El Encuentro

Uno de mis primeros encuentros con mi amiga y amante S, a quien dedico especialmente el presente.

EL ENCUENTRO

Permítanme que les cuente una de mis verdaderas reuniones canallas con mi algo más que amiga S, a quien dedico el presente, con el que espero honrarla y agradarla.

Quedamos en encontrarnos en el lugar de siempre. Al verla llegar, sentí otra vez esa emoción, ese correr de adrenalina tan familiar a los peligros que supe saborear. Observarla vestida, comportándose como una señora, y saberla en unos momentos transformada en una amante insaciable me ponía a mil.

Llegamos a nuestro nidito de amor. Se fue desnudando. Sabía que me gustaba verla con medias y zapatos de taco alto, y esta vez tampoco me defraudó. Imaginaba su olor particular luego de un día de trabajo...

Hoy tengo una sorpresita para vos –dijo con cara de picardía. –Desnúdate –me ordenó.

Luego sacó de su cartera unas cuerdas y me ató meticulosamente manos detrás de la espalda y piernas, como ella sabe hacer, de tal forma que quedé arrodillado junto a la cama. Entonces se abrió de piernas y me ordenó que la chupara.

Rodeó mi cabeza con sus trabajados miembros inferiores envueltos en unas preciosas medias, sin sacarse la bombacha, a la que corrió como al descuido, para que yo pudiese introducir mi lengua en su raja.

Como es su costumbre, me tuvo un rato, hasta que no pude más del dolor en mis manos atadas y del deseo de penetrarla. Me ayudó a incorporarme y me acostó en la cama, sin desatarme.

No hables –dijo. Y sin darme tiempo a nada más se subió encima de mi cara, refregándome su sexo hasta encontrarse chorreando jugos.

Te voy a enseñar quién es tu ama. Voy a probar tu aguante.

Sacó de su cartera unos broches de ropa, y sin que pudiese hacer nada por evitarlo colocó uno aprisionando mi pezón derecho. Una terrible oleada de dolor me retorció. Entonces tomó su bombacha roja y la introdujo en mi boca.

Para que no armes lío –dijo.

Y procedió de igual forma con el otro pezón. El dolor era inaguantable. Entonces tomó mi pene y se lo introdujo en la boca. ¡Qué enorme placer! Créanme, amigos, probablemente no exista otra mujer capaz de propinar felaciones tan perfectas como ella lo hace. El placer fue desplazando de su lugar al dolor. Me fui dejando llevar por el deseo. Estar sometido a la voluntad de ella era todo lo que me importaba. En ese momento sólo quería pertenecerle. No me preocupaba si me humillaba. Es más, lo deseaba. Si hubiese podido hablar le hubiera pedido que me asfixiase hasta el límite entre sus glúteos. Y este deseo fue como un mensaje telepático. Acomodándose hacia atrás, su ano quedó a la altura de mi nariz. Me estaba faltando el aire. Desesperaba. Ella, implacable, acompañaba los desesperados movimientos de mi cara, de forma que ya estaba profiriendo gritos ahogados por la exquisita mordaza. Entonces se levantó. Aproveché para respirar.

Aún no había recuperado todo el aire cuando se sentó nuevamente. ¡Cómo gozaba de la situación! Creo que al sentirse con poder, su lado sádico se había potenciado. Parecía mentira que esta buena madre fuera capaz de atormentar de esa manera a un ser humano. Y gozando con ello. Pero ya saben ustedes lo insondable y escabroso de la arquitectura del palacio del alma. S había descendido al subsuelo, lugar donde guarda a la servidumbre, entre la que me cuento. Pero antes había estado rebuscando en la biblioteca, y consultado su manual de refinadas torturas, que estaba aplicando sistemáticamente en mí.

Por momentos tenía miedo. Pero era afortunado. Hoy el dolor fue anestesiado por su sabio y oportuno placer. Olía sólo a ella. El fluido vital me llegaba cuando ella lo disponía. Mi vida y mi ser estaban aprisionados entre sus glúteos y piernas. Los jugos de su concha arrobaban mis papilas.

De pronto se levantó. Se dio vuelta e introdujo mi pene en su vagina. Me quitó la bombacha de la boca y besó largamente. Nuestros labios no se separaron por varios minutos.

Casi no sentía mis manos. Las fuertes ataduras realmente dolían. Y aún más cuando descansó todo su peso sobre mí. Pero eso era nada comparado con la sublime sensación de estar y permanecer dentro de ella.

De pronto dejó caer dentro de mi boca un chorro de saliva. Y luego otro. Así estuvo dándome de su líquido por un rato.

Empecé a moverme locamente. Buscaba superar la frontera del gozo. Ella respondió perfectamente, regalándome dos hermosos orgasmos, uno tras otro, al cabo de los cuales me sentí con el derecho de largar lo mío. Alcancé la cima por un momento. El dolor me devolvió a la realidad.

Condescendiente, S aflojó mis ataduras.

Pobrecito, mira cómo quedaron tus manos. Mi osito... –y me colmó de besos una vez más. Ahora era de lo más tierna...

Así estuvimos abrazados por un tiempo. Pedimos nuestra bebida habitual...

Y S volvió a las andadas. Otra vez mi pene fue regalado por sus caricias bucales.

¿Te ato de nuevo? –dijo con gracia.

Hacé lo que quieras. Soy tuyo, ya lo sabés.

Esta vez fue buena conmigo: me ató con las manos adelante, a uno de los barrotes de la cama. Y volvió a cabalgarme.

Volvió a besarme. Volvió a regalarme sus jugos bajos y su saliva...

Otro orgasmo de los suyos. Esta vez, acompañado de esa rara secreción que la caracteriza, y cuyo origen está entre las secreciones de las glándulas de Bartolino y la orina. Otro colchón arruinado... Otro día que se iba.

La chicharra interrumpió nuestro tiempo, marcando la hora de mi libertad , ahora no querida. Con el lamento del escaso período pasado juntos, nos duchamos rápidamente y salimos, despidiéndonos hasta el próximo encuentro... Verla marchar hacia su hogar me dejó con una mezcla de desolación y triunfo. Hasta el próximo, pero la tenía. Por fin había encontrado una mujer tan amorosamente perversa...

Si les interesó, seguiré contando de nuestros encuentros canallas. Un saludo desde este lejano lugar de enormes distancias y fálico monumento, que baña sus pies en un anchuroso y otrora dulce torrente del color del león.