El duro oficio de vivir y ser feliz 2

El incidente

EL INCIDENTE

Octubre de 2018

  • David, debes hablar con José, y es urgente

.

Levanté la vista de la maraña de papeles que inundaban mi escritorio para prestarle atención a la inefable Juanita, la única secretaria con capacidad para mandar sobre su jefe.

¿Qué podría sucederle al viejo amigo de mi padre? Ese roble cincuentón capaz tanto de sentar de culo de un castañazo a un gigante, como de agasajar con una caricia al más tierno de los niños.

Hombre parco y reservado, honesto a carta cabal y respetado por el personal tenía solo tres debilidades, su familia, el gusto por la buena comida y el personal a su cargo.

  • ¿Qué pasa con él?
  • No se, tu lo conoces mejor que yo. Ayer estuvo a punto de provocar un accidente por un descuido y hoy ha levantado en peso a un chaval frente a todo el personal por una falta menor,.
  • Mierda, eso es grave.

Sabiendo lo meticuloso que era José y lo que cuidaba a su gente, me levanté presuroso y me dirigí a su encuentro. Porque a hombres como él se les respeta, no se los cita a la oficina. Más aún si lo tuvo a uno en sus brazos.

JOSÉ

José y Toño, mi padre, fueron amigos desde su más tierna infancia. Provenientes de familias muy humildes llegadas al país desde la lejana Italia, abrazaron la profesión de carpintero de sus ancestros apenas terminaron la escuela primaria. Eran épocas donde todos tenían que colaborar para llevar la familia adelante.

Con los años, el esfuerzo y la ayuda de toda la familia, tuvieron su propio taller y pasaron lentamente de la reparación de muebles a la fabricación por encargo, pasando mi padre en forma natural a manejar los proyectos, quedando José a cargo de la producción y el manejo del personal.

Subidas y bajadas de la economía, predisposición a aceptar riesgos y desafíos y la renuencia de José a arriesgar su capital, dejaron a mi padre en la posesión de la fábrica y a su ex socio como jefe de planta. Siguieron siendo tan amigos como siempre y cuando a los veintitrés años mi padre se casó con María, José fue su padrino de bodas. Un año después nací yo.

José, parco, taciturno y poco proclive a demostrar su sentimientos, tardó cuatro años más en formar pareja, hasta que una chiquilla revoltosa diez años menor que él, lo dio vuelta como a una media y lo llevó al altar de las narices.

Poco tardó Juana en ordenar su desastrosa soltería y regalarle a Nuria, una hermosa niña tan rebelde y pícara como ella. Una rubia cuyas trenzas lo tenían en un mal vivir. Ver a ese gigante babear por su preciosa criatura era cosa de no creer.

Cuando diez años más tarde, un lamentable accidente arrancó a mi madre de nuestras vidas, solo la voluntad y el cariño inquebrantable de Juana, junto a la insolencia del demonio encarnado en la explosiva niña lograron rescatarme parcialmente de la apatía en la que quedé sumergido.

Agobiado en un mundo de tristeza, fuí caldo de cultivo para el ensañamiento de los violentos durante el resto de mis años de estudio. Situación que se agravó por la temprana desaparición de mi padre, debiendo ponerme al frente de la empresa familiar a los diecisiete años.

Un hecho de violencia inusitado ocurrido en mi último año de bachiller, sumado a la necesidad de disponer de más tiempo para trabajar, me llevaron a cursar de noche el último año de carrera.

De la noche a la mañana me encontré solo. A pesar del empeño de Juana de hacerme sentir en familia y la inestimable guía de José y Juanita en la fábrica, me encerré en mí mismo y me auto impuse una férrea disciplina rayana en lo militar.

Carreras por la madrugada, gimnasio por la tarde, estudio o trabajo hasta altas horas de la noche y durante los fines semana. Cualquier cosa era buena para no pensar y dejar de sentir el vacío de la apatía extrema.

Logré estabilizar mis emociones, desarrollé un físico imponente, pero me era imposible sociabilizar.

El primer año de carrera universitaria me encontró cursando con algunos viejos compañeros de bachiller, entre ellos Pedro, el que luego me enteraría había sido el promotor del último incidente en el instituto. Él y dos de sus más íntimos amigos comandaban el grupo de los populares y las mejores niñas bailaban al son de su música.

Como si las cartas del destino estuvieran marcadas, el primer trabajo práctico de matemáticas me tocó en su grupo. Sin mediar más palabras de las necesarias, la alianza quedó sellada, yo haría todo el trabajo y ellos me incluirían en su grupo social.

No es que me importara demasiado esa pertenencia, pero el solo hecho de verme con ellos, sumado a mi nuevo físico, me alejaba del acecho de los violentos de siempre y me acercaba al interés de las féminas que nos revoloteaban. Pero para ellas no tenía tiempo, entre la fábrica, los trabajos y el estudio, mis horas libres eran inexistentes. Además estaba Nuria.

NURIA

Diciembre de 2014-Mayo 2015

Desde adolescente la chiquilla apuntaba ser una mujer imponente. Acostumbraba a pasar por la oficina para que la ayude con sus tareas de matemáticas y no se me escapaba como desplegaba sus incipientes artes de seducción para pedirme favores. Favores que con el tiempo, se fueron extendiendo para que la cubra con sus padres, cada vez que salía con algunos de sus cada vez más abundantes ligues juveniles.

Para cuando Nuria terminó el bachillerato, la fábrica marchaba más estabilizada y mi carrera se encaminaba a su término sin mayores problemas. Eso me permitió prometerle que la iba a ayudar durante el exigente curso de ingreso a la carrera de diseñador industrial. No es que le faltara capacidad, pero la preparación que arrastraba de sus años de bachillerato no le generaban la confianza suficiente.

Así fué como no solo pasaba un par de días a la semana por mi oficina, sino que en vísperas de exámenes continuábamos la preparación en mi casa. Sin importar lo cansado o desganado que estuviera, bastaba verla con alguno de sus cortos vestidos o sus provocativas mallas de gimnasia para que me convenciera.

A medida que nos acercabamos a los exámenes finales de fin de año y el calor apretaba, la cosa se puso peor. Las horas de estudio se fueron extendiendo, en la misma proporción que sus prendas de fueron reduciendo.

Nuria era consciente de mi agobio y lo utilizaba a su favor. A los veinticuatro años, mi experiencia con mujeres era nula y en mi necesidad de compañía le toleraba todo.

Finalmente ella y su amiga Bea, aprobaron con comodidad el curso de ingreso y me invitaron a la fiesta de festejo que se hacía en la universidad.

Sabía que no era buena idea, Nuria me gustaba mucho y me iba a doler verla enrollarse con los guaperas, y a esa fiesta iban todos de pesca, entre ellos Pedro y sus dos secuaces.

Cuando las pasé a buscar y las vi salir enfundadas en indecentes vestidos de noche que dejaban poco a la imaginación, supe que mis peores temores se harían realidad y me mentalicé para ello.

En cuanto entramos al salón, cerca de la medianoche, mis supuestos protectores me pidieron que se las presente y las acapararon. Preparado como estaba para que eso sucediera, me retiré discretamente y volví a mi casa.

Serían las dos de la mañana, cuando me despertaron los insistentes timbrazos en la puerta de la calle. Me asomé por la ventana, ví un taxi esperando en la acera y a Nuria llamando a la puerta furiosa.

Me levanté en estado zombie, salí al jardín, le hice señas al taxi para que se fuera y la dejé pasar. Nada más cruzar la puerta se dió vuelta y me zampó un cachetazo que me dejó atontado.

  • ¿Eres idiota o que te pasa?¿Por qué me dejaste plantada? Te estuve buscando por todos lados.

  • Estabas muy entretenida luciendo palmito con tus galanes. Yo nada pintaba en esa fiesta.

  • ¿Acaso te pusiste celoso?¿Debía estar pendiente de tí?¿Crees que porque me ayudaste te debo algo?

  • No, precisamente por eso me fuí, yo para tí no soy nada, ni siquiera tu amigo y menos tu chofer.

Furiosa y bastante bebida como estaba, intentó darme otro cachetazo pero le detuve la mano y llevándole el brazo a su espalda, abrí la puerta y la saqué al jardín. Durante media hora estuvo chillando y pateando la madera hasta que se fue agotando y quedó todo en silencio.

Cuando intuí que ya estaba calmada, abrí y la encontré echada, encogida sobre el umbral y profundamente dormida. La levanté en brazos, la llevé a mi vieja habitación, le saqué los zapatos y la tapé con una manta, dejé las dos puertas con una pequeña abertura y me fuí a dormir.

En algún momento de la noche sentí hundirse el colchón y levantando mi brazo se acomodó a mi lado abrazándome y apoyando su cabeza sobre mi pecho.

Me despertó el brillo del sol pasando por las rendijas de la persiana. Intenté moverme despacio para no despertarla pero ella se abrazó más fuerte y me retuvo.

  • No te vayas, quédate un rato más.

  • Por favor suéltame, debo ir al baño.

  • Solo si prometes volver a la cama.

  • ¿Para qué? Esto no tiene sentido

  • Para mi si lo tiene…Por favor.

Después de hacérmelo prometer de mala gana, aflojó su abrazo y me dejó levantar. Una vez en el baño debí orinar en la bañera, a la erección matutina se le había sumado la excitación de sentir su cuerpo pegado al mío y no había forma de bajarla. Aproveché y antes de volver a la cama me pegué una ducha para despejarme.

Vestido solo con un pantalón corto limpio, volví a su lado y permití que vuelva a abrazarme, sin darme cuenta de que estaba vestida solo con sus bragas. Al sentir el calor de su piel la reacción fue inmediata y mi erección incontrolable. Erección que Nuria notó al tener su pierna cruzada sobre mi cuerpo.

Sin decir palabra se apretó más a mí y dándome pequeños mordiscos en la tetilla, fué bajando su mano hasta rodear mi polla que estaba a punto de reventar.

  • ¿Q...qué haces Nuria? Esto no está bien.

  • Hmmm...Yo no lo veo así...Para mi está muy bien.

Y sin una palabra más bajó su cabeza y se tragó media tranca. Un escalofrío de placer me taladró la cabeza, seguido de un terror profundo de no dar la talla. Salvo algunos besuqueos con las admiradoras del cuarteto, nunca había avanzado más allá con una mujer. Tenía toda la teoría y varias horas de porno de mis sesiones onanistas, pero nada comparable a lo que estaba sintiendo en ese momento.

La avezada muchacha, en cuanto notó el herramental preparado, trepó a mi cuerpo y alineando mi hombría con su húmeda ansiedad, se dejó caer suavemente disfrutando cada centímetro, ondulando su cuerpo con las manos sobre mi pecho.

  • Aghhh...Que placer...Como lo estaba necesitando.

¿Placer extremo? ¿Adoración? ¿Agradecimiento?¿Cómo se puede definir la sensación de estar dentro de la mujer soñada por primera vez?

La imagen de Nuria erguida, levantando su rubio cabello con las manos en la nuca y exhibiendo orgullosa sus poderosas mamas, era más de lo que un inexperto amante como yo podía tolerar. Exploté en un inmenso orgasmo que me hizo retorcer de placer, arrastrando por suerte tras de mí, a la entregada dama.

Nuria se volcó sobre mi pecho poniendo a mi alcance sus enhiestos pezones que no dudé en devorar con devoción, mientras mi ardiente amante comprobaba para su satisfacción que mi hombría no había cedido un ápice.

Buscó mi boca con la suya alejándome de tan exquisito manjar y enroscando sus piernas en mi cintura me giró para quedar debajo. Sin dejar de morrearnos la empecé a martillar cada vez más eufórico y luego de dos orgasmos de ella volví a descargarme como si me fuera la vida en ello.

Caí derrengado a un costado suyo para no aplastarla y después de recuperar el aliento me atreví a preguntar.

  • ¿Por qué lo has hecho?

  • No todo tiene un por qué. Estaba muy cachonda y estabas a tiro.

  • Yo creí que…

  • No creas nada, ni lo pienses, vas a arruinar el momento. Se dió y ya está, como tú podría haber sido otro.

  • Entonces a qué se debió la rabieta de anoche.

  • A qué me dejaste plantada, no estoy acostumbrada a que lo hagas.

Confundido y desilusionado, me levanté de la cama, preparé el desayuno y después de tomarlo con muy pocas palabras entre nosotros, me dió un beso en la mejilla y se marchó.

Desde ese día comenzó entre nosotros una relación extraña que duró todo el verano. Nuria aparecía en mi casa de la nada algún fin de semana, ya sea por la tarde o a mitad de la noche y sin grandes explicaciones de su parte, terminábamos en la cama follando como descosidos.

Hasta el día de la novatada.

La noche anterior a la famosa ceremonia, me vino a visitar. Después de un gran polvo me comentó que estaba nerviosa por todas las historias que se contaban y me pidió si podía estar presente para no sentirse desprotegida.

Nunca estuve de acuerdo con esa salvajada y ese año les tenían preparada una sorpresa bastante desagradable, había violentado el gabinete del hidrante contra incendio y cuando tuvieron a todos los de primero reunidos, los empezaron a empapar con toda la presión de la manguera a pesar del fresco de la noche.

Viendo que mas de una niña cayó al piso por la potencia del agua corrí en busca de Nuria, cuya camiseta empapada transparentaba sus preciosos pechos.

Poniendo mi espalda como escudo, la envolví en mis brazos para protegerla e iba a sacarla de allí, cuando para mi sorpresa el chorro cesó repentinamente y el hijo de puta de Nacho la arrebató de mis brazos llevándosela a su habitación y dejándome como un estúpido en medio de la risa de todos.

Por esa razón, que Juana nunca supo, jamás volví a su casa buscando calor de hogar.

A pesar de mi desilusión amorosa, mi ímpetu mantuvo la fábrica a flote, cambié de curso y logré recibirme con todos los honores, pero sin lograr disfrutarlo, ahogado como estaba, en los fantasmas de mi soledad.

Hasta que varios años más tarde Daisy me rescató.

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