El encierro (1: Introducción)

Dos amigos se reencuentran después de tiempo y les toca vivir una circunstancia que los llevará a límites que fantasearon pero que nunca creyeron que se volverían realidad.

El encierro

I: Intro:

Fue toda una sorpresa para Ricardo recibir la llamada de Sergio. No se veían desde que terminaron el colegio, hacía ya casi cuatro años.

-Te sorprenderá que te llame después de tanto tiempo –había dicho Sergio después de todo el saludo, de preguntar cada uno por la vida actual del otro-, pero la verdad es que necesito tu ayuda, tengo un problema medio jodido.

-Bueno, claro, dime –respondió Ricardo sorprendido: ¿Sergio? Justo unos días atrás había pensado en él, cómo le estaría yendo, qué sería de su vida. Y ahora lo llamaba, ¿acaso sería cierto eso que dicen algunos sobre llamar a alguien con el pensamiento?

-Mira, todo el problema es un poco largo de explicar –dijo Sergio, su voz se sentía preocupada y ansiosa-, pero en resumen el favor que necesito es que me acompañes lo antes posible a San Gabriel. Yo me acuerdo que tú me dijiste una vez que ahí eres amigo del alcalde, que tienes influencia, ¿no es cierto?

-Sí, bueno, soy amigo del alcalde y de otra gente importante allá –le dijo, aún sorprendido, Ricardo-. Si no entiendo mal, tu problema es algo allá y necesitas que te ayude hablando con el alcalde.

-Claro, claro… -la voz de Sergio se había calmado un poco, seguramente al ver que quien en un tiempo fuera casi su mejor amigo entendiera el asunto-. Y en verdad necesito que sea lo antes posible.

-Ya, ya… -dijo Ricardo, empezando a sentirse un poco emocionado-. Mira, yo puedo este fin de semana. Si quieres, podemos salir el viernes en la tarde, así dormimos allá y el sábado temprano podemos hablar con el alcalde.

Sergio estuvo totalmente de acuerdo, estaba desesperado por resolver su problema lo antes posible. Quedaron en que irían en la camioneta de Ricardo y que partirían a las 4 p.m. para llegar allá a eso de las 9 p.m.

Cuando Ricardo vio aparecer a Sergio con una media sonrisa tras la puerta de su casa, se sintió emocionado, una especie de felicidad ansiosa lo invadió. Hacía tiempo que no tenía esa sensación, inmediatamente se transportó a los tiempos del colegio en los que andaba siempre con Sergio. Ricardo siempre sintió algo especial por Sergio, una especie de atracción y amor especial. No se consideraba gay ni bisexual, había amado de verdad a un par de mujeres en su vida; pero Sergio, desde que se conocieron en la primaria, siempre le despertó una sensación especial, una atracción inexplicable pero bonita e inevitable. Se sentía feliz cuando estaba con él, disfrutaba de su compañía; con solo verlo se sentía bien, contento, emocionado.

Ninguno de los dos había cambiado mucho. Sergio seguía siendo el muchacho no muy alto y de cuerpo atlético con ojos azules, de piel blanca pero ligeramente tostada, de pelo lacio castaño claro, siempre un poco desordenado. Ricardo, por su parte, era más bien alto y delgado. En esos años había engordado un poco, sacado algo de barriga, pero seguía teniendo un cuerpo esbelto pero poco trabajado. También era blanco, un poco más que Sergio, tenía ojos marrones claros y pelo castaño oscuro.

Tras darse un semi abrazo dentro de la camioneta, partieron. Se empezaron a contar en detalle lo que habían hecho en los años en los que no se habían visto. Sergio estaba estudiando Finanzas y Ricardo Arquitectura. A los dos le iba bien, de momento ninguno tenía novia. Por ahí habían tenido algunas amigas especiales, pero nada serio. Sergio le explicó a Ricardo su problema, tenía que ver un pequeño terreno que había comprado en San Gabriel para hacer un negocio de cultivos y que resultó tener algunos problemas legales y municipales que necesitaba solucionar rápido, pues de lo contrario perdería bastante dinero.

A eso de las 7:30 p.m., llegaron al pequeño pueblo de Los Halcones. Decidieron parar a comer y tomar algo. Se detuvieron en una pequeña fonda. Pidieron algo ligero para comer y Ricardo propuso tomar una cerveza, como para relajarse un poco después de haber manejado poco más de tres horas. La primera botella de 650 ml. se acabó rápido, ambos tenían sed. Pidieron otra que, otra vez, casi sin darse cuenta, se les terminó en poco rato. Ninguno de los dos parecía con ganas de irse, la conversación estaba interesante y divertida, recordaban los tiempos del colegio, a los compañeros, se reían conjeturando sobre la vida de los que eran los más raros. Mientras tanto, le volvieron a pedir al mozo que les llevase otra botella, ahora sí la última. Sergio se sentía normal, ligeramente picado. Ricardo, acostumbrado a casi no tomar, sí se sentía un poco más mareado y alegre, empezaba a reírse por cualquier cosa que Sergio le decía. Pese a su estado, insistió en que él seguiría manejando, decía que así lo haría mejor. Cuando arrancó, quiso hacerse el gracioso y pisó a fondo el acelerador, las llantas chirriaron. A unos cien metros, en una esquina, debía doblar para volver a salir a la carretera. Dio la vuelta casi sin frenar y cuando entró a la calle, apenas alumbrada, se dio cuenta que a pocos metros había una zanja abierta en la pista, justo al frente de ellos. A la velocidad que iba, lo único que le quedó fue tratar de esquivarla abriéndose para la izquierda. Sintieron como la camioneta se trepaba sobre algo e inmediatamente sintieron un golpe seco y vieron unos bloques de adobe caer sobre el capó de la camioneta: se habían estrellado contra la pared trasera del viejo colegio del pueblo. La fuerza del impacto derribó casi la mitad de la antigua pared. Los cinturones de seguridad y las air-bags hicieron que Ricardo y Sergio apenas se golpearan.

Cuando bajaron de la camioneta a ver los daños, vieron que ya había un par de curiosos mirando lo sucedido. Al instante vieron llegar una camioneta Pick-up con dos policías en la cabina y dos en la parte de la tolva. Se detuvieron junto a ellos, bajaron, les preguntaron si estaban bien y al sentirles el aliento a alcohol, el capitán le ordenó a los otros policías que los subieran a la camioneta y se los llevaran a la comisaría: "¡Llévense a este par de borrachos, ya, rápido!" Sergio y Ricardo se quedaron mirando y se hicieron una seña de resignación: mejor era arreglar eso en la comisaría, un escándalo en la calle sería peor.

En la comisaría, Ricardo trató de explicarle al capitán que había sido algo fortuito, que ellos se harían cargo. Pero el policía insistía que manejar en estado etílico era delito y que peor aún si se destruía la propiedad pública. Finalmente, le dijo que el alcalde estaba por llegar y que mejor hablaran con él. En efecto, a los cinco minutos llegó a la comisaría un tipo bajito, medio rechoncho, con un bigotito gracioso. Ricardo y Sergio se le acercaron, se presentaron, se disculparon por el accidente, le dijeron que ellos repondrían la pared y que sería una de cemento y más alta. También le contaron que iban a ver al alcalde de San Gabriel por un asunto personal.

-Miren, yo entiendo, yo entiendo –les dijo el alcalde, parecía comprensivo-, pero como les dijo el capitán, han cometido un delito. Les voy a decir que vamos a hacer: lastimosamente no los podemos dejar ir así sin más, sería un escándalo acá, un delito. Lo que sí puedo hacer por ustedes es procurar que las cosas legales se aceleren, que les pongan una multa y bueno, reparen la pared. Pero claro, mientras, tienen que estar detenidos. Ahí también los puedo ayudar: hay un lugar que, bueno, no es un hotel, pero al menos va a ser más cómodo que la carceleta de aquí. A unas cuadras hay un monasterio abandonado hace poco. Allí hay unos dormitorios, austeros, claro, pero con lo básico. Lo que puedo hacer es mandarlos allá mientras esto se arregla. Eso sí, su camioneta queda decomisada acá en la comisaría hasta que se pague la multa. Calculo que serán unos cuantos días que van a estar allí. Miren que todo esto lo hago por mi amistad con el alcalde San Gabriel, entiendan que esto es una cosa excepcional.

No les quedó más remedio que aceptar lo que les dijo el alcalde. Se resignaron a tener que posponer su reunión con el alcalde de San Gabriel. Al menos estaban de vacaciones en la universidad, así que no perderían clases. El alcalde le ordenó al capitán que los llevara inmediatamente al ex monasterio. El lugar estaba bien conservado, un poco sucio por el abandono, pero se veía una buena construcción. Los hicieron pasar un patio grande y llegaron por fin a una pequeña habitación en el primer piso. El policía abrió la puerta y se encontraron con un pequeño espacio de unos 5 metros por 3. Había una cama de media plaza en un extremo, una mesita de noche y en el fondo un pequeño baño. La puerta del dormitorio tenía en el medio una abertura como para pasar comida. El policía les indicó que entraran. Sintieron que tras de ellos se cerró la puerta y que le ponían algún tipo de seguro externo, quizás un candado.

-Bueno, pensé que era peor –dijo Sergio, mientras inspeccionaba con la vista el lugar-. Por lo menos hay baño.

-Sí pues… -respondió Ricardo con la vista fija en la única cama de la habitación. Sintió una emoción extraña cuando se dio cuenta que tendrían que dormir los dos en una sola cama-. Me… me acabo de dar cuenta que dejamos nuestros maletines con la ropa en la camioneta… -dijo eso y se sintió más emocionado, ya excitado en realidad.

-Ahh… es cierto, verdad –dijo Sergio, mirando fijamente a Ricardo-. Ya no podemos pedirlo, ni modo.

-No pues –dijo Ricardo con la voz un poco nerviosa-. Y va a ser un problema estar estos días con esta misma ropa, sobre todo los calzoncillos.

-Entonces… -dijo Sergio con una media sonrisa a Ricardo- tendremos que quedarnos en bolas , no nos queda otra.

-Así, así es –respondió Ricardo, sintiendo su cuerpo temblar y notando que empezaba a tener una erección-. Será lo mejor, por higiene. Hay… hay que desnudarnos entonces.