El encuentro con un Amo (3)

“Mañana a la misma hora que hoy, ven igualmente vestida, salvo esos ridículos pantys, ponte medias, y guárdame el encendedor hasta que yo te lo pida”

El encuentro con un Amo - III

El ni siquiera ha levantado la vista. Jodido macho presuntuoso, que se habrá creído?, pienso inmediatamente. El camarero me conduce hasta la misma mesa de ayer, frente a frente, y yo me siento, altiva, despreocupada, saco mi móvil y lo pongo encima, a la vista, que sepa que he podido llamarle pero que no he querido.

Pido el menú y mientras espero, él sigue leyendo, no ha levantado la vista ni una sola vez, ni siquiera cuando le han traído el café, solo, fuerte y humeante.

No puedo dejar de fijarme de reojo en él. Debe medir mas de 1,80, enjuto, boca insinuante, ojos profundos, marrones, casi negros, como los míos, pelo muy corto, con canas en las sienes, cuello largo, manos poderosas (¿Por qué habré pensado eso?), dedos largos, uñas cortas arregladas sin duda por una profesional, ropa cuidada, impoluta, oscura, señorial y sin embargo, lo que me llama la atención son sus zapatos, mocasines, brillantes y la firma postura de sus pies en el suelo. Todo en él transmite autoridad, poderío.

No soporto que no me mire, no soporto que no ceda a la provocación que se que motiva a otros hombres a hacerlo. Llamo varias veces al camarero para que oiga mi voz. Cruzo las piernas continuamente de un lado a otro para que pueda apreciar mis muslos, incluso he subido discretamente la falda un poco para que asomen mas.

He soltado un botón de mas de mi blusa para que aprecie que mi sujetador negro está a la altura de las circunstancias y que tengo mejores proporciones que su acompañante del día anterior.

Mientras pido el café y atiendo una llamada al móvil, el se levanta y sin dirigirme la palabra, sale del restaurante.

Mierda!, me digo, he perdido una oportunidad de oro de hablarle, he perdido el tiempo "vendiéndome" como una perra en celo en lugar de acercarme a él y decirle algo inteligente.

Pero por alguna razón creo que él no esperaba que yo iniciara una conversación sobre las fluctuaciones del mercado de valores o sobre la nueva línea de ropa para caballeros elegantes.

El esperaba otra cosa. Me he levantado y me he dirigido hasta su mesa, sobre ella ha quedado su encendedor, de plata, sencillo, un curioso simbolito en una de las caras (que no reconozco). Lo acaricio como si fuera un trofeo, siento la suavidad del metal en la palma de mi mano, y cerrando los ojos me parece sentir el calor de las manos de su dueño, y la ternura con la que sus dedos lo manejaban al encender el pitillo.

Me he guardado el preciado objeto en el bolsillo de mi gabardina y he salido a la calle, mirando para tener una excusa con la que dirigirme a él. "Oye, perdona, te has dejado esto en la mesa!", le hubiera dicho, o algo mas impersonal, "Perdón, caballero, creo que esto es suyo". Sin embargo, no se le ve por ningún sitio, ha debido coger un taxi o

Vuelvo a la oficina, lentamente, y mientras camino con la vista puesta en el suelo, voy meditando sobre lo mucho que me perturba ese hombre y acariciando su encendedor como si fuera un tesoro.

Ya en mi despacho, con la puerta cerrada y sin miradas indiscretas, pongo el encendedor sobre la mesa y busco la tarjeta. La doy vueltas entre mis dedos, acaricio el teléfono como si fuera el brazo de mi amado al que pretendo despertar y comienzo a marcar los nueve dígitos

Me paro varias veces y vuelvo a empezar, así hasta tres veces, finalmente cuelgo. "¿Qué le voy a decir" y sobre todo cómo. Algo que no suene banal: "Oye tengo tu encendedor, te lo has dejado en la mesa" (¿y porque no se lo has dado al camarero?) o "Perdona, ayer me diste tu tarjeta y ..."

En todo caso, algo debería hacer, se tomar decisiones, me paso el día haciéndolo. Marco rápidamente y una voz al otro lado descolgando dice: "Mañana a la misma hora que hoy, ven igualmente vestida, salvo esos ridículos pantys, ponte medias, y guárdame el encendedor hasta que yo te lo pida"

Y colgó