El efecto Danny Kaye (2)
Daniel trata de justificar ante su novio la actitud negativa de Rubén hacia él. De vuelta a su piso, Dani y Pablo hacen el amor, pero Dani descubre que su novio no es tan perfecto como aparenta.
Aquella noche decidimos cenar en el Vips de Gran Vía, dada la hora tan avanzada que era. Pablo se había dejado el pelo algo más largo, lo que le sentaba estupendamente. Realmente, pensé, he tenido suerte con él. Le observé mientras comía sus spaghettis, con la educación exquisita que mostraba como hombre de mundo que era. A sus 30 años había vivido en Londres y Nueva York para perfeccionar sus estudios en el mundo de la publicidad y el diseño gráfico, antes de regresar a Madrid y establecerse por su cuenta, como diseñador gráfico free-lance, trabajando desde su propia casa, sin horarios fastidiosos, para las numerosas firmas comerciales que reclamaban sus servicios.
Me parece que a tu amigo no le caigo demasiado bien observó el hasta entonces silencioso Pablo mientras se llevaba el tenedor a la boca.
Yo traté de disimular la contrariedad que sentía. Por fin se había dado cuenta. En realidad, solo un autista hubiera podido mantenerse ajeno a la evidente tirria que Rubén manifestaba hacia mi pareja.
No te preocupes, Rubén es así. Siempre es lo mismo. Nunca está conforme con los novios que me echo. Todos les parecen mal. Unos por una cosa, otros por otra.
En el rostro de Pablo se dibujó una sonrisa irónica, de hombre que está de vuelta de todo porque ha visto y oído mucho en la vida. Se adelantó un poco hacia mi posición sin llegar a levantarse del asiento, y me interpeló con aparente inocencia:
¿Y no será más bien que está celoso, y le gustaría ocupar mi lugar? dicho lo cual volvió a acomodarse en su sitio y siguió comiendo tranquilamente.
No digas tonterías. Los gays siempre tendemos a creer que todo el mundo entiende o es factible que lo haga en el futuro, pero la realidad es otra. Rubén es hetero, y además va a casarse con la arpía de su novia en cuestión de meses.
Ya, pero eso no es garantía de nada. Si supieras cuantos supuestos heterosexuales son en realidad bisexuales o incluso gays camuflados, te asustarías. Yo he conocido a unos cuantos, por cierto.
Y yo también, pero este no es el caso, te lo aseguro. Le conozco hace varios años, nos duchamos todos los días juntos en el gimnasio, nos hemos visto en pelotas cientos de veces, y nada de nada. Te lo aseguro.
Espero que lleves razón. Pero a ese chico le ocurre algo. Su comportamiento no me parece normal. Deberías intentar averiguar que le ocurre.
Me quedé un momento pensativo. No hallé ninguna razón lógica por la que mi mejor amigo pudiera estar peleado con la vida, yo al menos la desconocía. Y él me lo hubiera contado, de eso estoy seguro. Estaba harto de mediar cada vez que se peleaba con Lucía por cualquier pijada, debido ante todo al carácter colérico de su adorada novia.
No sé, tal vez tenga problemas en el trabajo. Trabajar con los parientes suele traer muchos problemas. La confianza no casa a veces bien con el mundo laboral. Y yo sé que su tío se ha retrasado alguna vez sin justificación en el pago de las nóminas. Como no sea eso ¡pero no te preocupes que ya lo averiguaré!. No se me escapa una. Y ahora vamos a dejar de hablar de Rubén, que estará a estas horas haciendo el amor tranquilamente con su novia, y vamos a centrarnos en nosotros, que es lo importante ¿Qué tal el día, amor?
Aquella noche, en su lujoso apartamento, sito en un antiguo y señorial edificio recientemente restaurado, en la totalmente remodelada (para bien) Plaza de Santo Domingo, Pablo no tenía ganas de ver la tele.
Creo que me voy a dormir. Estoy agotado reconoció Pablo mientras se quitaba la cazadora de Energie y la guardaba en el armario del dormitorio.
Yo me voy a quedar un rato viendo los canales temáticos
Te estás enganchando a la MTV y toda esa basura
Bueno, me distraigo un poco. Hay quien prefiere la Play, lo mío es la música.
¡Donde esté un buen libro que se quiten Plays, MTVs y Perico el de los palotes! gritó Pablo desde su habitación mientras yo encendía la televisión.
Una vez cambiado, Pablo apareció ante mí con un pantalón de chándal, que le marcaba ligeramente el paquete y una camiseta de tirantes de Puma ajustada que resaltaba sus pectorales. Inmediatamente me giré para admirarle mejor. La música pasó a un segundo plano. "Its too late to apologize " se escuchaba de fondo, cuando me incorporé, con una incipiente erección, y me eché en brazos de mi novio, el hombre que me había devuelto la felicidad tras varios años de desengaños amorosos.
¿Pensabas acaso que te iba a dejar irte a dormir sin darte un buen repaso antes? susurré en su oído muy despacio. Olía a colonia cara y a loción de afeitar. Todo en él parecía bendecido por la naturaleza. Su cuerpo, maravillosamente esculpido en el gimnasio, era fruto de muchos años de esfuerzos constantes y de preocupación por su salud. No parecía haber ningún defecto físico en él, su cara, sus manos, su vientre plano, sus pectorales marcados y su abundante cabellera castaño clara no dejaban lugar a dudas: era un dios bajado a la tierra para atormentar a los mortales. Pero Pablo tenía un don adicional que muchas otras beldades envidiarían: su enorme humildad. No había rastro de jactancia en su persona, y esa era una condición sine qua non para que alguien como yo se fijara en él, por muy bueno que estuviera.
"Si Rubén no sabe ver sus cualidades es porque se está volviendo tan envidioso y cizañero como su novia. Ya lo dice el refrán: dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma opinión. Más le valdría fijarse en la mujer que ha elegido para llevar al altar, que bastante tela que cortar habría con ella". iba pensando mientras le acariciaba los bíceps, le pasaba la lengua por los pezones tras levantarle con mimo la camiseta y le mordía con cariño el lóbulo de la oreja.
Pablo se dejaba hacer, como casi siempre en cuestión de sexo. No dejaba de ser curioso que, siendo técnicamente el activo de la relación, en realidad fuera todo lo contrario. No había forma de que moviera un músculo (bueno, uno sí, y con ese era suficiente); se quedaba quieto, parado, parapetado en las sensaciones que le provocaban mis caricias, lengüetazos, lametones, mordiscos, pellizcos y lo que hicera falta para excitar su lenta pero ardiente sexualidad. Me dejé caer finalmente de rodillas en medio del salón para saludar a su hermosa polla, una maravilla de trabuco, bien dotado y mejor cargado, que parecía estar hecho para el placer. ¡Y qué decir de su culo!, ese enorme y duro culo (pero duro de verdad, como una roca) que tantas fantasías eróticas despertaba en las marujas de su barrio. Pero ese culo era mío. Me lo había ganado a base de felaciones sin fin, y ahora me tenía loco. Y, sin embargo el culo de Rubén me vino de repente a la mente, sin razón alguna. Era éste un culo más prosaico, pudiéramos decir, no un trasero hiper-entrenado y desarrollado como el de Pablo, sino un culo-culo natural, sin aditivos ni conservantes, uno de esos culos que quitan el sentido nada más verlo.
Aparté este pensamiento trivial y absurdo (a esas horas él estaría dando candela a la guarrona de su chica, un suponer) y me concentré en intentar abarcar con las dos manos los enormes cachetes del culo de Pablo, una adicción irresistible e inocua, mientras me llevaba a la boca su aún medio dormido rabo morcillón. Como estaba algo cansado el señor, procedió a sentarse en un sillón, hacia donde le seguí como un perro fiel de rodillas, deseando extraer el néctar de su cuerpo cuanto antes a fuerza de chupadas incansables. Con el chándal blanco por las rodillas, la camiseta verde por encima de las tetillas, y un aire de macho dominante imposible de ocultar, me metí aquel pedazo de carne en mi boca, saboreándolo con deleite un día más, pasándolo de un carrillo a otro, devorándolo con fruición. Sus gemidos y pequeños lamentos me excitaban aún más, por lo que opté por desabrocharme el cinturón, bajarme el vaquero cuanto pude y sacar a pasear la chorra, a la que daba vidilla con la mano izquierda, mientras reservaba la diestra para hacer crecer el surtidor carnoso que tenía ante mis ojos. No sé cuanto tiempo estuvimos así, en esa postura, comiéndole la polla hasta reventar, lamiéndole el miembro con la lengua por todos sus rincones sin olvidar ninguno, llevándome los huevos a la boca, bendiciendo la suerte de tener ese pedazo de semental en mi vida. Y, otra vez, sin venir a cuento, me imaginé el falo de Rubén, que yo sólo conocía en su versión en reposo de las duchas del gimnasio, pero que prometía ciertamente diversión asegurada, como iría creciendo ante mis lametones, y su cara retorciéndose de placer mientras profería guarrerías innombrables por la boca, y mandaba a tomar por culo a la guarra de su novia, y me juraba y perjuraba que nunca, nunca, nadie anteriormente le había hecho una mamada como esa en toda su (puta) vida. ¿Qué estaba ocurriendo? Me desperté súbitamente de ese estado de delirio mental con una erección monstruosa (¿esto me lo ha producido Rubén? pensé en ese momento). Pablo también se sorprendió, no tanto de que me empalmara, algo habitual al realizar este tipo de prácticas, sino por el tamaño descomunal que había alcanzado el miembro.
Parece que el nene no se ha pajeado estos días musitó levemente, y se acercó a palparla, y hasta se la llevó a la boca con afición renovada. Pero las felaciones no eran lo suyo, y el placer proporcionado, exiguo. Por eso yo evitaba siempre esta parte, simulando que no me gustaba mucho, aunque él a veces se mostraba voluntario a dar placer oral. Sin embargo, su asombrosa lentitud no casaba bien con mi temperamento excitable, y la forma en que lamía el miembro, ayudándose de una mano como se ve que hacen muchas mujeres en las pelis porno, me dejaba un poco frío. Simulé unos cuantos ¡ays! y ¡oohs!, pero de ahí no pasó la cosa. Mejoró algo la situación cuando, sentado de nuevo en el sillón (Don Comodón le llamaba yo por su afición a hacer sexo sentado en una butaca) me indicó con un gesto que me encaramara al palo mayor. Y así lo hice sin pensarlo dos veces. Esta parte me gusta más, meditaba yo, tras colocarle el condón lubricado y lubricarme yo mismo con una crema especial. Allá voy. Me dejé ensartar por el rey del rollo tranqui, y, muy despacito, en su estilo, me fue penetrando, hasta la empuñadura, para después moverse aún más lento en mi interior ("parece que esté enfriando la sopa con una cuchara" se me ocurrió pensar, pues su lentitud a veces me exasperaba). Esta vez, sin embargo, se portó, y tras varios minutos de relajado mete-saca y besos de tornillo a granel, sacó su polla enorme y, pajéandose a buen ritmo, cosa rara en él, sintiendo quizá la cercanía del orgasmo, me pidió que le recibiera en la cara. ¡Cómo iba a negarme yo a algo así!. Y, no obstante, era el rostro y el cuerpo de Rubén el que se aparecía frente a mí, y no se contentaba con untarme de lefa toda la cara, además el muy cabrón hacía que se la rebañase luego bien con la boca hasta quedar más limpia que la patena del cura. El grito ahogado de Pablo al correrse me devolvió al mundo de los humanos, y un chorro áspero en mi mejilla me recordó que un 90% de las veces aquel pedazo de hombre elegía mi cara para el acto final. Obsesión facial, lo llamaba yo.
- ¿No te has corrido aún con el pedazo de calentón que llevas? me preguntó Pablo extrañado, besándome en los labios, mientras yo me peleaba con los kleenex para extraer aquel semen de mi rostro.
En eso estoy. Tal vez una ayudita ahora no me vendría mal.
Pablo, que me conocía bien, sabía de qué hablaba. No dudó un instante. Se acercó al apilable y, tras una leve vacilación, eligió un DVD de la estantería central. Con el chándal aun por los tobillos, me regaló su culazo inmenso al agacharse para proyectar la peli porno que había elegido para la ocasión. Se trataba de una peli checa de la firma Bel Ami, y el trío protagonista, comandado por el siempre recomendable Pavel Novotny, se lo hacía en los vestuarios de un gimnasio, para culminar en la piscina y en la sauna. Me senté en el sofá con el rabo más tieso que el palo de una escoba, y, a no mucho tardar lo hizo el propio Pablo, con una toalla al hombro que extendió sobre la superficie de polipiel del sofá. Acto seguido, se acomodó a mi lado y se dedicó a hacerme una gayola, mientras yo, a ratos mirando la televisión, y otras veces concentrado en mis pensamientos, no dejaba de preguntarme la razón por la que estos últimos días Rubén no abandonaba mis fantasías íntimas, arrebatando al propio Pablo el cetro que le correspondía por derecho, incluso en los momentos más íntimos. El hecho de que no me hubiera corrido mientras me penetraba Pablo me pareció inquietante, pero no era ni mucho menos la primera vez. Este escenario y este fin de fiesta empezaba a ser habitual, un poco marca de la casa en nuestra relación de ocho meses: él se corría primero, y yo mucho después pajeándome. Ahí fallaba algo, quizás.
En el momento en que Pavel penetraba a un morenazo de impresión en presencia de un tercero con cara de vicioso, me imaginé a Rubén y a mí mismo en esa coyuntura, él empujando con fuerza y colocando mis lustrosas piernas sobre sus hombros, mientras reconocía que las mujeres no le habían dado nunca el placer inmenso que estaba sintiendo esa noche, penetrando, rompiendo la pana, inundando de semen mi agujero rectal. Ni siquiera era consciente de que Pablo estaba allí pajeándome, porque, de haberlo sido, le hubiera avisado con un gesto de la inminencia de la deseada eyaculación. El chorro de semen, que se ve tenía prisa por salir, sorteó la toalla y fue a parar al suelo y a la mesa baja del salón. Todo un contratiempo para el higiénico Pablo, que partió presto a buscar un ejército de pañuelos desechables, bayetas y hasta el limpiador antigrasas milagroso de la tele.
Aquella noche dormimos abrazados y muy juntos, aunque en mi interior yo sentía un run-run creciente indicándome que en el paraíso par se había colado un intruso.