El empujoncito. Primeras experiencias de Isa

La historia de Isa, una joven transexual que empieza a experimentar los placeres que el sexo encierra. Primera parte de varias.

Hola amigos. Llevo mucho tiempo leyendo esta página y siempre había pensado en escribir algún relato, pero nunca me atreví a dar el paso. Mi "nombre" es Lucía. Lo entrecomillo porque en realidad no soy una chica. Al menos no físicamente, pero sí en mi interior. Por circunstancias de mi vida jamás podría dar el paso definitivo a una transformación. No obstante, en el reino de la fantasía todos podemos ser lo que queramos. Nuestros deseos se cumplen, incluso los más lascivos y "prohibidos". Espero que este relato que os dejo sea el primero de muchos. Me gusta, por no decir que me excita la idea de compartir mis fantasías sexuales con vosotros, que os pueda excitar también. Como es mi primer relato, os pido un poco de comprensión. Estoy segura de que los próximos serán mejores. Después de esta larga parrafada vayamos a lo que nos interesa. Un besito a todos!

OJITO: Todos mis relatos son ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia :)

OJITO 2: No describiré a mis personajes, eso lo dejo a vuestra imaginación. Pero si necesitáis ayuda, en mi cabeza todas las chicas transexuales protagonistas son pelirrojas, de ojos verdes y labios carnosos. Curvas naturales, sin llegar a ser como Jessica Rabbit pero tampoco como una tabla. Pechos no muy grandes, al estilo de Mandy Mitchel, quizás. Y, generalmente, con polla pequeñita, pero matona.


Es duro crecer sabiendo que lo que muestras al mundo no se corresponde con tu interior. Todos llevamos máscaras, nunca terminamos de revelar por completo quiénes somos en realidad, pero en mayor o menor medida, en una persona normal no hay mucha diferencia entre lo que muestra y lo que oculta. Pero hay un pequeño porcentaje de personas especiales que se ven obligadas a vivir un carnaval constante -y paradójicamente en carnaval es el único día en que pueden mostrarse tal y como son-, gente que tiene la desgracia de vivir atrapada en un cuerpo que no es el suyo. Algunas dan el paso, son valientes y arriesgan. La apuesta les sale mejor o peor, pero al final su recompensa es que pueden vivir como ellas quieren. Otras no se atreven y llevan una existencia cuasi desgraciada si no son capaces de encontrar a alguien que les acepte tal y como son, pero se llevan un palo terrible. Pero qué esperaban: si no son capaces de aceptarse a sí mismas, cómo las van a aceptar otros. Por último hay un grupo que necesita un pequeño empujón.

Yo pertenezco a este grupo. Mi nombre es Isa, pero no siempre fue así. Hace cinco años era un chico de 15 llamado Jose. Era -y sigo siéndolo un poco- muy tímido, pero un chico normal (bueno, salvo que quería ser una chica, claro): tenía a mis amigos, jugaba al fútbol, era buen estudiante... En realidad, nada hacía pensar a nadie que yo pudiera sentirme como me sentía. ¡¡Si ni siquiera tenía pluma!! Eso sí, donde sí se me podría notar algo era en mi escaso interés sexual hacia las chicas. Como ahora soy una chica, debería decir que soy hetero, pero por aquel entonces, para ser coherentes con el físico y la lengua, era un chico gay en el armario. De las chicas sólo me atraía su forma de moverse, sus ropas, el maquillaje, los zapatos... lo típico en que nos fijamos todas cuando juzgamos a otras chicas. Nunca comprendí por qué me tocó ser así y me daba mucha rabia no poder elegir líbremente, gritarle al mundo que era una chica. Me moría por vestirme así, contonearme de esa manera tan femenina y sensual y atraer así las miradas de los chicos... Pero todo eso no eran más que fantasías. Mi entorno familiar, bastante conservador, mi círculo de amistades masculinas, en la inmadurez de la adolescencia que provocaban los comentarios homófobos más horribles que he escuchado en mi vida y mi excesiva timidez lastraban mis esperanzas. Ni a mi mejor amigo podía contarle nada. Ni siquiera podía entrar al vestuario con él... Era -y es- tan guapo que mirarle desnudo erizaba todo en mi ser. Mis primeras masturbaciones fueron pensando en él, en un súbito encontronazo en su casa, en el colegio o en el cine. Yo, por supuesto, era una señorita y él mi pretendiente. Y siempre era lo mismo: él acariciando mis piernas, camino de mi falda -porque en mis fantasías siempre usaba faldas- mientras me besaba apasionadamente. Nuestras lenguas recorriendo cada palmo de la boca del otro mientras su mano ya iba subiendo por debajo de la falda. En ese momento no sabía qué imaginar, porque al no tener coño no sabía qué tipo de placer experimentaban las chicas, pero eso daba igual. Mi solución siempre era la de bajar léntamente hacia su entrepierna. Gracias a las "accidentales" miradas a su cuerpo desnudo podía imaginar con todo lujo de detalles su pene, que nunca olvidaré: grande, curvado hacia abajo y con apenas vello. Me veía a mí misma chupando sin parar, durante varios minutos. Le dedicaba más tiempo a masturbarme imaginando que se la chupaba a pensar que me follaba. Quizás por eso desarrollé cierta obsesión por las mamadas. Al final me corría con mucho placer y siempre me pasaba una cosa que me escandalizaba: no podía dejar de pensar en mi amigo.

Estaba enamorada de él, pero sabía que era inútil: nunca se fijaría en un chico, y menos en mí. Por supuesto sería impensable que tuviese alguna oportunidad aunque cambiase de sexo. Esto me deprimía bastante, aunque lo disimulaba muy bien. O no tanto como yo imaginaba. Aunque ya he dicho que yo hacía vida normal de niño y que tenía muchos amigos, lo cierto es que me sentía más cómoda en compañía de algunas amigas, especialmente de mi amiga Natalia, que más que una amiga para mí era mi hermana. Esta relación tan especial con ella, no obstante, no bastaba para que le contase mi mayor secreto. Pero empezó a sospechar, y no me extraña: nunca le decía quién me gustaba. Ella me preguntaba siempre que qué chica me gustaba y yo siempre le decía que ninguna, que no me atraía ninguna en ese momento, lo cual era cierto. A mí me gustaban los chicos, uno en particular. Y no me gustaba ser un chico, sino una chica. Pero era incapaz de contarle eso. Hasta que un día, no sé cómo, se dio cuenta. Estábamos las dos en el patio del colegio charlando de nuestras cosas cuando pasó Carlos, mi enamorado. Nos saludó con un movimiento de cabeza y pasó de largo. No sé cómo, pero Nati lo notó ahí. Bueno, sí lo sé: estaba hablando yo y cuando pasó me interrumpí enseguida y seguí sus pasos con la mirada fija en su cara, después paquete y después culo con una expresión embobada. No tuve más remedio que confesar, aunque sólo le conté lo de la homosexualidad, porque en seguida se puso histérica, queriendo detalles de todo. Como no me hacia gracia hablar del tema en el colegio -las paredes oyen- quedamos en su casa esa tarde.

Allí me decidí a contárselo todo, desde mis tendencias sexuales a mi verdadero yo. He de decir que mientras lo hacía sentía que el corazón se me salía por la garganta, especialmente con la reacción de mi amiga o, mejor dicho, con la ausencia de reacción. Pero una vez terminé sentí cómo se me quitaba un pequeño peso de encima. "¿Estás seguro de todo esto?", me preguntó Nati. "Seguro no: estoy segurísima", le contesté. Y entonces, después de dar un gritito de ilusión, mi amiga y yo nos fundimos en un abrazo que me alivió por completo. Casi me entraron ganas de llorar. Nati se puso como loca, me regaló algunas cosas de maquillaje, me enseñó cosas básicas, me aseguró que si quería cualquier prenda no tenía más que pedirla. Por fortuna ambas teníamos una estatura similar, quizás ella un poco más alta que yo, así que no teníamos problemas. Con el tiempo me iba soltando cada vez más, sentía una fuerza que me venía de algún lugar desconocido que me empujaba a ser libre. Incluso empecé a desarrollar mucho amaneramiento. Nati era una gran profesora de la feminidad y yo una muy buena alumna. Me dejé crecer el pelo e incluso me atrevía a llevar braguitas de cuando en cuando. No obstante, me angustiaba una cosa: mi transformación debía empezar ya, pues había leído en muchas webs que las hormonas son más efectivas a estas edades. Yo me encontraba cerca de los 16 y ya iba tarde. Después de mucho tiempo reuniendo valor, me atreví a contarselo a mis padres. Lo que pasó desde ese momento hasta los 17, que fue cuando llevaba los meses justos para tener un cuerpo de chica es algo muy duro que prefiero no recordar. Sólo diré que perdí muchos amigos, la gente me insultaba y sentía que había perdido un poco el cariño de mis padres. Pero al fin sería una mujer. Sorprendentemente, Carlos no fue uno de los que me dejó de lado y, aunque nunca tendría ninguna oportunidad con él -salvo en mis fantasías masturbatorias, pues he de decir que aunque yo quería ser una chica, mi pene no me molestaba en absoluto; de hecho me planteaba seriamente conservarlo- a mis 20 años sigo enamorada de él. Eso es algo que sabré siempre, hasta que llegue otro que me conquiste. Nati también lo sabía, pero pronto llegaría la época de discotequeo y, qué queréis que os diga, una no es de piedra.

Para el verano en que cumplí los 17, como dije antes, mi cuerpo ya tenía unos pechos más o menos desarrollados que podía "aumentar" con la ayuda de algunos truquitos. Mi cara no era de rasgos muy femeninos, pero sí que tenía cierto morbo -o eso me decían algunos tíos, lo cual me ponía especialmente cachonda- por lo afilado de la mandíbula. Y mi cuerpo daba el pego. Nati lo envidiaba, aunque más envidiaba yo el suyo, con su cintura de avispa y sus enormes pechos. Pero yo atraía las miradas, tanto las de burla como las de deseo, y eso me gustaba. Y en ese verano, entre el calor y las hormonas yo estaba como loca. Una segunda pubertad a lo bestia. No me podía quitar de la cabeza a Carlos, pero eso no me iba a impedir un poco de diversión. Nati, unas amigas y yo solíamos salir los viernes por la noche de ronda para que todas pudiéramos tener diversión. El objetivo es que no acabásemos juntas las noches. Pocas veces se cumplía, porque Nati y algunas más se tenían que quedar conmigo. Yo no conseguía ligar, aunque notaba que muchos me deseaban, por ser un fruto prohibido o algo, pero ninguno se atrevía a dar el paso. Y yo menos aún. Hasta que una noche, perdida ya toda esperanza, se presentó un chico. No era de nuestra ciudad, así que supuse que por eso me invitó a una copa y a bailar. Mientras bebíamos me confirmó que estaba de visita y que iba a pasar el finde aquí. Era un chico muy mono, me gustaba mucho su pelo y su sonrisa. Una parte de mí quería besar sus labios, pero por fortuna una parte sensata abrió la boca y confesé. Temía una reacción desafortunada, pero el chico se quedó mirándome, sonriendo. "No me importa, eres preciosa", me dijo antes de abalanzarse sobre mi boca. Estuvimos un rato así. Yo estaba en una nube. Era mucho mejor a como lo había imaginado. Cuando paramos, él me dijo que si quería acompañarle a su hotel. Sin abrir la boca y ansiando decirle que sí, me acordé de nuestro acuerdo, nuestro pacto de chicas, así que miré buscando a Nati y las demás. Todas estaban haciendo señas para que me fuera con él, salvo Nati que me hacía indicaciones para que me acercase. "Espérame un segundo", le dije al chico. Cuando llegué a Nati, me preguntó si el chico sabía lo que era. Yo se lo conté todo y ella me dijo que me fuera, que no esperase más tiempo. Me dio un condón y me dijo "por si acaso; no olvides que mañana me lo tienes que contar TODO".

Así que nos dirigimos a su habitación. Empezamos a desvestirnos rápidamente. No paraba de besarme el cuello. Cada vez que recuerdo su barbita acariciando mi piel en cada beso... Yo, por mi parte, estaba sobándole el paquete, que cada vez estaba más duro y mojado. Parecía escuchar cómo su pene me gritaba pidiendo libertad. El ansia me podía: por fin iba a chupar una polla de verdad. Me lancé a sus entrepierna, la despojé de toda vestimenta y me quedé contemplando su pene. No era tan grande como el de Carlos, pero era de un tamaño similar al de un consolador que habíamos comprado Nati y yo que nos dejábamos por turnos, por lo que mi primera polla no sería algo extraño. Enseguida empecé a besarla y a lamer, dejando restos de mi carmín rojo por su piel. Él no paraba de gemir mientras yo notaba la dureza de su miembro, el líquido preseminal en mi lengua y su mano en mi pelo. Con una mano le masturbaba y con la otra iba dilatando mi coñito . "Como sigas así me voy a correr enseguida!" Estaba tan entusiasmada chupando que casi se me había olvidado que se podría correr, pero es que me gustaba demasiado. Era muchísimo mejor de lo que yo podría haber imaginado jamás. A regañadientes me detuve y saqué el condón que me había dado Nati. Él se lo puso, me tumbó en la cama boca arriba y, tras escupir en mi culo y en su polla para lubricar empezó a meterla despacio. Al principio me dolía un poco, a pesar de las experiencas con el consolador. Sin embargo, el dolor se iba disipando con el calor de su miembro y el suave movimiento de su pelvis. Cuando al fin se hizo mi culo a su nuevo amigo, el chico aumentó el ritmo y empecé a sentir un placer como nunca había soñado. No pude evitar coger mi polla y masturbarla. Tenía cierto apuro por si le molestaba y así se lo dije a duras penas -estaba gozando demasiado como para hablar claramente-, que necesitaba masturbarme pero que no quería hacerlo si eso le incomodaba. Para mi sorpresa, él mismo me la agarró y empezó a pajearme. Si eso era un sueño, dormiría el resto de mi vida. Después de unos minutos sentí la necesidad de explotar y de mi pene brotó una gran cantidad de semen como no había visto nunca, además de un espasmo brutal que recorrió todo mi cuerpo y me dejó en shock durante unos segundos. Lo justo para sacarme la polla del culo, quitarle el condón y hacerle terminar con una mamada brutal. Se corrió en mis pechos, como hacen en las películas porno, con tanto semen como yo. Lo cierto es que eso me pareció algo asqueroso y que nunca he repetido, pero no cambiaría el hecho de que mi primera vez fuese tan espectacular.

El sexo con los chicos comenzaba ese día. Y tres años dieron para muchas historias que ya contaré.


Espero que os haya gustado. Un beso a todos y contadme qué opináis.