El efebo en la sala X

Un adolescente asiste a una sala de cine porno, con la curiosidad de ver una película erótica hetero. Allí descubre placeres muy distintos, que le inflamarán de deseo...

EL EFEBO EN LA SALA X

(Publiqué esta historia con otro seudónimo hace algunos años, pero creo que merece la pena que esté en TodoRelatos, la mejor página de relatos eróticos en español).

Siempre he tenido una gran curiosidad por ver una película porno. El caso es que tengo 16 años y por eso no puedo entrar en los cines X ni tampoco en los sex-shops. Mi familia es muy estricta y no tenemos vídeo en casa, así que no puedo recurrir a ningún amigo que me preste alguna cinta. El caso es que tenía unas ganas locas de ver una peli guarra, con todas esas tías que me imaginaba chupando pollas sin descanso y follando como posesas.

El caso es que al principio de este invierno pasado me decidí a llevar a cabo una idea que hacía algún tiempo me rondaba la cabeza: se trataba de disfrazarme de adulto para colarme en la sala X de mi ciudad. La verdad es que tenía que hacerlo a conciencia, porque tengo un aspecto bastante aniñado, incluso menor de la edad que realmente tengo. Así que me compré una barba y un bigote postizo en una tienda de disfraces y me agencié la gabardina de mi padre, que ese día estaba fuera. Me eché gomina en el pelo, para que no se me viera tan juvenil, y me coloqué unas gafas oscuras. Me miré al espejo y, la verdad, pensé que podría pasar por un chico de 20 años.

Así que, con el corazón saltándome dentro del pecho, me dirigí al cine X. Cuando me acerqué a la taquilla, estaba convencido de que el taquillero iba a darse cuenta enseguida del engaño; pero, sorprendentemente, no fue así: me vendió mi entrada, y yo me introduje por la puerta del local.

¡Por fin lo había conseguido! Ahora se me había cambiado el miedo por la excitación. La sala estaba muy oscura, prácticamente sólo se veía algo gracias la luz que procedía de la pantalla. Allí, efectivamente, a tamaño gigante, una chica con aspecto de putona le estaba chupando el nabo a un tío. Un nabo, por cierto, enorme, como yo no había visto nunca (bien es verdad que no tenía mucha experiencia...).

Me acerqué con cuidado a las butacas. Vi entonces que había bastantes hombres sentados, y algunos me miraban. Pero yo, la verdad, a lo que prestaba atención era a aquella tía mamando como una desesperada. Entré por el pasillo central y me senté en una butaca cualquiera. ¡Guau, qué pedazo de mamada le estaba haciendo! A mí se me había puesto la verga como una piedra. Tengo que decir que no estoy mal dotado: mi polla mide a pleno rendimiento 18 centímetros, lo que no está mal, dada mi edad.

Como la barba y el bigote me picaban bastante, me los quité y guardé en el bolsillo de la gabardina; las gafas oscuras ya me las había quitado al entrar en la sala. Me eché mano con disimulo a la polla por dentro del pantalón.

Miré a mi alrededor y vi que, dos butacas más allá, un chico como de 25 años me miraba. ¿Qué querría aquél? Con el espectáculo que había en la pantalla eran ganas de mirar a otro tío. En fin, yo seguí a lo mío, cascándomela a la salud de la mamadora de la pantalla. Cuando el tío al que se la estaba chupando se corrió, la tía no apartó la boca, sino que se puso a tragarse la leche con una cara de placer que me quedé patidifuso.

Aquella leche tragada sin reparo alguno me puso aún más excitado, pero allí no podía terminar, como es lógico. Así que me levanté y me fui a los servicios. En el vestíbulo vi a varios hombres pululando por allí; qué cosa más rara, pensé, en vez de estar viendo la mamada, estaban en los W.C.; claro que, pensándolo bien, estarían como yo, ni más ni menos

El caso es que me metí en una de las cabinas con retrete, pero la puerta no tenía pestillo. Me coloqué bloqueando la puerta con la espalda y me saqué la polla. La tenía dura, como no la había tenido antes con ninguna paja, y me puse a cascármela de nuevo. Estaba con los ojos cerrados y la cabeza hacia arriba cuando, de repente, alguien dio un tremendo empellón en la puerta y caí sobre el water. ¿Qué era aquello? Me levanté, dispuesto a echarle la bronca al que fuera cuando vi que el hombre que estaba sentado cerca de mí en la sala entraba en tromba en el W.C. y me ponía una navaja en el cuello. Quise gritar, pero a la vista de aquel filo que ya me mordía la piel, decidí callar. El tío se dio cuenta de mi involuntaria colaboración, cerró la puerta y me empujó con el otro brazo que le quedaba hasta situarme de rodillas ante él; se abrió entonces la bragueta y sacó un pedazo de vergajo tremendo, mayor quizá que el que estaba todavía en la pantalla. No debía medir menos de 26 centímetros, y era realmente monstruoso. Yo estaba aterrorizado, sin saber qué hacer, pero él lo hizo por mí: apretó un poco la navaja y con ello consiguió hacerme abrir la boca; acto seguido me enchufó el nabo entre los labios y dio un golpe de pelvis que me hizo llegar el glande hasta la campanilla. Creí que me ahogaba con aquella inmensa mole de carne que amenazaba con taladrarme, pero, ante la insistencia del filo de la navaja, que se apretaba cada vez más contra mi cuello, empecé a chupar aquel rabo, sin experiencia pero poniendo todo mi interés: mi vida me iba en ello, literalmente.

Tras el primer momento de terror, me di cuenta de que aquello no era, realmente, tan malo; de hecho, el sabor de aquel vergajo, con sus líquidos preseminales, con la suavidad del glande y las grandes venas marcadas a lo largo del ariete, resultaba sumamente excitante. Pensé en la chica chupadora de la pantalla y, prácticamente sin darme cuenta de lo que hacía, comencé a aplicar algunas de las cosas que le había visto hacer: practicar un metisaca exclusivamente con el glande, darle chupetoncitos en la parte inferior de éste, meter la lengua en el ojete, lamer el mástil a todo lo largo... El hombre que me estaba follando, a la vista de mi colaboración (en este caso voluntaria), cejó en apretar la navaja, aunque la mantuvo cerca.

Yo seguía chupándole el rabo, y cada vez me gustaba más; ahora me había metido los huevos en la boca: era como tener dentro toda su hombría, toda su virilidad, y nada más que pensarlo mi nabo se me puso otra vez tieso, así que empecé a pajearme. El hombre se dio cuenta, y sentí como se reía entre dientes, mientras decía "chupa, putito, chupa, trágatela toda". Yo estaba actuando como un autómata, de tal forma que me estaba dejando llevar por mis instintos; la verdad es que jamás había pensado en tener relaciones con otro hombre, la homosexualidad estaba fuera de mis previsiones, y sin embargo allí estaba yo, chupando como un desesperado una verga dentro del water de un cine porno...

De pronto el tío comenzó a jadear con más rapidez, y de buenas a primeras sentí dentro de mi boca cómo se me estaba corriendo. Al principio pensé que aquello era una guarrada e intenté salirme, pero el tío volvió a colocarme la navaja en el cuello, más fuerte que antes, así que me aguanté y le recibí en la boca. Sin embargo, cuando el semen me llegó a la lengua, noté que, lejos de tener un sabor desagradable, tenía un paladar exquisito: era como leche condensada, pero no tan dulce, con un toque de vainilla o de requesón... así que me la fui tragando poco a poco, pero no por la amenaza de la navaja en el cuello (o no sólo por eso...), sino, sobre todo, porque me supo riquísima.

Cuando el tío terminó se salió de mi boca, abrió la puerta y se fue. Yo me quedé allí, de rodillas, aún atontado por lo que había pasado, sin saber cómo reaccionar. Pero no habían pasado ni 10 segundos cuando otro chico, éste como de unos 22 años, entró en la cabina y, sin preocuparse de cerrar la puerta, se abrió la bragueta y me mostró sus 24 centímetros de polla enhiesta. Me la puso a las puertas de la boca y esperó. Yo actué mecánicamente: abrí la boca, y entonces el tío me la metió de un solo golpe. Me tomó por la cabeza y comenzó a follarme a su ritmo: el glande me llegaba hasta la campanilla y en algún momento estuvo a punto de darme una arcada, pero no llegó a suceder. Al contrario, me acostumbré enseguida y la polla traspasó pronto ese umbral, para alojarse en el metisaca hasta más allá de las amígdalas; la sentía, al entrar, llegarme hasta la garganta, y debo decir que aquello me gustaba cada vez más... El tío siguió follándome, cada vez con más velocidad, hasta que noté (esta vez sí me di cuenta) que se corría; esperé la leche con ansia, deseando que estuviera tan buena como la del otro chico. El primer churretazo dentro de mi boca me confirmó que aquel era un manjar de dioses: qué riqueza, qué textura, qué densidad. Siguió descargando, uno tras otro, el semen de sus huevos, mientras yo me lo tragaba con gula.

Terminar, cerrarse la bragueta y salir de la cabina fue todo una sola cosa. Sin embargo, cuando éste se fue me di cuenta de que detrás suya había formada una cola de hombres, todos con sus manos en los paquetes. El siguiente se me colocó delante, se abrió el pantalón y me puso la verga en la boca. No quiero cansaros, pero la cola de siete hombres que había en los W.C. pasaron todos, con sus cacharros, por mi boca, y cada vez que mamaba una polla y me tragaba su leche me gustaba más.

Ya no quedaban más hombres en los servicios, pero yo necesitaba más; estaba como poseído por una extraña fuerza: había probado la leche de hombre y quería más, mucha más, como el león que prueba la carne humana. Volví a la sala, y vi que había algunos hombres pululando por la parte final. Sin pararme a pensar, me fui para el que tenía más cerca, me arrodillé a sus pies, y le abrí la bragueta: tenía el rabo en erección, como de 20 centímetros, y me lo tragué sin esperar su permiso. El hombre se dejaba hacer, aunque se le notaba algo cortado: otros muchos estaban mirando la escena, que se apreciaba con cierta facilidad gracias a la luz de la pantalla, donde la mamona de turno seguía chupando nabos... como yo, es cierto.

Se me corrió el tío en la boca, y yo me tragaba aquella leche con un ansia desconocida para mí. Entre tanto, no me había dado cuenta de que varios hombres se habían levantado de las butacas y me rodeaban. Uno de ellos me hizo incorporar la parte trasera de mi cuerpo, aunque sin yo soltar la polla que me estaba largando sus buenos trallazos de leche. Noté cómo el tío que me había levantado la grupa me abría el cinturón, el botón y la cremallera del pantalón, y lo bajaba junto con los slips: sentí el frío del aire en mi culo, e intuí lo que iba a suceder; pero ya tenía otra minga en la boca, y la trabajaba entre la viscosidad de la mucha leche ya trasegada, por lo que no tenía tiempo de pensar en lo que me iban a hacer por detrás. Primero sentí como un lametazo en el agujero de mi culo, que me hizo estremecer de placer. El hombre que tenía detrás, del que no tenía ni idea de cómo era, procedió a meterme la lengua por el esfínter, lamiendo y ensalivando aquel agujero hasta entonces virgen. El tío debía tener una lengua larguísima, porque notaba la humedad de la punta muy adentro de mí. Cuando la sacó estuve a punto de soltar la polla que entonces exprimía (era la tercera que chupaba fuera de los servicios) para pedirle que no se saliera, pero enseguida noté que volvía. Pero no era la lengua: algo muy grande intentó entrar, y, aunque mi agujero estaba muy lubricado, sentí un dolor intensísimo: el tío me estaba ensartando con su polla, que no debía ser precisamente pequeña. Aguanté el dolor, porque al mismo tiempo aquel gran pedazo de carne dura entrándome entre las cachas me estaba produciendo un placer vivísimo.

Me encontré entonces entre dos placeres: por delante me follaba un tío bien armado, y su polla estaba pringada de la leche de otros diez hombres anteriores. Por detrás, otro tío me desvirgaba con un rabo de campeonato. Ambos se acompasaron en el ritmo de la follada y yo iba de una polla a otra, de adelante a atrás, culeando como una maricona para que me metiera más y más el nabo en el culo, gimiendo y ronroneando para que la verga que estaba chupando descargara dentro de mi lengua adolescente.

Sentí los churretazos de leche entre mis labios casi al tiempo que me sentí regar por detrás. Se salieron ambos y fueron sustituidos por otros. Miré entre las sombras y me di cuenta de que prácticamente todos los hombres del cine (calculo que unos 50) estaban alrededor mía, esperando su turno. Los 50 pasaron por mi culo o por mi boca, y algunos creo incluso que dos veces; no lo puedo asegurar porque la sala seguía oscura, sólo alumbrada por la luz de la pantalla, donde la mamona de turno ya no suscitaba interés alguno. Y es que era mucho mejor asistir o participar en el espectáculo en vivo que allí se desarrollaba...

Cuando el último de los hombres dejó en mi boca su carga de semen, me caí al suelo de culo; éste me dolía bastante, porque me habían follado no menos de 20 hombres, y lo sentía al rojo vivo. Pero no importaba. Tenía la boca absolutamente desencajada de abrir las mandíbulas para tragarme enteras pollas que jamás pensé pudieran existir, y las encías y los dientes estaban pringosos de tanta leche; en la lengua tenía como una capa viscosa que la cubría totalmente, mientras en mi estómago sentía una generosísima ración de un líquido exquisito. Los hombres habían vuelto a sus butacas, aunque otros se habían marchado. Me coloqué en un rincón, para descansar un rato. Estaba exhausto, y sin embargo aún no estaba cansado de mamar y de ser enculado.

No tardó mucho en volver a empezar. Algunos de los primeros que me habían follado, ya repuestos, se acercaron para que me deleitara, ahora por la boca, con sus pollas. Las tenían aún pringosas, y noté también que les olía a culo joven, el mío. Aquella mezcla de pringue y de olor a culo me puso a cien, y perdí el mínimo resto de compostura que me quedaba; salí del rincón, arrastrando la polla que llevaba en la boca y con el culo en pompa, avisando con ello al que quisiera para que me montara otra vez. Tan poderoso reclamo tuvo un eco inmediato, y poco a poco, fueron levantándose los espectadores y acercándose a mi culo o a mi boca; los que habían llegado nuevos entre tanto se sumaron a la fiesta, y pronto aquello fue una orgía total; me di cuenta de que entre los tíos también se estaban dando ya mamadas sin ningún tipo de inhibición, y que se enculaban entre sí. La ropa fue cayendo al suelo, y no tardó mucho en estar el cine entero a mi alrededor, todos desnudos, todos chupando rabos y follando culos.

Sentía envidia de los otros, porque los nabos que mamaban no los podría mamar yo, pero no se puede tener todo...

No llevé, como comprenderéis, una contabilidad exacta de los hombres que me follaron, por delante o por detrás, pero, "a grosso modo", calculo que aquella tarde chupé (y me tragué la leche de) unos 100 carajos, y otros tantos me dieron por el culo.

Cuando finalmente la orgía cesó, y fueron, poco a poco, vistiéndose los espectadores y saliendo del cine, yo también me vestí y salí a la calle. Al pasar por un escaparate que tenía un espejo, me miré: tenía la cara enrojecida y por los labios me corrían hilillos de semen; me los limpié con los dedos y me los metí en la boca, para aprovechar aquellas últimas gotas. El culo lo sentía como si me hubieran metido una barra de hierro ardiendo. Pero, a pesar de todo, me encontraba extremadamente contento: había encontrado mi camino en el sexo, aquello que me producía un placer inenarrable.

Por descontado que, a partir de ese día, cada vez que puedo (y ello sucede no menos de tres veces por semana), me coloco mi barba postiza, mis gafas oscuras, la gabardina de mi padre, y entro en el cine X. Ya voy desnudo debajo de la gabardina, y en cuanto entro me la quito y la echo a un lado; me sitúo en medio del pasillo, ofreciendo mi cuerpo ansioso, joven y lozano a los espectadores, que ya me conocen y saben que ese día la diversión estará en el patio de butacas, no en la pantalla...