El duro oficio de vivir y ser feliz 3

José

JOSÉ

Octubre de 2018

  • David, debes hablar con José, y es urgente.

Después de lo que me contó Juanita, sacudí mi cabeza para alejar los recuerdos, bajé corriendo las escaleras y me dirigí presto a la oficina panorámica de José, una habitación ubicada a media altura, desde donde se divisaba toda la cadena productiva a través de un gran ventanal acristalado e insonorizado.

Golpeé la puerta y esperé impaciente a que me invitara a pasar. Volví a golpear, y cuando la misma se abrió de golpe y el rostro furioso de José parecía estar dispuesto a explotar y mandar a la misma mierda al que se hubiera atrevido a molestarlo, el tiempo se congeló.

Verlo palidecer quedándose con la boca abierta y el grito a medio lanzar fue tan gracioso, que tuve que meterme corriendo a la oficina para no estallar en carcajadas, con el correspondiente peligro para mi salud. Si bien para ese tiempo le sacaba una cabeza de altura y lo igualaba en fuerzas, la furia de ese hombre era legendaria.

  • ¿Qué haces aquí?

  • ¿No puedo visitar a mi jefe de fábrica?

  • ¿Tu? No sé como has hecho para encontrar el camino. Conoces tanto la fábrica que he tenido que pegar carteles con tu rostro por todos lados.

  • ¿Y eso por qué?
  • Para que los que te vean pasar no te echen a patadas por intruso.

  • Sabes que estoy al tanto de todo a través de los monitores, no me sobra el tiempo para andar paseando.

  • Y entonces qué haces perdiéndolo aquí?¿Por qué no hablas con las pantallas?

  • ¿Qué comes en casa hoy?

Aturdido por el giro de la conversación me comentó sin dudar.

  • Pues las putas verduras, como siempre, desde el ataque al corazón Juana me tiene a putas verduras.

El verano anterior, en medio de sus vacaciones en el pueblo, José había tenido un aviso en forma de preinfarto que había puesto a Juana de los nervios. Desde ese día lo tenía a dieta estricta, lo que ponía a José de muy mal humor

  • Quiero verlo.

  • ¿Cómo dices?

  • Que quiero que me invites a comer.

  • ¿Ahora? Debo avisarle a Juana

  • Sin aviso, no quiero que prepare nada. Quiero darle una sorpresa.

  • ¿Estas loco? Hago eso y me mata. Déjalo para otro día.

  • ¿Me estás negando el acceso a tu casa…?

  • ¡Nooo!…no…por favor…eres como un hijo para mí…pero Juana… es mucha Juana.

  • Ja, ja, ja, el hombretón tiene miedo de que le cierren las piernas por un tiempo.

  • De eso nada hace rato. Desde el ataque que…

Cuando se dio cuenta de que había hablado de más, se interrumpió y me miró con fiereza. No era un hombre acostumbrado a abrirse facilmente sobre su vida privada. Dudando entre aceptar o mandarme a la mierda, finalmente claudicò.

  • Vamos… pero no me hagas responsable del desastre.

  • Ja ja ja, vaya jefe de fábrica más cagueta que me he echado, vamos, es la hora.

Pasamos a buscar mis documentos por la oficina y marchamos a bordo de la camioneta de la fábrica. Al llegar a su casa me escondí tras José y cuando Juana abrió la puerta, le salte encima levantandola con mis brazos cruzados debajo de la nalgas y poniéndola a dar vueltas, lo que me valió que me empiece a zurrar con la servilleta que tenía en las manos.

  • Suéltame loco degenerado, me estás tocando el culo. Joseee, haz algo.

Pasando a darme un gran abrazo en cuanto la dejé en el piso. Juana era una hembra hecha y derecha de cuarenta y cuatro años, de la cual su hija había heredado toda la belleza.

Sin necesidad de vestir provocativa, sus curvas se insinuaban prietas y voluptuosas bajo sus ropas, su indiscutible belleza, sumada a su carácter abierto y jovial la hacían parecer  una mujer mucho más joven.

  • Mi niño querido, como te he extrañado ¿Qué haces por aquí?

  • José me ha invitado a comer, dijo que tú se lo habías pedido.

La mirada de estupor del pobre hombre solo era comparable en expresión, a la olla a presión que parecía formarse en la cara de su mujer.

  • Ja ja ja, anda, déjame pasar, tengo que hablar con vosotros.

Mientras Juana se dirigía a preparar la comida, José y yo pasamos a lavarnos las manos para ayudar a poner la mesa, donde nos esperaba un delicioso surtido de verduras asadas y crudas, acompañadas con una sidra fresquita recién abierta.

Después de hacer los honores hablando de generalidades sin tocar temas urticantes, pasamos al meollo de la conversación y como era lógico, Juana no pudo con la curiosidad.

  • ¿Y qué es aquello de  lo que querías hablar?

  • Quiero saber qué le pasa a José, está desconcentrado y alterado y no creo que sea por no follar.

José me miró pálido con la boca abierta y Juana se puso roja como un tomate, pero después de mirar con un cariño rayano en la adoración el rostro triste de su hombre, empezó a hablar tras un largo suspiro.

Es el orgullo mi niño, el orgullo me lo está matando, estamos por perder todo el trabajo de nuestras vidas y se niega a pedir ayuda. Al final se me va a morir y me voy a quedar sola y en la calle.

El llanto que siguió me conmovió el alma, pero ver a José arrodillarse frente a ella abrazado a su cintura pidiéndole perdón, me cerró la garganta. Cuando se calmaron abrazados, Juana se levantó, sacó una botella de grapa fuerte, unos vasos y sirviendo un chute generoso para los tres comenzó el relato.

Durante una hora me detallaron las maniobras financieras de Nacho, el fraude y sus consecuencias. Si bien ellos habían zafado al haber desconfiado de tanta generosidad, con solo el sueldo de José, los magros ingresos de Juana limpiando casa y Nuria dando clases particulares les había sido imposible cubrir las tarjetas de créditos vencidas y las dos hipotecas. Ya habían recibido la intimación y el aviso de desahucio.

Le pedí a Juana que me alcance la carta de intimación y que se arregle para salir mientras hacía una llamada al banco pidiendo por el gerente. Me atendió su secretaria y le pedí una audiencia inmediata.

Amablemente, la burócrata empleada me explicó las múltiples obligaciones de su jefe que le impedían cumplimentar mi pedido y ante mi acotación de que la entrevista era pura cortesía, ya que era solo  para comunicarle que movía todas las cuentas de la empresa a otro banco, encontró un hueco en su agenda para atenderme en forma inmediata.

Media hora después estábamos sentados frente al obeso hombre, que me miraba preocupado con gotas de sudor en la frente. Ante su estupor, le exigí que me explique porque habían enviado un aviso de desahucio a mi jefe de fábrica sin avisarme, cuando todo el tiempo me estaban llamando por cosas muchísimo menores.

Ante su tartamudeo por no haberse percatado del detalle y mientras su mente elucubraba a que pobre infeliz le iba a hacer pagar la omisión. Lo conminé a que me pase el detalle de todas las deudas de José para con el banco.

Resumiendo, entre las cuotas de hipoteca vencidas y los saldos de las tarjetas de crédito, incluida la personal de Nuria, sumaba una deuda equivalente a quince mil Euros, imposible de pagar con un solo sueldo.

Antes de que José pueda intervenir me di vuelta y encaré a Juana.

  • ¿Qué estás dispuesta a hacer para solucionar esto?

  • Lo que sea mi niño, lo que sea, pero no veo como…

  • ¿Serías mi ama de llaves por el equivalente a mil Euros al mes?
  • Lo haría gratis pero…
  • ¿Aceptarias un adelante de veinte sueldos?

Apuraba sus respuestas para no darle tiempo a José a reaccionar. Les hubiera regalado el dinero, pero sabía que su orgullo no lo hubiera tolerado. Finalmente me dirigí al gerente y le pedí que anule todas las actuaciones, que gire el equivalente a veinte mil Euros de mi cuenta a la cuenta de José y que descuente de ahí los saldos de las tarjetas de crédito, las cuotas de la hipoteca vencidos y las a vencer en los próximos seis meses, eso sí, después de refinanciarla en un periodo más largo e intereses más acomodados con el aval de mi empresa.

Bajo la cruel lógica del mercado, cuanto más avales tiene una persona , significa menos riesgo y paga menos. Si es un pobre infeliz...que se desangre.

Una hora más tarde, en la puerta del banco y con todo firmado, le comuniqué a la sorprendida Juana, que la esperaba el próximo sábado en mi casa a las nueve de la mañana para ponerla al tanto de sus tareas, a los fines de comenzar el lunes en sus funciones.

También le indiqué, que si estaba de acuerdo , le dijera a su hija que se acercara el martes a las nueve de la mañana a mi oficina, con el currículum de ella y el de su esposo en la mano.

Finalmente miré a José

  • A tí te espero mañana bien despejado, otra cagada como la de hoy y te dejo en la calle. A ver si le echas un polvo en forma a tu esposa para sacarte lo tonto.

Subí a la camioneta a la carrera y me marché matándome de risa, dejándolo con la boca abierta por una vez en mi vida. Ya veríamos cómo se las gastaba al día siguiente cuando lograra reaccionar. Por las dudas me mantendría lejos.

Al día siguiente amanecí exultante, con esa sensación de haber obrado bien. Poder ayudar a gente que tanto había significado en mi vida sin herir su orgullo y dejándoles una puerta abierta para que se sientan dignos me llenaba el alma.

Por supuesto que no quería nada a cambio y no necesitaba siquiera que me devuelvan el dinero, pero sabía lo importante que era para ellos sentir que no era una dádiva. Ya veríamos con el tiempo como transcurrían las cosas, lo importante era sacarlos del apuro y ponerlos en el camino.

Salté de la cama a las seis de la mañana como de costumbre y me vestí con mi ropa de trote y un buzo liviano, Setiembre había arrancado fresco para lo que era normal. Calcé mis zapatillas, engullí media banana y salí a trotar mis diez kilómetros a lo largo del boulevard de la gran avenida periférica.

Regresé a las seis cuarenta, elongué, tomé un vaso de jugo de naranja recién exprimido y pasé a mi pequeño gimnasio a trabajar el resto del cuerpo. A las siete treinta tomé una ducha y después de un breve desayuno, monté en mi bicicleta para arribar a la fábrica a las ocho treinta, como era mi rutina habitual.

Se podría decir que estaba entrando en puntas de pie y expectante de la reacción de José, cuando prácticamente me lleve por delante a Juanita y mis peores temores se hicieron realidad.

  • José te espera en tu oficina

Con un presentimiento funesto y predispuesto a lo que viniera, me resigné al trágico destino que me esperaba y encaré a la bestia entrando a la oficina.

  • Necesito hablar contigo. - Soltó José nada más verme.

  • Oye José, espero que no te hayas ofendido, somos casi familia.

  • No es eso de lo que te quiero hablar, es de Juana...

  • ¿Qué pasa con ella? Mira que si no puede hacer el trabajo no hay problema. Ustedes no me deben nada.

José se levantó de su asiento y estrechándome en un gran abrazo que casi me parte el espinazo, me soltó emocionado.

  • Eres digno hijo de tu padre, pero déjame hablar por favor. Quiero que sepas algo que me es muy difícil contar

Preocupado le hice señas para que continúe.

  • Tu sabes que cuando nos casamos Juana era una chiquilla y yo un hombre hecho. Con los años y mis desarreglos, esa diferencia se fue agrandando y hoy día nuestro matrimonio es una fachada.

  • Mierda, lo oigo y no lo creo, parecéis muy felices. ¿Os vais a separar?

  • No, no, no es eso…Bueno…no por ahora. Con la niña en casa no podríamos. Ella nos necesita. De hecho nos llevamos muy bien y nos queremos mucho. Pero es un cariño de hermanos o de amigos muy cercanos.

  • Imagino que les pasa a todos los matrimonios con los años.

  • Imagino que sí, pero no que vivan sin sexo. Y nosotros hace años que nada de nada.

  • ¡Mierda!… Y yo jodiendo con eso.

  • En parte es por eso que te lo cuento, a mi no me ofende, pero no sé cómo le cae a Juana. Ella todavía es una mujer activa y tanto tiempo en abstinencia no lo lleva bien. Hasta le he ofrecido hacerme a un lado para que rehaga su vida, pero con la puta enfermedad y el problema de la niña no hay forma de convencerla.

  • Te pido disculpas, no volverá a pasar.

Volvimos a abrazarnos y sin decir una palabra más, marchó rumbo a sus tareas.

JUANA

Sigo viviendo en la casa que era de mis padres, un chalet de tejas coloniales a dos aguas situado en un barrio residencial de clase media, periférico de la gran ciudad costera. Grandes avenidas densamente arboladas, pocos comercios y un entorno bucólico conforman un ambiente cálido y de vecindad amigable.

Es una casa simple, pensada para habitar en forma confortable y sin búsqueda de ostentación. Un muro bajo al frente con una cancela y un pequeño jardín que da al gran ventanal de la sala de estar, son su carta de presentación.

La puerta de entrada sobre un lateral, da acceso a la sala amueblada con un tresillo frente a una pantalla LED de gran tamaño y a continuación, después de una escalera caracol que conecta con los dormitorios de la planta superior, bajo la cual se halla un pequeño baño con ducha, una mesa y seis sillas visten el comedor diario conectado a una sencilla cocina con todo lo necesario para una vida cómoda.

Sobre la derecha de la entrada, un portón de madera da acceso al garaje que, luego de un baño equipado con ducha, desemboca en el viejo taller de mi padre, devenido en un pequeño gimnasio montado con un par de máquinas multiuso para ejercitar todo el cuerpo, un par de bancos y varias barras y mancuernas con sus pesas.

Sobre el fondo, un pequeño trozo de tierra parquizado alberga una gran mesa de cemento junto a una gran parrilla

En la planta superior se encuentra el dormitorio principal con cama matrimonial que posee un gran ventanal que da a la calle. Sobre el fondo, un dormitorio más chico con dos camas simples, comparte con el dormitorio grande un baño completamente equipado.

Una casa sencilla, para una familia trabajadora y así se la presenté a Juana, cuando arribó la mañana del sábado montada en su bicicleta, vestida con calzas de gimnasia y una remera ajustada que quitaban el aliento.

Después de explicarle mi rutina de todos los días, quedamos en que después de mi partida cada mañana, limpiaría cocina, baños, dormitorios y un sector del resto de la casa a su criterio, se haría cargo de las compras, para lo cual le dejaría dinero y me dejaría preparada la comida para la noche. Al terminar, sin importar la hora, se marcharía a su casa.

Del parque y la limpieza exterior se encarga el jardinero, que es un viejo conocido de mis padres y tiene llave de la cancela. Ella solo lo controlaría.

Nos pusimos de acuerdo en que comenzara el lunes a las seis de la mañana y nos despedimos con un beso en la puerta de calle. Verla marchar en bicicleta, contemplar su gran culo oscilando sobre el pequeño asiento y saber el hambre que estaba pasando, me puso cardiaco.

Algo malo estaba sucediendo en mi cabeza, esas semanas de abstinencia esperando a Daisy me estaban pasando factura. Para colmo, esta vez su ausencia se había prolongado demasiado, llenándome de una profunda inquietud y malos presentimientos.

La broma

Febrero de 2019

El verano golpeaba fuerte y la fábrica requería de toda mi atención, por lo que el tema vacaciones tuve que dejarlo de lado. Por suerte la presencia de Juana en mi casa hacía mi vida mas llevadera.

Con el correr de las semanas nos fuimos compenetrando y dejando de lado todo formalismo. La convivencia trajo de vuelta la confianza olvidada y con ella la familiaridad.

Debido a las altas temperaturas no era raro que yo anduviera solo con un pantalón corto y ella con vestiditos sueltos que me ponían enfermo.

Pude observar que no solo era yo el que miraba en forma impropia. Más de una vez la había descubierto a través del espejo del gimnasio, observando desde la puerta mordiéndose los labios, mientras hacía sentadillas de espaldas a ella.

Un sábado por la mañana, intentando hacer una diablura, desaté el infierno. Ese día me levanté alterado, llevaba varias semanas en dique seco y la carrera de la mañana no había calmado mis ansias. En medio de mi rutina de pesas volví a descubrir a Juana espiandome y decidí jugarle una broma.

Al terminar mis ejercicios, me acerqué sigiloso a la cocina y la encontré reclinada sobre la mesada preparándome el desayuno. A sus cuarenta y cuatro años se veía espléndida. Rubia natural con el pelo recogido por el calor, ojos azules como su hija, pecho generoso, cintura angosta y un culito de infarto.

Me acerqué por detrás y abrazándola a la altura de la cintura, sin apoyarme en ella le mordí el cuello.

  • ¿Te pone tu jefecito que lo andas espiando tras las puertas?

Juana se revolvió en mis brazos como una serpiente mirándome furiosa y cuando empezaba a pensar que la había cagado y me esperaba un tortazo, echó sus brazos a mi cuello y me pegó un muerdo que casi me saca los dientes, después de decirme con una voz ronca que me puso los pelos de punta.

  • Mucho has tardado en darte cuenta niñato.

Perdí la cabeza, la tomé de las nalgas, la subí a la mesada sin dejar de besarla y le fuí desabrochando el vestido botón por botón. Sus tetas de ensueño saltaron a mi encuentro majestuosas y me dí un festín. Cuando logré soltar el último botón, le arranqué las bragas de un tirón y subiendo sus talones sobre la mesada le comí el coño con tanta devoción, que la dejé desmadejada después de dos violentos orgasmos.

Por miedo a que se arrepienta y la emprenda a golpes conmigo, no la dejé pensar y bajándome los pantalones cortos, le calce mi tranca hasta las amígdalas.

  • Siii…asiiii…niñato de mierda…asiii…que placer me estás dandooo… ahhhh...ggghhh.

Y se volvió a correr con los ojos dados vuelta, logrando que explote dentro de ella y la rellene de lefa hasta la garganta. Quedé caído sobre su cuerpo y a medida que me serenaba, tomé conciencia de lo que había pasado.

  • ¿Que hemos hecho Juana?

  • Nada que yo no haya deseado.

  • Pero José…

  • Hace rato que José y yo no somos pareja, ya antes de su enfermedad no teníamos intimidad. Somos grandes amigos y nos queremos demasiado como para pensar en separarnos, menos ahora con los problemas de Nuria.

  • No sé yo qué pasaría si se enterara de esto, él ha sido un padre para mí.

  • Lo entendería, hace rato que me dice que busque un hombre que me satisfaga sexualmente y que mejor que tú, que tú nunca nos lastimarías.

  • ¿Y por qué yo? Me has visto crecer y me has tratado siempre como a un hijo.

  • Precisamente por eso, sé de qué madera estás hecho. Cuando rescataste a mi familia de la ruina, te he admirado como hombre y ahora que convivo contigo y veo como eres, te he deseado como mujer. No sabes los celos que me dán cuando mi hija se llena la boca hablando de tí. O cuando los martes se viste de fiesta para lucirse frente a ti, mientras a mi me ves siempre desarreglada.

  • Desarreglada te voy a dejar hoy ja, ja, ja.

Y tomándola en brazos la llevé a la ducha donde la volví a follar. Desde ese día todos los sábados que Juana estaba con ganas, terminábamos en la cama. Sabíamos que era algo íntimo y transitorio y pensábamos disfrutarlo mientras durara.

Ya no serían tan duras las ausencias de Daisy, mi extraña amante.

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