El e-mail del lunes
Me gusta que me obedezcas como solo tu sabes. Como si fueras la Lucrecia Borgia del sexo preparas tus taimadas artimañas. Estás harta de ser tú la utilizada, la manipulada, y ahora te vengas buscando tu placer.
El e-mail del lunes.
Miro tus fotos. Dices que has bebido más de la cuenta. A pesar de tu comentario estás preciosa encima de la cama, con tu ropita interior blanca, ataviada como una burguesita adinerada. Dices que en ese momento, con tanto alcohol, tus defensas están bajas. Tu libido por el contrario muy alta. Llevas días meditando el cómo lo harás. No te gusta. De acuerdo, pero no puedes negarte. No porque te obligue nadie, sino porque tú misma no te quieres privar de tu propio placer. Estás ansiosa por experimentar, por disfrutar, por descubrir que se siente siendo una guarra, por sentirte una puta.
Aun recuerdas ese instante. Una descabellada propuesta. Una locura. Una estupidez. Nadie te forzó, nadie te presionó ni te obligo. ¿Nadie?. Como si tu necesitaras que te empujaran para saber lo que es el vértigo. Dame tiempo. Dame tan solo veinticuatro horas. Ni tan siquiera dijiste que si o que no. Un escueto e-mail fue la contestación. Una foto la contundente prueba.
No te agrada la entrega. Te resistes, te rebelas; Llevas años haciéndolo. Confiesas que ya ni distingues con qué obtienes más placer si con la lucha en si o simplemente con saber que tendrás que luchar, que resistirte.
Es cierto que pasó tiempo, es cierto que tienes sexo con tu marido, pero descubres que es esa extraña turbación que identificadas con el placer la que mueve a actuar, la que te provoca, la que despierta tus más singulares instintos. Es entonces cuando tú misma lo reconoces. Miras tranquilamente al espejo y subiendo las manos desde las caderas por el contorno de tu cuerpo hasta llegar a tus pechos lo dices en voz alta: eres una puta. Es entonces cuando aceptas todo lo que te proponga y me pides que juegue contigo, que te de ese morbo que no tienes pero que tanto ansias.
Sí, tú sola te lo preguntas. " A ver, so guarra, ¿por qué protestas tanto si acabas haciéndolo? ¿Qué pasa, te gusta resistirte o te gusta ser derrotada?". Bobadas. Filosofía barata. Te gusta hacerlo y punto. Te cuesta reconocerlo y por eso buscas una excusa. Disfrutas haciéndolo y necesitas engañarte diciéndote a ti misma que yo te domino, que te han ganado la batalla. Sí, ese es el juego que te gusta, por mí no hay inconveniente. Tú misma. Juguemos. Yo sólo te digo una cosa: a los hechos me remito. Y si no me crees mírate ahora.
Sí, guarra, mírate ahora. Si nada más dejar a los niños en el colegio, te metes en cualquier sitio para ya sabes tú qué. Me has contado que te costó decidirte, que dudaste hasta aquel día en que por fin entraste en una cafetería. Luego se te ocurrió. Llamar a un timbre: carta del banco me abre por favor, dijiste fingiendo un poco la voz. Y dentro del ascensor te las quitaste. Desde ese día te fuiste lanzando y ahora cualquier portal es bueno para hacer de vestuario.
Es más te excita más el morbo de que cualquier vecino pueda bajar y pillarte.
Allí en la penumbra te quitas las bragas. Al principio de forma precipitada. Ahora recreándote con cada movimiento, con cada sensación, con cada roce de la tela con tus muslos desnudos. Eres consciente que el día menos pensado lo harás en la calle.
A veces has llegado a quitarte hasta el sujetador, y algunos días, si estás especialmente contenta, haces oscilar los hombros para que las tetas bailen libres bajo la blusa, aunque reconoces que eso puedes hacerlo menos, porque luego, claro está, te lo tienes que poner antes de entrar en la oficina y a veces es más complicado. Lo comprendo.
Te negaste a aceptar mi orden. Lentamente sin que yo te presionara se fue metiendo en tu cabeza. Ahora te diviertes haciéndolo. Y hasta estás maquinando cómo usar a tu marido porque lo has usado, aunque él no lo sepa-. Si. Sé que estás maquinando como usar a tu marido. Como si fueras la Lucrecia Borgia del sexo preparas tus taimadas artimañas. Estás harta de ser tú la utilizada, la manipulada, y ahora te vengas buscando tu placer.
Sí, sé que le has contado una película tremenda. No sé cómo se te ocurrió, ni como fuiste capaz de contárselo. Seria, sin inmutarse. Lo has estado pensando, hay que hacer caso a los ecologistas y usar más el transporte colectivo. Se gasta menos, se contamina menos.
Eres terrible. Me encantas. Tu morbo, tu ingenio. No me equivoqué contigo: Taimada, astuta, ladina. Traviesa y marrullera según requiera la ocasión.
Me cuentas que te miró como diciendo: " Qué tía tan rara, allá tú; a mí qué me cuentas. Yo seguiré acudiendo al trabajo en mi coche. Haz lo que quieras ". Y vaya si lo hiciste.
Los primeros viajes fueron emocionantes. Te latía el corazón a toda velocidad. A punto de salir por la garganta. Y eso que sólo fueron leves roces.
Pero fue suficiente, llegaste al trabajo caliente como una guarra. Al acabar tu jornada bajaste apresuradamente las escaleras y fuiste a tu cafetería preferida. Allí en sus servicios tal y como yo te he ordenado que hagas siempre, te desnudas entera y te masturbas. Aunque no sea verano habrá que depilar otra vez el coño, piensas.
Hoy te has sentido tocada, usada por una mano furtiva y eso que solamente ha sido el culo, pero esos breves instantes, han sido suficientes. Ya es imparable. Tienes que hacerlo. Quieres hacerlo. Además yo te he pedido unas fotos: "Quiero las fotos más guarras que puedas, te quiero ver expuesta, te quiero ver follada, en una palabra, te quiero echa toda una puta. No me importa ni cómo ni quien te las haga". Quiero pruebas.
Otra vez los nervios. La lucha interior. Sí, No Los insultos. Hijo de puta, sabe que no me gustan las fotos y no para de mandarme hacer fotos. Sabe que no me encuentro favorecida y no hace más que pedírmelas. Y cada vez un poco más fuertes, más raras, más extravagantes. El cabreo monumental que hace que dentro de tu cabeza me mandes una y mil veces a la mierda, pero que lentamente va dando sus frutos. Cada hora que pasa la semilla sembrada la hace crecer. La ansiedad te va devorando. El miedo se mezcla con el valor. El placer pugna con la sensatez en una batalla perdida de antemano.
Es sábado por la tarde. Y allí está el. Mirando con cara de besugo la televisión. Sin hacer nada de nada. Sólo con una insulsa mirada. ¿Pondrá esa mirada cuando se cepilla a sus amantes? Sonríes con ironía. Adivino el brillo en tus ojos. Algo se cuece en tu cabeza. No me cabe la menor duda que algo se cuece en tu cabeza. Y eso que me has mandado un único mensaje al móvil. Dos letras. Una contraseña, un código. VT recibo en mi móvil. Sé que el juego ha comenzado.
El lunes me explicas en un profuso correo. Preparas el ambiente y tu estrategia. Me describes el campo de batalla. Tarde de aburrimiento. Televisión y una copa en casa.
Le he dado a leer un cuento erótico. Como que me ha llamado mucho la atención. Una joven que trabaja en una inmobiliaria, se disfraza y va a enseñar un caserón del siglo XVIII. Allí es sobada por unos semi desconocidos, que la atan a una vieja cama de barrotes. Allí, atada e indefensa, es penetrada por todos ellos, bueno penetrada no es la palabra, es violada e incluso azotada. Y lo que me llama la atención es que sorprendentemente, disfruta con ello. El cuento es súper conocido, la historia poco original pero tú le haces hablar. Y hablar. Le preguntas si le gusta, si le excita. A ti no. No te hace gracia, hasta refunfuña y él trata de convencerte de que ese juego podría ser divertido.
Sin que sea consciente de ello le llevas a tu terreno. ¿Qué encuentras divertido?
¿Te atreves? Te reta, y tú -me dices- te dejas convencer.
Al final, para que no sospeche nada, pones carita de niña buena, de esposa sacrificada y resignada que le concede ese capricho a su marido. Hay que ver qué de sacrificios tiene que hacer una, dices, según tú, poniendo voz de película de los años cincuenta en blanco y negro.
Y sigues manipulándole a tu antojo. Le provocas. Dejas que te sirva otra copa. Se cree el dueño de la situación. Reinicias la discusión. No lo entiendes, no comprendes cómo esa chica pudo disfrutar de ese momento. Dejándose tocar por desconocidos. ¿Dónde se habrá visto eso? Y de nuevo él intenta explicártelo, y de nuevo te reta, de nuevo te recuerda que lo harás, que le has concedido ese capricho. No, si hasta querrás hacer fotos del inolvidable momento, dices escandalizada y con la voz cargada de cinismo. Sabes perfectamente que te las hará y que esa idea jamás de los jamases se le hubiera ocurrido a él. La araña sigue tejiendo su red.
Y de nuevo, como concediéndole otro capricho, le permites que escoja tu ropa interior. Naturalmente lo has preparado todo para que él no dude en señalar el liguero que tu quieres. Hasta en esos pequeños detalles has pensado. Refunfuñas, pero cedes y permites que te fotografíe antes de salir de casa sin bragas, levantando la falda para que se vea que tan solo llevas un liguero, pero que estás muy sexy. Una foto de frente. Otra de espaldas.
Cuando llegas al portal, das marcha atrás. Finges no atreverte. Vas a subir a casa, te vas a dar la vuelta. Se enfada. La discusión es breve, pero para compensarle le permites que te fotografíe subiendo las escaleras. No puedo evitar reírme. Hace tiempo que me prometiste esa foto. Eres increíble.
Nada más entrar te recuestas en la puerta. Tienes que tocarte el coño. Reconoces que estás excitada que el juego te está poniendo muy, pero que muy cachonda.
Cierras la puerta ruidosamente y sales a la calle con bragas. ¿Por qué has cambiado de opinión? Te pregunta. Si no fuera porque puede descubrir tu juego, hubieras explotado a reír al ver el gesto de contrariedad de tu esposo. Refunfuña. Contigo no se puede hacer nada, te recrimina con un tono en el que se mezcla el enfado y la decepción.
Pero tú sabes como dominar la situación. Dos carantoñas y dices, fingiendo una derrota, que está bien, que le prometes quitártelas en un bar. Por un momento ha dudado, ha visto como su fantástica fantasía erótica peligraba. La lujuria brilla en sus ojos y la partida es tuya. Has ganado y apenas ha empezado el juego. Te gusta pero te fastidia, te hubiera gustado algo más de resistencia, algo más de lucha.
Caminas sonriendo al baño mientras pide dos copas, la tuya por supuesto más cargada de lo normal. Sabes de sobra que hará eso aunque tú no lo veas. ¡Iluso! Se piensa que vas al baño para quitarte las bragas, ¿sólo las bragas? Si te vas a desnudar entera solamente por sentirte una guarra. Desde que te mandé la primera vez desnudarte en los baños públicos para que te metas de todo en el coño no has dejado de hacerlo.
Tienes pensada la excusa: " ya sabes cariño que en los baños de mujeres siempre hay mucha gente ".
No sueles hacerlo pero te has maquillado. Tú sabes el motivo. Tienes que parecer una puta. Para que no te reconozcan; " por si las moscas ", le dices. Le haces ver que te sientes incómoda con el maquillaje. Parezco una prostituta, le dices. A esto quieres jugar, le preguntas sumisa. Es bastante para que él crea que la idea es suya. Siguiendo sus instrucciones y dudando en cada gesto te has soltado varios botones del escote. A lo mejor es así como le seducen, como le gustan a él las zorras con las que se acuesta. Una parada de autobús. Cada uno llega por separado.
Tu marido está muy excitado con un buen bulto enorme en los pantalones. Mira en tu dirección. Sabes que está celoso, pero morbosamente celoso y excitado. No os habláis. Sois dos extraños. Montáis en el autobús. Sabes que disimuladamente te saca otra foto al subir. Cuando no te ve sueltas otro botón. El canalillo ya supera el límite de la decencia. Un simple movimiento y se te ve hasta el pezón.
De lejos ve como te rozan. Ves su cara de asombro, de preocupación. Confiaba en que fuera sólo un juego. No le seduce la idea de que te soben. Le miras de reojo. Señala la salida.
En la siguiente parada le convences. Es solamente un juego, no pasa nada. Si tienes que interpretar ese papel, no hay más remedio... pero si no quiere seguir jugando. Es suficiente la insinuación. Con mirarle a los ojos sabes lo que piensa, como si pudieras leer su mente. Ese es el precio que tiene que pagar. Permitir que soben a su mujer. Y lo acepta. Al fin y al cabo no se lo hacen a él -tan generoso como siempre-. Lo que no sabe es que sin que él te vea, tú has tocado más de un rabo.
En el siguiente autobús reanudas el juego. Ahora eres más descarada. Dos pasajeros te han preguntado cuanto cobras. Has quedado con ellos en un bar dentro de dos horas.
Bajas en una zona de bares. Él te sigue curioso, inquieto. Por qué no decirlo, con el rabo tieso salido como un perro. Le dejas tomar una copa de más. Tú haces como que le acompañas pero ahora quien ha jugado con el camarero has sido tú. Tú por tu cuenta. Que cargue la de él, la tuya lo imprescindible. Sabes que te ha tomado por una puta que está con un cliente y te excita.
No cariño, ya he bebido suficiente -le dices a la tercera copa. Bueno, respondes arrastrando las silabas como cediendo de nuevo, como concediendo ese capricho. Y la hora de volver a casa se acerca. Camináis por las calles solitarias. Te levantas la falda. Se ríe medio borracho. Nunca has hecho eso. Tus nalgas. Tu coño; ¿por qué no tus tetas? Y van tres fotos en mitad de la noche.
Te lleva a casa. " Estás desatada" -le escuchas decir, y todo porque en el autobús has sido tú quien descarada le has tocado el paquete como una vulgar buscona. Él cree que es un juego tuyo, pero no sabe que me estás obedeciendo, que todos los gestos están descritos en un meticuloso guión que tú y yo hemos escrito prácticamente a medas, entre tus deseos y los míos.
Te acuerdas perfectamente de la frase. Es más, tuviste que imprimirla y llevarla contigo doblada dentro del sujetador: Zorra, tienes que ofrecerte como una vulgar prostituta, te he ordenado, pero hazlo en público.
Y lo has hecho. Lo has hecho sintiendo como el aire penetra por tu entrepierna.
Sí, eso que te calienta tanto y piensas cada vez que vas al trabajo a ver si el aire me levanta la falda y me ven el coño. ¡Qué vergüenza!
Llegáis a casa. Está impaciente.
La locura. Metiéndoos mano hasta el portal. Besos en el rellano de la escalera (¿Cuánto tiempo hacía que no ?). Te dejas soltar la blusa en el ascensor. Abre precipitadamente la puerta.
Luchas fingidamente y él cree que te ha ganado. Tú le recuerdas a la protagonista del cuento, si aquella chica que trabajaba en la inmobiliaria, sí hombre si, la del cuento, la que violaron atada a los barrotes de aquella cama vieja. Tu marido recuerda el cuento. Gracias a él, surgió la idea del juego. Gracias a él está teniendo esta noche tan morbosa.
Y él corre hacia las cortinas. Con teatrales gestos agarra el cordón que las sujeta. Corréis un poco por la casa jugando al corre que te pillo. Al final te alcanza. Te arrastra hacia la habitación y te desnuda con cierta violencia. Sólo el liguero. Todo lo demás estorba. Te hubiera gustado tener bragas para que te las arrancara, aunque eso ya no lo hace desde que fuisteis novios. Sujeta con fuerza tu muñeca y la atrae hacia sí para atarte. Su corbata será la que ate la otra mano.
Si, te ata a la cama. Tumbada boca abajo. Sabes que ha sacado una foto a tu culito. Tus nalgas miran hacia el techo. Esperas que por fin se decida, pero sólo te las toca, sólo te las soba toscamente. Tú deseas que te las toque de otra forma. Con ansia, con fuerza, sin piedad ni consideración. Clavando los dedos en ellas. Como te hicieron en el autobús. Y, por qué no, unos buenos azotes no estarían de más. Lo deseas, te gusta mezclar el dolor de la humillación con el placer de sentir cómo su pene te destroza el culo.
Pero no. No te hace nada de eso, no sucede nada de nada. Alguna foto. Solamente alguna foto. Sí, tienes que ser tu quien abra obscenamente las piernas para que tu coño asome provocador bajo tus nalgas. Pero ni aun así despiertas su adormilada libido.
Sabes lo que yo haría. Sabes que mi cinto marcaría tus nalgas, que no te usaría hasta haber oído el sonido seco del cuero estrellándose en tus glúteos, hasta haber cambiado el pálido color de la piel de tus nalgas por el intenso carmesí, hasta que estuvieran enrojecidas.
Sí, lo sé. Incluso sé que tú, sin pedirlo, me abrirías un poco las piernas para que te golpeara en la vulva, para que te diera un par de veces en ese coño de guarra que tienes.
Pero él no hace nada. Se tumba encima de ti y sólo te penetra. ¡Menudo violador! Ni siquiera te ha amenazado con su polla tiesa, ni siquiera te la ha enseñado. Ni siquiera la ha pasado por tu cara.
No es lo que deseas. Tú quieres más y te imaginas que estoy allí. Tu marido se limita a introducir su órgano viril en tu vagina para copular, para realizar el acto sexual, para consumar el debito conyugal. Antes no sólo era suficiente. Antes te gustaba. Te llenaba y no pedías más. Ahora no, ahora tú quieres más, tú quieres un rabo que te taladre, que te perfore, que te haga gritar como una perra, que penetre en ti rompiendo el coño, que te haga sentir la mujer sometida que tanto te excita imaginar.
Sabes que yo te penetraría. " Abre las piernas, zorra ", y me da igual que me obedezcas o no. Te separaré los muslos. A la fuerza si es necesario. Sí, tirando de los labios de tu coño si es preciso y te meteré el rabo con fuerza, con vigor para que chilles. No te daré placer, ¡puta!, no te haré gozar, únicamente te humillaré con la penetración. Sólo poseeré tu coño y le haré mío antes de poder agarrar tus tetas, antes de estrujarlas, de lamerlas, de retorcerlas, de ordeñarlas.
Sabes que tengo ganas de poder jugar con tus pezones. Sí, guara, jugar con ellos, con los dedos retorciéndolos, con los dientes mordiéndolos, estirando de ellos, rodeando con la punta de mi lengua la aureola y dibujando su forma circular. Quiero lamer tus tetas enteras. Sí, zorra, que mi boca, que mi lengua disfrute de tu sabor antes de que la tuya pruebe el sabor de mi polla.
Sabes que en ese instante la corbata de tu marido será mi correa. Y la usaré para atraerte hacia mí. Y mi polla se meterá invadiendo tu boca hasta llenar tu paladar de mi sabor.
Sabes perfectamente que allí me vaciaré. Sí, guarra, sí. Hasta que no lo pruebes no perforaré tu entrepierna, ni te sodomizaré sobre la mesa de la cocina. Sí, porque yo no sólo te ataré en la cama como hace tu marido pensando que es él el que juega, que es el dueño y señor de tu cuerpo. Yo ataré tus muñecas. Ya sabes que rodearé tu cuello con su corbata y la usaré para poder llevarte a gatas hasta la cocina, o hasta tu salón. O la usaré para sujetarte mientras te follo en tu sillón favorito levantando tus rodillas hasta mis hombros.
Y justo cuando te imaginas tumbada sobre mis rodillas con mis dedos horadando corruptores tus orificios, sientes el calor de tu marido. Su semen, el que te ha preñado ya más de una vez, llena tu coño. Esa noche su polla hubiera podido escupir sobre tu rostro y tú hubieras recibido sumisa su humillante ducha de semen. O hubiera podido llenar tu boca, o derramarse sobre tus senos.
No han pasado ni diez minutos y su agitada respiración te dice que ya sueña profundamente. Hoy te importa menos. Hoy es casi un alivio. Le miras sonriendo irónica. Él parece saciado. Tú aun tienes que jugar con tus dedos, porque tú estás en otro juego. Y enroscas una muñeca en el cordón de las cortinas para imaginar que yo te he atado. Si no, no puedes alcanzar ese orgasmo que tanto te intranquiliza.
Observas a tu marido dormido una vez más. ¡Ignorante! Sigilosa te levantas. Él muy ingenuo te ha fotografiado en todas las posturas. Si supiera que las fotos que te ha hecho son para mí... Si supiera que esas imágenes que muestran todo tu cuerpo, que me enseñan cómo te poseen, me harán disfrutar. Dijo, medio en broma, que era para chantajearte, como si el dominara el juego. Iluso. Las descargas tranquilamente en el ordenador. No se dará ni cuenta. A lo mejor hasta orgulloso y presumido se las enseña a algún compañero en la oficina y presume de ardiente mujercita, de machote, de dominarte. Puede que hasta se haga una paja mirando tu cuerpo, recordando que esa noche, gracias a su ingenio te medio emborrachó y estuviste más animada que de costumbre. Aunque no creo; no creo que tenga imaginación para eso.
Ignorante... ¡Si él supiera!...
Te basta una mirada, una simple negativa, el mínimo gesto de rebeldía para que él se detenga, para que su fuerza se diluya por la boca, para que su erección desaparezca. Sí, eres tú quien ha dominado el juego, quien le ha arrastrado en todo momento. Pero es mejor así. Me dices. Y es cierto. Astuta, pícara. Y consigues lo que buscas. Regresas a la cama tan tranquila, con la satisfacción del deber cumplido. Mentalmente dices la estúpida frase y te ríes.
El lunes recibiré un e-mail. Un guión de cómo se hicieron esas fotos tan guarras, tan soeces, tan excitantes. Y sonríes orgullosa y contenta. Es tu parte del juego. Sabes perfectamente que lunes tendré que esperar a poder estar solo unos instantes, para poder acariciar mi excitada polla mientras te veo desnuda, mientras te veo en esa foto acariciar el rabo fofo de tu marido dormido.