El encuentro
Samantha, una chica de 21 años y Esteban, un madurito de 32 tienen un encuentro sexual muy apasionado.
Antes que nada:Mis amores, disculpenme por no haber publicado mis historias desde febrero, pero esque con tantos viajes que tuve en la universidad, cambie de departamente, DEMASIADAS cosas que hice, no me dio tiempo, pero ya volví, nuevamente, disculpenme. Por cierto, a continuación no les pondre mi aventura con Carlos, el papa de mi amiga Brenda, les pondre una historia que escribi hace tiempo, espero su opinión.
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El Sol brillaba... pero por su ausencia. Las estrellas decidieron tomar vacaciones por esa noche. Y la luna estaba sola, intentando alumbrar algo aprovechándose de los demás. Solamente un pequeño foco iluminaba ese momento infinito.
La botella de vino, las enormes copas, la tenue música. Él. Ella.
Samantha estaba nerviosa. Con Esteban se siente segura, cómoda... pero hay veces que no puedes controlarte y todo tipo de pensamientos rondan por tu cabeza, de ese modo la cascada de tu estómago no para de derrochar agua provocando ciertas cosquillas que no puedes evitar. Cuando Esteban llegó lo vio tal y como era, sin disfraces, sin máscaras... solo pantalón de mezclilla y camiseta blanca. Tan serio y risueño, tan resuelto y nervioso... todo un mundo por descubrir.
Le dio a elegir el vino que quisiera, y para ser la primera vez no hizo mala elección. Sacó el corcho y llenó su copa. Luego la suya. El sofá era perfecto para que estuvieran los dos sentados, separados pero juntos a la vez. No hubo brindis, pero sus miradas se cruzaron, pícaras. Sabían que en mucho tiempo no existirían. Conversaciones de una cosa, de la otra y de hasta lo mas inimaginable que te puedas imaginar. Esteban la miró y... un beso. Y otro. Y sus lenguas se cruzaban, traviesas. Querían jugar. Solo querían saborear hasta el último rincón de aquella conocida cueva... lo demás en ese momento no importaba. Sus manos empezaron a cobrar vida. Ansiaban por tocar al otro, se chocaban y se entrelazaban y se apretaban con fuerza.
Esteban besaba su cuello, y Samantha solo podría cerrar los ojos. Las miradas ya no existían, solo para buscar la del otro, para saber que estaba ahí. Y su mano empezó a bajar. Buscaba algo que finalmente encontró y se paró ahí. Ahora sus dedos se movían nerviosos. La tumbó, y Samantha se dejó hacer. Bajó la cremallera de la sudadera y ahí estaban. Como dos metas a las que había querido llegar desde el principio. Se acercó a ellas despacio y las tocó. Suave. Lento. Dejó de besarla y la miró. Una sonrisa. Otro beso. Y palabras y palabras. Samantha se ausentó un momento.
Por el pasillo hacia el salón advirtió que no había tanta luz como antes... el pequeño foco se había transformado en 9 velas, dispuestas como para un desfile. Estaban perfectas. Samantha sonrió y vació la botella de vino. Se acercó y lo besó con fuerza, con ganas, con pasión. Pero se apartó justo a tiempo como para poder continuar con la conversación. El vino se acabó, y el humo del tabaco se mezcló con otro parecido pero diferente. Las palabras salían solas, los nervios del principio fueron desapareciendo paulatinamente. Mientras hablaban Esteban no paraba de acariciarla, ella estaba bien pero el calor subía cada vez más hasta que no pudo aguantar, se puso a horcajadas encima de él y le quitó la camiseta. Empezó a besar y a lamer su cuello, acariciar su cabeza y susurrarle al oído cosas que no se entendían muy bien. Esteban intentaba abarcar la máxima superficie de Samantha, deslizando sus dedos y su lengua por cada sitio que podía y Samantha contestaba presionando con los dedos su espalda. Desplazó la cremallera hacia abajo hasta que quedaron al descubierto sus grandes pechos, y ansiando tocarlos de verdad, desabrochó el sujetador y quedaron libres. Los tocó con pasión, los lamió como si fuera lo último que aquella lengua fuera a tocar. Ella empezó a mover sus caderas estimulando algo que ansiaba también ser liberado de su prisión. El pequeño salón parecía incendiarse, todo estaba en llamas, sobretodo los dos cuerpos que lo habitaban en aquella ocasión.
Sin poder resistir ni un momento más, se dirigieron a la habitación, vestida con multitud de espejos. La cama estaba dispuesta en medio y la decoraban sábanas rojas pasión, las cuales no tardaron mucho en retirarse para no incomodar a los protagonistas. Ella se tumbó primero y él le quitó la restante ropa, ella hizo lo mismo. Tumbados uno al lado del otro, empezaron a besarse despacio, sus lenguas se rozaban suavemente, pero él separó la suya y empezó a bajar. El cuerpo femenino empezó a mojarse con su saliva, pechos, abdomen, muslos... conforme él bajaba ella se ponía más nerviosa aún. Separó las piernas dejando el camino libre y él empezó a jugar. Primero solo lamía la parte interna de sus muslos, luego se hundió un poco más hasta llegar a los guardianes de su rincón más secreto. Ella deseaba que llegara ya al punto que provocara que se volviera loca, pero él sabía demasiado bien como hacerlo. Intentaba hacerla esperar lo mas que pudiera, rozaba con su lengua todo menos lo que ella deseaba desesperada. Hasta que tampoco él pudo esperar y sucedió. Su lengua rozó ínfimamente aquel botón y ella suspiró. Y se hundió cada vez más en él hasta que el placer fue insoportable. Jugaba con él, lo volvía loco y a ella también. Pero todo estaba en silencio, ella no gritaba, solo podía gemir en voz baja y repetirle que le encantaba, que siguiera. Después de un largo rato, él subió y la besó. Se tumbó encima de ella, pero esta debía provocarle el placer que le había sido ofrecido. Por tanto, lo tumbó y empezó a besarle todo su cuerpo. Y al igual que él hizo, comenzó a bajar y a hacer que él deseara que llegara hasta aquel juguete que protegía entre sus dos piernas. Lamió cada poro de su piel y llegó por fin. Empezó por debajo, rozando con su lengua toda su longitud hasta que llegó a la punta. Cual globo que no podía llenarse más, su miembro empezó a arder en deseo y ansiaba penetrar en aquella húmeda gruta, y cuando lo hizo se relajó tranquilo y solo se dejó hacer. Ella provocaba en él una fuente agotable de placer. Cuando ella paró, los dos deseaban lo mismo.
Ella se tumbó en la cama y él se puso encima. Se besaron y sus cuerpos estaban tan pegados que solo había que ponerle la guinda al pastel. Y por fin se unieron en una penetración lenta y placentera. El tiempo pasaba y ellos solo sabían gemir y mirarse, como buscando palabras que no se pronunciaron. Al igual que sus cuerpos, sus ojos estaban totalmente conectados, excepto cuando el placer era tanto que se veían obligados a cerrarlos. La siguiente escena tuvo como protagonista un espejo vertical, el cual asombrado solo podía reflejar lo que en ese instante estaba pasando. Ella de espaldas a él, con las manos apoyadas en el lateral del armario. Él tocaba sus senos y la penetraba desde atrás, con pasión pero muy despacio, besaba su espalda. El ritmo fue aumentando cada vez más, así como el volumen con el que pronunciaban sus gemidos... la tierra empezó a moverse bajo sus pies. Él comenzó a moverse cada vez más lento, hasta que sus cuerpos estuvieron totalmente fundidos unos segundos. Luego pararon. El salón se volvió a convertir en el escenario de aquella divertida y caliente historia, al igual que las velas, espectadoras de cada uno de los momentos.
El vaso se llenó de un líquido distinto, pero más rico y cremoso. Los cuerpos, esta vez desnudos, tomaron asiento una vez más. Pero las manos ya no estaban quietas o cómodamente apoyadas, sino que acariciaban cualquier parte de la otra persona. Las palabras subieron de tono y empezaron a preguntarse y contarse experiencias sexuales. Divertidos, reían escuchando lo que el otro le relataba... intercambiaban anécdotas y besos de estos que se dan cuando alguien dice algo que te hace gracia y por no reirte más paras sus pensamientos con un beso, que solo provoca en el otro un estado mudo que contesta con más pasión todavía. Y al terminar aquel beso, solo más risa. Pero la temperatura cada vez era más alta, y las caricias empezaron a ser mas fuertes. Esta vez ella fue más decidida y se acercó más a él, empujándolo hasta que quedó cómodo en el sofá. Medio tumbado y medio erguido. Ella se puso de rodillas y empezó a saborear aquella fruta, mientras él solo podía observar como lo hacía, incluso a veces mirándose a los ojos, despertando en él más deseo. La apartó de ahí y la subió. La besó en la boca y se la llevó a la cama. Le tocaba a él, y no lejos de ser rápido, empezó igual que en la otra ocasión aunque esta vez ella sabía muy bien que pasaría. Su piel se erizó al sentir su lengua otra vez en su más protegido tesoro, y este palpitaba como un corazón excitado y nervioso. Los músculos de las piernas empezaron a contraerse a destiempo, ocasionando pequeñas convulsiones que hacían que la lengua de su amante se desplazara y tuviera que buscar de nuevo aquel punto mágico. Y entonces, poco a poco, fue llegando, como un rayo de sol que quiere pasar entre las nubes de una tormenta, hasta que estas se apartan dejando paso al jefe, hasta que su luz lo ilumina todo. Su sistema nervioso se volvió loco, perdió el control de la situación, y el orgasmo apareció sin saludar. Su parte intima se contraía muy fuerte y rápido y la lengua de él se metió dentro para poder sentir esos espasmos que el mismo había provocado. Su cuerpo convulsionaba tanto que él se tuvo que apartar. Y poco a poco, la luz de ese rayo disminuyó. Esta vez ella estaba tranquila, relajada. Pero ahora le tocaba a él. Ella lo tumbó y se puso encima de él con la espalda recta, cabalgándolo lento al principio para ir cada vez más rápido, como si se tratara de ganar una carrera. De vez en cuando ella se inclinaba y lo besaba por el cuello y en la boca, sus lenguas volvían a pelearse como en otras ocasiones esa noche. Él parecía a punto de llegar y de repente, ella se apartó y comenzó a lamerle el miembro de nuevo hasta que este liberó todo su preciado líquido, el cual se depositó en aquella boca que le había proporcionado tanto placer aquella noche. Quedaron ambos rendidos, tumbados, abrazados... besándose muy lento. Los ojos se cerraron y el espejo pudo vigilarlos mientras dormían tranquilos y despreocupados sobre todo lo que acontecía aquella noche en el exterior.
La luz se coló por las rendijas de la persiana y él abrió los ojos. Y la vió... desnuda, preciosa, indefensa... sus manos se colaron por debajo de las sábanas rojas y empezó a buscar, a urgar, hasta que los verdes ojos de ella se abrieron con dificultad, pero no intentaron ver lo que pasaba, ella ya lo sabía.
Notaba sus dedos entrar y salir y su boca acariciar su sexo de nuevo. De pronto el paró, la besó y anunció que iba a ducharse. Ella se quedó allí, pero no oyó el cerrojo. El agua empezó a caer por la ducha y cuando él estaba enjabonado se coló, traviesa, para poder disfrutar de él una vez más. Después un beso en la puerta y cada uno tomó caminos separados hacia sus individuales vidas.