El embajador (1)

El embajador visita países desconocidos hasta que llega a uno donde reina la crueldad mas alucinante impuesta por el rey.

EL EMBAJADOR

Mi rey me había enviado en misión diplomática a los países más lejanos que nuestra época se conocían. Mi misión era conocer las costumbres de los diferentes países que visitaría y evaluar la posibilidad de establecer relaciones comerciales o alianzas estratégicas frente a nuestros habituales enemigos.

Ya llevaba tres meses de viaje, junto con mi sequito y hasta el momento no habíamos encontrado ningún país cuyas costumbres no fueran por nosotros ya conocidas.

Sin embargo, hacia dos días que habíamos llegado a un país perdido entre las inmensas montañas que formaban esa cordillera. Nos habían recibido con muy buenas maneras y el rey casi me había tomado como su hijo adoptivo. Estaba muy contento de tener visitantes extranjeros en su castillo y se había propuesto enseñarme el modo en que reinaba.

Por supuesto que se trataba de una monarquía absolutista donde el rey hacia y deshacía como el deseaba. El imponía las leyes y sus mandatarios se limitaban a cumplirlas. Se jactaba de no dudar nunca cuando tomaba una decisión. El pueblo estaba semi esclavizado y prácticamente trabajaba solamente para el.

Las leyes que imponía eran tremendamente duras, los jueces eran simples marionetas a sus órdenes. Mis sospechas se confirmaron el día que el rey me dijo que era hora de enseñarme como repartía justicia y como conseguía que su pueblo fuera el mas dócil de todos los que yo pudiera conocer. Aprovechando que al día siguiente se iba a cumplir una sentencia, me invito a presenciarla a su lado y así poder conocer el sistema judicial que había impuesto.

Es de este modo que al día siguiente me encontré sentado al lado del rey en el en el palco real que se había instalado en la plaza principal de la ciudad. Frente al palco se encontraba el cadalso, construido en madera, donde iba a ser ejecutada la sentencia. La plaza era de dimensiones considerablemente grandes, en total habría unas 500 personas esperando presenciar la ejecución. Mas tarde me enteré que debido a que casi todas las ejecuciones de sentencia eran publicas, el palco y el cadalso estaban instalados permanentemente. En el resto de los asientos del palco se instalaron todos los miembros de la corte, mientras que alrededor del cadalso se colocaba el pueblo llano para poder presenciar la ejecución.

Cuando llegamos, ya había mucha gente puesto que iban con la suficiente antelación para poder encontrar un sitio con buena visibilidad. En especial los hombres, ya que esta vez era una mujer la que iba a sufrir el castigo. Se respiraba un ambiente muy extraño, puesto que el populacho, y en especial los hombres, más que apenados por la sentenciada, parecía que estaban muy contentos y animados, bromeaban, reían, comían y bebían. Era el único momento de distracción que tenían en sus miserables vidas.

El primer ministro del rey me puso en antecedentes sobre la historia de la sentenciada. Los guardias del rey la habían descubierto robando comida en el mercado, con toda seguridad obligada por el hambre. Eso ya era un delito grave en ese país, pero lo peor fue cuando logró huir y los guardias la persiguieron. Al final un guardia la consiguió acorralar en un callejón sin salida, pero la mujer se defendió con todas sus fuerzas y con tan mala fortuna que durante el forcejeo el guardia cayó al suelo y se clavó su propia arma.

Atrás llegaron sus compañeros pero no pudieron hacer nada por él, estaba agonizando y murió poco después. La mujer no tuvo tiempo de huir y la apresaron ahí mismo.

El delito de robo ya era suficientemente grave, pero el cargo mas grave del que se la acusó fue el de asesinato de un guardia del rey. La pena capital estaba garantizada y así fue.

El primer ministro acababa de contarme la historia cuando los gritos de la gente avisaban de la llegada del carro que portaba a la condenada. Venían por una calle que conectaba directamente la prisión con la plaza destinada a las ejecuciones. El rey lo había dispuesto así cuando se reconstruyó el centro de la ciudad tras un pavoroso incendio habido años antes, hasta tal punto llegaba la mente perversa del monarca.

Me quedé perplejo cuando vi el carro. Dos bueyes arrastraban el carro y un hombre los guiaba caminando delante de ellos. Sobre el carro solo se encontraba la condenada que, por cierto, presentaba un aspecto bastante deplorable. La razón era el tratamiento que había recibido durante los seis días de estancia en la cárcel. El rey había permitido a la soldadesca abusar de ella tanto como quisieran como compensación por la muerte de su compañero. La mujer no había tenido descanso durante esos seis días. Había sido vejada, violada y ultrajada constantemente. La única condición que había puesto el rey era que estuviera en suficientes buenas condiciones como para que el verdugo pudiese cumplir la sentencia en toda su amplitud.

La mujer se hallaba encima del carro, con la mirada perdida, parecía que estaba como drogada puesto que parecía no percatarse de la situación. Llevaba un collar de hierro de unos tres dedos de ancho unido por atrás al centro de una barra de hierro de aproximadamente un metro. A cada extremo de la barra había unas argollas donde tenia atadas las muñecas. La barra estaba unida por una cadena a un poste de unos dos metros de altura situado en el centro del carro, De este modo, la mujer permanecía de pie sin poderse mover mucho debido a que la cadena que unía la barra con el poste era muy corta y estaba muy tensa.

El cuerpo de la mujer se movía con el vaivén del carro, seguía con la mirada perdida, probablemente estaba horrorizada pensando lo que le iba a pasar de ahora en adelante. Una muestra más del sadismo del rey era la orden de no informar a los reos sobre su condena hasta el momento de la ejecución. Por ello, la mujer no sabia como iba a ser ejecutada, pero con toda seguridad y habiendo visto muchas otras ejecuciones, el terror debería de haberse apoderado de su mente.

Me explicaba el primer ministro que la ley obligaba a los reos a acudir desnudos a su ejecución. Era una medida más de humillación y además así los ayudantes del verdugo se evitaban tenerlos que desnudar.

La mujer era bella, a pesar de los moratones y la suciedad que mostraba en su cuerpo. Tendía unos treinta años, era morena y poseía unos pechos grandes y redondos. Una cintura estrecha que terminaba en una cadera de dimensiones perfectas junto con un culo prieto hacía pensar que los guardias habrían disfrutado de lo lindo durante esos seis días. Ahora ya la podíamos ver mejor puesto que el carro había llegado ante nosotros. Se podía ver su cuerpo con mas detalle y, realmente, era espectacular. Tenia morados y contusiones por todo el cuerpo, entre las piernas se podían ver manchas negruzcas que seguramente eran de sangre seca proveniente de las heridas que tenia la mujer en la vagina y el ano por las múltiples violaciones.

Dos guardias subieron al carro y desengancharon la cadena de la barra que la inmovilizaba. El agotamiento de la mujer era tal que cayó de rodillas al suelo del carro, inmediatamente la cogieron los guardias por la barra que le trababa las manos y el cuelo y la llevaron casi a rastras hasta el cadalso.

Sobre el cadalso ya estaban esperándola el verdugo y sus dos ayudantes. De forma rectangular, en un lado del mismo había una mesa grande donde los ayudantes habían dispuesto y preparado todos los instrumentos de tortura que iban a necesitar. En el centro del cadalso había una estructura de tres postes de madera, dos verticales y uno horizontal que los unía a la altura del pecho de un adulto.