. Que ameritaba las llamadas de atención estaba fuera de toda duda, pero bien era cierto que otros también y, sin embargo, había focalizado todas ellas en su persona. Volvió a beber. Aquello era un error, determinó: dudar de su criterio, del que siempre se había enorgullecido, era justamente a lo que aspiraban críos como aquel. Isaac necesitaba asumir las consecuencias de sus actos y aquel había sido su momento. El de otros llegaría también, aunque fuera más tarde.

-        Disculpe profesor, ¿puedo pasar?

El botellín de agua trastabilló en sus manos al verse sorprendido en sus pensamientos. Pedro lo recogió antes de que siguiera derramándose sobre la mesa.

-        Claro, adelante – dijo mientras con un papel secaba el charco que se había formado.

Se enderezó para ver a su interlocutor, encontrándose de frente con el chico de la noche anterior que aparecía vestido con un mono de obra manchado y a medio abrir por el pecho.

-        Qué suerte encontrarle, profesor, – comenzó mientras le dirigía una sonrisa beatífica – me he enterado de lo que ha pasado con Isaac y quería hablarlo cuanto antes con usted. ¿Cree que me pueda atender ahora?

Pedro se lo quedó mirando conmocionado. Ninguna respuesta era capaz de formularse y salir a través de su boca, pues sentía como si su cerebro hubiera sido cubierto por una pasta densísima e impermeable que impedía toda comunicación; de lo que sí se daba cuenta era de que su corazón había vuelto a ser succionado y ahora un vacío latente se encontraba en su pecho.

-        ¿Profesor? – Insistió el chico, divirtiéndose, algo perplejo, con el efecto que había conseguido.

-        Sí… - Pedro se volvió hacia un par de alumnos que todavía seguían en el aula, charlando ajenos a aquella situación. – Chicos, necesito hablar con este señor así que preferiría si pudierais salir ya.

-        Claro profe. – Respondió uno de ellos. Se echó la mochila a la espalda y cuando estaban en la puerta si giró hacia él – Pase buena tarde.

-        Igualmente – respondió él con voz trémula.

-        Yo no apostaría por ello. – completó el chico a su lado - ¿Me has llamado señor?  - agregó burlón.

Pedro respiró hondo y alzó la vista de nuevo hacia él, decidido a intentar mantener la compostura todo lo que fuera capaz.

-        ¿A qué has venido?

El otro hizo una mueca de sorpresa.

-        Ya te lo dije; me he enterado de lo de mi hermano y he venido a hablarlo contigo. – Agachándose un poco sobre él añadió – Además de que hay un problema con el que quiero que me ayudes, pero eso lo vemos después – dijo guiñándole el ojo.

Sintió su estómago retorcerse con fuerza. El chico continuó hablando.

-        Antes de seguir, me llamo Rafael. Y tú, el profesor de Historia de mi hermano, te llamas Pedro. Es bueno que nos conozcamos bien. Es lo mejor, de hecho, para una comunicación fluida. Bueno, - continuó yéndose a sentar sobre uno de los pupitres – el asunto es que mientras venía hacia aquí vi a mi hermano saliendo del instituto antes de que sonara el timbre, así que hablé con él para preguntarle qué había pasado y cuando me lo contó le metí un par de hostias por gilipollas. Eso debería ayudar a que tu relación con él vaya mejor encaminada. – Puntualizó aquello completamente serio. Pedro lo escuchaba con incredulidad, incapaz de entender que aquella pesadilla siguiera su curso. – Y te preguntarás por qué venía yo a este lugar. Eso tiene que ver con el problemilla que te comenté, porque mi hermano ya es mayorcito para que tenga que venir a buscarle, aunque siga siendo un crío manipulable. – Dejó escapar una risa – Da la casualidad de que trabajo en el edificio que están construyendo en la otra manzana, de ahí que venga con el mono y esté tan guarro. – Pronunció aquella palabra con una entonación extraña, haciendo una larga pausa entre ambas sílabas. Pedro se estremeció - La cosa es que estaba yo tan tranquilo llevando ladrillos de aquí para allá y mezclando el cemento, cuando vi este edificio a lo lejos y me acordé de ti y de lo bien que lo habíamos pasado la otra noche. No te imaginas lo duro que me puse; como una piedra. En fin, ahí tienes el problema. ¿Cómo voy a trabajar si corro el riesgo de ir chocando la polla contra las columnas y que se me caiga algo? Por suerte es el descanso para la comida y todavía me queda media hora, así que he venido a follarte la boca para descargarme, a ver si así me quedo más tranquilo. Ven – le ordenó señalándose la entrepierna con el índice.

Pedro entró en pánico. Lo sucedido la noche pasada había sido extremo hasta la extenuación, pero al menos restringido al ámbito de una casa perdida en la playa. Aquello, sin embargo, pulverizaba cualquier noción de sentido común. Se puso en pie dando una palmada sobre la mesa.

-        ¡No puedes pretender que pase nada aquí! Me juego mi trabajo y con él mi vida – Reclamó casi fuera de sí.

Rafael lo escuchaba sobre su asiento, rascándose en un costado del torso, estudiándolo en silencio. Pedro sentía que había recogido el guante y que sería capaz de reconducir la situación, pero bajo sus propios términos. Le susurró.

-        Si quieres podemos quedar por la noche y hago lo que quieras, ¡pero no ahora! – continuó.

Se acercó a él buscando al acortar distancias un incremento de la discreción, aunque lo que acabó consiguiendo fue apreciar con detalle como Rafael hacía un gesto de asco, ponía los ojos en blanco y él acababa mirando la ventana por la fuerza con la que aquella mano de obra le había golpeado la cara.

-        ¿Sabes? Por un momento creí que tenías algo de orgullo, - sus palabras salían como si estuviera escupiéndole cada una – cuanto te levantaste y diste el golpe sobre la mesa. Ahí me dije: “Rafael, has subestimado a este tío. Resulta que sí es una persona”. – Se levantó y fue caminando hacia la puerta del aula – Pero entonces saliste con lo de quedar esta noche, como una perrita desesperada por sexo. – Echó un vistazo por el pasillo antes de cerrar y girarse – Ahora sí que me ha quedado claro que lo tuyo es un caso perdido y lo mío – continuó mirando el reloj – algo urgente. Voy a dejarte las reglas claras: desde ya eres mío para mi uso y disfrute hasta que me canse de ti. El motivo por el que esto es inapelable es justamente tu carrera, porque si no lo haces todo lo que tengo de ti no va a llegarles a tus compañeros o a las familias, sino que me aseguraré de que lo tenga cada uno de tus alumnos, así, cada vez que les llames la atención ellos sabrán que les estás hablando con la misma boca que me sirvió de urinario. – Se colocó apoyado sobre las puertas del armario empotrado que había a un costado de la puerta del aula, bajándose el cierre del mono y saltando su miembro disparado como un torpedo – De rodillas. Ya.

El embotamiento inicial se había desvanecido con su arrebato anterior, por lo que la situación actual le llegaba detallada con toda nitidez. Había escuchado la orden de Rafael y sabía lo que significaba para aquel momento y lo que representaría en el futuro, pero su sexo erguido apuntando hacia él le atraía como la flauta del faquir a la cobra.

Atravesó el aula, posicionándose genuflexo frente a él y recibiendo la prueba del trabajo de aquel día en la forma de un aroma bestial. Rafael agarró su falo con una mano y comenzó a pintar con su glande toda la cara de Pedro, marcándole con su olor desde los labios a la frente. Luego colocó la punta en su boca y la introdujo a través de la abertura, hundiendo su extensión hasta la garganta y asegurándose de que sus testículos chocaran contra el mentón. Al obligarle a mantenerlo inmóvil dentro, ocupando toda su boca, el cuerpo de Pedro se rebeló, iniciando las arcadas para lograr expulsar al intruso. Antes de que llegara a vomitar, Rafael lo liberó permitiéndole recuperarse para volver a iniciar el proceso de nuevo y deleitándose con el lagrimeo que el esfuerzo causaba en el profesor.

-        Vamos – le indicó con un jadeo – sigue mamando.

Pedro recogió con el meñique la gota que más recorrido tenía por su mejilla, observándola un segundo sorprendido de su tamaño, y la colocó sobre el glande de Rafael lamiéndola después. Le escuchó aspirar entre dientes mientras lo hacía, y entendió que aquello le había cogido desprevenido. Motivado, abrió la boca todo lo que pudo para engullir el falo ensalivado y comenzar a masajearlo con sus labios y lengua; sin embargo, a poco de empezar, Rafael le interrumpió agarrándole por las sienes y moviéndole la cabeza violentamente mientras le penetraba con toda su extensión. Pedro se agarró de sus muslos para intentar contenerle, pero al tacto eran mármol y sus embestidas implacables. El cuerpo de Rafael había sido tallado con cincel de obra y el sol de mediodía había terminado de imprimirle dureza; su piel parecía ceñida sobre sus músculos y cada una de sus fibras podía sentirse incluso tocándolas a través de la ropa. Pedro se sintió indefenso ante aquel guerrero salvaje.

Probó a relajarse y dejar lasos sus músculos para evitar el dolor que los movimientos de Rafael le causaban en el cuello; acomodó su mandíbula al sexo vibrante, dejando que se internara cada vez hacia una zona diferente, como si su objetivo fuera no dejar espacio sin marcar, y alzó los ojos con la mirada suplicante que suponía aceleraría el proceso. Rafael seguía observándole fijamente. Y se detuvo. Sacó su miembro rígido y brillante de la boca de Pedro.

-        Échate sobre el pupitre y ponte en pompa; quiero terminar ahí dentro.

Pronunció aquello con el mismo tono que hubiera empleado para informarle que tenía pensado volverse al trabajo o que le apetecía un bocadillo de jamón. No era tanto una orden como la exposición de una apetencia. Pedro gimió antes de suplicar.

-        Por favor, no – susurró – Por favor, Rafael…

Por el rabillo del ojo derecho podía ver todavía la mano abierta con la que Rafael le había cruzado la cara.

-        Necesitas que te lo diga así, ¿verdad? – Le agarró del cabello tirando de él para levantarlo y continuó hablando acercando tanto su boca que el aliento de sus palabras llegaba nítido a su cara – Te dije que tenía prisa; te dije lo que quería que hicieras; y te digo que no me llames Rafael. Antes me dijiste señor, ¿no? – añadió burlón – Pues así es como te referirás a mí. Ahora ponte como te he dicho que te colocaras y pídeme que te dé polla.

La proximidad de la cara de Rafael le volvió loco. Notó lo verdes que eran sus ojos y cómo el iris izquierdo tenía una pequeña grieta negra que rompía su perfecta circunferencia; su nariz recta, con las aletas abiertas y en movimiento por el esfuerzo; y sus finos labios, con el incipiente rastro de una barba rodeándolos, tensos en aquel momento con la última sílaba todavía tirando de ellos. Se dio cuenta de que estaba jadeando.

Se incorporó y giró, echándose con los codos sobre el pupitre más cercano, arqueando su espalda y alzando las caderas en dirección a Rafael. Antes de que Pedro llegara a cumplir con el pedido completo, este metió su mano por la cintura de aquellos pantalones, hundiendo sus dedos hasta la goma de los boxers, y tiró de ambos hacia abajo, dejando al aire unas lampiñas nalgas blancas. Colocó sus manos en cada una, amasándolas con rudeza por unos segundos mientras le llamaba “puta”, hasta que Pedro sintió como las separaba y sobre su ano afloraba la punta del sexo de Rafael. Este se echó sobre su espalda para susurrarle al oído:

-        El otro día ya te abrí bien este culo, así que hoy no deberías tener problemas; además – continuó mientras comenzaba a empujar lo que hizo a Pedro gemir – ya te dije que tenía prisa.

Hundió su miembro por completo en el ano que se cerró sobre él como reflejo. Pedro se arqueó todavía más, como queriendo huir, mientras un grito pugnaba por erupcionar a través de su boca, pero Rafael fue más rápido y se la cubrió con ambas manos superpuestas, saliendo tan solo un sonido ahogado.

-        Shhhhhh – le dijo sobre la oreja para después darle un ligero mordisco – esto va a ser rápido. Relájate porque mi polla ya está dentro y cuando salga tú te quedarás con mi leche como recuerdo.

Rafael comenzó a penetrarle con movimientos cortos y rápidos, asegurándose de que cada embestida fuera acompañada por aquel sonido como de vacío. La presión del ano de Pedro al tensarse a su alrededor por poco le había cortado la circulación, pero a medida que continuaba con el bombeo había ido relajándose y hasta podía escuchar los intentos de jadeos que salían a través de sus dedos.

Fiel a sus palabras, solo le faltaban un par de embestidas más para eyacular, pero escuchar por el pasillo la voz de su hermano le hizo detenerse, al tiempo que Pedro giraba su cabeza hacia la puerta con los ojos desorbitados.

-        ¡La madre que lo parió! – maldijo saliéndose del interior del profesor – Isaac de mierda… - se dirigió a Pedro – Te va la vida en ello, tú dirás qué hacemos porque yo quiero correrme.

Pedro estaba paralizado mirando alternativamente a Rafael, todavía con el mono bajado y el sexo erguido fuera, y la puerta, por la que cada vez se escuchaba más nítida la voz de Isaac acercándose al aula.

-        En el armario – indicó fuera de sí.

Las puertas dobles al costado de la entrada ocultaban un espacio empotrado en la pared, con estantes al fondo y un hueco libre entre ellos y el acceso que los estudiantes usaban a menudo para esconderse y bromear. Las abrió con celeridad empujando dentro a Rafael y metiéndose él mismo delante suya, cerrando en el momento preciso en el que Isaac hacía su entrada al salón.

-        ¿Profe? ¿Estás aquí? ¿Rafael?

La voz llegaba adentro casi con absoluta claridad. Pedro sintió como el miedo que le había atenazado minutos antes con la llegada de Rafael se transformaba entonces en puro terror, exacerbándose al notar como este le agarraba por las caderas y le acercaba el miembro a su ano. Una rendija entre las puertas permitía que la luz transformara la oscuridad del interior en penumbra, por lo que pudo ver, al girarse atónito, la cara de Rafael con una sonrisa sádica.

-        Voy a correrme dentro de ti, así que será mejor que no hagas ruido o esto se va a poner demasiado familiar – le informó con voz casi inaudible.

Entonces volvió a hundirse en él. Pedro sintió la firmeza de aquellas manos como tenazas sobre sus caderas, manteniéndolo inmóvil mientras Rafael se encargaba del movimiento, penetrándole suavemente con su sexo saliendo y entrando intermitentemente.

-        ¿No están? – al reconocer la voz de Luis, su cuerpo reaccionó contrayéndose y ahorcando el miembro en su interior. Rafael emitió un quejido, tirándole del cabello como castigo. - ¿Has oído algo?

En el interior del armario los ocupantes se paralizaron.

-        No sé tío – respondió Isaac notoriamente fastidiado – ¿Dónde mierda están esos cabrones? Mi hermano me dijo que iba a hablar con el mongol del profe pero necesito que me dé dinero para comprar un menú, y Carlos me contó que estaban aquí cuando salió.

-        Pues ni idea, aquí no hay nadie. Pero oye, estoy seguro de que he escuchado algo en el armario. ¿No habrán dejado encerrado otra vez a Felipe? – Preguntó intrigado.

-        Puede ser, o tal vez es el profe que está haciéndose una paja y se escondió para que no lo pilláramos – agregó Isaac más risueño.

Los pasos de ambos acercándose a las puertas resonaban en el interior con la misma claridad con la que Pedro oía los latidos de su corazón. Se imaginaba a ambos abriendo y descubriéndole siendo penetrado por Rafael y este contándoles toda su historia mientras continuaba haciéndolo. Le pareció sentir que se desmayaba, pero una nueva voz se alzó sobre la de los chicos.

-        ¿Qué hacéis aquí?  - Se escuchó preguntar a Salvador con tono sorprendido – Después del timbre los estudiantes no tenéis permitido estar en las aulas sin acompañamiento docente – añadió molesto.

-        Sí profe – comenzó a explicar Isaac – es que estábamos buscando a Pedro y a mi hermano porque nos habían dicho que estaban aquí, pero no hay nadie.

-        Pues si no hay nadie entonces tenéis que salir. Yo también lo estaba buscando. Vamos, os acompaño a la salida y se les veo ya les informaré de que queríais hablar con ellos.

Todavía se escuchaban sus pasos bajo la puerta del aula cuando Rafael inició nuevamente los movimientos, penetrándole de forma frenética por varios segundos hasta que se detuvo con una última estocada profunda. Pedro sintió en su interior los espasmos del miembro de Rafael eyaculando, por lo que comenzó a frotar el suyo, resbalando con el aceite que lo había estado empapando, y eyaculó a su vez sin que todavía el otro hubiera salido.

El sudor recubría los cuerpos de ambos, sofocados en el ambiente vaporoso del armario saturado con sus respiraciones. Rafael se separó de Pedro con un sonido pegajoso y señaló en silencio hacia las puertas para que comprobara si era seguro salir. Este, todavía jadeando, se subió los pantalones cerrándolos con su mano húmeda, y acercó la oreja a la entrada antes de empujarla lentamente. En el aula no había nadie por lo que ambos salieron.

Pedro caminó hacia su escritorio y sacó del cajón un rollo de papel de cocina, desgajando varios cuadrados que pasó a Rafael y otros para sí mismo.

-        Menudo profesor más guarro – criticó mientras limpiaba su sexo flácido – ¿Con eso te limpias las pajas que te haces en clase? – agregó haciéndole una seña para que le pasara más papel.

Cogió el rollo entero y se lo entregó mientras le respondía.

-        No, eso lo pone ahí el instituto para que los alumnos limpien la pizarra después de cada clase.

Vio como Rafael seguía cogiendo pedazos de papel y comenzaba a frotárselos por el pecho para secarse el sudor que lo recubría; con la luz de la tarde su torso relucía como madera barnizada. Al terminar, se subió el cierre del mono, caminó hacia la puerta y volteó antes abrirla.

-        Por culpa de tus remilgos ahora voy a llegar tarde, – le dijo mirándole serio – pero me has dejado contento y mi leche está en tu culo, así que por hoy lo dejaré pasar. – Colocó su mano sobre el pomo y añadió antes de abrir – La próxima vez que venga y te diga lo que quiero te colocarás para cumplir.

Salió del aula dejando a Pedro solo en ella, con la ropa descompuesta y empapada en sudor. Terminó de adecentarse lo mejor que pudo, abriendo las ventanas para que entrara el aire y le ayudara a secarse para poder salir. La corriente que entró le pegó la camisa a la espalda, estremeciéndose con un escalofrío que le trajo de vuelta la imagen viril de Rafael de pie señalándose el sexo erguido. No pudo evitar cogerse los brazos mientras un jadeo se le escapaba de entre los labios. Él iba a regresar.