El encuentro con un Amo (1)

Aquel dia mi vida iba a cambiar. Conoci al hombre que con una mirada iba a poseerme.

El encuentro con un Amo - I

Aquel día estaba siendo terrible. La mañana en la oficina no podía haber empezado peor, así que decide salir a comer, para despejarme.

Soy una ejecutiva de nivel medio en mi empresa, tengo un grupo de subordinados a mi cargo, casi todos hombres y estoy acostumbrada a mandar, organizar y que se me obedezca.

Cuando llegue al restaurante, uno de esos de servicio rápido, me sentaron enfrente de una mesa que estaba vacía, de tipo semicircular para 4 o mas personas. No había mucha gente.

Al cabo de un rato y mientras esperaba el segundo plato, observe como llegaba una pareja, él madurito, impresionante, unos 50, bien llevados, serio, formal, ella rondaría casi los cuarenta, sin apenas maquillaje, una falda negra, una camisa blanca abierta (el sujetador de encaje blanco era precioso) unas botas de tacón alto hasta las rodillas y lo que me llamo la atención, medias de rejilla, no pantys, cuya liga asomaba picarona por el borde de la falda.

Los sentaron enfrente de mí. Lo suficientemente lejos para no oírles y lo suficientemente cerca para observarles a la perfección y de manera discreta, o eso pensaba yo.

Nada más acomodarse la mujer, me llamo al atención su actitud. Era tímida? En ningún momento levantaba la vista de sus manos puestas sobre las rodillas que la falda dejaba al descubierto al sentarse. De pronto vi que daba un respingo y observe que la mano de él, debajo de la mesa, había pellizcado el muslo de la chica haciendola abrir inmediatamente las piernas de par en par. Me pareció percibir en los labios del tío un rictus de malestar y creí entender: “Perra, que sea la ultima vez”.

Yo no podía dejar de mirar. Pedí el café mientras ellos comían; nunca he visto alguien más modosito que esa mujer, pensé para mi. Y nada mas peligrosamente atrayente que la mirada de ese hombre. En varias ocasiones nuestros ojos se habían cruzado; mi mirada discreta, como de barrida de local, la suya pausada, sopesando, en dos ocasiones o mas, directamente a mi mesa.

La chica estuvo toda la comida con las piernas abiertas. Me llamo la atención el hecho de que parecía no llevar bragas ni siquiera tanga. Mientras les servían el postre él, descaradamente (yo diría que mirándome de reojo) metió su mano entre los muslos de ella. La tuvo un rato allí, sobándola, metiéndole los dedos, y cuando la mujer (cuya cara estaba arrebolada al completo) parecía estar a punto de correrse, sacó la mano y se la dio a lamer. Como una gata, como una manjar, como un regalo, la mujer limpio, uno a uno aquellos largos dedos y luego besó dócilmente la mano.

Me quede de piedra, evidentemente mirando con descaro y fui sorprendida. Aquellos ojos me taladraron, pero fue una mirada intensa, profunda, de mando, de control, como la que yo le pongo a mis subordinados cuando espero algo más de ellos y me defraudan.

Lo que vino a continuación estoy segura que fue un espectáculo en mi honor. No podía creérmelo, aquel hombre desabrocho un botón mas de la ya por si escotada camisa y estuvo sobando un pezón, pellizcándolo, estirando, mientras la mujer aquella permanecía con la mirada en sus manos, de nuevo en rodillas.

En una ocasión, él tiro deliberadamente el mechero debajo de la mesa, y obligando a la chica a recogerlo, la refregó la cara por la bragueta mientras ella parecía contenta, agradecida y deseosa de permitirlo, finalizando con un beso en el por entonces ya abultado paquete.

No salía de mi asombro. La ordenó levantarse, y cuando salió de la mesa, la magreo el culo como si fuera una potranca, dándole un cachete final mientras ella se ponía el abrigo.

Al pasar por mi mesa, me miró, puso una tarjeta blanca con un simple numero de teléfono móvil estampado en ella y me dijo: Llámame!

¿Debo llamarle?