El empujoncito
En medio de una relacion aburrida por los celos de mi novio, lo unico que me haria tomar la decision de dejarlo, seria un empujoncito.
"Estoy tan aburrida con Carlos!", le conté a mi mejor amiga. "Estoy harta de sus celos, necesito un poco de respiro en mi vida", me quejé con mucha frustración.
"Margarita, pero no entiendo, por qué simplemente no lo dejas?" Me contestó Mariana. "Te invito este fin de semana a que nos vayamos de retiro para que pienses mejor las cosas. Tú sabes, ese tipo de retiro que ambas nos gusta, irnos a otra ciudad y descansar en la playa, y de paso, divertirnos en una rumba distinta".
La verdad es que llevaba un año de noviazgo con Carlos, y no podía sentirme más frustrada con ese hombre. El era un tipo no muy alto, pero sí muy atractivo físicamente. Tenía unos ojazos verdes que hacían contraste con su piel bronceada por el sol, una mirada entre tierna y pícara, un cuerpo muy bien cuidado, unos labios más bien delgados y lo mejor era que sabía como complacerme en la cama, pero tenía un defecto que para mí era mortal: era muy celoso. Era tan celoso, que ya ni me provocaba como hombre, a pesar de que en algún momento disfruté mucho con él. Sin embargo, no era capaz de dejarlo, y sabía que tenía que tomar una decisión. Más adelante me enteraría que necesitaba un pequeño empujoncito.
Como realmente sentía que debía alejarme para tomar una decisión, acepté la invitación de mi amiga, y nos fuimos a una ciudad que queda a unas 2 horas de la nuestra, donde podríamos relajarnos tomando el sol y en la noche, gozar de una rumba diferente, con gente menos conocida. Sin embargo, mi amiga me tenía preparada una sorpresa, no estaríamos tan solas como creía Hacía un poco más de un año había dejado de salir con un tío que realmente me gustaba mucho, Rodrigo. No era tan lindo como mi novio, pero había algo en él que nunca pude olvidar: Siempre me miraba como si yo fuera de chocolate, se le notaba un destello en sus ojos cuando me miraba y sabía que le gustaba cantidades. Tampoco era muy alto, y era más bien acuerpado, de espalda ancha, y aunque no era gordo, no era tan atlético como Carlos. También tenía su piel bronceada, pues todos los fines de semana practicaba natación. Yo le admiraba sus piernas, y me volvía loca además de su mirada, su cabello castaño liso del mismo color de sus ojos. Las cosas entre nosotros no habían funcionado y nos alejamos incluso antes de tener cualquier tipo de intimidad, pero si de algo estaba segura era que entre nosotros había mucha, mucha química, tanto que se notaban las chispas cuando por casualidad nos veíamos.
Sin yo saberlo, mi amiga planeó nuestro encuentro, y al llegar a la ciudad, al hotel, ahí estaba Rodrigo, mirándome bajar del coche, esperándome con esa cara que jamás habré de olvidar. Tenía una sonrisa en sus labios, medio torcida, como imaginando que podría pasar entre nosotros, pero muy cauteloso. Su mirada, casi me desnudaba, podía sentirlo, pero al saludarme, sólo me dijo hola y me dio un beso en la mejilla muy normal. Yo, estaba muy sorprendida, no entendía nada y miré a Mariana, quien sólo sonrió y miró a Rodrigo con cierta complicidad que me dejó atónita.
De inmediato, me alejé un poco de Rodrigo y tomé del brazo a Mariana. Le exigí una explicación. Ella simplemente me dijo que sabía exactamente que necesitaba su amiga para tomar una decisión, y no lo pensó dos veces. La verdad, aunque sorprendida y un poco humillada por no darme cuenta de los reales planes que ella tenía para mí, brincaba de felicidad por una oportunidad como estas, estar en una ciudad extraña con ese hombre que me hacía vibrar con su sola mirada. Aunque también me sentía un poco culpable por esos pensamientos pues, en realidad, tenía novio y no sentía que eso estaba bien.
Volví a mirar a Rodrigo, y tratando de controlarme, le pregunté por los motivos que tuvo para viajar sin saber si yo estaría de acuerdo con todo esto. Me dijo que el solo intento valía la pena, y que sentir lo que ya estaba sintiendo, pagaba el cansancio por el viaje. Yo me sonrojé un poco, como siempre, Rodrigo era muy directo y no le gustaba irse por las ramas.
Como ya no tenía más remedio, acepté que se quedara, pero no en nuestra misma habitación. No podía darme el lujo de retar mis propios impulsos, y quería mantener las cosas a raya, lo más que pudiera. El lo aceptó, con la misma sonrisa torcida con la que me había recibido unos instantes antes.
Luego de habernos registrado, nos propuso, a Mariana y a mí, irnos a tomar algo. Mariana parecía cansada, pero aún así nos acompañó ante mi insistencia. Fuimos a un café y hablamos sobre muchas cosas superficiales, ya ni recuerdo cuales, lo único que recuerdo es a Rodrigo lanzándome una de sus acostumbradas miradas y guiñándome un ojo, en medio de la conversación. No era que estuviera todo el tiempo mirándome, al contrario, solo lo hizo en dos ocasiones, cuando menos lo esperaba, como para recordarme que él estaba ahí por mí, pero a la vez que podía ser muy indiferente si se lo proponía. La verdad, me tenía confundida, no sabía que esperar de él. En realidad, nunca lo sabía, él siempre era así. Jugaba conmigo, era impredecible, en ocasiones me miraba con deseo, en otras apenas me miraba y luego esa sonrisa creo que disfrutaba viendo mi reacción de perplejidad, de no saber si lo tenía dominado, o era él quien me dominaba a mí. Era un juego confuso, pero que me atraía mucho, era un juego adictivo del que quieres zafarte, pero que a la vez te envuelve deliciosamente.
Luego del café, Mariana comentó que se sentía muy mal por el viaje, pero que ella estaría en el hotel para que pudiéramos salir a divertirnos un rato. Me dijo que cualquier cosa, la llamara y que ella iba de inmediato a mi encuentro si creía que era necesario. Me preocupé por Mariana, no quería dejarla sola, aunque por dentro quería estar a solas con Rodrigo, desafiarme a mí misma para saber qué quería en realidad. Fuimos al hotel, la dejamos en la habitación y la acompañamos hasta que se quedó dormida. Salimos y al tomar el elevador, fue un chispazo. De repente, sentí como el espacio que había en elevador, no iba a ser suficiente para mantenerme alejada de él, sentía vacilar mis piernas, no quería mirarlo a los ojos. Traté de esquivar su mirada, mientras bajábamos del piso 26 al primero sentía eterno el tiempo. Finalmente estábamos ahí solos, los dos, nadie más tomaba el elevador. Me llené de miedo, por lo que sentía, mientras él, volvió a lanzarme esa mirada con la que yo sentía que podía llegar hasta mis deseos y, sí, buscaba mi mirada desde el rincón del elevador, sin moverse, sólo me miraba, disfrutando una vez más de mis temores y emociones. De repente, sin mediar palabra, se acercó y me dio un beso. Fue un beso no muy largo, pero sí lo suficiente como para darme cuenta que mis braguitas empezaban a humedecerse. Sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo, mi pezones se endurecieron y no pude hacer otra cosa que dejarme llevar por ese beso. Pero solo fue eso, un beso. El me apartó apenas llegamos al lobby del hotel. Yo creo que levitaba en esos momentos.
Fuimos hasta su coche y me llevó a bailar. Yo no podía quitarle la mirada, parecía como embrujada, y cada vez que podía, yo misma lo besaba, pero él se mantenía en una actitud un poco indiferente. Respondía a mis besos con pasión, pero a la vez me dejaba un poco iniciada y seguía bailando como si nada. Ya a esas alturas no quería bailar, sólo mirarlo y besarlo.
Como les comenté, nunca habíamos tenido intimidad. Y la verdad, no pensaba que algo así sucedería esa noche, y menos con la actitud de Rodrigo, que me llevaba al cielo y me dejaba caer con la misma facilidad, me sentía totalmente dominada por sus caprichos.
Esa noche continuó igual, hasta que finalmente decidimos regresar al hotel. Yo había tomado un poco de vino, y empezaba a hablar más de la cuenta. Le pregunté por esa sensación que tenía con él, de no saber qué esperar nunca de él. Nuevamente esa mirada y esa sonrisa sin contestarme, me dijo que diéramos un paseo alrededor de la piscina para seguir hablando. Fui con él, y en algún momento, sentí que me tomó de la mano, y nos sentamos en unas bancas que estaban ahí. Me dijo que el estaba en esa ciudad por mí, que había disfrutado todos los momentos que hasta el momento habíamos tenido en esa noche y que yo realmente le gustaba mucho, que lo mantenía excitado con sólo mirarme, sin tener que hacer más nada, y que más adelante hablaríamos, pero que esa noche sólo quería disfrutarla. Me dio un beso, lleno de pasión y ternura y me invitó a subir a nuestras respectivas habitaciones.
En ese momento, estaba nuevamente desconcertada. Como era eso? Le gustaba, le excitaba, pero me iba a dejar en mi habitación hasta el día siguiente? Y que fue ese beso? Realmente no entendía nada, ya estaba un poco molesta la verdad. De pronto, abrió el elevador, pero no estábamos en el piso 26, sino en el 32, donde quedaba un depósito del hotel. Miré a Rodrigo, pensando que seguramente se había equivocado al marcar el número y cuando iba yo a marcar el número 26, me dio un empujón y salimos del elevador cerrándose a nuestras espaldas. Quedamos ahí, los dos solos, en un depósito del hotel, casi a oscuras y yo sin terminar de entender sus intenciones y actos, muerta de susto y de excitación.
Me dijo, creías que te iba a dejar ir esta noche así no más? No entiendes que me vuelves loco? Que sólo quiero poseerte desde que te ví? Acaso no te lo he dicho con mi mirada? Se abalanzó sobre mí, me abrazó con fuerza y me dio un beso lleno de lujuria, mientras pegaba todo su cuerpo contra el mío. Ese día yo llevaba una falda, no muy corta, pero sí muy suave y alcanzaba a sentir toda su erección sobre mi conchita. Con una mano, él empezaba a acariciarme con firmeza mi espalda, mientras con la otra, me subía una pierna para que pudiera sentirlo más. Yo ya estaba empapada a esas alturas por todo el deseo contenido durante toda esa tarde y noche. Seguía besándome, y yo sentía que me faltaba el aire, que me temblaban las piernas. Comenzó a descender por mi cuello con su boca entreabierta. Yo podía sentir el cosquilleo de su aliento sobre mi piel, mientras mi blusa abría sus botones por el movimiento, dejando entrever el inicio de mis tetas que no llevaban sujetador. Se volvió a mirarme, y en medio de la penumbra alcancé a ver un brillo distinto en sus ojos, de puro deseo que me volvía loca y simplemente me dijo, "me encanta como huele tu piel" con esa voz ronca que me transportaba, y siguió descendiendo hasta mi pecho hasta encontrarse con mis pezones que esperaban ávidos por sus labios.
Sentía mi conchita vibrar con el contacto de sus labios con mis pezones y sin darme cuenta, mis piernas fallaron y él alcanzó a sostenerme, llevándome suavemente hacia el piso. Se echó sobre mí mientras seguía jugando con mis pezones, y con la otra mano, comenzó a levantarme la falda, con decisión y seguridad. Yo ansiaba ese momento y era tal mi grado de excitación que pensé que si llegaba a rozarme, no podría contener mi orgasmo. Creo que lo alcanzó a notar, porque me miró y decidió ir más despacio. Me subió toda la falda, la enrollo en mi cintura, dejando expuesta mi braguita blanca totalmente mojada por mis fluidos. Me tocó para comprobar mi humedad y sonrió, me lanzó su acostumbrada mirada y sin dejar de mirarme, empezó a bajar lentamente por mi estómago hasta llegar a mi entrepierna. Jugó con su lengua por los alrededores de mi desesperado clítoris por encima de la tela. Con los dientes, rodó las braguitas, y con su lengua empezó a beberse todos mis jugos. Yo estaba enloquecida, no podía controlar mis gemidos y suspiros. El disfrutaba, me miraba como quien tiene el poder, y yo quería que lo tuviera todo, para que siguiera haciéndome disfrutar como estaba haciendo. Sentía que ya no podía más, el jugaba con su lengua, penetrándome con ella, rozando mi clítoris, era como si estuviera en mi mente, sabía exactamente qué hacerme y cómo. Estaba disfrutando como nunca, y sentía que un orgasmo, el más maravilloso estaba por llegar y yo no quería pararlo. Me dejé llevar, no podía aguantar más, sentía un calor que entumecía mis pezones y que se dirigía directamente hacia mi clítoris, me contraía, no podía evitarlo, un orgasmo estaba en pleno proceso y Rodrigo estaba atento a cada movimiento de mi cuerpo para responderle tal como yo quería.
Quedé exhausta, en otro mundo, con mis piernas abiertas, mi conchita al aire palpitante aún y Rodrigo limpiándome con su lengua todos los jugos que provenían de ahí. Cuando terminó. Se acostó a mi lado y me dijo: Sí que te ha gustado, no? Sabía que tenías mucho fuego, pero me has dejado maravillado. Hoy he querido ser yo quien te hiciera disfrutar hasta el límite, y bastante que también lo he disfrutado yo, hueles delicioso, sabes delicioso. Y mañana, tenemos otra cita
Lo que pasó al día siguiente, es otra historia. Mi amiga, ni se enteró a qué horas entré a la habitación, sin poder dormir, con las piernas aún temblando y la mente volando.
Con respecto a mi decisión, finalmente, pude tomarla, mi amiga tenía razón, sólo me faltaba un empujoncito.