Él, Ella
Historia corta erótica ambientada en una época neolítica entre dos personajes de diferentes culturas.
El cansancio se acumulaba paulatinamente en su cuerpo. Sentía cada músculo agarrotado, cada hueso adolorido. Tenía la boca seca y el cuerpo húmedo por el sudor. Su ropa, tejida con la intención de protegerle del frío y la nieve, y el macuto de pieles que llevaba colgado con sus escasas pertenencias hacían el caminar aún más pesado, pero Él ignoraba las súplicas de descanso de su cuerpo, y solo proseguía hacia delante. Tras varias horas, los párpados le comenzaron a temblar y su vista se nubló. Oyó un ruido entre los arbustos, y temió por su vida, pero la poca adrenalina que su castigado cuerpo logró producir no fue la suficiente para evitar que desfalleciera.
Despertó horas más tarde, totalmente desorientado. Le envolvía la oscuridad, pero no encontró fuerzas para situarse en una posición defensiva, así que se limitó a fingir que seguía desmayado, con los ojos abiertos en una fina rendija. Poco a poco se adaptó a la oscuridad, y pudo ir girando la cabeza para observar a su alrededor. Se encontraba en un edificio circular de una sola habitación, con las paredes hechas de barro, y lo que le pareció un techo de paja. Solo había una salida al exterior, cubierta con la piel de un animal que dejaba pasar algo de luz por sus laterales. Más tranquilo al ver que estaba solo, comprobó abriendo los ojos del todo donde estaba tumbado. Era un montón de paja y hojas que le alejaba del frío del suelo, además de crear una sensación mullida, cubierta por otra piel similar a la que colgaba en la salida. Alguien le había quitado el abrigo y el macuto, y los había dejado al lado de su lecho. Se fijó en que había otra cama a su lado, vacía. Comprobó su cuerpo. Al haberle quitado el abrigo, se hallaba solo cubierto con la piel curtida de un bisonte, que le cubría todo el cuerpo, excepto los brazos y media pierna, y una cuerda que le apretaba la piel a la cintura. Tocó su collar, aliviado de que siguiera allí. Se encontraba mucho mejor, pero seguía con la boca seca y un ligero dolor por el cuerpo. Apenas había comenzado a analizar sus opciones cuando la piel de la entrada se levantó, y surgió una figura a contraluz a la que no logró ver el rostro. Se incorporó a toda velocidad, tratando de situarse en una postura defensiva, pero el levantarse tan agresivamente con lo débil que se hallaba solo provocó que sufriera una terrible migraña que, a su costa, hizo que a tumbar en la cama. La figura esperó pacientemente a que Él se calmara. Cuando vio que la silueta no traía malas intenciones, y que si quisieran hacerle daño ya se lo habrían hecho o le hubieran dejado tirado, se calmó, y trató de discernir a quien tenía delante, ya que la nueva fuente de luz le había cegado. La silueta se acercó, y se inclinó sobre él. Le acercó un cuenco de barro repleto de agua, y Él bebió con voracidad, lo que provocó una risa por parte de su acompañante. Una risa femenina. Cuando terminó, se fijó en Ella. La recorrió con los ojos de abajo a arriba.
Vestía unas ropas que Él no había visto nunca, pero eran de lino tejido, formando una falda que le llegaba por encima de la rodilla, y se agarraba a su cuerpo por un cinturón de piel curtida. Era una mujer con la piel cobriza y el pelo castaño, que le caía sobre el pecho en sendos rizos. Tenía una nariz respingona y unos labios que le resultaron curiosos, ya que el de inferior era algo más ancho que el superior. Sus mejillas eran redondeadas y las llevaba pintadas con unas líneas blancas. Le miraba fijamente con sus grandes ojos marrones, como esperando que le dijera algo. Él se aclaró la garganta y le preguntó su nombre. Ella inclinó la cabeza hacia un lado, con expresión curiosa, y le preguntó a él que de donde venía. Ninguno de los dos se entendió, pero la expresión entre confusa y asustada de Él le arrancó otra risa. Sacó un objeto de una bolsita que llevaba colgado en su cinturón, y se la entregó un una sonrisa. Era una fruta que Él no había visto nunca, lo que le provocó un inicial rechazo, pero al quejarse sus tripas y ver que Ella, ante su mirada inquisitoria, mordía y tragaba un trozo de la fruta, la agarró y la devoró con avidez. Se la terminó en apenas unos minutos, tiempo en el que Ella se quedó sentada, observándole. Le preguntó que si quería más, y para que pudiera entenderle, se pasó la mano por encima del estómago, como indicando hambre. Él repitió este movimiento para indicarle que así era, que tenía hambre, lo que hizo que Ella se levantara y saliera del edificio. Esto le puso nervioso, quería ir con Ella, así que nada más salir, Él se levantó, y se acercó hasta la puerta tambaleante. Tuvo que agacharse para entrar por el quicio de la puerta, ya que claramente había sido diseñada para una estatura inferior a la suya. Entrecerró los ojos y miró a su alrededor. Cerca había, sin orden ni concierto, unas dos decenas de edificios iguales que el suyo, de los que salían voces. Junto a su cabaña, vio una gran vasija de barro repleta de agua fresca. Azuzado por su no saciada sed y la horrible sensación de calor, metió la cabeza en el agua y comenzó a beber. Unos niños que corrían persiguiéndose entre risas se pararon en seco delante de Él y lo miraron con curiosidad.
Cuando se sitió mejor, sacó la cabeza de la vasija, echando de un movimiento su pelo mojado hacia detrás, mientras emitía un seco sonido de satisfacción. Se incorporó y estiró con fuerza, feliz de estar al fin en un lugar en el que no tuviera que encogerse. Miró hacia delante y vio a los niños observándole, paralizados. Iban desnudos y llevaban la cabeza rapada. La piel cobriza y tostada le recordó a la de Ella. Les saludó con un gruñido, que quería decir hola, pero que provocó que uno de ellos se echara a llorar, aterrado, y que saliera corriendo, seguido por sus compañeros. Momentos después empezaron a salir adultos de las casas, agarrando a los niños y mirándole con dureza, como calibrando sus intenciones. Eran tres hombres mayores, con el pelo canoso sujetado en un moño sobre sus cabezas, vestidos con una falda similar a la de Ella. Tenían unas ondas blancas pintadas en las mejillas, y complejos dibujos por el pecho y los brazos. Él estaba cada vez más asustado, y no sabía qué hacer si le atacaban. Mientras tensaba su cuerpo, Ella llegó de la mano de uno de los más pequeños, que le explicaba entre lloros que un monstruo del bosque se había colado en la aldea. Ella le calmó y le dijo que no había de que preocuparse, que se encargarían de todo y que no les iba a pasar nada. Más calmado, volvió con sus amigos, y se escondieron tras las piernas de sus mayores. Ella se acercó al grupo y explicó que Él no traía malas intenciones, que solo estaba confuso, y que no sabía hablar como ellos, y eso había asustado a los niños. Estos parecieron calmarse algo y volvieron a sus actividades, pero siempre con un ojo vigilante. Ella se acercó a Él con una sonrisa e iba a tratar de explicarle la confusión, cuando vio su pelo mojado. Frunció el ceño y miró la vasija. Como se temía, el agua estaba sucia con tierra y pelo. Se giró hacia Él y comenzó a echarle un rapapolvo del que Él no entendió ni una palabra, pero si la intención, y que la había disgustado. Se encogió hasta que ella terminó, mucho más aliviada. Levantó la vasija y se la dio a Él, que cargó con ella sin decir nada. Ella le agarró de un brazo y comenzó a tirar de Él en una dirección, que siguió sin rechistar. Salieron del cúmulo de cabañas y se adentraron por un camino en el bosque.
Caminaron durante un rato, en el que Él trataba de encontrar una forma en la que pedirle perdón, pero no se le ocurría ninguna. Al poco tiempo llegaron a un sitio que Él encontró muy bello. Se trataba de un lago ancho, rodeado por una hierba verde claro, y un conjunto de árboles que lo rodeaban, algunos tocando sus ramas el agua. Ella le quitó la vasija y la vació junto a uno de los árboles, mientras susurraba una plegaria. Cuando terminó, le miró, y señaló el agua. El supuso que querría que rellenara la vasija, así que trató de cogerla, pero Ella le detuvo. Le quitó la vasija, la colocó en el suelo y le señaló, para volver a señalar el agua justo después. Él empezó a andar hacia la orilla, pero ella le agarró del brazo emitiendo un sonido de frustración. Apuntó al cinturón de Él con un dedo, y después procedió a desatarse el suyo. La tela que la cubría cayó deslizándose por su cadera y sus muslos, provocando que Él emitiera un sonido ahogado y se diera la vuelta, totalmente rojo. Ella inclinó la cabeza, confusa. Se acercó a Él y comenzó a desabrocharle el cinto desde su espalda. Él quedó paralizado por los nervios, pero se dejó hacer. Sintió como Ella le quitaba la ropa y le dejaba solo el collar. Le agarró de la mano y se dirigió al agua, guiándole, ya que Él se resistía a abrir los ojos. Sintió agua fría rozándole los pies, y oyó un chapoteo. Abrió los ojos en una rendija y la vio algo más adelante, sentada en la orilla con el agua llegándole hasta la cintura. Le miró y señaló a su lado, indicándole que se sentase allí. ÉL lo hizo, nervioso, agradeciendo que estuvieran lo suficientemente hondo para que no se le viera de cadera para abajo. Ella usó una cuerda que llevaba atada en la muñeca para atarse el pelo y apartárselo de la cara y el cuerpo. Él apretó las pernas con fuerza cuando se percató en que, aparte de su pelo, no llevaba nada que le cubriera el pecho. El corazón le latía con fuerza, pero trató de no mirar, y clavó la vista en el fondo del lago. Sin poder evitarlo, o quizás de forma intencionada, dirigió el rabillo del ojo hacia Ella y la miró mientras extendía barro oscuro que se hallaba bajo ellos sobre sus brazos y hombros.
Le miró, y al dase cuenta de que Él no estaba haciendo nada cogió más barro y comenzó a echarle por un brazo. Este le miró nervioso, pero se dejó hacer. Sintió las manos de ella recorriéndole a suaves círculos la totalidad del brazo, el hombro, el cuello... Se sentía tan relajado que no notó como ella se movía a su alrededor, expandiendo el barro por su espalda, su otro brazo, su pecho. Cuando entreabrió los ojos, con una sonrisa pintada en su rostro, la vio de rodillas entre sus piernas, llenándole el abdomen de barro. Sopló con fuerza y trató de mantener la apariencia de que seguía en un estado medio somnoliento, y aprovechó para mirarle el pecho. Lo tenía cubierto de barro ya casi seco, pero eso no le impidió echarles una buena mirada. No eran muy grandes, pero su forma redondeada y ligeramente separados los hacía destacar más. Sus pezones eran rosados y cortitos, con una aureola algo grande, pero sin ser exagerado. Sintió la necesidad de tocarlos, de besarlos, de jugar con ellos pero se contuvo, aunque el pensar en esto le provocó que la sangre empezara a bajar hacia una zona que no quería que despertara en ese momento. Ella se sentó entre las piernas de Él, señaló el barro y luego su espalda. Este cogió algo de barro, y comenzó a expandérselo por la espalda con los mismos movimientos circulares que ella había usado. Esto provocó un ronroneo por su parte e hizo que se acercara un poco más a Él. Pasó sus manos por toda su espalda, su cuello, repasó sus brazos y comenzó a llenar de barro sus hombros y clavículas. Quiso bajar hacia el pecho con la excusa de añadirle más barro, pero no se atrevió, así que bajó directamente a su abdomen. Pasó sus manos por ahí, sintiendo la tripa suave y blanda, y de allí pasó a su cintura y cadera, disfrutando de cada curva.
Cuando terminó, ella se dio la vuelta y le colocó una de sus piernas sobre una de las suyas, pidiéndole que las masajeara también. Él, cada vez más suelto, la lleno de barro, empezando por el pie y siguiendo por su tobillo, su gemelo, su rodilla, hasta llegar al muslo. Lo apretó, apreciando su tacto suave y blando, y resistiéndose a subir más la mano. Ella soltaba suspiros de forma cada vez más constante. Sin esperar a que Ella lo hiciera, Él cogió su otra pierna y comenzó a masajearla también. La recorrió con las manos de arriba a abajo, de inicio a fin, deseando por algún motivo poder usar sus labios también. Sus dedos se aventuraban cada vez más peligrosamente entre sus muslos, sintiendo de cerca su calor. En algún momento debió traspasar una línea invisible que Ella tenía marcada en cuanto a lo que la hacía esta y lo que no, porque en cuanto los dedos de Él le llegaron a un par de centímetros de las ingles, se apartó cohibida. Se separó algo, con las mejillas ardiendo, y comenzó a limpiarse con agua el barro del cuerpo. Él la imitó en silencio. Cuando terminaron, Ella salió del agua y Él no pudo evitar mirarla. Sus pechos botaban levemente mientras caminaba hacia la orilla, chocando de vez en cuando entre sí. Su culo era grande, redondo y carnoso, y sintió ganas de apretarlo con fuerza cuando ella pasó a su lado, pero se contuvo. Entre sus piernas, pelo oscuro y rizado, no muy largo, pero tampoco corto. Por algún motivo, quiso meter su cara allí. Ese pensamiento provocó que tuviera que pasar un par de minutos más antes de poder salirse. Cuando salió a la orilla, lo hizo cubriéndose con vergüenza para que Ella no le viera. Al darse cuenta, ya vestida, se giró para dejarle hacer. Él se puso su ropa y la miró. Estaba rellenando la vasija de agua limpia en otra zona del lago en la que había rocas en vez de barro, y corrió hacia ella para ayudarla a sacar la vasija, ahora mucho más pesada. Ella se lo agradeció con una sonrisa, pero cuando intentó cargar con la vasija, Él insistió entre señas y gruñidos que cargaría con ello.
Cuando llegaron al pueblo, el sol comenzaba a descender. Dejaron la vasija al lado de la casa, y Ella entró para buscar la pintura que necesitaba para sus mejillas. Mientras la esperaba, Él miro a su alrededor. Vio a un grupo a lo lejos que los niños salieron a recibir corriendo entre gritos y risas. Cuando se acercaron vio que se trataba de las mujeres del pueblo, que volvían con cestas cargadas de frutas y verduras, y fijándose en la distancia, vio que había unas plantaciones algo alejadas rodeadas por una valla de madera que impedía el paso de animales. Las mujeres saludaron a sus hijos y estos les contaron a sus madres con rápidas y cortas palabras que había un nuevo hombre extraño. Las más mayores, unas trece o catorce, le miraron con curiosidad, como preguntándose sobre su origen, mientras que las más jóvenes, que apenas eran cuatro, susurraban cosas entre ellas y soltaban risitas después, repasándole con la mirada una y otra vez. Iban vestidas como Ella, con una falda de lino que les dejaba a partir de la rodilla al aire, atada por un cinturón de piel curtida.
Llevaban los pechos al aire y la cara pintada con las mismas líneas rectas en las mejillas, mientras que las mayores llevaban líneas curvas. Él miró hacia otro lado, cohibido. Las jóvenes se acercaron, se pusieron de puntillas y se pusieron a tocarle el pelo, el pecho y el rostro. Trató de retroceder pero al sufrir un empujón involuntario de una de las chicas mientras caminaba hacia atrás se desestabilizó, y se cayó al suelo. Escuchó palabras en un tono de preocupación por parte de ellas, y una mano salió extendida de entre la multitud le ayudó a incorporarse. Ahí estaba Ella, con la cara otra vez pintada y una media sonrisa divertida. Las otras le preguntaron algo, y Ella respondió con una expresión orgullosa. Todas se pusieron a lanzarse grititos y empujones suaves, y hablaban cada vez más rápido en aquel idioma que Él no podía entender. Se alejó algo de las mujeres, lo que le permitió ver otro grupo a lo lejos que avanzaba hacia el pueblo. Cuando estuvieron cerca, pudo ver que eran un grupo de unos doce hombres que cargaban a sus espaldas un par de reses muertas, y otras muchas correteando delante de ellos. Dejaron a las reses en un terreno vallado igual que el huerto. Entraron en la aldea y las mujeres y los niños se acercaron a saludarles.
Ella se acercó a uno de los hombres mayores, que la miró y le hizo una pregunta, que a Él le sonó parecida a la que las otras chicas le habían hecho antes. Ella respondió de una manera más cohibida y sin la expresión de orgullo, solo con las mejillas ligeramente más rosadas. El hombre se rió y la envolvió en sus brazos con cariño. Él se sintió algo celoso, ya que no entendía quién era ese hombre ni lo que quería, pero no reaccionó, ya que no se sentía con poder para hacerlo. Ella le llamó la atención, le señaló, y luego señaló al hombre, indicándole que le siguiera. Este comenzó a dirigirse hacia un lateral de la aldea, y Él le siguió. Allí había ya una parte del grupo de hombres, los cuatro más jóvenes, pelando a las reses con herramientas de hueso. El hombre se sentó y comenzó a ayudar, y lo mismo hizo Él. Los hombres charlaban entre ellos, y trataban de comunicarse con Él. Al ver que no entendía se dedicaron a charlar tranquilamente entre ellos, mientras despellejaban a los animales. Cuando terminaron se cargaron los trozos de los animales en la espalda, se levantaron y los llevaron ceremoniosamente a un lugar cercano en el que estaban las cuatro chicas y Ella encendiendo una hoguera. Le sonrió sutilmente, y con la ayuda de una de las chicas clavó uno de los animales en un largo y grueso palo y lo colocó sobre el fuego. Al cabo de un rato, las otras chicas le añadieron una serie de plantas y verduras metidas en vasijas de barro. Todo el pueblo, algo menos de cuarenta personas, se reunieron alrededor y dejaron el caldo arder hasta que se consumió el último tronco, justo cuando el sol ya casi no asomaba por las montañas del fondo. Un delicioso olor llenaba el aire y Él se relamió los labios. Uno de los niños le entregó un cuenco de barro, le agarró de la mano y le colocó en la fila, justo detrás de los ancianos, pero delante de los niños, los jóvenes y los adultos. Esperó a que la fila avanzara, y una de las chicas cogió su cuenco y le añadió un trozo de carne y un cúmulo de verduras que se habían semi derretido por el calor. Se sentó en un lateral y comenzó a comer con ansia. El plato estaba delicioso. La carne, suavizada por haber hervido tanto rato, se mechaba fácilmente entre sus dientes, y la verdura se fundía suavemente en su boca. Esperó a que todos tuvieran un plato lleno, y se acercó con timidez a ver si podía comer más. Ella estaba al lado del fuego, y al verle acercarse con ojos tristes se rió, le quitó el cuenco y le sirvió más. Le agarró del brazo y se fueron a comer juntos a uno de los grupos que se habían formado. Ella charlaba felizmente con el grupo y le observaba por el rabillo del ojo de vez en cuando.
Ella no sabía cómo comunicarle lo que iba a pasar cuando la cena terminara. Iba a haber una danza, en la que los hombres adultos bailarían primero, luego lo harían sus parejas, y luego bailarían juntos. Después, sería tiempo de los chicos más jóvenes, que tratarían de lucir su fuerza y agilidad a través de la danza, y luego ellas bailarían mostrando su salud y su energía, y luego ellos se acercarían a la que más las atrajera, y ellas bailarían con ellos si les aceptaban, o buscarían a otro si no. Aun así, esas cosas estaban ya habladas para que no hubiera sorpresas ni conflictos, y sus amigas, algo más mayores que ella, estaban ya enamoradas de esos chicos, con los que ya habían compartido más de un gesto cariñoso. Ella no pretendía participar, pero Él la atraía y le hacía sentir algo que jamás había sentido antes. Cuando estaban en el lago había estado a punto de proponerle llegar a más, pero no siendo capaz de comunicarse con Él, temía ofenderle. Decidió bailar con Él, y tratar de ver como se desenvolvía y si notaba que Él también se sentía atraído. Volvió a mirarle de reojo. La verdad es que tenía un aspecto extraño, a la par que atractivo. Era el hombre más alto que había visto, pero no resultaba intimidante, sino tierno. Su pelo era más claro que cualquiera de los de su aldea, y le crecía mucho más en el rostro que el de cualquiera de los mayores, clara también. Sus ojos eran más almendrados que redondeados, y su nariz algo más ancha que la suya.Su piel era blanca, aunque ya estaba cogiendo color por el sol. Sus ropas parecían incómodas, y decidió que le tejería algo más cómodo como regalo. El collar que llevaba en el cuello le llamó mucho la atención. Era la imagen de un animal que ella no había visto nunca, pero parecía grande y aterrador.
Tocó el collar con fascinación, lo que provocó que Él lo agarrara y separara de ella con brusquedad. La conversación del grupo terminó de forma abrupta, y todos le miraron tensos. Él agachó la cabeza en señal de perdón, se levantó y se alejó del grupo. Ella le miró preocupada. Cada vez estaba más seguro de que Él no sentía la misma atracción. Miró a sus amigas con ojos tristes, y ellas le preguntaron que qué le sucedía. Antes ya les había contado que había estado compartiendo caricias con Él en el lago (claro que a su padre le había contado una versión diferente), y se habían emocionado, feliz de que su amiga hubiese encontrado un hombre que le llamase la atención. Ella les admitió que quería bailar esa noche con Él, pero que no sabía cómo decírselo. Una de las chicas se encogió de hombros y le dijo que lo hiciera y punto, y si después pasaba algo, perfecto, si no, no perdía nada. Admitió que tenía razón, y que lo haría. Ellas movieron las manos, celebrándolo. Otra de ellas envió a los chicos a por el nuevo, para que le prepararan para la ceremonia, y ellas se dirigieron a hacer lo mismo. Se trenzaron el pelo con plumas de colores, limpiaron la pintura de sus rostros y la cambiaron por unos puntos, pintaron unas ondas por encima de su pecho, y cambiaron su falda por una del mismo material, pero teñida de rojo y mucho más larga, llegándoles hasta el tobillo. Esperaron charlando a que sonara uno de los tambores y las cinco se acercaron al centro de la aldea, donde ardía un gran fuego que les iluminaba de forma misteriosa. El sol ya había descendido del todo, y las estrellas brillaban con fuerza. Una hermosa luna casi totalmente redonda les miraba desde el cielo.
Las chicas se colocaron entre risitas nerviosas en un lado de la hoguera, formando un semicírculo. Los adultos del pueblo comenzaron a bailar, pintados igual que ellas, pero con una falda más corta que les llegaba a la rodilla, de color marrón. Agitaban sus brazos y piernas con fuerza, girando y girando alrededor del fuego, mientras dos de los mayores tocaban unos tambores con fuerza, marcando el ritmo. Se situaron enfrente de sus parejas, les cogieron de las manos y bailaron juntos. A Ella le encantaban estas ceremonias, y ver a la gente bailar y bailar, hasta que sus cuerpos sincronizados parecían solo uno. Estaba emocionada por unirse al fin, aunque sabía que si Él se atrevía a salir, no lo haría muy bien, ya que era algo que ellos practicaban desde niños. Cuando los adultos terminaron, se colocaron formando un amplio círculo. Los chicos salieron e imitaron la danza de sus padres, pero más rápida. Él también salió. Le habían pintado como a los otros, y llevaba la misma falda, que al estar pensada para alguien más pequeño apenas le cubría medio muslo. Ella sintió su estómago retorcerse de los nervios. Ahora que lo veía arreglado y a la luz del fuego, le gustó incluso más. Él bailaba como podía, bastante bien para no haberlo hecho antes. Uno a uno, los chicos fueron acercándose a ellas, colocándose delante de la elegida, y sujetándoles las manos con cariño. Él les imitó, situándose delante de Ella, y agarrándole las manos con timidez. Su corazón latía con fuerza, y la cara de Él estaba roja como un tomate. Los chicos se retiraron y se situaron en el otro extremo de la hoguera.
Él estaba muy confundido y seguía a los demás sin tener muy claro lo que hacía. Hasta donde había entendido, estaban celebrando alguna fiesta. Cuando vio que los otros hombres se colocaban frente a las chicas con las que les había visto darse carantoñas y ver que solo Ella estaba sola, entendió que era una forma de decirle a otro que le querías como pareja. Sintió sus mejillas arder, se situó frente a Ella y le agarró las manos. Ella le devolvió una mirada entre sorprendida y agradecida. Al ver que los otros se iban, Él les siguió. Ahora era el turno de ellas de bailar. Comenzaron a girar alrededor del fuego, pero con unos movimientos diferentes a los de ellos, más suaves y sensuales. Ella se colocó enfrente y con los ojos cerrados de la vergüenza, comenzó a bailar para Él. Movía sus caderas en suaves círculos mientras giraba su cuerpo, inclinando la cabeza hacia atrás. Su pelo se movía de forma hipnótica alrededor de su cuerpo, y su cuello largo se veía perfectamente. Sus pechos se movían suavemente, y las ondas pintadas en ellos parecían agua bajando por un suave río. Sus caderas y piernas estaban cubiertas por la falda, pero podía imaginar cómo giraban y cómo sus muslos se frotaban entre sí. Respiró profundamente, tratando de tranquilizarse. Al cabo de unos minutos, Ella le agarró de las manos y le sonrió. Tiró de Él para sacarle a bailar, y comenzaron a girar juntos. Cada vez había menos distancia entre ellos, hasta que al final quedaron totalmente pegados. Las manos de Él estaban en su cadera, las de Ella en su cuello. Se movían suavemente, frotándose el uno contra el otro. Él la escuchó emitir un ruidito de excitación que le volvió loco. Juntó sus labios con los de Ella, cosa que la sorprendió en un inicio, pero que le agradó y continuó pegada a Él.
El baile ya había terminado, y las parejas, tanto antiguas como nuevas, se retiraron a sus casas, a completar el rito. Ella le guió hasta la suya, nerviosa pero excitada. Al entrar por la puerta Él volvió a juntar labios, esta vez con más fuerza. Ella nunca había visto a nadie hacer algo así, pero la sensación le gustó mucho. Sintió como la lengua de Él se abría paso entre sus labios, y Ella decidió dejarle hacer e imitarle. Comenzó un largo y húmedo beso, con las lenguas de ambos rozándose furtivamente, con las manos de Él acariciando su espalda y las de Ella encima de sus hombros. Cuando separaron sus rostros, un fino hilo de saliva les unió durante unos segundos hasta romperse. No sabía ni como, pero habían llegado a la cama, y estaba entada encima de Él. Sintió algo duro por debajo, rozando su muslo por encima de la falda y se le escapó una risita. Le empujó un poco para que quedase tumbado en la cama, y se tumbó encima de Él. Este emitió un sonido de placer, que a Ella le excitó aún más. Se dirigió al cinturón de Él y lo desabrochó lentamente, mientras este le miraba fascinado. Se la quitó en un par de movimientos rápidos, dejándole totalmente desnudo. Le recorrió con los ojos, admirándole. Cuando su mirada llegó a su pene, abrió los ojos sorprendida. Ella ya había mantenido relaciones sexuales antes, pero nunca había visto una tan grande. Era larga y gruesa, y se curvaba ligeramente hacia arriba. El tronco era igual de grueso que el glande. A Ella le resultó muy atractiva, y su sola visión provocó que empezara a lubricar suavemente. Sacó la lengua y dio una pequeña lamida a la punta. Él gimoteó sorprendido. Con una sonrisa pasó su lengua una y otra vez alrededor del glande, formando círculos cada vez más grandes. Él tenía la cabeza echada hacia atrás, y emitía unos suaves gemidos.
Llegó un momento en el que, ansioso, le colocó la mano en la cabeza. Al notar esto, Ella decidió que ya le había torturado suficiente, y decidió darle algo más. Abrió su boca y se metió su pene hasta donde pudo, algo menos de la mitad. Él la agarró del pelo y dio un fuerte gemido. Comenzó a mover su boca de arriba abajo, suavemente, al compás de los suaves (y a su parecer) adorables gemidos de Él. Sintió como la mano le ayudaba a subir y a bajar, y llegado a cierto punto la apretaba más hacia abajo, tratando de introducirse más. Ella continuó durante unos cuantos minutos más, hasta que sus ganas aumentaron y decidió que también quería algo de acción. Se disponía a subirse encima suyo para montarle, pero Él la agarró por las caderas y la tumbó en la cama. La besó en los labios, y con estos entreabiertos le recorrió la barbilla, el cuello y bajó hasta sus pechos. Agarró uno de ellos con fuerza, y lo miró fascinado mientras lo apretaba y soltaba con cuidado. Sacó la lengua y le acarició la suave piel. Ella soltó un gemido. Su lengua le recorrió la aureola y el pezón, explorándolos lentamente. Abrió la boca tenuemente y chupó con suavidad. Tras unos minutos, que pasó con los ojos cerrados envuelta en una cálida sensación de placer, sintió como Él la agarraba y la colocaba boca abajo. Ella se dejó hacer, absorta. Sintió sus cálidas manos recorrerle los hombros y la espalda. Se entretuvo un rato subiendo y bajando la curva que formaban su cadera y cintura, hasta que de un brusco movimiento su mano terminó en su culo, agarrándolo con fuerza. Ella emitió un quejido, pero el continuó agarrándolo y soltándolo, con una adorable expresión de excitación en el rostro. Ella sintió como sus dedos bajaban por su culo y se detenían en la unión de este con los muslos. Apretó algo más allí, soltando un suspiro de placer. Ella notó como volvía a agarrarla de la cintura para voltearla de nuevo. Se inclinó sobre Ella y la besó profundamente en los labios.
Tras unos minutos que a ambos les resultaron segundos, deslizo delicadamente sus labios por la barbilla de Ella, bajando por su cuello, sus clavículas, sus pechos, en los que estuvo unos segundos de más antes de continuar su viaje, bajando a su estómago y de allí al pubis. Ella gemía y temblaba, sintiendo fuego allá donde Él la tocaba. Su cuerpo se estremecía de placer, y cada vez se encontraba más deseosa. Los labios de él le recorrieron los muslos y las piernas, y tan rápido como las bajó a besos, las volvió a subir de la misma forma. Al fin, colocó su boca sobre sus labios mayores, y deslizó la lengua suavemente sobre los menores, llegando al fin hasta su clítoris. Ella apretó los puños y gimió mucho más alto. Él continuó lamiendo su clítoris en pequeños y suaves círculos, cada vez más rápido. Ella sintió como le temblaban las piernas. Sentía la mente nublada, solo siendo capaz de procesar el placer que estaba sintiendo. Sentía la suave punta de la lengua de Él, constante, y de pronto, de la nada, comenzó a notar como el placer se intensificaba. Sus gemidos se transformaron en gritos, y todo su cuerpo se tensó como una cuerda. Comenzó a mover su pelvis de adelante a atrás, y le agarró del pelo con fuerza. Tras un par de minutos así, sufrió una explosión de placer indescriptible que la recorrió de arriba abajo, comenzando en su vagina y terminando en la punta de sus pies. Cayó a un lado, exhausta.
Él la miró correrse con los ojos muy abiertos. Jamás se había sentido tan excitado y complacido. Se relamió los labios con gusto. Ella estaba tumbada sobre uno de sus lados, con los ojos cerrados y aún una expresión de placer. Él se tumbó a su lado y la abrazó por la espalda. Notó como su cuero seguía sufriendo pequeños espasmos, y eso le excitó aún más. No pudo evitar al tumbarse así clavarle a ella su erección, tocando la estrada de su vagina, pero sin entrar. Gimoteó frustrado. Estaba tan cerca que no creía poder aguantar mucho más. Ella abrió los ojos, se giró y le besó. Se separó con una pícara sonrisa. Con cariño, le indicó que se tumbara boca arriba en la cama. Él obedeció, mirándola con curiosidad. La miró fijamente, mientras Ella se colocaba, moviéndose sensualmente sobre una de sus piernas. Notó su vagina mojada y caliente presionándole la pierna, y suspiró del gusto. Con una sonrisa, Ella se situó de rodillas sobre Él, con sus piernas a ambos lados. Le agarró el pene, lo colocó sobre la entrada de su coño, y con un suave movimiento se lo introdujo entero. Él sintió una explosión de placer, mucho más intensa de lo mucho que había sentido ya en el sexo oral, y contrajo su cara del gusto. Ella se deslizaba de arriba abajo, acompañando sus movimientos de cadera con suaves gemidos. La agarró de la cintura, ayudándola a subir y bajar. Sabía que no iba a aguantar mucho tiempo, estaba demasiado excitado y levaba demasiado tiempo deseándolo, pero tampoco le hizo falta esperar mucho. Sintió las uñas de Ella clavándose en sus hombros, y la miró fascinado mientras volvía a correrse, con una cara de placer que le volvió loco. Sintió como su coño le apretaba con fuerza y como se mojaba aún más. Antes de que Ella llegara al final, se movió fuertemente de arriba abajo hasta llegar también a un fuerte orgasmo que acompañó de un fuerte gemido. Sintió como Ella le abrazaba débilmente, y la abrazó de vuelta, aún dentro suyo. Se miraron con una sonrisa y se besaron, y en ese momento el supo que no iba a irse jamás de aquella tribu.
No sin Ella, al menos.