El duro oficio de vivir y ser feliz 5

Nuria

NURIA

Si algo aprendí de mis padres, fue a no darme por vencida. Aún en lo más profundo de la decepción por mi fracaso, me mantuve activa y actualizada. Presentía que mas temprano que tarde mi matrimonio estallaría en pedazos. Tenía bien en claro que las largas ausencias de Nacho no eran precisamente santas.

En lugar de resignarme a una vida hueca de mujer mantenida, me mantuve al acecho, lista para saltar del barco en cuanto  las calderas crujieran. No dejándome arrastrar por la vida hueca de mantenida, mantuve mi cuerpo en forma y entrenado y mi mente actualizada con todos los cursos de posgrado a los que pude tener acceso.

Sabía que mi único escape posible sería a través de mi trabajo y debía estar preparada para cuando se presentara la oportunidad. Los tiempos del amor estaban acabados, solo me quedaba aspirar a una salida digna.

Sin embargo no tuve tiempo, el agua no se retiró dando el aviso y el tsunami nos golpeó sin piedad. De la noche a la mañana la ola nos tapó y al retroceder, nos dejó desnudos frente a la realidad.

Sin casa, sin amigos, sin trabajo y al abrigo de los únicos que no creyeron en los cantos de sirena del dinero fácil. Y de ellos partió el rescate. De ellos y del ser más triste que conocí en mi vida.

El primer recuerdo que tengo de David, es del día que mis padres lo trajeron a casa después de la muerte de su madre. A los diez años me resultaba imposible comprender que debía sentir un niño ante semejante pérdida. Me aterrorizaba pensar que me pudiera pasar algo parecido, se suponía que los padres eran inmortales.

Prácticamente crecimos juntos y sin embargo no recuerdo haberlo visto sonreír, como si la tristeza se le hubiera pegado en la piel. Callado, taciturno y siempre dispuesto a dar una mano, deambulaba en silencio como un espectro buscando consuelo.

David era un buen chico, inteligente como pocos y sumiso al extremo. Su permanente búsqueda de protección y compañía, lo hacían capaz de soportar cualquier abuso con tal de no sentirse solo.

El perfecto pagafantas para una adolescente insensible.

Y si además, te vas convirtiendo en una mujer hermosa y sabes usarlo en tu beneficio, el amigo ideal para que tus padres te dejen salir a cualquier lado en su compañía sin poner objeciones.

No me enorgullezco de ello, pero lo convertí en mi perrito faldero. Me hacía las tareas, me acompañaba en las salidas con mis ligues de adolescente y hasta se quedaba de guardia en la sala de estar de la casa de mis amigas, mientras nosotras nos dábamos el lote en alguno de los dormitorios con el guaperas de turno. ¿Su premio? No estar solo.

Las cosas empezaron a cambiar al terminar el bachillerato y comenzar el curso de ingreso a la universidad. Había elegido una carrera muy exigente, con un corte de ingreso muy alto dada las pocas vacantes disponibles y mi preparación no era la suficiente.

Nada más comenzar, me di cuenta que iba a necesitar ayuda y quien mejor que David que babeaba por mí compañía. Sabiendo cuánto le gustaba, cada vez que lo necesitaba se lo pedía vestida lo más provocativa posible, usando mis malas artes para robarle el poco tiempo libre que tenía.

Pronto mis continuas visitas a la fábrica no fueron suficientes y tuvimos que completar los trabajos prácticos en su casa, muchas veces en compañía de mi amiga Bea. Llegábamos con mi madre el sábado bien temprano y muchas veces nos quedamos a dormir con la anuencia de nuestros padres. Su confianza en él era absoluta. La mía también.

Para ese entonces casi nada quedaba del flacucho desgarbado, se había convertido en un hombre hecho y derecho. Si no hubiera sido por su patética tristeza, quizás hasta me hubiera enamorado de él.

El año fue pasando y al llegar Diciembre, Bea y yo aprobamos con nota e invitamos a David a participar de la fiesta de bienvenida organizada por los cursos superiores. Se lo debíamos.

Aceptó renuente y esa noche nos pasó a buscar con el viejo coche de su padre. Valió la pena invitarlo solo para verle la cara de sorpresa cuando nos vio salir vestidas con nuestros infartantes vestidos de fiesta.

Esa noche se había esmerado, con su nuevo porte y enfundado en un impecable traje, lucía imponente. Entrar de su brazo a la fiesta me hizo sentir orgullosa de él. Orgullo que desapareció como por arte de magia, en cuanto me presentó a sus tres supuestos amigos y me perdí en los inmensos ojos verdes de Nacho.

Desde ese momento David desapareció de mi radar y toda mi atención se concentró en deslumbrar a ese sueño de hombre. Hermoso, ganador y arrogante, con unas pocas palabras me hizo notar el pobre papel de David en mi vida. Poco tardaron en contarme que era un perdedor que los ayudaba en los estudios a cambio de pertenecer a su grupo.

Mientras Bea acaparó a Pedro y pronto desapareció de la fiesta, yo me dediqué a esquivar a Antonio y provocar a mi presa. Presa que en un acuerdo tácito con su amigo, le dejó el camino libre pasando de mí toda la noche.

Cansada de su arrogancia e indiferencia, decidí darles en el morro con lo que estaba segura que más les molestaría, enrollarme con David en sus narices. Salí a buscarlo y después de recorrer todo el salón comprendí que me había dejado plantada. Enojada y humillada me fuí de la fiesta, llamé un taxi y me fuí para su casa.

Decidida a dejarle en claro su posición y algo bebida como estaba, apenas me dejó pasar le metí un tortazo por su desplante. Para mi sorpresa reaccionó furioso y después de discutir e intentar meterle otro, me sacó de la casa a los empujones y allí me dejó a pesar de mi pataleo.

Mareada y cansada me dejé caer en la entrada y desperté horas más tarde en su vieja cama, sin zapatos, cubierta con una manta y con un agobiante sentimiento de desprotección.

No tuve ninguna duda, después de pasar por el baño a descargar mi vejiga, me saqué el vestido y me metí en su cama abrazada a su cuerpo. Me había sentido despreciada por primera vez en mi vida y necesitaba sentirme segura en sus brazos. Porque si de algo no dudaba, era de que él nunca me iba a fallar. Al contacto con su cuerpo me sentí excitada y esa mañana tuvimos sexo por primera vez.

Ese verano fue extraño, el cambio de vida que se avecinaba me tenía alterada. Salir de la seguridad de mi casa y enfrentarme a mi futuro me asustaba. Mi único cable a tierra era David y en sus brazos me cobijaba cada vez que me sentía mal.

Hasta que llegó el día de empezar la carrera y estaba terriblemente ansiosa, para colmo, amigos veteranos contaban historias sobre las novatadas que me ponían los pelos de punta. La noche anterior, completamente alterada, hablé con mis padres, preparé mis cosas en un bolso y me fuí para la casa de David.

Entré sin llamar, con la llave que siempre tuvimos en mi casa, escuché que se estaba bañando en el piso de arriba y supe lo que tenía que hacer. Subí la escalera, me desnudé en su dormitorio y me metí en la ducha con él. Antes que pudiera decir una palabra ya le estaba comiendo la boca bajo el agua.

Su reacción no se hizo esperar, me tomó de las corvas y me empotró contra la pared follándome a un ritmo infernal. Eran de los pocos momentos en que lograba sacarlo de su estado eternamente deprimido.

Horas más tarde, abrazada a su cuerpo me atreví a confesarle...

  • No te imaginas lo cagada que estoy

  • ¿Por la novatada? No vayas

  • ¿Pero luego no es peor?

  • Todo depende de lo que te importe ser una más o ir a tu rollo.

  • Tampoco es bueno ser una marginada.

  • Entonces ve y paga el precio, tampoco es tan grave...Solo dejar de lado tu dignidad por un momento.

  • ¿Vas a estar ahí? ¿Me vas a acompañar?

  • Eso dalo por descontado.

Lo que David nunca supo, es que aún asustada, esa noche fuí directamente a la caza de la presa más codiciada, sabiendo además, que la remera que llevaba puesta mostraría mis grandes tetas a la perfección cuando estuviera mojada. Tenía una deuda pendiente con él y me la iba a cobrar.

La fama de Nacho era muy conocida entre las alumnas que habíamos logrado ingresar y la apuesta entre nosotras para ver quien se lo llevaba al ruedo no se hizo esperar. Lo que nadie podía prever era que cuando David me viera empapada, sacara a relucir su vena protectora y tal como me lo había prometido, corriera a abrazarme para que no me siguieran mojando.

Como si fuera el guión de una mala película de high school americana, esa sola actitud incitó a Nacho a demostrar su encanto. Exhibiendo todo su poder de macho alfa, hizo parar la agresión y me robó de los brazos de David dejándolo en ridículo en medio de las carcajadas de los integrantes de su pandilla.

Todavía recuerdo el dolor en sus ojos cuando me vio irme abrazada por el galán del momento. Lo ví tan perdedor y patético que me le reí en la cara. Sin saberlo, perdí a mi único amigo. Nunca más volvió a mi casa y en la vorágine de los años que siguieron no volví a pensar en él.

Me fui enterando de su vida por los comentarios de mis padres y sabía de su esfuerzo por sacar la fábrica adelante tras la muerte de su padre. Escuchaba a mi madre hablar con admiración de su dedicación y sacrificio para que no se derrumbara el sueño de su familia y poco a poco, a medida que mi vida se desmoronaba, en el agobio de mis horas vacías lo empecé a extrañar.

Extrañaba su saber estar, su entrega sin pedir nada a cambio, su mirada de perrito triste pidiendo una caricia que nunca supe dar. Su necesidad de dar, para recibir a cambio alguna migaja.

Nacho había sido el desafío, la vorágine del futuro, la arrogancia que nunca piensa en el fracaso, David en cambio, era la expresión del desencanto. Sin embargo, allí estaba otra vez, saliendo al rescate sin pedir nada a cambio.

NURIA

Octubre 2018

Cuando esa tarde al volver del banco, mis exultantes padres nos comentaron la forma desinteresada en que David les solucionó el problema de la hipoteca, a pesar de su burdo intento de disfrazarlo contratando los servicios de mi madre para no herir el orgullo de mi padre y su predisposición a evaluar nuestros currículums para ayudarnos a buscar trabajo, no pude evitar que una lágrima de vergüenza se  escapara de mis asombrados ojos.

No sabiendo con lo que me iba a encontrar y evitando repetir viejas tretas, decidí vestirme de forma sencilla para la entrevista, con un pantalón vaquero elastizado, una camisa holgada, una campera de piel y botas media caña haciendo juego.

Salí temprano para recorrer caminando las treinta cuadras que nos separaban de la fábrica, necesitaba descargar de mi cuerpo la ansiedad que me inquietaba. No sabía con lo que me podía encontrar, seis años es mucho tiempo en la vida de una persona y yo era el mejor ejemplo.

Arribé media hora antes de la cita y me recibió Juanita, la eterna secretaria. A sus sesenta años seguía tan elegante como siempre, con el mismo aplomo y la sonrisa serena con que me regalaba dulces cuando era pequeña.

Me dió dos besos, me pidió los curriculums y me hizo pasar a la sala de espera. A la hora exacta me hizo pasar a la oficina de David. Nada quedaba del viejo despacho de muebles pesados de su padre, esta era una oficina moderna, de paredes claras forradas en monitores desde donde se controlaban todos los sectores de la fábrica.

Un escritorio amplio, cubierto de planos y documentos en ordenado caos, daba espaldas a un gran ventanal desde donde ingresaba la luz del día. Frente a él un tresillo con una mesa ratona y a ambos lados, una puerta que daba a los servicios y otra a la oficina de Juanita respectivamente. Todo indicaba un espacio de trabajo joven y descontracturado.

Pero el gran cambio no estaba en el mobiliario. Parado frente a mí, con el culo y las manos apoyados en su escritorio, estaba la diferencia.  Unos ojos vivaces daban luz a un rostro anguloso, de negro pelo corto y barba recortada, que esbozaba una cálida sonrisa, como para desmentir el respeto que imponía su cuerpo erguido, de anchas espaldas y contextura fuerte. Las holgadas mangas largas de su camisa blanca, apenas lograban disimular una musculatura poderosa . Nada quedaba del lamentable muchacho que había conocido, la vida lo había forjado bien.

Ante mi estupor, dio dos pasos en mi dirección y como si el tiempo no hubiera pasado, me estrujo entre sus brazos como aquella noche, transportándome en una breve fracción de tiempo, a las aguas cálidas de los tiempos felices.

  • Dios mío Nuria, qué linda estás, el tiempo no ha pasado para tí.

  • Es que me ves con buenos ojos. Tú sí que estás  cambiado ¿Que se ha hecho de aquel larguirucho que conocí?

  • ¿Pues qué va a ser de él? Se ha hecho viejo, ja ja ja

  • De viejo nada, todo un hombre. Ja ja ja

Y así, entre pullas y formalismos le agradecí por la ayuda a mis padres y le pregunté si mi falta de experiencia no era un impedimento para lo que buscaba. Para mi sorpresa me dijo que todo lo contrario, que en este caso era una ventaja. La posibilidad de empezar una actividad nueva sin vicios de arrastre.

A continuación, como si el tiempo no hubiera transcurrido, me invitó a recorrer la fábrica, finalizando en la oficina de mi padre, quien me recibió con un gran abrazo sin entender todavía que se pretendía de mí, ni en que encajaba mi formación.

Regresamos a la sala de recepción y me hizo notar que en esa sala convergían varias puertas además de la suya. Justo en frente se ubicaba la oficina de la encargada de la red de hardware que en ese momento estaba ausente y a izquierda y derecha otras dos oficinas más pequeñas estaban vacías. Habían pertenecido al encargado contable y al administrativo respectivamente. Tareas que por esos días se realizaban en otra planta, ubicada junto al sector ligado a las ventas debido al incremento del personal . Una de esas oficinas sería la mía.

Sin saber todavía que pretendía de mí y levemente aturdida por el entusiasmo con el que hablaba, volvimos a su oficina y dado que se había hecho el mediodía, me sugirió compartir una comida frugal en el tresillo para no interrumpir la entrevista, cosa que acepté intrigada.

Me ofreció pasar a su baño para asearme un poco, mientras él pedía un buffet frío a Juanita y luego de asearse él, continuamos la entrevista.

  • Habrás notado en el recorrido, que todas las secciones tienen una terminal de la red. Ese trabajo lo ha desarrollado Daisy, quien ya ha puesto a funcionar el sistema operativo y el software de las terminales.
  • Lo que no tenemos aún es la digitalización de la línea de productos. Y ahí entras tú.

  • Necesito que vuelques a un CAD, los planos de los diseños actuales, producto por producto, con los despieces, tiempos de producción y los accesorios hasta el último tornillo.

  • Quiero informatizar el stock y que cada vez que entre un pedido tengamos al detalle, el tiempo de entrega, la cantidad de cada componente, el costo  actualizado y los puntos de reposición críticos de materiales, de acuerdo al historial de ventas.

  • Cuando lo hayas logrado, comenzarás a diseñar una línea de muebles nueva, más moderna y económica, que no sea tan dependiente de la mano de obra artesanal.

  • Cuando encuentre una analista de base de datos, implementaremos un paneo de precios internacionales para mejorar los costes y tú te dedicaras a la búsqueda, instalación y programación de maquinaria robotizada para automatizar la producción de tus diseños.

  • ¿Y  qué pasará con mi padre y los artesanos que hoy trabajan contigo?

  • Seguirán en lo suyo, esa línea de producción es el sello distintivo de la empresa.

Estaba tan entusiasmada que me daba miedo preguntar por mi salario, me creía capaz de hacer el trabajo gratis con tal de no perder la oportunidad.

  • Antes que me preguntes, tu salario será el equivalente al monto de tu crédito hipotecario sumado al de tu madre, a ver si con eso tu padre puede dormir tranquilo. Si tu línea de productos triunfa, tendrás una participación en las ganancias. Piénsalo y me contestas.

  • No tengo mucho que pensar,  me da miedo despertar, ¿Y que has pensado para Nacho?

  • El caso de él es más difícil, está procesado por estafa y aunque no tuviera la culpa de lo que pasó, el mundo de las finanzas es muy selectivo. Le he conseguido una entrevista para un puesto de vendedor en la empresa de un cliente amigo mío. Si le interesa, pídele a Juanita que te pase el contacto.

  • Por supuesto que le interesa, no está en posición de elegir.  ¿Ya tienes a la analista?

  • No, quería empezar conversando contigo. ¿Tienes alguna conocida para referirme?

  • Sí, Bea, mi compañera del instituto y de la universidad, tú la conoces. Es la esposa de Pedro y la están pasando tan mal como nosotros. Todas las puertas se les han cerrado.

  • ¿Estás segura de ella? Porque volver a acercarme a esas personas no me causa ninguna gracia. Recuerdo bien cómo eran ellos y las niñas que los rodeaban. Bea era una de ellas.

  • Yo también lo era.

  • Tu eres la hija de Juana, de no ser por ello, no hubieras cruzado la puerta.

El cachetazo de realidad me golpeó, era evidente que la herida todavía le escocía. Pero no estaba en condiciones de rechazar la oportunidad, ya habría tiempo para aclarar las cosas. O no.

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