El encuentro de Sofía
Sofía descubre el mundo de la sumisión de una manera que nunca, nunca, pudo imaginar.
A sus 44 años, Sofía había hecho, o al menos así lo pensaba, todo lo que, en un orden normal de la vida, había que hacer. Una juventud más o menos alocada, un novio de la casi niñez con el que acabó casándose a los 22, dos hijos y, finalmente, un divorcio. En fin, lo que puede considerarse como algo normal.
Así es; a los 41 años, con dos hijos, de 17 y 20 años, se había divorciado, y a los 44 se quedó sola en casa con su hijo menor.
Sofía estaba sola, con una existencia anodina, sin estímulos, sin hobbies especiales, sin un círculo de amistades especialmente amplio, sin una estabilidad económica que le permitiese poder dedicarse al ocio, sin relaciones con otros hombres… nada. De los hombres, realmente había salido seriamente escarmentada, después de que su marido le fuese infiel, provocando el divorcio y tras ver, también, cómo sus hijos prácticamente se habían desentendido de ella (el menor vivía en casa pero el mayor es casi como si no existiese). El día que firmaba el convenio de divorcio, de hecho, Sofía juró y perjuró que nunca volvería a tener relaciones con hombres, y había cumplido.
Sí, había cumplido pero, ¿a costa de qué?, pues obviamente a costa de olvidarse prácticamente de su sexualidad y de limitarse a masturbarse, muy de vez en cuando pero pensando en … nada, porque en nada podía pensar. Cuando alcanzó los 43, Sofía estaba francamente desequilibrada, hasta el punto de que acudió a un psicólogo, al que refirió su problema. Y el psicólogo, naturalmente, le dijo que no podía seguir así y que tenía que abrirse en todos los sentidos de la vida, incluyendo, claro, el sexual. Bastaron tres visitas al psicólogo para que Sofía tomase la decisión de dar un giro a su vida. Comenzó a salir con compañeros de trabajo, empezó a jugar al pádel con dos amigas, hizo algunos viajes y también decidió reabrir el capítulo sexual en su vida; el problema es que lo que sí que no podía superar era su aversión a los hombres, y así, finalmente, cayó en internet.
Sofía empezó a frecuentar foros femeninos y se dio cuenta de que, lejos de lo que pensaba, no era la única que tenía su problema, sino que había muchas otras mujeres que habían tenido experiencias similares; y buceando en internet, visitando unas y otras webs, descubrió un mundo absolutamente desconocido para ella. Su vida sexual con su marido (único hombre al que había conocido), había sido totalmente convencional, por lo que descubrir la pléyade de prácticas sexuales que existe fue para ella una aventura diaria. Algunas cosas le gustaban más que otras, algunas le provocaban repulsa, otras indiferencia, pero poco al poco, con el tiempo, se dio cuenta de que sus búsquedas siempre tenían su norte en una práctica concreta: los juegos de dominación, en los que ella, sin saber por qué, siempre se identificaba con la vertiente sumisa, y siempre con una mujer, por su ya citado odio a los hombres. De forma diferente a como esperaba, Sofía había recuperado su sexualidad, al menos en el sentido de volver a tener deseos, no en el de practicarlos, porque, lamentablemente, Sofía sólo se quedaba en eso, en internet, en fantasías y en masturbaciones solitarias, pero Sofía tenía que reconocer que si difícil había sido abrirse de nuevo a la vida sexual, más lo era si quería caminar por la deriva a la que su relación con internet la había llevado: el mundo de la dominación y la sumisión.
No le gustaba el dolor. Lo que realmente le excitaba y le provocaba un morbo muy especial, era el observar relaciones de poder/sumisión entre dos mujeres, pero sin necesidad de acudir a las fórmulas más sencillas y tópicas: látigos, cera, pinzas, ataduras, torturas, etc. Sofía disfrutaba una humillación que ella consideraba más sensual: ver imágenes de una mujer a los pies de otra; o de una exhibición pública de sumisión; o de ser utilizada como mueble (preferiblemente una silla) o como pony; o de realizar mandatos imposibles. Eso era lo que realmente le excitaba.
Un día, ya cumplidos los 44, en su cotidiana búsqueda en internet, Sofía se encontró con que en una de las webs habituales que visitaba, se anunciaba la celebración de una fiesta BDSM sólo para mujeres. Ese día, posiblemente, fue la única ocasión en que Sofía actuó de manera impulsiva, espontánea, sin pensar mil veces lo que hacía, y a los pocos minutos estaba registrada para acudir a esa fiesta.
Los días que transcurrieron hasta esa fiesta fueron eternos para Sofía porque, ahí sí, estuvo sumida en un mar de dudas. Pero el tiempo pasa y su decisión era firme, por lo que el sábado por la noche, a las 23:00, Sofía estaba frente a la puerta del pub Cielo, en el que tendría lugar la fiesta. Se había vestido como pensaba que debía –aunque realmente no sabía muy bien qué debía hacer…-: blusa con generoso escote, minifalda, medias con liguero y sandalias de tacón.
Llamó a la puerta y le abrió un enorme portero, provocando la sorpresa de Sofía, cuya cara debió de ser un poema, a juzgar por la reacción del portero:
.- No te preocupes, le dijo, soy el único hombre de toda esta fiesta, y yo estoy al margen.
Una sensación de alivio recorrió el cuerpo de Sofía.
.- ¿Sumisa o dominante?
.- ¿Cómo?
.- Que si eres sumisa o dominante, a eso has venido, ¿no?
.- Ah, sí, perdón, ehhh…. sumisa (se oyó confesando su carácter sumiso a un hombre y, por un lado, se odió, pero, por otro, fue como una liberación, ya no tenía nada que perder).
.- OK, ponte esto. Y el portero le tendió un collar con una cadena
Maquinalmente, Sofía se puso el collar, dejando que la cadena colgase por su cuerpo. Por primera vez en su vida se sintió “esclava” y dio un paso al frente. Descorrió una cortina negra y se adentró, también por primera vez en su vida, en un mundo de fantasía, de locura.
Cuando entró en la sala, ya había mucha gente, y en un primer vistazo pudo ver a mujeres arrodilladas, con sus cadenas, al lado de las que suponía eran sus amas; otras atadas; otras, simplemente besándose; otras hablando. Ella era la única que, de momento estaba sola, pero poco le duró. No habían pasado más de 30 segundos desde su entrada cuando notó que se le acercaba una chica de unos 30 años, que cogió su cadena y le dijo:
.- ¿Nueva?
.- Ssssí, respondió Sofía de manera muy dubitativa…
.- ¿Te espera alguien?
.- No
.- ¿Te quieres venir conmigo?, le dijo mientras con un dedo lascivamente le acariciaba su cara.
.- No sé…
Pero no pudo dudar mucho porque inmediatamente entró otra mujer en escena, que también se refirió a ella como a “una nueva”, y trató de ser ella la que se llevase el preciado tesoro de una sumisa nueva. Y a esta le siguió otra, y luego otra, y en segundos se vio rodeado por cuatro mujeres que, sin violencia, sólo con la fuerza de su persuasión, trataban de llevarse a Sofía. Una cogía la cadena y tiraba de Sofía, que sólo se movía unos centímetros, hasta que otra volvía a coger la cadena. Sofía se sentía agobiada, acosada, pero también deseaba y eso le gustaba. Sólo deseaba que alguna de ellas, le daba igual quien fuese, tuviese la fuerza suficiente para llevársela, hasta que, de pronto, como de la nada, surgió una presencia, una mano en su cuello, un tirón de la cadena y una voz en a su lado que le dijo:
.- ¡De rodillas y sígueme, perra!
No tuvo tiempo de reaccionar, no pudo ver a esa mujer, y sólo de pasada pudo ver cómo las otras que pugnaban por llevársela, se retiraron con un aparente respeto y dejaron que la otra se marchara con la presa.
Y, así, sin solución de continuidad, y cuando sólo hacía unos cinco minutos que había entrado en el local, me encontré a cuatro patas, con una cadena al cuello, gateando tras una mujer de la que sólo podía ver unas hermosas piernas, unos tacones de vértigo y una mano enguantada que tiraba de la cadena. Obedientemente siguió a esa mujer en dirección a los baños, entraron en uno de los boxes, la mujer cerró, levantó a Sofía y le dijo:
.- ¿Pero qué haces aquí, Sofía?
Sofía se quedó helada, casi sin respiración, cuando al levantarse y mirarla a la cara, y al oír su nombre vio ¡Inés, a la novia de su hijo menor! Sofía quiso morirse en ese mismo instante, e Inés habló:
.- Sofía, no sé cómo has llegado hasta aquí, y supongo que te preguntarás también que qué hago yo, siendo la novia de tu hijo y apareciendo en una fiesta como ésta; pero sea como sea, no estamos en el sitio adecuado para discutirlo. Lo importante es que salgamos de aquí cuanto antes y ya tendremos tiempo para explicaciones.
.- Si, Inés, hija… (siempre la llamaba hija, pero ese día, en esas circunstancias, se le antojó un enorme sarcasmo), tienes razón, estoy avergonzada, pero ¿y tú?, ¿y mi hijo…?
(La relación de Sofía con la novia de su hijo era normal. Era una chica joven, de 20 años, tímida (¡ja!, así lo veía Sofía hasta ese día); educada, y guapa, muy guapa, aunque vestía sin estridencias. La relación entra ambas no pasaba de los ratos que pasaban juntas cuando alguna vez iba a casa con su hijo, que no eran muchas).
.- Sofía, no, ahora no. Salgamos de ésta como podamos y ya hablaremos. Pero, no podemos levantar sospechas; lo que ha ocurrido hoy no ha sido normal, con esa forma de llevarte que he tenido, y extrañaría mucho que tú o yo nos marchásemos nada más llegar, así que, por favor, déjate llevar. Trataré de que nos vayamos lo más rápido posible. Ahora, ¡Dios mío!, no sé ni cómo decírtelo… vuelve a ponerte de rodillas y sígueme. Intentaré no ponerte en ningún compromiso, pero, por favor, olvidémonos de todo esto.
Inés abrió la puerta, Sofía se arrodilló y siguió a su nuera, ¡a su nuera! a cuatro patas, atada con su cadena, hasta la sala principal, concitando la mirada de envidia de muchas de las mujeres allí reunidas. Algunas Amas por no poder tener a esa nueva esclava; algunas esclavas por no poder ser ellas las que iban tras Inés.
A los pocos metros Inés se encontró con una de sus amigas; una mujer negra escultural, vestida con una minifalda, un top y unas sandalias de tacón tan alto como las de Inés, que llevaba también su particular perra, una chica rubia con una cara angelical y con un cuerpo que, aun en esa posición, se adivinaba perfecto. Las dos mujeres hablaban, mientras las dos “perras” se miraban y esperaban. Para la chica rubia todo parecía ser más normal, producto quizás de su hábito, pero para Sofía era nuevo y entre ese desconocimiento y el estado de shock en que aún se encontraba tras ver a Inés, esta sumida en un mar de nervios y de miedos, sí, pero … también de excitación.
La chica negra, que luego Sofía supo se llamaba Malika, propuso a Inés ir a unos sillones a charlar y tomar algo. Inés le dijo que hoy tenía que irse pronto –estaba deseando salir de allí con su “suegra”-, pero tanto insistió Malika, además de que Inés no quería infundir sospechas, que finalmente hubo de acceder. Las dos se encaminaron a unos sofás con sus esclavas siguiéndolas y se sentaron. Inmediatamente, la rubia se apresuró a besar y lamer los pies de su ama Malika. Sofía quedó absorta mirándola: era como lo que tantas veces había visto en internet, pero en vivo y en directo, y ver a esa preciosa chica adorando con verdadera veneración los pies de su dueña negra, con el contraste de su blanca tez con la negra y brillante piel de la negra, era algo que superaba con mucho sus fantasías.
Y en ese estado se encontraba Sofía cuando recibió en su cara el golpe de una fusta que manejaba Malika.
.- ¿Qué pasa, perra, no te han enseñado modales?
Inés sabía qué es lo que quería Malika, pero ¡no, no podía ser!.
.- Déjala, Malika, es nueva y …
.- ¿Qué te pasa, Inés, te veo un tanto extraña hoy y excesivamente permisiva en comparación con otras veces?
.- No, es que…, mira…, creo que me voy a tener que marchar,… ehhh, no me siento muy bien…
.- Aquí pasa algo, Inés, espetó Malika.
Era evidente que Inés estaba pasando un mal rato y que la situación estaba empezando a superarla. Inés había dicho en el baño que no quería poner a Sofía en ningún compromiso, pero Sofía tampoco quería ver a Inés en un compromiso por su culpa. Al fin y al cabo, quién había irrumpido en esa esfera privada de Inés había sido Sofía, y no tenía derecho a torcerla, por mucho que fuera la novia de su hijo. Éste, claro, era el razonamiento racional que se pasó por la mente de Sofía, pero había otro que influyó en lo que iba a hacer, y es el cóctel de sensaciones que tenía en su interior.
.- Mira Malika, mejor hablamos otro día y… Y cuando Inés estaba pronunciando estas palabras, con intención de irse, un escalofrío recorrió su cuerpo al notar la lengua de Sofía recorriendo sus dedos, sus labios besando sus empeines y sus manos acariciando sus tobillos.
Todo estaba oscuro, pero si hubiera habido luz se habría podido notar el color rojo intenso que adquirieron las mejillas de Inés, e incluso se habría podido ver a simple vista el vello erizado en todo su cuerpo. Los ojos de Inés se posaron en Sofía, cuando la veía lamer sus pies, y por un momento sus ojos se cruzaron pero rápidamente se desviaron.
.- Bueno, dijo Malika, parece que todo vuelve a su ser…
Las dos comenzaron una aparentemente animada charla, aunque por dentro Inés estaba a punto de explotar.
Fueron unos minutos que se antojaron interminables, y que cortó Malika.
.- ¿Qué tal la nueva esclava, Inés, es buena perrita lamedora?
.- Sssí, dijo entre dientes Inés.
.- Qué rara estás hoy, chica. A ver, perritas, cambio de pareja, y espero que tu nueva esclava no me defraude, Inés.
Inés quería morirse, ¿ahora resulta que iba a tener que ver a su “suegra” a los pies de Malika? No, eso ya era demasiado, pero no tuvo tiempo de reacción, porque Sofía, ya decidida a dejar en buen lugar a Inés, y presa de una incontrolable excitación, se lanzó a los pies de Malika, quien reaccionó:
.- ¡Eh, perrita!, con cuidado…, al tiempo que le propinaba tres fustazos en la espalda, que Sofía recibió con verdadera delectación.
Mientras Sofía lamía los pies de Malika, veía que la rubia hacía lo propio con los de Inés, lo cual provocó un extraño rapto de celos en Sofía, que acometió, con más pasión si cabe, su labor de adoración de Malika.
.- Chica, Inés, nunca me los habían lamido con este deseo, con esa … no sé, desesperación. La verdad es que su nueva esclava tiene madera. Es más, voy a darme un paseo con ella. ¡A cuatro patas!
Como un resorte, Sofía reaccionó y se puso a cuatro patas, dispuesta a seguirla, pero no, el paseo era otro. Malika se puso sobre ella, sentada, a caballo en su espalda y con un golpe de fusta, inició su paseo. Todo fue tan rápido que Inés no pudo reaccionar, y Sofía la vio mientras empezó a moverse, mirándola con cara de ansiedad. Pero Sofía no sentía nada de eso, ya estaba completamente entregada y ser utilizada como pony era una de sus mayores fantasías, y cuando pasó frente a un espejo y vio su cuerpo brillante por el sudor, y encima el de Malika, brillante también por algún aceite, estuvo a punto de correrse.
Mientras andaba se sentía orgullosa siendo la montura de Malika y concitando la mirada de toda la gente de la sala, y por fin llegó otra vez ante Inés, agotada y con las rodillas doloridas, pero excitada y feliz. Pero todo se acabó ahí.
Inés la cogió de la cadena, se despidieron apresuradamente de Malika (Sofía como despedida besó nuevamente sus pies) y salieron del local. Inés no podía ni hablar y sólo acertó a despedirse de Sofía y a quedar para hablar, obligándose mutuamente a guardar secreto.
Cuando Sofía se acostó, sumida en un mar de sensaciones, no tardó en dormirse por el cansancio, y al levantarse todo le pareció un sueño, del que despertó de bruces cuando se encontró con su hijo y recordó el día anterior.
.- Buenos días mamá, ¿todo bien? Oye, esta noche vendrá Inés a dormir, porque saldrá con una amigas y acabará en un sitio que está aquí al lado. ¿No te importa verdad? Lo teníamos previsto desde hace unos días, pero se me había olvidado contártelo.
Eso ya era demasiado. ¿Justo esa noche?, y no pudo evitar pensar en qué tipo de amigas, y … tantas cosas.
Lo mejor era dar sensación de normalidad, así que:
.- Por supuesto, hijo, no hay problema.
Y llegó la noche, y su hijo se acostó, e Inés llegó a eso de las 02:00 de la mañana, y se encontró a Sofía en el salón. Sus miradas se entrecruzaron, sin saber qué decir, hasta que Inés habló:
.- Sofía, quiero que olvidemos todo lo ocurrido ayer. Todo volverá a ser como antes. Quiero a tu hijo, es lo más importante para mí. Ayer no existió.
.- No Inés, te equivocas, ayer existió y es imposible olvidarse, pero en algo tienes razón: nada volverá a ser como antes.
Y acto seguido, Sofía se arrodilló, besó los pies de Inés y repitió…
.- No, nada volverá a ser como antes, mi Ama