El emprendedor. (Parte 3)
Aquella señora no era viuda, ni soltera pero estaba muy necesitada y solidariamente no me pude negar a aliviar su necesidad fisiológica teniendo en cuenta que a sus 62 años no era tan vieja como para dejarla abandonada de su ración de sexo.
Dos pisos por encima del de mi abuela, viviá un matrimonio formado por el señor Tomás de unos 70 años, acompañado de su esposa, Margarita, una mujer de 62 años de edad, muy amiga de mi abuela. Un sábado temprano don Tomás había pedido a mi abuela mi ayuda para ordenar su cuartito trastero de la azotea. Era casi media mañana cuando llegué, e inmediatamente don Tomás me condujo al lugar que él deseaba ordenar. Era un cuarto que hacía las veces de lavandería y trastero, y al cual se subía por la empinada escalinata pegada a la pared, una obra no diseñada en primera instancia en aquel edificio, pero que los diez vecinos adaptaron con el fin de aprovechar la terraza. Amablemente me pidió que ayudara a su esposa a sacar algunas cajas a la terraza para hacer espacio. Dijo con voz lastimera, lamentablemente ya no estoy para esos trotes y no puedo hacer fuerzas. En verdad a don Tomás le costó una fatiga llegar al trastero, padecía una severa enfermedad provocada por un derrame cerebral, que ahora lo obligaba a apoyarse en un bastón para poder caminar. Era un hombre alto y de buen porte, pese a su avanzada edad se mantenía clarividente reconociendo sus carestías dignamente, muy amable y servicial, a quien debíamos más de un favor pensando en mi abuela tras enviudar, entonces era un hombre fuerte y enérgico. Margarita, por su parte, era la esposa de don Tomás. Mujer delgada y alta también de piel y cabello moreno tal vez teñido, tenía unos hermosos ojos y una personalidad encantadora, aparentaba ser más joven que su edad. De 1.68 metros de estatura, tenía hermosas caderas y un culo prominente casi perfecto. Pero lo más notorio, era ese par de grandes y bien formados pechos que ella gustaba de exhibir a través de generosos escotes. Habían tenido tres hijos que vivían lejos y apenas iban por vacaciones.
El cuartito estaba ocupado con varias cajas y otros paquetes y tenía en un extremo una cama cubierta con una vieja colcha de color verde, que había acumulado bastante polvo con el tiempo. También había un armario, una cómoda pequeña y un tocador con su respectivo espejo. La cama estaba ocupada por varios artículos de cristal y cuando Margarita se inclinó a recogerlos, me dio un espectáculo con el imponente panorama de la generosa porción de sus nada despreciables ubres, que podía apreciarse a través del pronunciado escote. Obviamente, ella no tenía puesto sujetador y las tetas de la mujer pendían despojadas de su sostén se me mostraban en toda su plenitud y esplendor. No pude evitar el sentir deseo al apreciar los atributos de la dama y me recriminé ese instinto animal que todos guardamos en el interior de nuestro ser y que nos hacen aflorar pensamientos sexuales. Comencé a bajar al patio algunas de las cajas que estaban cerca de la entrada y cuando subí nuevamente, la vi acomodándose una de las tetas en el interior de su vestido. Por mi cabeza se cruzaron nuevamente unas locas ideas, haciéndome ilusiones de convertirme en el receptor de los favores de aquélla mujer. Un nuevo sentimiento de culpa me invadió y traté de convencerme de que debía comportarme, limitándome a cumplir con el favor que me habían pedido su marido don Tomás.
“Alejandro, quiero pedirte un favor”. “Si, dígame, Margarita”. “Por favor, puedes subirte a esa silla y bajarme la caja grande que está sobre el armario”. “Con todo gusto”. Me subí a la silla e involuntariamente volví a mirar hacia abajo. Pude apreciar, de nuevo el esplendoroso panorama de sus tetazas a través del escote y me quedé mirándola embobado. Ella me sonrió y se tocó suavemente un pecho con toda la mano llena, en un gesto claro de invitación, subiendo y bajándola sopesándola. Un tanto turbado imaginándomela despatarragada siendo follada por mi polla, volví a mi tarea. Le pasé la caja y ella me dijo que la bajaría al patio. Al acercarse al primer escalón, ella inesperadamente tropezó y cayó de bruces al suelo, donde comenzaban las escaleras. Mi reacción fue inmediata y la sostuve agarrándola con firmeza, para evitar que cayera. No fue mi intención, pero en aquel momento la agarré bajo sus tetas y las noté en todo su volumen en mis manos y brazos... y sintiendo aquellas mamas se abrió una ventana al deseo en mi cuerpo, al tiempo que le preguntaba sobre su estado. “¿Está bien Margarita? ¿No se ha hecho daño?” “No, no. Estoy bien…, solo un poco asustada”. “¿Se ha lastimado? Déjeme ayudarla”. “Gracias, estoy bien ¡Ayúdame a levantarme!”. Le brindé apoyo para que ella se incorporara, poniendo su culo encima de mi pubis provocándome una erección que no tuvo que pasar inadvertido para ella por el tiempo que pasó en esa acción. Por causa de aquella caída y mi forma de agarrarla, el pecho se le había salido del vestido y yo no podía quitar mis manos de encima de aquella carne tersa y cálida. Con un pezón rosa oscuro que se ponía firme ante mi tacto e invitaba a mamarlo, la mujer caminó unos pasos y se dio vuelta, al tiempo que trataba de acomodar su escote, permitiendo por un instante que la teta se mostrara ante mí flamante y vertiginosa... “Parece que te estoy dando un espectáculo. ¡Qué vergüenza!” “No se preocupe… siempre es agradecido ver unas bellezas como esas que usted tiene tan hermosas…”, respondí sin poder quitar mis ojos de su busto. Con el pretexto de ayudarla a llegar con seguridad al camastro que tenía allí mismo, pasé mi brazo izquierdo por debajo del de Margarita, de tal manera que con la mano alcanzaba el costado de su teta izquierda en forma disimulada mientras que ella, como quien no quiere la cosa, movió fugazmente su mano derecha, rozando el bulto en mis pantalones, incluso se apoyó sobre mi endurecida verga prisionera de mis pantalones ajustados. La dejé sentada en la cama y volví a trepar a la silla, para seguir bajando cajas de la parte superior del armario. Ella, ya recuperada, se acercó a mí y con voz suave, me dijo, al tiempo que me ponía una mano sobre mi pierna izquierda… “Ten cuidado, Alejandro. No vayas a caerte". “No se preocupe Margarita”, respondí. Comenzó a decirme lo mucho que apreciaba mi ayuda y lo mucho que le hacía falta un hombre en casa, dado que don Tomás no podía hacer casi nada, y mucho menos satisfacerla para atenuar sus sinsabores cotidianos. Hizo énfasis en estas últimas palabras. Hablaba y asía mi pierna, al tiempo que mi bulto notorio quedaba en frente directo de su cara y si bien era una mujer mayor no era ciega, tenía muy claro lo excitado de aquel chico joven. Me imaginaba a la pobre señora satisfaciéndose a sí misma en la ducha, por no poder meterse una buena polla entre sus piernas.
De improvisto, puso su mano directa y descaradamente sobre mi polla, haciéndome dar un respingo. Para entonces, la calentura ya hacía presa de los dos. Ambos nos conducíamos a una inminente fornicación si nada lo paraba, disimulada en parte, evidentemente deseada y porque no decirlo, premeditada. Con una sola mirada nos lo dijimos todo, el deseo de la señora era ya inaguantable y el mío no lo podía contener. Sin más dilación me bajó el cierre de mis pantalones metiendo la mano, me sacó la verga, la que comenzó a mamar sin esperar nada… remangó el prepucio liberando el glande y se lo jaló de una vez, desapareciendo entre sus labios. Casi me caigo de la silla ante aquella sensación. Deseé abalanzarme sobre ella y follármela allí mismo; sin embargo la maestría de Margarita era más que evidente. Me comía la polla con avidez tragando los casi 18 cm de verga y apretando las pelotas. Fue adquiriendo rapidez a medida que yo le acompañaba follando su boca. Impulsado por la lujuria de Margarita, la sujeté de la cabeza dándole de mamar con mayor energía, lamía el tallo ensalivándolo completamente hasta llegar a mis pelotas que lengüeteaba juguetona con cada huevo, los chupaba y se los tragaba uno a uno para después subir con toda la extensión de su lengua de nuevo a mi glande y volver a mamar como loca…. No tardé más de cinco minutos cuando descargué mi leche en la garganta de la madura vecina tan necesitada de una dura polla. Sin ningún reparo se bebió hasta la última gota y me limpió debidamente el glande. De pronto, se escuchó la voz de don Tomás mientras me subía los pantalones, para que viera unas fotos antiguas que tenía en la mano y que él había encontrado en una de las cajas que habíamos bajado. Eso me sobresaltó, pero el grado de erección ya no se notaba apenas. “Creo que es hora de irme, antes de que don Tomás pueda pensar mal, le dije. Además, mi abuela ya debe tener lista la comida”. Ella me miró y me dijo en voz baja… “Ven después de comer. Tomás siempre toma una siesta de dos horas o más… se va levantando a eso de las cinco de la tarde. Te voy a dejar la puerta sin cerrar, no toques el timbre, sólo empuja la puerta y entra directo al cuarto de mi hija en el fondo del pasillo, te voy a estar esperando”. Me lo dijo apretando mi culo sobre el pantalón.
Sin saber qué responder, me limité a sonreírle y salí…, aquella señora no era viuda, ni soltera pero estaba muy necesitada y solidariamente no me pude negar a aliviar su necesidad fisiológica teniendo en cuenta que a sus 62 años no era tan vieja como para dejarla abandonada de su ración de sexo. Eran las tres de la tarde en punto cuando regresé a casa de doña Margarita. La puerta estaba sin llave, tal y como ella me había anunciado. Entré sin decir palabra y fui hasta el cuarto del fondo pasando por el de matrimonio donde oí roncar a don Tomás. Ella no estaba allí, pero noté la cama aseada con sábanas y colcha limpias. Oí unos pasos acercándose hasta que en la puerta vi a Margarita con una bata floreada y fresca, recién duchada oliendo a un delicioso perfume. Me sonrió y me dijo… “Ahora sí, tenemos dos horas para nosotros”. Deseosa de actuar rápido, la mujer se recostó en la cama de espaldas y desenlazó su bata, liberando completamente sus hermosas tetas, que quedaron mostrándose ante mí como dos enormes campanas cuyos pezones de aureola enorme cubrían casi todo el orbe de su superficie esférica, con un pezón erguido semejante a la falange de un dedo meñique. Paralelamente elevó una rodilla y con ese movimiento descubrió las bragas rosas que permitía mostrar el precioso coño marcado y la parte baja del par de sus deliciosas nalgas, una maniobra descarada de la excitada fémina. “¿Qué me dices, Alejandro?” preguntó. Yo no sabía que responder, sólo atinaba a deleitarme con el cuadro de exhibicionismo que se me brindaba con sus largas piernas balanceándose frente a mí. Acto seguido el cuerpo de la señora se giró en 180 grados para mostrar la otra mitad, como tratando de convencer al cliente de que la mercancía vale el monto que se pide, el coste de la sexualidad juvenil. “¿Qué te parece… estoy lo suficientemente apetecible para un macho joven como tú? Me he afeitado todo el coño para que no lo diferencies de esos chochitos veinteañeros que te follas” insistió. “Es usted muy hermosa, atiné a decir con cierta torpeza”. Respondí embobado en aquel tremendo coño veterano depilado que mostraba sus pliegues descaradamente sin pudor alguno, era diferente al de mi abuela Rosa, pero igual de apetecible follárselo sin compasión alguna. No dejaba de contemplar toda la sexualidad de la señora, quien no se perdía un solo detalle del efecto que en mí causaba, qué lástima su marido fuera un escombro para una dama tan vital y necesitada de un rabo que la satisficiera diariamente. “¡Vamos Alejandrito, no debemos perder el tiempo!”, sentenció. “¡¡Y por favor tutéame hijo, que me vas a follar como un macho se ha de follar a una hembra!!”.
Comprendí que ella no quería perder el tiempo, pudiendo ser aprovechado para joder, regalándole el pedazo de nabo que guardaba en mi aprisionado pantalón. La mujer se incorporó en la cama y aprovechó para aferrase a mi duro mástil que ya no resistía el enclaustramiento. Con las tetas colgando, dimensionó el aparato…“¡Unos buenos 18 o 20 centímetros ¿Verdad?! Uyyy... Alejandro, ¡mira lo que tenemos aquí!” “No es nada”, respondí nervioso. “¡Qué bárbaro! ¡Tan joven, tan bien dotado y tan modesto!” “No diga eso, es normal nada más”. Ya habían sido puestas las cartas sobre la mesa, y sin más recato, la señora procedió a bajar el cierre que ocultaba el pedazo de carne que enrojecía a causa de la sangre que recorría el miembro con una velocidad espantosa, lo liberó y con la mano comenzó un encantador masaje que me transportaba hacia las extremidades del placer. "¡Vaya, vaya… mi Alex cuanto has crecido!" La verga parecía haber sido invadida por una enredadera que la abarcaba en toda su longitud con ambas manos, tal era la impresión que le daban las hinchadas venas del mástil que no se cortaba en gemir pasando sus dedos por las venas inflamadas. Apretó mis glúteos y la erguida verga fue a clavarse a la boca abierta de Margarita, una boca perfecta para hacer las mejores mamadas del mundo. Sin ningún recelo comenzó a prodigarle unas lamidas electrizantes, el glande aparecía y desaparecía en su boca y cada vez que salía adquiría un color más oscuro, casi amoratado. La excitación estaba al máximo de su potencia, me dejé caer de espaldas en la cama, llevándome con conmigo a ella, sobre mí. Se abrió de piernas y mi cipote en plena erección mirando hacia su culo se enfiló al enorme coño entreabierto de la señora. Ella levantó ligeramente la cadera abriendo las piernas provocando de forma impresionante que el falo fuera a introducirse directamente al humedecido agujero de la hembra. Era tanta la humedad de la vagina que la capacidad de la verga reemplazó una cantidad equivalente de jugos y por supuesto, entró surfeando en un mar de placer. Instintivamente empujé con mis nalgas para ahondar más en la profundidad del coño de Margarita, que me recibía con gemidos ahogados a fin de no hacer ruido sospechoso, restregándome sus tetas de oscuros pezones en mi boca.
Mi instinto animal salió a flote y colocándome de costado detrás de ella en la cama, tomé de las piernas a la hembra y la alcé a la altura de mi vientre para perforar con todas mis fuerzas a esa mujer que me brindaba su intimidad, la sensación fue lo mejor del momento. La fémina sentía que sus entrañas eran invadidas por el mástil y no quería que el intruso se le escapara, por lo que apretó las piernas para aprisionar al macho que la estaba follando, al tiempo que contrajo su vagina brindándome el mejor de los masajes en mi polla, un placer indescriptible. Decidí incorporarme en la cama y paralelamente aprisionaba las nalgas de la mujer, lo que hice con tal vehemencia que parecía que la hembra se partiría en dos, literalmente la estaba descuartizando. Con los ojos cerrados y alzando la vista hacia el techo, atraje las nalgas de la mujer y el falo alcanzaba lo más recóndito de la intimidad femenina… mi glande orondo e inflamado para reventar le llegaba a la boca de la matriz cuando le llenaba de polla hasta la barriga. Le tapaba la boca para que sus gemidos no se escucharan más allá de esas cuatro paredes, en tanto la apestillaba con todo el bajado una y otra vez enterrándole todo el cipote hasta los mismo huevos sin miramiento alguno ¡Aquella puta vieja iba a gozar del mejor polvo de toda su vida! Sentía como su cabeza apenas rozaba la cama y con las manos trataba de dar estabilidad a su cuerpo, sintiendo como la penetración le daba un gozo de proporciones inimaginables, un poco de dolor mezclado con un cosquilleo placentero de sentir una polla donde nunca estuvo otra desvirgándole el mismo útero. El polvo se transformó en un coito enloquecedor que le anunciaba un cercano acto de clausura, la leche dentro de mis huevos se calentaba al compás de las embestidas empezándome a hervir en mi escroto… era ya como un geiser a punto de explotar.
La puse a cuatro patas sobre la cama, y como una perrita obediente se colocó a merced del semental que la estaba follando, elevó su culo y enfilando con todo el estoque rígido y sin ayuda alguna, encontró la bocana del coño entreabierto de un solo envión… no lo dudé un segundo con el culo a mi disposición. La clavé por aquella raja hambrienta, volviendo de nuevo a una follada frenética. El chapoteo que se escuchaba con cardíaco ritmo al golpear sin cesar mi pelvis con su culo, aumentaba la sensación de placer. Los cuerpos se tensaban y las piernas temblaban, la fuerza con que yo apretaba las nalgas de la mujer, hizo que el tronco de la hembra se incorporara arqueándose al sentir toda la rigidez del falo en el mismo estómago… "¡No pares cabrón! Métemela entera que no te quede nada fuera de mi coño ¡Clávamela hasta las pelotas!" La ayudé con una mano en la espalda, al momento que mis manos abrazaban su cintura y nuestras bocas se fundían en un húmedo beso. Deslicé mis manos a las enormes tetas colgantes que se balanceaban alocadas, donde sus pezones describían trayectorias arbitras de una lado a otro, la apreté comprimiendo su volumen, al mismo tiempo que nos comíamos la boca con la lengua avivadas luchando en un pugna implacable por comérnoslas mutuamente a la vez.
Todo eso ocurría a la par que se producía la inevitable descarga de semen, con la polla abriendo sus entrañas y los huevos aplastados sobre su vulva. La clavé a fondo tras varias acometidas rápidas y un primer chorro de abundante leche espesa y después varios más con convulsiones terminaron por vaciarme toda la semilla de mi escroto. Una corriente eléctrica recorría ambos cuerpos y el efecto me obligó a estirar las piernas y ella a caer en cuclillas sobre mí mientras convulsionaba eyaculando en lo más íntimo de su útero… "¡Lástima que no sea fértil ya, porque de la lechada que me has metido me hubieras dejado PREÑADA! Tener un hijo tuyo que fuese como tú de guapo, listo y fuerte...hubiera sido una bendición para mí", la hembra me confesaba a la vez que caía sentada en mis piernas sin soltar al prisionero mástil, completamente envainado en su estuche. Las fuerzas nos abandonaron a ambos y pesadamente cayó desplomada. Ambos jadeantes, las respiraciones delataban un acalorado ajetreo mientras la tarde seguía su curso, el tiempo había avanzado inexorablemente y en cualquier momento se despertaría don Tomás. ¡Qué momento, qué follada más impresionante, qué descansados se quedaron mis pelotas! Pero pensé en el pobre Tomás, sintiéndome culpable de haber traicionado a mi amable vecino, aún sabiendo que había valido la pena y que su amada esposa le había puesto los cuernos bien colocados, solo porque su esposa lo necesitaba, solo quise ayudarla con un tímido beneficio en mi favor, aquello no iba a cambiar la convivencia entre vecinos, era cuestión de asumirlo como cuando una vecina te invita a tomar café o té a su casa. Me vestí rápido y abandoné la habitación donde se había cometido la fechoría, ya eran cerca de las 16:20 de la tarde…no habíamos recreado de lo lindo sin notar pasar el tiempo.
Continúa...