El enemigo (Parte 1)

Inicio de un relato con sadomasoquismo, sexo guarro y violación

Pedro se miró al espejo. No estaba seguro de si la camisa le quedaba mejor por dentro o por fuera: llevaba diez minutos metiéndola y sacándola, colocándose de frente, de espaldas y de perfil, comparándose desde todos los ángulos, esperando que en algún momento saltase una alarma que declarase aquella posición como la ideal, pero no estaba sucediendo y finalmente optó, a la vista de las arrugas que se habían ido formando en la parte inferior con motivo de sus intermitencias, ajustársela en el pantalón. Echó un último vistazo al conjunto y suspiró satisfecho: el vaquero algo ajustado y la camisa permitían dar una idea de su cuerpo delgado y alargado. Su contextura fina hacía que los hombros de la prenda le quedaran algo flojos y se deslizasen por los costados, y como era imposible quitarse aquella imagen de desastrado, había decidido unirse al enemigo peinando su cabello con un estilo desaseado, dejándose caer algunos mechones negros sobre la cara y haciendo un revoltijo del resto. Suspiró de nuevo. Era la hora.

Había decidido tomar precauciones y se había colocado un par de tiras de papel higiénico dentro de los boxers. Cuando estaba tan excitado su pene no paraba de soltar líquido preseminal y ya había sucedido en una ocasión descubrir una mancha de humedad que había traspasado sus pantalones delatándole frente a un par de ojos especialmente atentos. Sabía que durante todo el trayecto caminando no iba a poder parar de pensar en lo que le esperaba y notaba como desde la ducha el fluir se había vuelto constante: podía sentir la humedad pegajosa envolviéndole el glande a cada paso que daba. A pesar de todo, intentó que su mente divagara en otras reflexiones, como el cansancio que sentiría al día siguiente, cuando se tuviera que despertar a la misma hora de siempre pero habiéndose acostado mucho más tarde de lo normal. Quizás no habiendo dormido siquiera. Sin embargo, mucho más efectivo para distraerle resultaba recordar la sempiterna espada de Damocles pendiendo de un hilo sobre su cabeza: que al final todo acabara quedando en nada. Ocasiones como aquella había habido unas cuantas anteriormente, con sus candidatos más o menos perfectos y una cierta confluencia de intereses en ambas partes, pero a la hora de la verdad… solo había llegado a concretar con uno y el resultado había sido decepcionante. Era cierto que había podido llevar a cabo algunas fantasías que tenía en mente desde hacía tiempo, pero las expectativas generadas acabaron siendo muy superiores a los hechos y se había quedado con una sensación insatisfactoria.

Esta vez, de nuevo, las posibilidades llevaban a que aquella fuera la ocasión definitiva: el otro tenía  veintiséis años, cuatro menos que él mismo, lo que satisfacía una de sus condiciones; era delgado también y lampiño, salvo por unos cuantos vellos que le crecían de ombligo para abajo, como había podido comprobar en las fotografías que le había enviado (si es que eran reales); contaba con un buen tamaño de pene y bien formado, sin entrar en exageraciones que, a la hora de la verdad, empezaban añadiendo morbo y terminaban resultando un cierto incordio por todos los preparativos que requerían; tenía la casa libre sin interrupciones y, lo más importante, parecía contar con la actitud adecuada. Los últimos mensajes que le había enviado habían dejado de sonar como preguntas o peticiones para pasar a leerse como órdenes que debían ser atendidas. Había empezado a tomarse su papel en serio desde el primer momento y eso ya marcaba la diferencia con anteriores candidatos.

Cuando llegó al portal indicado y tocó el telefonillo sintió que no le quedaba saliva en la boca para responder, y en cuanto sonó una voz al otro lado preguntando lo único que fue capaz de articular fue un escueto sonido que, pese a todo, resultó suficientemente comprensible. Como respuesta sonó un timbre y la puerta se abrió sola. Pedro entró en el portal, metiéndose un chicle en la boca para hacer trabajar las glándulas que ahora hacían huelga. Sentía su corazón y su cuerpo latir violentamente ante la emoción de conseguir por fin lo que llevaba tanto tiempo esperando. Mientras subía en el ascensor aprovechó para sacarse el papel de los calzoncillos, completamente húmedo, y recolocarse el paquete de tal manera que el bulto no resultara demasiado comprometedor. Terminó justo cuando un ligero cambio de presión marcó el fin del trayecto y cuando las compuertas se abrieron y él se disponía a salir, se encontró con que enfrente estaba su cita, que simplemente entró y marcó el botón del sótano. Pedro iba a decir algo, pero él otro simplemente lo hizo callar con un gesto y con otro le indicó que lo siguiera al llegar al piso inferior. Estaban en un garaje.

Mientras caminaba detrás de él pudo apreciar cómo se le marcaban las piernas a través del pantalón de chándal que llevaba y lo bien que le quedaba, ajustándose, aquella camiseta de tirantes blanca, de donde surgían un par de brazos morenos y definidos. Tenía la cara cubierta por una gorra y unas gafas de sol que, de todas formas, no le habían impedido reconocerle.

Se subieron a un Opel Kadett blanco, salió del edificio y condujo por la ciudad. La cercanía permitía que le llegaran ahora un par de olores bien definidos: un aroma a cigarro recién fumado y otro a sudor de axila, común en aquellos días de asfixiante verano. Se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, puesto que se suponía que todo iba a ocurrir en el piso del que acababan de irse sin siquiera comenzar. Siguió mascando para lograr saliva suficiente para articular una pregunta y cuando acababa de abrir la boca él dijo:

-Tira ese chicle.- Y siguió conduciendo sin desviar la vista de la calle.

Pedro se sacó la goma de la boca, cogió un pedazo de papel del bolsillo, la envolvió ahí y la guardó en uno trasero.  Se mantuvo en silencio mientras veía cómo iban saliendo del centro de la ciudad, dirigiéndose por la carretera que llevaba hacia la playa. Vio pasar los últimos edificios y siguieron grupos de adosados, luego algunos chalets y, finalmente, los campos con algunas casa desperdigadas. Antes de llegar a la última curva que iba a dar al arenal se desvió y cogió un angosto camino de tierra que se dirigía hacia el interior y que remataba, bien entrado al fondo, en una puerta doble enrejada. El chico se bajó del coche, con una llave abrió el candado que sujetaba una cadena y las empujó con fuerza, mostrando que no era usadas con demasiada asiduidad, hasta que hubo el espacio suficiente para que un coche pasara. Después se volvió a subir, aparcó frente a la casa y volvió a cerrar la reja.

En ese momento Pedro se bajó del auto y observó la edificación que se alzaba en mitad de una finca rodeada por muros de ladrillo. Era una casa de un solo piso de apariencia modesta, con un porche en la entrada, una puerta y un par de ventanas cuadradas en la fachada y un tejado naranja a dos aguas. El chico se le acercó por la espalda y le dio un golpe en el hombro para que lo acompañara. Con unas llaves abrió la puerta principal, esperó a que Pedro entrara también, cerró y se giró para observarle entero. Continuó un rato en silencio mirando, mientras Pedro se iba encontrando cada vez más incómodo ante aquella situación inesperada que, igualmente, le había mantenido en constante excitación. Finalmente el chico dijo:

-Qué puta más grande eres. Sin decirte nada te dejas llevar a un lugar desconocido, por un desconocido que ni siquiera te saluda. ¡Incluso te ordeno que tires el chicle y me haces caso! Debes estar verdaderamente desesperada.- Se quitó la gorra y las gafas, dejando a la vista una cara cuadrada y dura, con unos ojos castaños que parecían mirarle con una mezcla de curiosidad y desprecio.- ¿No piensas hablar?

Pedro no se atrevía a hacerlo por miedo a romper el hechizo. Aquel inicio estaba mucho más allá de lo que él había esperado y le daba pavor que se le escapara algo que pudiera romperlo. Aun así el chico estaba haciéndole una pregunta directa, así que tragó saliva de nuevo para responder:

-Bueno, o sea, yo… se suponía que habíamos quedado en que ibas a usarme como quisieras y… supuse que era parte del juego. Soy muy sumiso y me encanta complacer al otro…

-Una puta es lo que eres- le interrumpió el chico.- Hay que quererse un poco más, ¿no te parece? Puta madre, la verdad es que me dais mucho asco los que sois así. Estáis pidiendo a hostias que os revienten. ¿Cuántos años tenías? ¿Treinta? ¿No te da vergüenza comportarte así?

Pedro no sabía muy bien qué hacer. La calentura le había desaparecido completamente ante aquella llamada de atención tan inesperada y el chico no parecía estar disfrutando tampoco; se le veía verdaderamente disgustado con la situación y no se le ocurría qué debía responder en aquel momento. Su voz interrumpió sus cavilaciones:

-Estate tranquilo, porque de todas formas voy a aprovecharte, si no no me hubiera tomado la molestia de traerte hasta aquí.  Las putas como tú me dan mucho asco, pero también me pone muy caliente reírme de ellas dándoles lo que se merecen. Quieres que te den caña, ¿no? Pues tranquila que la vas a recibir. A partir de este momento te vas a desnudar y solo caminarás a cuatro patas hasta que te indique lo contrario. Empieza.

Yéndose después a otra habitación dejando a Pedro solo en mitad del salón. Estaba algo aturdido por la situación. La primera parte del discurso le había enfriado completamente pero el final había vuelto a prenderle y se sentía ardiendo de calentura. Se deshizo rápidamente de la ropa y se puso en la postura que le había indicado esperando a que volviera. Aprovechó para observar la pieza en la que estaba: como el exterior, el interior era parco también, contando aquella estancia con un sofá avejentado, un televisor con un jarroncillo sobre él, una mesilla en el centro y otra de comedor, redonda y de cuatro patas, con otras tantas sillas colocadas;  el suelo era de cerámica y estaba fresco, lo que agradecía, pero empezaba a notar cómo aquella postura iba a terminar siendo un incordio para sus rodillas. Al cabo de unos minutos volvió el chico con una botella de cerveza en la mano y el teléfono en la otra. Se sentó en el sofá y se dirigió a él:

-Acércate puta. Quiero que me limpies la polla con tu boca. No me ducho desde ayer por la noche, así que ya te imaginarás cómo estará. Lo haces desde los huevos hasta el rabo y no te dejas nada.- Bebió un trago de cerveza y concluyó.- Ni te imaginas lo que se te viene encima.- Y sonrió mientras se ponía a ver un vídeo.

Pedro se acercó obediente al chico, se colocó entre sus piernas y le bajó los pantalones y los calzoncillos, dejando a la vista su paquete completo, con la polla medio morcillona. Al tener la cara tan cerca lo primero que se le vino fue todo el olor reconcentrado por el calor y la falta de higiene. El fuerte aroma a sudor se veía casi opacado por el de la orina, de la que había varias manchas en el calzoncillo, como si hubiera cierta incontinencia. Al descapullar el glande la intensidad aumentó, generándole un principio de arcada en el que el chico aprovechó para hundírsela en la boca.

-Ahora no me andes con remilgos, ¿eh? ¿No querías que te usara? Pues estás servida.- Y le agarró la cabeza con una mano para impedir que se saliera.

La excitación sobrepasó a la repugnancia y Pedro se dedicó a pasar la lengua por toda la verga que alojaba. El olor dio paso al sabor salado del orín y el sudor, que fue desapareciendo a medida que la lengua iba arrastrando los restos que quedaban, dejándola recubierta tan solo de su saliva. Cuando sintió que la presión de la mano se relajaba, aprovechó para sacar su cabeza y seguir su trabajo por los huevos y las ingles, que hasta entonces habían quedado desatendidas. Del chico se escuchaba algún jadeo ocasional que le invitaba a continuar, hasta que le ordenó que se detuviera:

-Ven conmigo.

Se levantó y fue caminando, con la polla bamboleándose de un lado al otro, mientras Pedro le seguía como un perro. Se metió por una puerta que resultó ser el baño. Aquello hizo que volviera su nerviosismo inicial: había llegado el momento de probar aquello.

-Métete en la ducha.

-¿Qué?- reaccionó- Espera, habíamos quedado que tú ibas a mear en la taza y luego yo te limpiaba la polla, pero esto ya es…

Se vio interrumpido por una bofetada que le dejó la cara temblando y la garganta sin fuerzas para seguir hablando. Solo pudo quedarse mirando al chico que ahora lo observaba molesto.

-Oye, tú dijiste que querías que te usaran y te trataran de puta y eso voy a hacer. Tus reglas de cobarde me chupan la polla como lo acabas de hacer tú así que no me vengas con mierdas. ¿Quieres irte? Ahí tienes la puerta.- Dijo mientras señalaba hacia la salida.- Pero antes de que te vayas yo voy a mear y lo voy a hacer encima de ti para que te quede claro el nivel en el que estás.

Y empezó a hacerlo sin que a Pedro le diera tiempo a decir nada o meterse en la ducha siquiera. Sintió como comenzaba a deslizarse por su cabeza y espalda aquel líquido caliente y amarillo, mojándolo y llenándolo de excitación y vergüenza. Estaba dejando que aquel niñato le hiciera todo aquello y, efectivamente, él no estaba intentando detenerlo; no solo eso, sino que ni siquiera impedía que rompiera uno de los límites que habían establecido previamente. Si ahora estaban llegando a este punto, ¿dónde pararía?

El chorro se detuvo y esperó a que las últimas gotas se escurrieran por su cabello antes de levantar la cabeza… levemente. No se atrevía a mirar al chico a la cara.

-No he terminado.- Le dijo mientras le ponía el pie en la cara y se la alzaba.- Abre la boca que quiero que te lo bebas.- Continuó circunspecto.

Se quedó callado mirándole. Sentía como su cuerpo se bloqueaba ante las contradictorias órdenes que iba recibiendo: por un lado solo quería hacer caso a aquellos mandatos y dejarse llevar por el morbo de la situación pero, por otro, debía enfrentarse ante aquel chico que claramente se estaba sobrepasando. No tenía sentido haber dado unas condiciones iniciales para que luego no se tuvieran en cuenta. Cerró los ojos, tragó saliva, y se levantó. Era un poco más alto que él. Habló con toda la dignidad que pudo reunir en aquella situación, mientras seguían resbalándole las gotas de orina por el cuerpo.

-Mira, lo vamos a dejar aquí. Ha empezado muy bien, pero creo que estás llegando muy lejos y esto comienza a no gustarme ya. Lo siento, pero tiene que molarnos a los dos y conmigo se acabó.- Y se lo quedó mirando.

La respuesta del chico salió de su boca pausadamente, paladeando cada palabra como si estuviera disfrutando de algo que llevara tiempo planeando:

-Yo creo que no lo has entendido. Tú decidiste que querías ser una puta y dejarte usar por otra persona, que soy yo. Y eso estoy haciendo. Ahora resulta que eres una cobarde y no quieres asumir las consecuencias de tus acciones, y eso- continuó, añadiendo un cabeceo a cada palabra- no… puede… ser.- Pese a quedar físicamente por debajo, Pedro pudo sentir como aquel chico empezaba a elevarse sobre él con cada cosa que decía.- El que tiene todo que perder aquí eres tú, y eso deberías haberlo tenido en cuenta antes de empezar con todo esto. Tengo nuestras conversaciones, las fotografías que me enviaste con tanto detalle durante estas semanas y… la grabación de la cámara que hay encima del televisor. ¿Vas comprendiendo por dónde van los tiros?

Aquella situación estaba completamente fuera de control: la incomodidad había dado lugar a un vacío en el que sentía caerse todos sus órganos. Notaba su corazón latir violentamente mientras se iba viendo como Alicia, cada vez más y más empequeñecido, ante aquel chico que le parecía la reina de corazones: un psicópata salvaje y descontrolado. Pero no podía dejarse vencer tan fácilmente; aquello era tan irreal que probablemente bastara con traer un poco de sentido común para hacer añicos esa situación de una vez por todas. Sin poder creérselo todavía y con la seguridad que le daba la ignorancia le contestó:

-Bueno, no sé si te das cuenta pero de lo que estás hablando es un delito, y por menos de lo que has hecho te vas a la cárcel lo suficiente como para que te olvides de estas tonterías.- Y se lo quedó mirando, de nuevo desde arriba, sabiendo que aquel era el mazazo que necesitaba.

-Sí, estaba al corriente- le respondió el chico mirándole fijamente y ampliando su sonrisa al continuar- lo que pasa es que también me doy cuenta de que denunciar algo así significaría hacerlo público y eso parece bastante vergonzoso y hasta delicado para un - hizo una significativa pausa antes de seguir- profesor, ¿verdad?

Pedro se lo quedó mirando, pálido y con los ojos desencajados, ya por los suelos ante la inmensidad de la revelación que le habían asestado.

-Porque ya es casualidad, pero resulta que mi hermano está haciendo bachillerato en cierto instituto y, a veces, cuando voy con la moto a recogerle te he visto salir con tu maletín. Y un día, después de charlar con un desconocido muy cerdo, se me ocurrió preguntarle quién era ese profesor, y me dice que es el de Historia y, para colmo- añadió burlón- un auténtico hueso pedante y prepotente al que solo soportan los que más estudian. Y resulta, mira tú cómo es la vida de jodida, que es el mismo que se me ofrece como putita y que ahora se atreve a decirme que me va a denunciar. ¿Cómo lo ves? Porque yo siento que voy a acabar haciendo que se trague mi meado y unas cuantas cosas más. ¿No opinas lo mismo?

Se sentía completamente aplastado bajo aquella avalancha inmisericorde. Tanto que lo único que atinó a decir fue:

-Por favor…

Y el chico, sonriendo mostrándole los dientes, le hizo comprender con un ligero gesto con el mentón, que lo único que esperaba era que volviera a colocarse en la posición que le correspondía, con la cabeza alzada y la boca abierta, preparado para hacer lo que le tocaba. Y Pedro, después de que su cerebro intentara analizar alguna salida posible ante aquella situación, se rindió y con los ojos húmedos de humillación comenzó a sentir cómo su boca se llenaba de orina, y el sabor de esta se quedaba grabado en su lengua y en su garganta, mientras veía a su amo mirarle ebrio de victoria.

Fin de la parte 1