El ejercicio del amor

Un gimnasta defraudado necesita desfogarse en el gimnasio para olvidar cualquier reminiscencia de su novio infiel. El tiempo le ayudará a arrinconar ese recuerdo, a mejorar su musculatura y a entablar nuevas relaciones.

El gimnasio estaba a pleno ritmo la tarde en que Daniel entró a desfogarse con el ejercicio. Era un lugar que visitaba asiduamente, y su cuerpo fornido y bien definido lo atestiguaban, pero normalmente lo visitaba por las mañanas. Si había ido a un horario anormal para él era por el reciente suceso que había tenido que soportar: su novio, Andrés, le había dejado sin apenas darle ninguna explicación sobre por qué o cuándo había tomado esa decisión. Aquel mazazo le había dolido como si un árbol hubiese caído encima de él, más aún cuando ese cretino se marchó diciendo que había estado con otros hombres mientras su noviazgo aún estaba en su apogeo. Daniel había empezado a notar los síntomas de la relación fallida desde hacía varios meses, pero se había negado a creer en su intuición, en un intento por salvar una relación que había durado varios años y que auguraba un futuro prometedor. Por eso se encontraba frustrado y airado, y el gimnasio era la mejor manera que había podido pensar para soltar toda aquella rabia contenida. Dejaría volar la mente mientras completaba unas series durante las próximas horas y luego volvería a casa, dispuesto a borrar todo rastro de Andrés que hubiese podido quedar allí.

Tras salir del vestuario con su atuendo de deporte, ligero y cómodo, se dirigió directamente a la dorsalera. Luego pasaría al banco de abdominales, y de allí a la máquina de femorales o a la bicicleta estática. En tal situación, el orden era lo de menos; tan sólo quería liberar adrenalina a través de los poros. Tras un calentamiento previo, estableció la polea con el peso máximo y se sentó para levantar la masa metálica con un esfuerzo que le hizo apretar los dientes dentro de su boca. Era una tortura física que se auto-imponía a sí mismo para disipar la mental. Tras la primera serie, su corazón ya había empezado a latir a gran velocidad para que su cuerpo soportase el esfuerzo continuado, pero él era resistente y se había entrenado durante mucho tiempo; podía con eso y con mucho más. Cuando estuvo satisfecho con el resultado obtenido unas series despùés, pasó directamente al banco de abdominales, justo a tiempo, mientras otro usuario lo dejaba libre.

Mientras balanceaba su cuerpo de arriba abajo, a Daniel le gustaba observar, aunque fuese de pasada, el resto de personas que visitaban el gimnasio. A muchos de ellos los conocía por la mirada por haberles visto muchas veces en el gimnasio, aunque no había entablado ningún tipo de contacto con ellos. Otros los conocía de pasada, especialmente mujeres que se habían sentido atraídas por su físico impecable y que buscaban un maromo con el que empezar una relación romántica, o más que romántica, pero ellas no podían ofrecer nada que a él le interesase. En su mayoría, no había vuelto a cruzar ninguna palabra, pero con otras pocas mantenía una pequeña amistad. En general, su círculo de amigos más íntimo no frecuentaba ese lugar.

Durante una flexión, sin embargo, Daniel atisbó una cara que no le resultaba para nada familiar. Tras detener un momento la serie para descansar, observó mejor al nuevo individuo que había atraído su atención. Era un chico flacucho y de estatura media, piel pálida y rostro y cuerpo aniñados que no revelaba con exactitud su edad real. A juzgar por sus erráticos intentos de utilizar una de las máquinas, se había apuntado por primera vez al gimnasio. Su físico no era nada de otro mundo y, salvo por su cabello rubio, corto y un poco rizado, le recordaba demasiado a Andrés. Daniel bufó, había vuelto a recordar a ese cretino. Se echó otra vez en el banco y comenzó una nueva serie. Pero no perdió de vista al novato.

Le observó mientras pedía ayuda a uno de los visitantes más frecuentes que pasó por su lado. Con unos pocos gestos y palabras le había explicado su funcionamiento, pero su torpeza cuando estuvo solo de nuevo demostraba que no había entendido nada. Daniel bufó una vez más; sabía que se iba a arrepentir, pero le daba pena. Tenía que ayudar a ese chico que tanto le recordaba a Andrés.

Tras limpiar el sudor del banco se acercó a él. El otro se percató enseguida de que se dirigía hacia él y abandonó la máquina de inmediato.

-Perdona… ¿Lo vas a utilizar? Ya te dejo…

-No hace falta-respondió Daniel-. Siéntate, voy a enseñarte cómo se utiliza.

-Gracias…

El chico se sentó una vez más. Daniel le colocó la postura en el instrumento, a medida que le explicaba qué es lo que debía hacer.

-…y, sobretodo, deberías empezar con el peso más ligero. Porque supongo que es tu primera vez, ¿verdad, este…?

-Álvaro. Sí, es mi primera vez. No soy muy amigo del deporte.

-Bueno, todo es cuestión de tiempo. Yo soy Daniel, un placer.

Tal vez había sonado demasiado rudo, pero Álvaro parecía no haberse percatado de ello. Daniel le ayudó con los primeros compases, levantando entre los dos un peso tan ligero para él que casi había olvidado su mera existencia. Mientras los brazos de ambos subían y bajaban al unísono, Daniel advirtió un pequeño tatuaje en el hombro del novato: una bandera arco iris.

-¿Eres homosexual?-preguntó Daniel.

-Sí. ¿Hay algún problema?

-No, ninguno, yo también lo soy. Un consejo: cuando estés en el vestuario, procura evitar las erecciones. Es por tu bien.

Álvaro le rió la broma. Para cuando acabaron las primeras dos series, el sudor ya empezaba a perlar su piel pálida. Su rostro también delataba los primeros signos de la tensión muscular propia de los primerizos, un dolor punzante y sordo en las extremidades que al día siguiente se iba a convertir en unas insoportables agujetas.

-Al principio tienes que ir despacio-le explicó Daniel-. Luego ya irás aumentando el ritmo a medida que pase el tiempo. ¿Quieres descansar?

-Sí, por favor-respondió el otro jadeando

La tarde pasó entre explicaciones, tablas de ejercicios y funcionamientos entre el recién soltero y el novato del gimnasio y, para cuando la hora de cerrar se acercaba, el primero había conseguido olvidar al traidor de su ex-novio y el segundo estaba tan exhausto por el primer día de ejercicio que apenas podía mantenerse en pie durante los estiramientos.

-Esta noche deberías irte pronto a la cama. Tienes que descansar.

-Eso haré…

-Yo suelo venir por aquí por las mañanas, temprano. Si vienes más días, que sepas que me puedes encontrar para lo que necesites.

-Gracias.

Al día siguiente, Álvaro no hizo acto de presencia en el gimnasio, pero se volvieron a reencontrar al posterior. Ya recuperado de unas agujetas que, afirmaba, había sufrido como un  convaleciente en cama, estaba listo para dejarse guiar de nuevo por Daniel, que se había convertido en su entrenador personal de manera casi involuntaria. Aunque de manera lenta, Álvaro progresaba satisfactoriamente y, según pasaban los días de entrenamiento, acabaron forjando una buena amistad que proseguía fuera del gimnasio, cuando los dos salían a un bar cercano a tomar un pequeño y merecido almuerzo mientras se iban conociendo. Así pudo averiguar Daniel que Álvaro había tenido un par de novios que habían durado apenas unos meses cada uno y que se había animado a hacer ejercicio para intentar ligar un poco más.

En uno de esos días, Daniel estaba completamente desnudo en el vestuario, cara a la pared para disfrutar de un poco de intimidad, antes de que se cubriese con la toalla para marchar a las duchas. Con una fugaz mirada observó a Álvaro, que contemplaba de una manera mal disimulada su cuerpo torneado por las horas acumuladas en el gimnasio. Más delatado quedó su ilícito acto cuando giró la cabeza hacia el lado contrario de manera brusca, sintiéndose cazado en medio de la escena del crimen. Daniel disimuló una ligera sonrisa y optó por romper el hielo para evitar la incomodidad de ambos.

-Sería bueno que te duchases. Así te lavas todo el sudor acumulado.

-Vale…-respondió con timidez-. Pero no tengo ninguna toalla. Ni champú ni nada.

-Toma, yo siempre llevo una de repuesto. También puedo compartir lo demás contigo.

-¡Gracias!

Cuando ambos estuvieron listos, cubiertas las vergüenzas y liberados en lo demás, se dirigieron a la zona de las duchas. Era una zona enlosada con varios cubículos donde se encontraban las alcachofas, con la suficiente anchura para que se pudiesen dejar las cosas a un lado sin riesgo de que se mojasen. Las puertas eran de cristal opaco, ofreciendo suficiente privacidad, y no ocupaban todo el espacio, de manera que quedaba un punto ciego detrás de la pared justo donde caía el chorro. Las puertas también disponían de un disco de color verde o rojo, conectado a un cerrojo, de manera que podías saber al instante si la ducha estaba disponible o no.

La idea de los dos era meterse en duchas consiguientes, de manera que Daniel pudiese compartir sus cosas con Álvaro por el hueco abierto que quedaba por encima de las duchas, pero ese día daba la casualidad de que había demasiada gente. Todas las duchas estaban ocupadas, a excepción de una sola en la zona más apartada. Los dos se miraron a la cara y sendas sonrisas picaronas revelaron que cada uno pensaba lo mismo que pensaba el otro. Como niños traviesos que pretendían hacer alguna diablura, se metieron los dos en aquella única ducha vacía mientras no había moros en la costa que atestiguasen su acción.

Allí dentro, mientras el riesgo a ser descubiertos empezaba a excitarlos, se quitaron las toallas para contemplar al contrario en toda su pureza lampiña. Allí, Daniel descubrió la terrible jugarreta que la genética había osado jugarle a Álvaro: su cuerpo, fino y esbelto, una delicia en todos los sentidos, estaba rematado por un pene que, a pesar de estar erecto, era insuficiente. Por suerte, Daniel tenía de sobra por ambos. A medida que el agua empezaba a resbalar por la piel de ambos, las manos empezaron a explorar cada contorno del cuerpo del contrario. Para Daniel, era como pasear por una llanura virgen, sin vegetación y sin relieve, por donde el aire corría sin ningún obstáculo que cambiase su continuo y caprichoso rumbo y sólo unos pequeños montículos en zonas estratégicas causaban su ascenso o descenso. Para Álvaro, era como pasear por unas montañas accidentadas que creaban cuestas y altibajos a cada paso; un suelo firme y yermo con recovecos y espacios por doquier que invitaban a adentrarse y perderse en ellos, en un acto de cartografía que podía no acabar nunca. La mano de Álvaro eventualmente bajó hacia el pene de Daniel, recto como una flecha que espera a ser disparada, y, arrodillándose ante tal despliegue de potencia, se lo introdujo en la boca. Daniel sintió como una humedad cálida iba rodeando su miembro, un gran contraste con el frescor del chorro que caía desde arriba. Cada músculo de ese orificio jugueteaba con su presa con experiencia, mientras la mano lo atenazaba desde la raíz para evitar que escapase de ese depredador que lo engullía como una serpiente

Daniel empezó a vibrar con una oleada de placer que se generaba desde su entrepierna hacia el resto de las fibras de su cuerpo. Perdió la noción del tiempo en aquel paraíso lluvioso y celestial, dejándose hacer mientras su cintura avanzaba con respecto a su cuerpo. No podía rememorar una experiencia como esa, ni siquiera con Andrés. Su mente voló por territorios ajenos al mundo terrenal. Sólo volvió de nuevo cuando Álvaro retiró su boca, dejándole una sensación de insatisfacción, como quien acaba de degustar su plato favorito y quiere repetir. Pero la cosa no había acabado ahí. Álvaro se puso de nuevo en pie, el pelo mojado y todo él resbaladizo por el agua. Pegó su pecho a la pared, justo debajo de donde partía el tubo del agua, y puso el culo en pompa.

-Adelante-susurró.

Sus nalgas, blancas y casi afeminadas, se abrían ante él, seductoras e incluso desafiantes. Daniel tuvo que flexionar un poco las rodillas por la diferencia de estatura de ambos, mientras dirigía la vanguardia con su mano. Al principio hubo una pequeña resistencia, pero Álvaro no era nuevo y sus músculos tenían el conocimiento suficiente de lo que allí sucedía. Poco a poco la abertura se fue ensanchando y la lubricación del agua permitió una entrada suave y sin rozaduras. En unos pocos segundos, Daniel tenía toda su hombría dentro de Álvaro y empezó a mover sus caderas hacia atrás y hacia delante mientras se agarraba al cuerpo en el que depositaba su amor, temeroso de que pudiese escapar. Álvaro ahogaba sus gemidos contra la pared, confiando en que el golpeteo del agua en las losas ahogase el más leve ruido que pudiese escapar de su boca. Daniel, por otro lado, se mentalizaba para evitar el mismo e imperdonable error, mientras embestía una y otra vez aquel culo firme y pálido que rodeaba todo su ser.

Cuando Daniel estuvo a punto de derramar su simiente, se detuvo en seco. Retirándose de su posición, pidió a Álvaro que se diese la vuelta. Una vez estuvieron frente a frente, Daniel le cogió por los muslos y lo levantó sin dificultad, dejando sus piernas en una posición de noventa grados que rodeaba su propio cuerpo. Con todo el peso de Álvaro apoyado en la poderosa musculatura de Daniel, la posición era perfectamente estable y le descendió hasta penetrarle desde abajo. Sus caras se rozaban mientras el culo de Álvaro rebotaba una y otra vez sobre aquel clavo tieso que amenazaba con partirle en dos. Álvaro se asió al poderoso cuello de Daniel, como una cría a su madre, y se dejó hacer con un placer que reverberaba por toda su red neuronal. No pasó mucho para que los labios de ambos se sellaran, mientras el agua les mojaba  la cara como un romántico beso bajo la lluvia. Sus cuerpos notaban el suave tacto del otro y sus pezones, puntiagudos por el frío y la excitación, amenazaban con introducirse en la carne del otro hasta que sangrasen. Un rato después, el semen de Daniel salía disparado hacia arriba, y les habría salpicado a ambos de no haber estado dentro del cuerpo de Álvaro, del cual más tarde escurrió, única prueba delatora de su acto que el agua arrastró hacia el desagüe.

Acabada la ronda de sexo, ambos se ducharon, ayudando al otro a frotar allí donde los brazos no podían llegar. El pene de Daniel aún permanecía duro y listo para otra serie, pero el tiempo apremiaba. Tras estar limpios y libres de todo sudor, salieron de la ducha con cautela, con un intervalo de tiempo entre ambos y vigilando que no hubiese moros en la costa para que nadie sospechase lo que acababa de suceder allí dentro. Varios minutos después, los dos salían por la puerta del gimnasio, limpios, ejercitados y felices.

Como cada día después de salir, se sentaron en la terraza del bar en el que habían adquirido la rutina de detenerse para tomar un aperitivo. Tras hacer su pedido, Daniel le habló a Álvaro, con un tono que denotaba sinceridad.

-Oye, estaba pensando… Sé que hemos tenido nuestros altibajos con otras personas, pero… ¿Te gustaría comenzar una relación?

-¿Te refieres a que seamos novios?-preguntó Álvaro, halagado.

-Sí. Eso que hemos hecho dentro ha sido sublime. Tengo la sensación de que  lo nuestro podría funcionar.

Álvaro se ruborizó. Se sentía como una novia a la que están llevando al altar, y respondió con la misma decisión.

-Sí. Sí, quiero.

Los dos sonrieron y se dieron un pequeño pico antes de que el camarero se acercase con su pedido. Daniel todavía tenía en casa el anillo con el que pretendía proponerse al cretino de Andrés. Su intuición le decía que esta vez iba a tener éxito.