El efecto Danny Kaye (1)

Un grupo de jóvenes se reúne cada viernes noche a la salida del gimnasio. Entre ellos están Daniel, un ejecutivo de éxito, Rubén, un mecánico, y su insufrible novia, Lucía. Todos quieren conocer detalles del trabajo de Dani.

EL EFECTO "DANNY KAYE"

(Relato de amor con elementos eróticos y referencias a personajes que aparecieron en mi anterior relato "Verano caliente en Lisboa").

Aquel viernes por la tarde, como casi todos los viernes del año, excepto en período de vacaciones o por fuerza mayor, los colegas del gimnasio quedábamos a tomar algo en el sitio de siempre. A las once en punto, minuto arriba, minuto abajo, según salían de ducharse los rezagados, nos encaminábamos al café-braserie, donde solíamos reunirnos de forma habitual. Allí, en ese acogedor local, con sus bancos de madera maciza y sus enormes cristaleras a la calle, pedíamos cañas, tapas, y los más comilones prácticamente cenaban a base de raciones.

Entre ellos nunca faltaban Paco, el hijo del lechero, Armando, Pedro, Ana, Pilar, su novio, David, el hermano de éste, Rubén, y su novia Lucía. Daba igual cuantos fuéramos, un máximo de doce y un mínimo de cuatro o cinco, el buen rollo y la diversión estaban asegurados. Así, de manera tan simple, por costumbre, empezó la historia de mi amistad con Rubén, el mecánico, como era conocido en el grupo, para diferenciarlo de otro Rubén que también entrenaba con nosotros, a quien conocíamos como el pollero, aunque en realidad es carnicero.

Conocí a Rubén hace tres años, cuando empecé a trabajar en la empresa en la que presto mis servicios actualmente. Es una empresa muy abierta y progresista, algo que me sorprendió gratamente, y entre las ventajas sociales que ofrece se encontraba ese bono descuento para el gimnasio, que, al parecer, nadie quería o podía aprovechar. Lo acepté sin mucho entusiasmo (yo no había destacado en ningún deporte, y pensaba que el gimnasio era sólo para las "musculocas", sector en el que espero no encontrarme integrado nunca). Al principio entrenaba solo, asesorado esporádicamente por un instructor más pendiente de las mallas de las tías que hacían aerobic que de su trabajo propiamente dicho. Después, por casualidad, conocí a Rubén. El fue el primero con el que empecé a entrenar en el gimnasio, ayudado por su simpatía natural y su buena disposición. Después, fui conociendo al resto, unas veces por mediación del propio Rubén, como a su hermano David, y otras por pura ósmosis, pues en aquel gimnasio lo que más se practicaba no era tanto la musculación (que también) como las relaciones públicas.

Sentados en aquellos graciosos taburetes de madera, dando cuenta de una suculenta ración de gambas al ajillo, los presentes me interrogaban con curiosidad palpable sobre mi trabajo:

¿Y que es lo que haces exactamente, Dani? – preguntó Lucía con su tono estudiadamente pijo.

Digamos que vendo ilusiones. En realidad soy un ejecutivo a tiempo completo, aunque estudié decoración y diseño de interiores. Pero una cosa lleva a la otra…mi jefe vio aptitudes comerciales en mí, y decidió promocionarme. Me encargó la venta de unos edificios de oficinas a un consorcio ruso. De eso hace ya tres años. Desde entonces han pasado muchas cosas. Soy como un free-lance del mundo de la captación de inversiones. Y además, cuando vendemos algún proyecto, hay que convencer al cliente de que nuestro proyecto se adapta perfectamente a sus necesidades reales. Y que se lo crea. Hay que ser muy convincente para eso. Y estar muy puesto en energías renovables, medio ambiente, y en las últimas tendencias del diseño, por supuesto.

Vamos, que lo que buscan en ti es un relaciones públicas, más que un decorador. – observó Rubén con el deje algo castizo que le caracterizaba. No en vano sus padres habían nacido en Lavapiés.

Diseñador de interiores, perdona… - corregí al instante.

Y chico para todo por lo que cuentas – intervino Pilar, una chica morena muy agradable, con voz levemente andrógina, de la que Daniel estaba platónicamente enamorado- Solo falta que te pongan a fregar los suelos.

Todo se andará, ya lo verás – fue mi caústica respuesta llevándome a la boca un trozo de lomo. Estaba delicioso, por cierto.

¿Y que tal te llevas con tus jefes? – se interesó Ana, la instructora de aerobic, y amiga del alma de Pilar.

En realidad es jefe, solo tengo uno, y está siempre "missing", viajando por ahí. Pero es muy buen tío.

¿Y allí en la oficina saben lo tuyo? – esta vez fue Lucía, con un tono algo incordiante, la que hacía la pregunta del millón.

Pues claro. Y no pasa nada. ¡Si mi propio jefe es gay!

Ah ¿si? Que moderno, ¿no? ¿es un hombre joven? – quiso saber Pilar.

Bueno, joven, joven, no. Tiene 50 años. Pero de aspecto, y, sobre todo, de espíritu, si que lo es.

¿Y nunca has intentado enrollarte con él? – preguntó de forma aparentemente ingenua Paco, acallado por los comentarios adversos de los demás, que debían considerarla una pregunta tabú.

Pues la verdad es que no. Lo primero porque me parece demasiado mayor para mí, aunque está muy bien de físico. Y lo segundo, porque tiene un novio brasileño de su edad. De hecho creo que viven juntos aquí en Madrid. Y viajan a Brasil cada dos por tres. Vuelve con un bronceado que es la envidia de media oficina. A las chicas de la ofi les gusta mucho. Por algo será.

¡Por el pastón que se lleva! – aventuró David, siempre tan obsesionado con el dinero, especialmente el ajeno - Tiene que estar forradísimo ese hombre.

Y ser un poco pijo, ¿sí, o no? – remató Lucía.

Me quedé con ganas de soltarla. "Tú si que eres pija, hija mía. Si dieran Oscars de pijología tú arrasabas en todas las categorías y en todas las ediciones". Pero me callé por prudencia. Al fin y al cabo, era la novia de mi mejor amigo.

Sí, y no. Sí tiene muchísimo dinero, entre el que heredó de su padre, y el que ha hecho él en estos 30 años. Y no es nada pijo, es un hombre encantador, muy abierto y simpático. A mí me ayudó mucho cuando entré en la empresa. Yo estaba muy verde aún, al fin y al cabo llevaba poco tiempo en Madrid, y era mi primer trabajo importante. Pero en cuanto aprendí su técnica de superación personal, que él llama el "efecto Danny Kaye", vi el mundo de otro color, fui un hombre nuevo.

¿El efecto qué? – Rubén puso cara de extrañeza mientras mordisqueba un trozo de jamón ibérico.

Danny Kaye – le corrigió Pilar – Un actor cómico norteamericano del año de la polka…¿es así?

Sí, técnicamente llevas razón – reconocí algo asombrado de que alguien en esa mesa conociera a Danny Kaye, un cómico injustamente olvidado.

¿Y en que consiste eso? Me tienes perdidísimo – reconoció David pasándose la mano por su ondulado y espeso cabello negro.

Básicamente en observar al contrario, estudiar sus puntos débiles y adelantarte a él. No dejar nunca que te sorprenda. Dar tú siempre el primer paso. Parece fácil pero no lo es

¿Y que tiene que ver el Danny Kaye ese? ¿es que lo inventó él?

En realidad nada. Es solo el nombre que le da Nuno, mi jefe. Se basa en una anécdota de su juventud. La razón de llamarlo así es que, según me contó aquel día en su despacho, enfrente de mí, como estás tú ahora, Pilar, cuando él era adolescente y vivía en Portugal, durante la Revolución de los Claveles, había mucha agitación política y llegó a haber un golpe de estado comunista.

¡Que horror! –exclamó Lucía, que era conocida por sus posiciones fuertemente conservadoras ante la vida. – Con el asco que tengo a los comunistas

Bueno, digamos que un intento, porque las fuerzas democráticas, hasta entonces dispersas y poco articuladas, enfrentadas a su extinción, reaccionaron y organizaron en cuestión de horas un contragolpe que controló en poco tiempo la situación. Pero…antes de que ocurriera eso, un grupo de militares golpistas ocupó los estudios de la Televisión Portuguesa en Lisboa.

Claro. ¡Es de cajón!- recordó Rubén- lo mismo que pasó aquí en el 23-F. Mi padre me recuerda esa batallita cada dos por tres.

Sí, pero en Portugal llegaron más lejos. Y los militares obligaron a los técnicos del estudio de informativos a emitir a uno de los golpistas dando un discurso apocalíptico. La gente en todo Portugal se asustó enormemente con el discurso de ese hombre, dando por hecho que si habían conseguido el dominio de las ondas, por así decirlo, es que la cosa estaba sentenciada. Lo que no sabían aquellas fuerzas de ocupación es que los trabajadores de la cadena pública, a espaldas de ellos, habían llamado al Centro Regional de la Televisión en Oporto, que estaba fuera del alcance de los golpistas, y les pidieron que desconectaran la señal que retransmitía Lisboa y la sustituyeran por la del norte del país.

¿Y que pasó? - Pilar debía estar lo bastante interesada por la conclusión de la historia como para llevarse las uñas a la boca en actitud ansiosa.

Pues que en un momento dado, los asombrados lisboetas vieron como en la pantalla desaparecía como por embrujo el altisonante militar y aparecía en cambio el más relajado rostro del actor Danny Kaye, en mitad de una película antigua que estaban retransmitiendo en Oporto. Por supuesto los militares no se enteraron en ningún momento de esta desconexión y aquel energúmeno continuó su discurso hasta el final, pensando que todo Portugal estaba pendiente de sus palabras…¡aunque en realidad no le estaba viendo nadie en absoluto!.

¡Que puntazo! – exclamó alguno de los presentes.

¡Siempre hay que adelantarse a los malos! – saqué en conclusión como moraleja de la historia.

Salimos a la calle en comandita, serían las doce, y ahí estaba Pablo esperándome, sentado a horcajadas sobre su moto de gran cilindrada.

Ya está ahí tu pipiolo – bromeó Rubén pasándome la mano por los hombros – Se nota que no puede vivir sin ti.

¡Ni yo sin él! – añadí mirándole con sonrisa beatífica mientras me colocaba el casco reglamentario.

Eso sí que no me lo creo, tronco – Rubén se alejó reclamado por su posesiva novia, no sin antes añadir – Tú te mereces algo mejor. Mucho mejor. ¡Hazme caso! – y me guiñó un ojo antes de desaparecer en la noche madrileña.

Me quedé pensativo un instante. No supe que responder; y de todas formas hubiera resultado inútil, puesto que Rubén era un hombre de ideas fijas. Me subí a la moto de paquete y nos alejamos rumbo a su apartamento en la Plaza de Santo Domingo.