El encierro (3: El turno de Sergio)

Sergio también tiene ganas de jugar e ir más allá si Ricardo se lo permite, por supuesto.

III: El turno de Sergio

Después de la faena, se quedaron dormidos sobre las sábanas. Los despertó un golpe en la puerta y una voz que les anunció que ahí les mandaban el almuerzo y una nota del alcalde. Les pasaron una carne dura y un poco de arroz, junto con unas botellas chicas de agua mineral. La nota del alcalde decía que ya había hablado con el fiscal, que iba a ser rápido, pero que igual hasta el lunes no podían hacer nada. Comieron rápido, desde la noche anterior no habían probado ni tomado nada. Ricardo llegó a decirle a Sergio que si no les hubieran llevado esa agua, habrían tenido que "vaciarse" mutuamente, chuparse hasta la última gota.

El almuerzo y el ambiente cálido hicieron que los invadiera la modorra. Un rato después del almuerzo se acostaron, pegados, ya sin miedo de tocarse, y se quedaron dormidos cerca de una hora. Esta vez fue Sergio el primero en despertar. Empezó a sentirse excitado porque ya sabía cuál sería el "juego" que él propondría. Se empezó a masturbar despacio, para ponerse a tono mientras esperaba que Ricardo despertara. Cuando este lo hizo, Sergio volteó a mirarlo fijamente y sin decirle nada le dio un beso en la boca. Ricardo se dejó llevar por su amigo, dejaba que le metiera la lengua, que se la moviera como quería.

-Siempre te he tenido ganas –dijo Ricardo cuando terminaron de besarse-, desde que te conocí he sentido algo raro por ti. Por eso, esa vez que estábamos borrachos te besé

-Yo… yo también, Ricardo –dijo Sergio mirando fijamente con sus lagunas azules a Ricardo-, yo también te he tenido ganas. Ese beso… me puso, me excitó, apenas llegué a mi casa me hice una paja brava pensando en eso. Pero me dio miedo, eso, por eso después me alejé.

-Sí, me di cuenta –dijo Ricardo, sintiéndose hipnotizado por los ojos de Sergio-, yo también me alejé por miedo. Mejor era no decir nada sobre eso.

-Pero ya está, ya pasó –le dijo Sergio, con su media sonrisa maliciosa-. Ahora vamos a jugar. Te reto a una lucha de fuerza, y el primero que hace caer en la cama al otro, pierde.

-¿Y qué pasa con el que pierde? –preguntó Ricardo, excitado.

-El que pierde tiene que someterse al ganador –respondió Sergio, poniéndose de pie.

Los dos tenían el pene completamente erecto. Sergio hizo el primer movimiento empujando a Ricardo. Este, que ya había decidido perder pero dando batalla, dio otro empujón. Sergio trastabilló un poco, pero aprovechó eso para agarrar a su amigo por las caderas. Aprovechó que había quedado cerca del pene de su "contrincante" y le dio un lengüetazo antes de acomodarse. Ricardo gimió y cuando vio a su amigo levantarse, le dio con la palma abierta en el pecho. Sergio se hizo el que perdía el equilibrio y aprovechó la distracción de Ricardo para abrazársele por debajo de los brazos, como si fuese a cargarlo. Ricardo, que ya no podía con la excitación, se dejó tumbar en la cama.

-Eres todo mío ahora –le dijo Sergio, sonriendo y sobándose el prepucio-; prepárate.

-¿Qué me vas a hacer? –preguntó Ricardo, fingiendo voz de miedo.

-Lo primero que quiero es tenerte limpiecito –le respondió Sergio-, así que vamos a la ducha.

Cuando Ricardo se paró, Sergio lo cogió del brazo: ahora yo mando aquí. Lo llevó hasta la ducha, abrió la perilla del agua y le dio un leve empujón para que entrara; él se quedó afuera. Ricardo sintió un escalofrío por el agua fría, pero estaba tan excitado que se repuso rápido. "Impecable, te quiero, y mojadito… no te olvides de lavarte bien tu pipí", le dijo Sergio, que no podía dejar de acariciarse el prepucio, jugando siempre –eso lo hacía desde chico- con la piel que le sobraba en la punta.

-Suficiente –dijo Sergio y cerró la perilla-. Ahora vamos a ver si te has lavado bien. Apóyate con las manos mirando a la pared y abre las piernas.

Ricardo, obediente y excitado, se puso en la posición ordenada. Sergio le dio un par de nalgadas y luego se agachó: "A ver, a ver… vamos a dar una mirada por acá…". Ricardo se sorprendió al sentir que le abrían las nalgas, sintió un poco de miedo, pero seguía bastante excitado. "Muy bien, limpio y rosadito; así me gusta –dijo Sergio-, ahora date la vuelta". Ricardo volvió a obedecer. "Vamos a ver si te has lavado bien como te dije, para eso tengo que ser exhaustivo", dijo Sergio e inmediatamente se metió el pene erecto de su amigo a la boca. Ricardo dio un gemido y empezó a acariciarle el pelo a Sergio. "Buen sabor, ah", dijo Sergio y empezó a lamer los testículos velludos, después pasó a la zona entre ellos y el ano. Se detuvo allí un par de minutos. "Ah, muy buen sabor, como para repetirlo", concluyó Sergio mientras se ponía de pie. Una vez parado, se pegó completamente a Ricardo y le dio un beso en la boca, le volvió a meter la lengua y a jugar con ella. Cuando acabaron, ordenó: "Ahora, a la cama, te quiero echado bocarriba y relajado".

Otra vez, el "sumiso" Ricardo obedeció. Sergio le pidió que abriera un poco las piernas y se arrodilló lo más cerca que pudo a la entrepierna de Ricardo. "Esto es algo que siempre he querido hacer", dijo Sergio y agarró su pene y el de Ricardo. Juntó ambas puntas y empezó a sobarlas. Se acomodó el prepucio para que ambos glandes se frotaran. "Mierda, qué rico esto", dijo Sergio, mientras Ricardo se movía y gemía: también estaba pasándola muy bien. "Ahhh… bueno, ahora quiero un 69, es mi otra fantasía", dijo Sergio, que tuvo que esforzarse para separar su pene del de Ricardo. Se acomodaron y empezaron el juego. Ninguno de los dos había sentido tanto placer en su vida. Era una sensación demasiado excitante, el corazón les palpitaba con fuerza, sentían una emoción que parecía que se les iba a desbordar.

Pero de pronto, cuando estaban en lo mejor, Sergio se levantó bruscamente.

-¿Qué pasó? –protestó Ricardo- Estábamos bien.

Sergio se acomodó al costado de Ricardo y le acercó su boca al oído:

-Quiero… quiero hacerlo bien –dijo susurrando, como si fuese un secreto-: quiero metértela.

-No, no lo había pensado –le dijo Ricardo, también susurrando-. Eso debe doler, no sé.

-Te lo hago despacio, suavecito –insistió Sergio, siempre con voz baja-. Te prometo que será despacio… y después tú me lo puedes hacer a mí. Quiero probarlo.

A Ricardo se le hizo una sonrisa. Aceptó la propuesta. Se sentía nervioso de todos modos, le daba miedo sentir dolor. Pero también sabía que el punto g masculino está en la próstata y que era muy probable que después del dolor, viniera un gran placer.

Decidió que antes de hacerlo, se lavaría bien. Fue a la ducha y se limpió la zona anal lo mejor que pudo. Regresó y vio que Sergio lo esperaba sentado en la cama, se sobaba su sexo lentamente. Le preguntó a Ricardo si estaba listo y este dijo que sí.

-Bueno, para estar más cómodos creo que lo mejor será que te arrodilles en la cama y apoyes las manos en la pared –dijo Sergio, en un tono serio, como si se tratase de un tema importante.

Ricardo le hizo caso y se puso en posición. Sergio empezó a acariciarle las nalgas y con el dedo índice comenzó a masajear el agujero. Lo estuvo haciendo por un rato hasta que decidió introducir el dedo. Ricardo se movió cuando lo hizo. "Tranquilo, relájate, voy a hacerlo despacio", le dijo Sergio. Ricardo respiró hondo y se trató de relajar. Sergio logró introducirle todo el dedo poco a poco. "Ahora, ya para dejarte listo, voy a hacerlo con dos dedos", dijo Sergio, que sin perder tiempo juntó su dedo índice con el medio y empezó a meterlos despacio. Esta vez fue más fácil, el cuerpo de Ricardo ya no ponía resistencia. Movió un poco los dedos como para distender el esfínter. "Ahora sí", dijo Sergio y le dio un beso en la mejilla a Ricardo, que se sentía muy nervioso pero también muy excitado.

Sergio cogió su pene, tenía ya pre-cum en la punta, se sobó un poco el glande y lo empuñó hacia el culo de Ricardo. Lo acomodó en el ojete y lo empezó a introducir. Ricardo gimió –ah, ay-, le dolía un poco pero era soportable. Sergio siguió lentamente hasta que lo metió todo. "Listo –dijo-, ya estoy dentro tuyo". Cogió de las caderas a Ricardo y sacó un poco el pene, luego lo volvió a meter. Lo hizo unas tres y luego ya comenzó a hacer un mete-saca a ritmo relativamente rápido. Ricardo respiraba con dificultad, todavía le dolía pero el placer empezaba ya a ganarle al dolor. Sergio se sentía en la gloria, gemía cada vez más fuerte: "¡Ahh!, sí, sí… qué rico, Ricardito… ahhh!!" En una de las embestidas, Sergio llegó a tocar la próstata de Ricardo. Experimentó un placer que nunca se imaginó, su pene dio un respingo, él rugió: "¡¡Arrghhhh… qué rico, mierda, ahhhhh, Sergio sigue…ahhh!!" Sergio se excitó más y aumentó el ritmo, sintió que ya se venía, "¡Me vengo Ricardo!", anunció. Ricardo le dijo: "’¡Ah… Termina dentro nomás!". Sergio aceleró más y gimió desde el alma: ¡¡¡Ahhhh…ohhhh…ahhhh, Ricardo….ahhhh!!! Ricardo sintió que lo inundaba un líquido caliente. Ya había estado masturbándose, pero lo hacía lentamente. Cuando Sergio acabó, decidió hacerlo con más fuerza. Ya iba a hacerlo, pero la mano de Sergio le cogió el pene con fuerza y lo frotó con violencia. En pocos segundos Ricardo se corrió. "¡¡¡Ayyy… Sergio, ahhh, ahhhh…!!!" Su semen se estrelló contra la pared y otro poco embadurnó la mano de Sergio. disparó bastante, seguro por la estimulación que recibió en la próstata.

Estaban empapados de sudor. Sergio volteó a Ricardo y sin decirle nada le dio un beso en la boca. "Gracias", le dijo cuando lo soltó. Ricardo no dijo nada, solo sonrió. Se fueron a dar un baño, dentro de la ducha se siguieron besando y toqueteando. Cuando salieron, ya les habían dejado la fuente de la comida por la abertura de la puerta. Se fueron a comer inmediatamente, la faena los había dejado hambrientos.

-Mañana te como yo a ti –dijo Ricardo mientras comían-. Qué rico.

-Jaja… te vas a empalagar –le respondió Sergio.