El ejecutivo en el gimnasio
...no sé si fue la cercanía de aquel ejemplar de exposición, o los efluvios de macho que emanaba su aparato genital, tan próximo, o la morbosidad del momento, pero el caso es que en mis boxers se empezó a rebullir mi propia polla...
El ejecutivo en el gimnasio
Me presentaré: me llamo Nicolás, aunque mis amigos me llaman Nick, y tengo 30 años. Soy director general de una empresa de medio nivel del sector de , bueno, mejor no entramos en demasiados detalles al respecto Baste decir que tengo una buena consideración social, importante nivel de ingresos y que la vida me sonríe. Tengo novia desde hace varios años, y mi relación con ella es buena. Gozamos en la cama y, posiblemente, nos casemos no tardando mucho. Al menos eso era lo que pensaba hasta no hace mucho:
El caso es que hace un mes me ocurrió algo que me ha cambiado la vida. Ese día había estado en otra ciudad, cerrando un importante contrato con una multinacional. Por la noche, estresado de todo el día, decidí ir a un gimnasio de la ciudad donde estaba, para hacer un poco de gimnasia y relajarme, como suelo hacer en estos casos. Pedí en el hotel que me indicaran un gimnasio que no estuviera lejos, y al rato ya estaba entrando en el local. Era ya más bien tarde, sobre las nueve de la noche, y apenas había gente, pero yo necesitaba hacer ejercicio para desfogar mi estrés acumulado; no me importaba que no hubiera nadie, casi lo prefería.
Me indicaron donde estaban los vestuarios y al poco ya estaba allí, desnudándome. Me quité la chaqueta, la corbata y empecé a quitarme la camisa cuando apareció otro hombre, el único que había visto hasta entonces en aquel recinto. Sería algo mayor que yo, quizá 34 ó 35 años, y sólo traía puesta una toalla, más bien pequeña, alrededor de la cintura; tenía el torso lampiño, no sé si depilado o de forma natural. Lógicamente, no le presté mayor atención, salvo contestar a su cortés buenas noches.
Seguí con mi ritual de desvestirme, mientras pensaba en los detalles de la operación mercantil que habíamos cerrado aquella mañana. Sin embargo, el otro hombre resultó que tenía su taquilla justo al lado de la mía, en la parte superior, mientras que yo la tenía en la parte inferior. Bueno, era una casualidad, sin mayor trascendencia.
El caso es que el hombre se quitó la toalla y empezó a secarse; entonces, involuntariamente, reparé en el miembro que hasta un momento antes escondía aquel pedazo de tela, y no pude evitar darme cuenta de que era una polla notable, en forma y volumen; estaba morcillona como decimos en mi tierra, pero evidenciaba un tamaño más que considerable. Yo seguí a lo mío, porque aquello no me interesaba; nunca había tenido ningún tipo de pensamiento homo, así que no tenía mayor interés que el del entomólogo observando aquel buen ejemplar de miembro masculino.
Me quité los pantalones y los zapatos y me puse en cuclillas para colocar los zapatos en el suelo de la taquilla. Al mismo tiempo, el hombre que se secaba el cuerpo desnudo se colocó delante de su taquilla abierta para trastear allí, mientras mantenía la toalla alrededor del cuello. En esa posición, miré un momento hacia su lado, y me encontré con la polla de aquel tío a escasamente 20 centímetros: había crecido desde que la vi unos segundos antes, y ahora estaba ya en semierección. ¿Me creeréis si os digo que, por primera vez en mi vida, me empecé a excitar viendo un nabo? No sé si fue la cercanía de aquel ejemplar de exposición, o los efluvios de macho que emanaba el tío y su aparato genital tan próximo, o la morbosidad del momento, pero el caso es que en mis boxers se empezó a rebullir mi propia polla, y en pocos segundos alcancé un empalme como de burro. No entendía nada de lo que me estaba pasando, pero aquel nabo tan cerca de mí, que además parecía aproximarse como quien no quiere la cosa, había abierto en mí un deseo irrefrenable: el glande era enorme, o al menos así me lo parecía desde mi posición, en cuclillas a apenas 10 centímetros de aquel vergajo que se balanceaba seductoramente.
Yo estaba desconcertado: ¿qué me estaba pasando? No entendía nada, pero tenía claro que, como suele ocurrir cuando hay sexo de por medio, la polla toma el control, en detrimento del cerebro. Miré hacia arriba, hacia donde el hombre seguía con sus cosas, y me di cuenta de que me estaba mirando, y seguro que hacía ya un buen rato: el tío me guiñó ligeramente un ojo, y entonces supe que aquello no era casualidad ni azar.
No lo pensé ni un momento: abrí la boca y cerré los ojos; unos momentos después, noté en mis labios algo caliente, grande, ligeramente resbaloso; abrí un poco más la boca y aquello entró un trecho dentro de mi cavidad bucal. El glande ya estaba entero sobre mi lengua, y, aunque no sabía muy bien como hacerlo, debe haber como un mecanismo natural que hizo que empezara a chupar aquella cosa. Fue todo empezar a saborear aquel cacharro y sentir que había encontrado un placer nuevo e indescriptible: era como descubrir un mundo lleno de infinitas posibilidades. La sensación de tener aquel nabo en la boca, tan grande, tan cálido, tan duro pero a la vez carnoso, era insoportablemente deliciosa. Chupé con más ganas aún, y el tío me tomó por la nuca, obligándome a tragar más de su cacharro: el glande llegó hasta el final de la boca, y no sé cómo, ahuequé la garganta; al primer intento de traspasarla, el pollón rebotó, dándome una arcada, pero aquello era tan gozoso que lo intenté de nuevo, ahuecando aún más la garganta, y entonces el nabo entró, limpiamente, hasta el fondo. Sentí entonces cómo mi nariz se enterraba en su delicioso vello púbico, que olía a macho limpio, a virilidad absoluta, y me sentí desfallecer de placer; por debajo, mi labio inferior se empotró contra los grandes huevos del tío. Así, con la polla totalmente empotrada en mi boca, el hombre empezó a follarme, como si fuera un coño, y aquel vergajo inmenso me ocupaba toda la boca y la garganta, entrando y saliendo como si hubiera estado siempre ahí.
De repente, el tío se salió de mi boca, y me sentí vacío; lo miré, con una protesta en los ojos, pero el hombre me hizo levantar y me giró, poniéndome de espaldas a él; con las manos me obligó a doblarme hacia delante, me bajó los boxers de un tirón, y enseguida noté su pollón a las puertas de mi culo virginal; confieso que me aterroricé: aquel cacharro podía reventarme. Pero el hombre tenía otra idea: enseguida noté algo caliente en el agujero de mi culo, pero no era el enorme glande: el tío estaba chupándomelo. Y el primer lengüetazo fue como un latigazo de placer que casi me hace caer al suelo; resistí, y los siguientes me hicieron retorcer de gusto. Después de un rato chupándome el culo, yo ya necesitaba algo grande y duro que me entrara por allí para calmar mi ansia, y el tío pareció adivinarlo, porque enseguida noté otra vez algo gordo, y grande, y ensalivado, a las puertas de mi culo, ahora más abierto tras la chupada y el placer que sentía. Con un golpe seco me enterró el glande en el agujero, y yo sentí un dolor insoportable. No sé cómo conseguí no chillar y no caerme redondo al suelo. Aquella voluntad de aguantar tuvo su recompensa: no tardó mucho ese dolor en ir tornándose placer, conforme el enorme nabo iba horadando, lenta pero implacablemente, el estrecho agujero de mi ano; no tardé mucho en sentir golpear sobre mis cachas los huevos de mi amante, y entonces supe que aquella verga descomunal ya estaba, contra toda esperanza, alojada entera en mi culo.
Comenzó entonces un metisaca, primero despacio, después más rápido. Sentir aquel cilindro de carne caliente entrar en la más recóndita de mis cavidades me tenía totalmente excitado: mi propia polla, empalmada al máximo, se bamboleaba entre mis piernas al ritmo que me marcaba mi amante.
Noté que la polla, dentro de mi culo, tenía como convulsiones, y supe qué venía entonces; el tío comenzó a jadear más alto, y entonces la follada fue inexorable, sin compasión, mientras se corría largamente dentro de mis entrañas. Finalmente, el tío se derrumbó sobre mí, abrazándome y tomándome la polla desde atrás. Me la meneó un poco, pero pareció cambiar de idea: se salió de mi culo y me dio la vuelta; me empujó con las manos en los hombros y puso otra vez mi cara frente a su polla: ésta seguía erecta, con restos del semen que me había depositado en mi culo, y la invitación era evidente. No podía decir que no, porque seguía tan caliente como al principio. Me metí aquel glande en la boca, y experimenté entonces el sabor de la leche: me gustó; miento, me gustó muchísimo. Tanto, que empecé a chupar la polla como un desesperado; me di cuenta entonces de que chupar una polla con restos de leche era aún mejor que hacerlo cuando todavía no se había corrido, y sin pensar más, me abandoné a la tarea de chupar aquel vergajo pringoso, mientras sentía que mi propio nabo seguía con un empalme bestial. El tío debía ser un semental, porque no tardó mucho en correrse otra vez, y entonces le recibí en mi boca, y al tiempo que su semen me inundaba, mientras lo paladeaba, yo mismo me corrí, sin tocarme, como una perra en celo. Le recibí largamente sobre mi lengua, saboreé con delectación el manjar, y fui tragándomelo poco a poco, rebuscando en el ojete del glande en busca de una última, y tan exquisita, gota de semen, hasta que quedó claro que el hombre estaba totalmente exprimido. Entonces caí exhausto hacia atrás, recostado en la taquilla.
El hombre se apartó un poco, sonriente; no hizo falta que se limpiara la polla, porque se la había dejado limpia y reluciente. Se vistió rápidamente y, con un guiño, se marchó. Yo, finalmente, me levanté, aún hecho polvo pero totalmente satisfecho, y me fui a dar una ducha. Aquella noche no llegué a hacer gimnasia alguna, porque todo el ejercicio físico necesario lo hice en el propio vestuario
Desde entonces, no he podido hacer el amor con mi novia; le pongo excusas, de cansancio, de dolor de cabeza Pero la verdad es que lo único que tengo en mente es volver a sentir una polla en mi boca, en mi culo, y una gran cantidad de leche sobre mi lengua Y sé que no tardaré en conseguirlo