El encuentro

Como mi padre me folló sin saber quién era yo.

¿Alguna vez habéis tenido un deseo irrefrenable, aun sabiendo que es algo prohibido y peligroso, y habéis acabado cumpliéndolo? Más o menos eso es lo que me pasó a mí. Me llamo Sara y llevo los últimos años experimentando todo lo que el sexo puede ofrecerme, lo he hecho con todo tipo de hombres, de todo tipo de razas y edades, también con mujeres, lo he hecho en todo tipo de lugares, desde los más públicos a los más extraños, he consumido estimulantes, afrodisíacos, me he masturbado de mil formas posibles. Mi búsqueda de placer no tenía fin, siempre buscando algo nuevo, algo más excitante que lo anterior. Y aun así me faltan muchas cosas por probar, pero estoy dispuesta a probarlo todo.

Hace un mes tuve la experiencia más salvaje hasta el momento. Y quiero compartirla con todos vosotros. La necesidad de ser poseída por los hombres había llegado a tal extremo que ya no sabía qué más hacer, pero ni mi cuerpo ni mi mente se sentían satisfechos. Así que di el paso lógico en mi escalada de placer extremo. Llevaba un par de días cruzando por la zona de la ciudad donde se apostan las putas, una serie de callejuelas estrechas cerca del centro de la ciudad, nuestro pequeño barrio rojo. Veía a las putas allí, de pie, paseando, hablando entre ellas, a los hombres que se paraban ante ellas y tras unos momentos de charla se iban con ellas a alguna casa u hostal cercano. Sus cuerpos, sus ropas y actitudes provocativas, todo despertaba en mí las más perversas de las lujurias.

La suciedad y degradación de aquel ambiente, y a la vez la sexualidad y perversión, me atraían más de lo que era capaz de reconocer. La imagen de ser poseída por un desconocido, pagada por ser follada, en aquel ambiente, rodeada de tanta perversión y degradación se me había metido en la cabeza y no me dejaba dormir. Una tarde no pude resistir más y decidí hacer lo que el cuerpo y mi mente me pedían.

Pero antes debería contar algunas cosas para que quede más claro lo que pasó aquel día. Vivo sola en un pequeño piso desde hace poco menos de un año. Mis padres se divorciaron y yo me quedé viviendo con mi madre, algo que con el tiempo resultó ser totalmente imposible e incompatible. Mi madre estaba más preocupada de llevar cada noche un hombre diferente a su cama que de ocuparse de mí. Quizá yo haya heredado algo más que detalles de su anatomía, como la necesidad imperiosa de sexo. Los genes pueden ser realmente caprichosos y juerguistas cuando quieren.

Mi padre desapareció casi completamente de mi vida tras el divorcio. Durante algún tiempo nos vimos ocasionalmente, en visitas a nuestra casa o a la suya, pero nuestro contacto era cada vez más esporádico. Se casó algún tiempo después del divorcio, pero no tenía ni idea de si seguía con su nueva mujer o no. Nunca supe realmente cuál fue la verdadera causa del divorcio, o de quién fue la culpa, nunca quisieron contarme nada y a mí tampoco me apetecía investigarlo, pero si el contacto entre mi padre y yo era escaso, entre mis padres era nulo.

Si antes hablaba de la herencia de mi madre, no heredé de ella solo su apetencia por los hombres, sino su cuerpo, y reconozco que mi madre debió ser espectacular en sus años jóvenes. Yo también soy esbelta, morena, y con todas las curvas que a los hombres les vuelven locos. La altura la heredé de mi padre, aparte de sus ojos verdes.

La tarde que no pude resistir más mis ansias de sexo sucio, me vestí como lo hacían las putas de la zona a la que pensaba ir. Siempre me ha gustado vestir sexi y provocativa, va con mi personalidad, pero aquel día decidí exagerar aún más. Me maquillé con colores fuertes pero sin pasarme, un rojo intenso para los labios, sombra de ojos, y marqué mis pestañas. Me pinté las uñas de color marfil, de pies y manos. Descarté el sujetador y me ajusté un top corto sin mangas ni tirantes de color amarillo, muy ceñido; la mitad superior de mis pechos quedaba al aire, y el resto sugerentemente marcado, al igual que mis pezones. Si hay algo de lo que estoy muy orgullosa es de mis pechos, de su tamaño, redondez y firmeza, me río de las que tienen que pasar por cirugía para corregírselas. Un tanga negro, una minifalda blanca, muy ceñida, para que mi culo resalte, otra de las partes de mi cuerpo de la que estoy muy orgullosa, bueno, la verdad es que hay poco en mi cuerpo de lo que no esté orgullosa. Unas sandalias con tacones de vértigo completaban mi vestuario, aparte de una cadenita en el tobillo, un anillo en uno de los dedos de mi pie izquierdo, y algunas pulseras. Me miré en el espejo y me vi espectacular, la reina de las putas. Pero faltaba un último detalle. Si bien mi vida sexual era completamente activa, libre y disipada, intentaba llevar cierta discreción, al menos siempre que fuera posible. Lo que pensaba hacer esa tarde era un paso de gigante en mis perversiones, pero no estaba preparada para que me reconocieran de esa manera, así que había decidido evitar eso de la forma más simple posible. Saqué una peluca rubia y me la coloqué. El efecto era increíble. Una simple peluca, un simple cambio de peinado y de color de pelo, y parecía completamente otra persona, estaba prácticamente irreconocible, y eso era lo que quería.

Tan pronto como salí a la calle comprobé el efecto de mi ropa y mi aspecto en la gente. Los hombres se giraban para mirarme con los ojos como platos, las mujeres me miraban en la mayoría de los casos con desprecio en los ojos. Caminaba por las calles, y si bien al principio me sentí un poco insegura, en seguida fue como si me hubiera transformado, ya no era Sara, sino una puta en busca de hombres que apagaran mi fuego, y cuanto más me metía en ese papel, más a gusto me sentía andando por las calles sintiendo las miradas y escuchando los piropos y las obscenidades de los más lanzados. Caminaba despacio, empapándome del deseo que provocaba, desde los más jóvenes hasta los más ancianos, en todos despertaba lujuria y lascivia. Por fin llegué a la zona de las putas, pasé primero por donde se apostaban los travestis, y me puse a caminar lentamente por las callejas donde estaban todas las putas. Allí llamaba menos la atención, pero aún así me di cuenta de que era de las más atractivas. Noté algunas miradas de disgusto, y comprendí que quizá no aceptaran de buen grado que una recién llegada les quitara los clientes, así que me alejé un poco y me situé junto a un portal. La zona estaba bastante frecuentada, ya había caído el sol, estaba un poco oscuro, pero el calor hacía que la gente aprovechara esas horas para pasear y refrescarse, y por qué no, para ir de putas. Los hombres pasaban junto a mí, me miraban, alguno se paraba a hablar conmigo un momento y seguía su camino. Todo era tan excitante, me sentía nerviosa, emocionada, y muy muy caliente. Las miradas de los hombres al pasar, el saber que era de verdad una puta esperando un cliente, me tenían en un estado de excitación absoluto. Cuando un hombre se acercaba y me saludaba, sus ojos sin apartarse de mis tetas, y me preguntaba cuánto cobraba, mi voz temblaba de la emoción y los nervios. No había pensado en ese detalle y ahora me arrepentía, pues no sabía cuánto debía pedir, aunque en el fondo el dinero era lo que menos me preocupaba, yo no estaba allí para ganar dinero, sino por el sexo, por el sucio y degradante sexo. Y tras un rato de estar allí apoyada, cada vez más excitada, y sabiendo que ya no podría retrasarlo más, y que tendría que irme con el primero que me lo pidiera, entonces, en ese momento, le vi.

Venía caminando por la otra acera, lentamente, mirando a las putas al pasar, estaba claro que no iba de paso, venía en busca de sexo de pago, y todo en él era inconfundible, su forma de andar, su espalda recta, su cara, sus ojos, su pelo corto y moreno, su altura...era mi padre.

Por un momento no supe qué hacer. Pensé en irme antes de que llegara a mi altura, desaparecer antes de que me reconociera. Me decía a mí misma que no podía verme allí, y menos vestida de esa manera. Pero no me movía. Como si mi cuerpo no obedeciera a mi mente. Veía cómo se iba acercando, cómo cruzaba la calle y se acercaba lentamente a donde yo estaba, y yo seguía sin moverme, y de repente un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, cuando imaginé a mi padre mirándome, recorriendo mi cuerpo con los ojos. No podía evitar pensar eso, mi mente se rebelaba, pero seguía viendo esa imagen en mi cabeza, mi padre mirándome como lo hacían el resto de hombres que pasaban delante de mí. Y entonces me vio. Estaba a sólo unos metros, me vio, y caminó lentamente hacia mí.

Estaba paralizada, el tiempo de darme la vuelta e irme de allí sin ser vista ya había pasado, ya sólo me quedaba esperar y ver lo que pasaba. Mi padre se acercó recorriendo mi cuerpo con la mirada, sus ojos brillaban, estaba claro que le gustaba lo que veía. Llegó a mi altura y se paró frente a mí, sus ojos yendo de los míos a mis tetas constantemente. Cuando me habló, comprendí que no me había reconocido. Mi imagen y los casi dos años que llevábamos sin vernos hicieron que mi propio padre no me reconociera, y que estuviera allí, tomándome por una puta, mirándome el cuerpo con lujuria y preguntándome por mi precio. El escalofrío que sintiera al verle ahora se reprodujo, escalofríos de deseo recorrían todo mi cuerpo, sentía un calor como no había sentido nunca, y decidí dar el último paso y seguir adelante, sin preocuparme de las consecuencias. La mano de mi padre se posó en mi cintura, acariciándomela suavemente mientras me decía lo atractiva que era y me preguntaba cuánto cobraba, sin apartarse sus ojos de mis tetas. Le pregunté su nombre y me lo dijo, no inventó uno, Antonio, yo le dije que me llamaba Carla.

-¿Sabes que tienes un cuerpazo, Carla? Y eres muy jovencita...dime cuánto cobras, ricura.

Nunca me había podido imaginar a mi padre en una situación así, callejeando en busca de una puta, la imagen de mi padre, pese al divorcio y el tiempo sin contacto, era la imagen que una hija se supone que debe tener de su padre, y ahora mismo todo aquello había caído hecho pedazos. Sentía pena y vergüenza por él, pero al mismo tiempo una excitación superior a mí.

-¿Cuánto quieres pagarme?

Acordamos un precio, aunque si me hubiera pedido que follara gratis, le habría dicho que sí. Y además comprobé que tampoco reconocía mi voz. No podía creérmelo, era una locura, no sólo estaba actuando como una puta, como una prostituta, ¡sino que además mi primer cliente iba a ser mi propio padre!

-¿Y qué haces por ese dinero, encanto?

-Haremos todo lo que tú quieras...todo, y el tiempo que quieras.

Su boca estaba muy cerca de la mía, le tenía totalmente hipnotizado. Cuando le dije que haría cualquier cosa que él quisiera, sus ojos se iluminaron y aceptó. Le cogí de la cintura, él apoyó una mano en mi culo y entramos en un hostal cercano. Pagó la habitación y el recepcionista nos dio la llave solo mirando mi cuerpo, pero sin hacer ninguna pregunta ni comentario, estaría acostumbrado a que las putas usaran su hostal. Subimos las escaleras, sintiendo la mano de mi padre acariciándome las nalgas y susurrándome lo buena que estaba. Cuando entramos en la habitación el calor que sentía dentro de mi cuerpo era ya casi como un volcán. Pasé los brazos alrededor de su cuello, le miré a los ojos, y le besé en la boca. Sus manos me agarraron las nalgas mientras me besaba, metiendo su lengua dentro de mi boca con furia. Pegué mis tetas a su pecho, quería que sintiera mis pezones, y yo a su vez noté la dureza que escondía en los pantalones. Me pegué aún más a él, besándole con más pasión, hasta que nos separamos casi sofocados.

-Las putas normalmente no besan así.

-Ya te he dicho que haré todo lo que tú quieras, yo sólo quiero follar y pasarlo bien.

Sus manos recorrían mis tetas, los dedos acariciando la parte que quedaba fuera del top, recreándose en su suavidad y tersura; lentamente sus dedos fueron recorriendo el borde del top, bajándolo suavemente hasta dejar al aire mis pezones. Los acaricio y apretó ligeramente con los dedos, y se inclinó para besarlos. Le acaricié el pelo mientras me lamía y mordisqueaba los pezones, dejando escapar mis primeros suspiros. Se separó con saliva en la comisura de los labios y me pidió si se la chuparía sin condón, aunque sólo fuera un momento. Sin decir nada me agaché hasta tener su entrepierna frente a mi cara. Se la besé por encima del pantalón, mirando de reojo su cara de goce. Le abrí el pantalón lentamente, disfrutando de la acción, del momento, de lo que estaba pasando, y me di cuenta de que ansiaba chuparle la polla a mi padre, ansiaba su leche, y ansiaba que me follara como la puta en que me había convertido, al menos ese día. Le bajé el pantalón y besé y lamí su calzoncillo, le mordí suavemente la polla por encima de la tela y sus gemidos aún me pusieron más caliente. Le bajé el calzoncillo y descubrí por primera vez en mi vida la polla de mi padre. Más grande de lo que yo imaginaba, más deseable de lo que hubiera soñado nunca. La rocé con mis labios, impregnándome con su olor, pasé la lengua por la punta, recorriendo todo el prepucio. Levanté la vista y vi a mi padre mirándome extasiado, respirando profundamente. Seguí chupando y lamiendo sin apartar la mirada de sus ojos, hasta que me la metí entera en la boca. Mi padre cerró los ojos y exhaló un hondo gemido. Se la chupé mientras recorría con mis dedos sus huevos y la raja de su culo; probé con uno de mis dedos en la entrada de su ano, y sus gemidos me dijeron que lo aceptaba plenamente. Sus manos se apoyaron en mi nuca y se puso a empujar con fuerza, follándome la boca como yo deseaba que me hiciera.

-¡Vamos, puta trágatelo todo!

Oírle llamarme puta me calentó aún más todavía, ver a mi propio padre comportarse y hablar de esa manera me puso super cachonda, y se la chupé con más ganas anhelando que se corriera en mi boca y saborear y tragarme todo su semen. Cuando le faltaba poco para terminar paró un momento, pensando que no le dejaría correrse en mi boca sin un condón, pero le miré a la cara, con saliva colgando de mi boca.

-¡Sigue!

Mi orden le hizo meterme la polla en la boca de un solo golpe y follármela con violencia hasta que en unos segundos se puso a gemir con más fuerza y me llenó la boca de semen. Varios chorros salieron de su polla directamente a mi garganta. Mantuve la polla dentro de mi boca en todo momento, tragando leche a medida que salía y dejando que los últimos restos se extendieran por el interior de mi boca. Cuando por fin me saqué su pene, le enseñé la lengua blanca de leche, sonreí traviesa y se la acabé de limpiar, hasta no dejar ni una solo gota.

-¡Joder! Nunca una puta me había hecho una mamada así.

No dije nada, solo sonreí, me levanté y me quité el top, enseñándole mis fantásticas tetas.

-Esto sólo ha sido el aperitivo....aún queda el plato fuerte.

Tras decirle esto, me quité la minifalda. Contempló mi cuerpo con lujuria, me tumbé en la cama y dejé que terminara el trabajo. Me acarició y sobó todo el cuerpo, me quitó las sandalias lentamente y me lamió con placer los pies, desde las plantas a los dedos. Nunca hubiera imaginado que mi padre fuera un fetichista de los pies. Por último me quitó el tanga, y lo olió como si fuera algo maravilloso. Lo cogí de sus manos y lo lamí para él, viendo cómo su polla se iba recuperando poco a poco. Dejando que jugueteara con mi tanga, se agachó entre mis muslos y olió mi coñó, que estaba ya muy mojado.

-¡Estás pidiendo a gritos que te follen, puta!....¡mira cómo está tu coño de mojado!...¡joder, está empapado!

Yo me agitaba como una gata en celo, mientras sus dedos se introducían en mi humedad, lentamente me estaba follando con los dedos, que alternaba entre mi empapadísimo coño y mi culo. En un momento dado paró y me ofreció sus dedos mojados, que cogí y chupé con ansia.

-¡Eres la puta más caliente y cachonda que he visto en mi vida! ¡La mejor de todas!

Yo le pedía que no parara, que me follara, y una vez estuvo a punto de escaparseme llamarle papá, pero me di cuenta a tiempo. Mientras, sus dedos me mojaban más y más, y gritando me corrí. Mi padre se sorprendió al ver que una puta se corría con tantas ganas y ansia y placer, pero al mismo tiempo le excitó más, y su polla ya estaba preparada para atacarme. Se desnudó por completo.

-¿Dónde tienes los condones? Vamos, ya no puedo esperar más, quiero follarte.

-¡Olvida los condones y fóllame!

Se tumbó sobre mí y me la clavó de un solo golpe. Di un grito de placer al sentir la polla de mi padre entrando dentro de mí.

-¡Vamos, cabrón, fóllame!

Se puso a follarme lentamente, disfrutando de mi cuerpo y de mi cara de placer. Su polla se deslizaba suavemente dentro de mi empapado coño, con movimientos pausados, lentos, o se quedaba dentro sin moverse.

-¡Follas de puta madre, cabrón, sabes cómo hacer gozar a una mujer!

-¿Sabes una cosa, preciosa? Te pareces muchísimo a mi hija, incluso debes tener la misma edad que ella.

Se había salido de mí y acariciaba mi cuerpo. Cuando dijo eso me quedé quieta, aguantando la respiración, temiendo que por fin me hubiera reconocido.

-Pero ella es morena, y sus rasgos son un poco diferentes, y además, hace mucho que no la veo. Pero te pareces muchísimo...y así desnuda....¡joder!

Le acaricié la polla y le besé los labios, dándome cuenta de lo que le rondaba por la cabeza.

-¿Quieres pensar que te estás follando a tu hija? ¿Cómo se llama?

-Sara.

Al decirme su nombre, mi nombre, sus ojos volvieron a brillar de esa misma manera que antes, como cuando se excitó mucho.

-¿Te gustaría llamarme Sara y follarme como si fuera tu hija? Creo que a mí me excitaría mucho. Puedo llamarte papá, si quieres, o papi......

-Ella siempre me llama papá.

-Pues fóllame, papá, vamos, dale placer a tu hija...

Mi padre cambió totalmente. De nuevo se tumbó sobre mí, pero esta vez me la clavó con furia, la sentí entrar más dentro y más profundamente que antes, incluso me pareció que estaba más dura. Apoyó las manos en mis tetas, se pegó a mi cuerpo y me folló salvajemente. Ahora éramos los dos los que gemíamos y gritábamos de placer.

-¡Sara! hace años que deseaba follarte...

-¡Sí, papá, fóllame, vamos, fóllate a tu hija como tanto deseas!

-¡Hija de puta!, ¡Sara!, ¡Sara! ¡Te voy a follar! ¡Te voy a llenar el coño de semen!

-¡SÍ!

Mi padre ya no estaba con una puta que hubiera conocido en la calle, realmente estaba con su hija, conmigo, me di cuenta que realmente deseaba follarme, todo aquello era tan espectacular, tan excitante y morboso y perverso, que tuve otro orgasmo, pero mil veces más salvaje que el anterior, grité sin controlarme, mientras mi padre me montaba y follaba violentamente, mis piernas y brazos alrededor de su cuerpo, sintiendo las gotas de sudor cayendo sobre mi cuerpo. Poco después de correrme, le tocó el turno a él. Gritó, se contorsionó, y me llenó el coño de semen. Los chorros de espesa y tibia leche me impregnaron. Cuando se relajó un poco, y su polla empezó a flaquear, se salió de mí, tumbándose sudoroso y jadeante a mi lado. Aún seguía llamándome Sara, pero con lujuria, con deseo; Sara no era su querida niñita, sino la puta a la que deseaba follarse. Se levantó dispuesto a vestirse y marcharse, pero le dije que por qué no se quedaba un rato más, que a mí me apetecía.

-¿No te apetecería pasar un rato más en la cama con tu querida Sara?

Volvió a la cama sorprendido y encantado, me acarició los pechos y me besó la boca con deseo. Sabía que de nuevo no era a mí a la que besaba, sino a su hija. ¡Si él supiera que eso me provocaba tanta lujuria y excitación como a él! Yo seguía tratándole como si fuera mi padre, lo cual era muy fácil, aunque él no lo supiera, y él a mí como a su hija. El morbo y la lujuria en esa habitación de aquel sucio y degradante hostal eran increibles. Tras un buen rato de caricias, sobes, besos, lamidas, y más y más comentarios usando las palabras papá, hija, Sara, puta, su polla empezó a recuperarse.

-Dime, papá, ¿no te gustaría probar mi culito?

Mi padre ya imaginaba lo que quería, y cuando me di la vuelta para mostrarle mi fantástico trasero, sus manos volaron a acariciarme las nalgas. Sus dedos recorrían mi piel, introduciéndose en la raja, repasándola de arriba abajo. Me metió los dedos en la boca y se los chupé, me separó las nalgas un poco y empezó a penetrarme el ano con los dedos. Los movimientos se hicieron regulares, primero dos, luego tres dedos.

-Sigue, papá, me gusta mucho.

-¿Te gusta, putita? ¿A mi niña le gusta lo que le hace su papá?

-¡Mucho, papá, mucho!

-Ponte a cuatro patas, mi amor, ahora papá va follarte ese culazo que tienes.

Me coloqué como me dijo, las manos y la cara apoyadas en la almohada, y separé las piernas. Mi padre se colocó detrás de mí de rodillas y presionó la punta de la polla contra la entrada de mi ano. Poco a poco se fue introduciendo, lentamente, hasta que la tuve entera dentro de mí. Yo gemía sin poder controlarme, nombrándole papá todo el rato, diciéndole cosas para excitarlo, pero no fingía, realmente era yo siendo enculada por mi padre. Él se paró, excitadísimo, con las manos en mis caderas, contemplando con lujuria la hembra a la que se estaba follando, quien sabe si viendo a una puta que se parecía a su hija y que fingía ser ella, o viendo realmente a su propia hija en esa cama, a cuatro patas, con el culo penetrado por su polla.

-¡Hija de la gran puta!, ¡ahora vas a saber lo que es bueno!

Me sacó la polla del ano, y volvió a metérmela con fuerza, de un solo golpe. Di un grito de dolor, que era lo que mi padre deseaba oír. Repitió la operación varias veces, hasta que mis gritos de dolor se convirtieron en gemidos, después me folló. Me enculó con violencia, como algo que hubiera deseado hacer toda su vida, y ahora por fin su sueño se cumplía.

-¿Te gusta, puta? Vamos, dímelo Sara, ¿te gusta?

Yo le decía que sí entre gritos y gemidos, y realmente lo sentía así, era uno de los polvos más increibles que había echado en mi vida, y sabiendo que era mi propio padre el que ya se habia corrido en mi boca y en mi coño, y ahora pretendía hacer lo mismo en mi culo, se podía decir que éste era el mejor polvo de mi vida. Sus empujones arreciaron, haciéndose más violentos. La cama crujía y daba golpes contra la pared y mis gritos de placer debían oírse en todo el hostal, pero nos daba igual.

-¡Vamos, puta, toma mi leche!

Y al decirlo un chorro de semen se deslizó por mis entrañas, mojándome toda por dentro. En pocos segundos mi ano quedó bañado en semen. Cuando sacó la polla, aún dura, goteaba leche, pero no podía dejarla así.

-Sara, tesoro, limpiame la polla.

Se la mamé hasta dejarla brillante y limpia, y me tumbé para suplicarle que me diera placer por última vez. Me separó los muslos y hundió la cara en mi coño. Su lengua me lamió de forma experta, mientras yo me acariciaba las tetas y su pelo. No tardé mucho en tener mi tercer orgasmo, tantos como había tenido mi padre. Sujeté la cabeza de mi padre sobre mi coño todavía un buen rato tras correrme, pues su lengua me daba un placer increible. Pero acabé soltándole. Nos quedamos un rato tumbados, recuperándonos, acariciándonos suavemente, jadeando y sudando como animales. Por fin se levantó y empezó a vestirse. Veía a mi padre ponerse los pantalones, la camisa, y por un momento estuve tentada de decirle quién era yo en realidad. Estuve a punto. Pero algo me detuvo. Mi padre ya se había lavado y vestido.

-Eres la mejor puta que he conocido en mi vida. Bueno, no es que vaya mucho de putas, pero...bueno, tú ya me entiendes. Dime, ¿sueles estar mucho por esta zona?, no te había visto nunca antes.

-No suelo venir mucho, pero a partir de ahora quizá haga una excepción.

-¿Te gustaría volver a fingir otro día que eres mi hija? Es algo que me ha excitado muchísimo.

-Ya lo he notado, y te diré algo....a mí también me ha excitado mucho imaginar que mi padre me follaba....es muy morboso, ¿no crees?

Al final se despidió y se fue, sabiendo que volveríamos a vernos por esa zona otro día. Me quedé un rato más tumbada, desnuda, acariciándome suavemente, recordando el rato que había pasado. Había sido sencillamente fantástico. Me preguntaba si no iba siendo hora de recuperar la relación con mi padre, podría llamarle un día de estos, pasarme por su casa para tomar algo....sí, podría estar bien.