El efecto Danny Kaye (5)

Daniel sigue preguntándose cual será la verdadera razón del extraño comportamiento de Rubén. Por otra parte, Pablo acude muy alterado al apartamento de Daniel, decidido a interrogarle sobre un asunto importante.

Aquel sábado se levantó nublado y algo revuelto. Debido a los preparativos de la mudanza no había salido la noche anterior. Cené con Pablo en un restaurante italiano del barrio, y luego él se marchó en su moto tras despedirmos con un beso. Yo estaba tan cansado que ni siquiera le pedí que subiera a hacer el amor; se sobreentendía que a partir del día siguiente habría tiempo de sobra para ello en nuestro nuevo hogar.

No había vuelto a ver a Rubén desde la noche del jueves. Mi compañera Patricia, sin embargo, me aseguró el viernes por la mañana, durante una pausa para tomar café en la oficina, que se lo había encontrado esa noche en el Wild Thing, un garito conocido de todos nosotros, cercano a la zona donde vivían ambos. Según me contó, estaba acodado en la barra del bar, que a esa hora un jueves de verano se encontraba a reventar, completamente solo y con aspecto huraño. Al parecer la saludó con desgana e ignoró por completo a su novio, Iván, con quien siempre se había llevado muy bien. Le dio la impresión de estar borracho o a punto de estarlo, y bebía de un vaso que contenía lo que parecía whiskey con una velocidad pasmosa, parecía que le fuera la vida en ello.

Su conclusión fue clara.

No sé que problema tendrá, pero me temo que con el pedazo de resacón que debe tener no creo que haya ido a trabajar.

Tampoco fue a entrenar, obviamente. Empecé a pensar que tal vez la del jueves sería la última vez que nos viésemos. Si él persistía en ignorarme, y, ahora que era libre y su nefasta asociación con Lucía había concluido, se buscaba otras amistades, podría decirse que nuestra fantástica amistad de tres años podía darse por concluida de manera tan poco heroica.

Me encontraba embalando cajas en compañía de mi hermana, que se había ofrecido voluntaria a echarme una mano, aunque había salido hasta las cuatro la noche anterior y debía estar muy cansada. Pero ella era una mujer decidida y le ponía entusiasmo a todo lo que hacía.

Mientras terminaba de empacar unos libros, me vino a la mente un presentimiento súbito: si Rubén estaba realmente tan traumatizado no se debía solo al supuesto descubrimiento de su naturaleza homosexual. Rebobiné mentalmente lo que él me dijo la otra noche sentados en el banco, y en ningún momento le ví preocupado por ese tema. Su pena parecía proceder de otra parte, más profunda, y se notaba que le había arañado el corazón hasta astillarle. Me senté encima de la caja, y saqué una conclusión válida: tenía que hablar con Rubén cuanto antes y salir de dudas de una vez. Tenía que adelantarme a los acontecimientos, seguir mi propia doctrina Kaye.

Mi hermana, que había salido un momento a tomar el fresco a la minúscula terraza, me sacó de mi ensimismamiento, tocándome suavemente en el hombro, al tiempo que decía en tono cantarín:

¡Creo que tienes visita! Pablo acaba de aparcar enfrente.

Aquello me sorprendió mucho. Se suponía que él debía esperarme tranquilamente en su casa para desembalar el equipaje. Su visita debía responder a un hecho inesperado, que en modo alguno podía relacionar con Rubén. Pablo debió subir las escaleras de 2 en 2, porque en un santiamén estaba llamando al timbre. Claudia se atusó el pelo y le abrió muy sonriente.

Hola, Pablo, no te esperábamos. Estamos en plena faena. Pasa. – le saludó mi hermana .

Hola, Claudia. – y sin detenerse a saludar- Dani, ¿tienes un momento? Necesito hablar contigo.

Su forma de hablar, grave y monocorde, no hacía suponer la excepcionalidad de su llegada, pero la pétrea frialdad de su rostro me indicó a las claras que algo no marchaba bien en su vida. Con un cruce de miradas, como si fuéramos siameses, mi hermana y yo nos lo dijimos todo. Claudia cogió su monedero y se disculpó diciendo que iba a por el pan. Una mentira piadosa que le agradecimos ambos.

Cuando la puerta se cerró, Pablo se dejó caer pesadamente en una silla.

¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo?

Aún no lo sé. Tú sabrás.

No sé. Explícate – su cuerpo de pronto parecía pesar toneladas y las piernas parecían incapaces de sostenerle. Su forma de sentarse indicaba tensión y desconfianza.

Seré claro. Anoche, después de hablar nosotros por teléfono, se presentó en mi casa la novia de Rubén.

¡Vaya por Dios! Esa chica no descansa ni en festivo

¿O debería decir exnovia?

Según tengo entendido, ya no salen juntos.

Pablo mostró un leve signo de indignación, pero continuó su exposición de los hechos. Estaba borde y malhumorado.

Venía llorando y me rogó que la dejara pasar. Una vez dentro me contó que os había pillado a Rubén y a ti haciendo el amor en tu casa.

Me eché a reír. Aquello era realmente delirante.

¡Esto es increíble! ¿Y tú te has creído esa milonga? Esa tía se columpia…`pero vamos a ver, ¿cómo iba a pillarnos en mi propia casa? ¡Tendría que llamar antes! Y, si de verdad estuviera con él, no iba a abrirla desnudo y empalmado, con los gayumbos de su novio en la mano.

En realidad ella dice que le abriste tú, pero que por un espejo vio el reflejo de Rubén desnudo en el cuarto.

Joder, ¡que imaginación le echa la peña!¡Pero si esa piba no ha estado nunca en mi casa!¡lo que hay que oír!

Pablo pareció tranquilizarse por momentos. Sin embargo, noté que se daba la vuelta discretamente buscando el susodicho espejo, y el posible ángulo que pudiese formar con la puerta de la habitación. Aquello me terminó de calentar.

Es decir, que no confías en mi palabra. Prefieres creer a esa zorra antes que a tu propio novio.

No es eso, Daniel – parecía profundamente apenado – No se trata de creerla o no, es muy posible que actúe simplemente por venganza. ¿Sabes cual es el problema?

¡Dímelo tú! – respondí desafiante.

Se puso en pie y me miró muy fijamente, casi sin pestañear.

El problema es que lo que dijo es creíble. Y es creíble porque tú estás enamorado de Rubén y Rubén lo está de ti, de eso no me cabe duda.

Me sentí ultrajado, pero al mismo tiempo liberado de un gran peso interior. Mi cabeza lo negaba, pero mi corazón sabía que era cierto.

Pablo se acercó aún más, sin temor alguno, y, situado a escasos milímetros de mi cara, me lanzó un órdago imbatible:

¡Niégalo! Simplemente niega que estés enamorado de Rubén y te prometo que olvidaré esta conversación y todo lo que esa bruja me contó anoche.

Mi cabeza daba vueltas y hervía como una marmita. Sentía su aliento en mi piel y el eco de una palabra clave giraba alrededor de mi cerebro. ¡Niégalo.!¡Niégalo! ¡Niégalo! Pero, por más esfuerzos que hice para tratar de pronunciar una simple letra, todo lo que conseguí fue un ligero balbuceo. Bajé la cabeza avergonzado. Pablo se dio por vencido.

Es todo lo que quería saber –se dio medio vuelta en dirección a la puerta.

¡Pablo! – se volvió con expresión feroz , que no me desanimó – Te diré la verdad. Nunca he estado con él, lo que te ha contado Lucía es totalmente falso. Pero sí es verdad que yo estoy enamorado de él, aunque no me había dado cuenta hasta ahora. No tengo ni idea de si él lo está de mí. Eso es todo lo que te puedo decir. Yo te he querido y te quiero mucho, pero no como a él. Y hubiera sido una equivocación seguir juntos sintiendo así.

Pablo cambió el gesto avinagrado por uno más neutro, y me tendió la mano abierta.

Te creo, Daniel. Perdóname, nunca debí dudar de tu palabra. Te deseo toda la suerte del mundo. Yo seguiré buscando la mía. Adiós.

Nos apretamos la mano, y, sin poder evitarlo, me aproximé y le besé fugazmente en los labios. Me di media vuelta y el ruido seco de la puerta me indicó que se había ido. Esta vez sería para siempre. La venganza de Lucía había surtido efecto. Ella se había quedado sola, pero en su maldad decidió que no sería la única. Otros pagarían por su soledad. Experimenté, sin embargo, una profunda sensación de libertad y de bienestar ahora que había confesado mi verdad interior. Sentado en el sofá, rodeado de cajas vacías, escuché por última vez el ruido del motor de su Harley.