El dulce sabor de la venganza

Nunca dejes a tu novia plantada el día de su cumpleaños, la venganza puede ser dulce y deliciosa...para ella, claro.

Cumplía los 27 años y Gustavo, el hombre casado con el que estoy saliendo, me convenció para que pasásemos una velada romántica, a solas.

No existe ninguna otra cosa en el mundo que me guste mas que la forma en que él me hace el amor, así que, sin pensarlo dos veces, cancele la cena con mis Padres, la reunión que mis amigas habían preparado y salí de compras.

No me costó nada elegir lo que estrenaría esa noche, ¡nuestra noche!.

Un vestido rojo de lycra, con falda mini, bien entallado y lencería de seda al tono.

Como soy morocha el contraste resultaba mortal.

Llegue a casa temprano y prepare la cena, algo liviano, sin postre ya que el postre sería yo misma.

Luego alisté la cama, con las sábanas destinadas para esas ocasiones especiales, y prendí una vela aromática.

Para las nueve ya estaba todo listo, termine de armar la mesa, me asegure que el champagne estuviese bien frío y fui a cambiarme.

Estaba abrochándome los zapatos cuándo suena el teléfono. Era Gustavo.

El alma casi me abandona el cuerpo cuándo me dice que su esposa finalmente se quedaba en la ciudad y que le sería imposible verme esa noche.

No lo podía creer.

-¡Pe ........ pero si cancele todo para estar con vos!- le recordé.

-Ya lo sé mi amor, y te aseguro que lo lamento muchísimo, tal vez mañana podamos vernos, sabes que me muero porque estemos juntos- afirmó.

-Eso es mentira, lo único que queres es cogerme, para eso me tenes- replique.

-Mi amor no digas eso, yo .....-

-Andate a la mierda, hijo de puta- le grite totalmente sacada y le corte.

Estaba bañada en lágrimas.

Sabía que trataría de llamarme mas tarde, cuándo considerara que ya debía de estar mas calmada, así que descolgué el tubo.

Me puse el otro zapato, agarre los cigarrillos y salí a la calle.

No sé cuánto tiempo habré caminado sin rumbo, fumando compulsivamente, pero cuándo quise darme cuenta estaba ya a varias cuadras de mi casa.

Por suerte tenía guardado en mi cigarrera un billete de diez pesos, así que me tomé un taxi.

El tachero me miraba sin disimulo a través del espejo retrovisor.

Quizás eso se merecía el guacho de Gustavo, pensé, que le entregara a otro lo que tenía reservado para él. A un extraño, porque no a ese tachero.

Pero no me animé a insinuármele.

Cuándo llegamos a casa, le pague el viaje y subí a mi departamento.

En el ascensor me cruce con Pedro, un vecino, un tipo joven, de treinta y pico, soltero, que cada vez que me veía no dejaba pasar la oportunidad para piropearme, y, de paso, invitarme a tomar algo.

Por supuesto que yo siempre lo rechazaba, pero él insistía tanto que ya había cruzado esa delgada línea que divide lo simpático de lo plomazo.

Ya no lo soportaba. Hasta me cruzaba de vereda cuándo lo veía en la calle. Y precisamente él era la última persona que hubiese querido encontrarme en tales circunstancias.

No estaba de humor para aguantarlo, de modo que, aunque no iba con mi carácter, termine mandándolo a la mierda ni bien amago con lo mismo de siempre.

Bajé en mi piso, abrí la puerta del departamento y una desagradable sensación de soledad y abandono me invadió cuándo vi la mesa que había preparado para aquella ocasión especial.

Era mi cumpleaños y estaba sola. No podía ser tan boluda. ¿Acaso iba a quedarme allí llorando por un hombre que no era ni siquiera capaz de arriesgarse por mí?.

Agarre el champagne que había enfriado y subí al departamento de Pedro.

Se sorprendió mas que gratamente al verme.

-Discúlpame por haber sido tan grosera, que te parece esto como prenda de paz- le dije mostrándole la botella bien helada.

-¡Perfecto!, pero ........ ¿la tomamos juntos?- inquirió.

-Por supuesto, sino no te la dejo- le aseguré.

Me invito a pasar y a sentarme en un amplio y confortable sofá ubicado en el centro del living, frente a un televisor de 29 pulgadas.

Alistó dos copas, descorchó la botella y sirvió el champagne.

-Por vos, por mí y .......... una naciente amistad- brindamos.

Cerca de la medianoche, y ya con unas cuántas copas de más, le volví a pedir disculpas .....a mi manera.

-En verdad estuve muy grosera antes en el ascensor, espero que puedas perdonarme- le dije arrimándome un poquito más.

-No paso nada, te agarré en un mal momento- aunque casi estaba pegada a él, creo que ni se imaginaba cuáles eran mis reales intenciones.

-Bueno, pero igual yo quiero resarcirte, me siento mal por todo lo que te dije- ya casi nuestros cuerpos se rozaban.

-No te hagas drama, con lo de esta noche estamos a mano- me aseguró.

Sin darle tiempo siquiera tiempo a nada más lo bese en la boca, tomándolo tan desprevenido que tardó en reaccionar y corresponderme.

-Ahora sí creo que vamos a estar a mano- le asegure, saboreando en mis labios su saliva.

Pese a la impresión inicial que había tenido de él, me gusto besarlo. Me gustaba su aliento, su calidez, me gustaba sentir su lengua en contacto con la mía.

Entonces volví a besarlo, dejando ahora que sus manos resbalaran por mis muslos en procura de ese Paraíso Infernal que se le ofrecía tan incitante y tentador.

Mi cuerpo entero se estremeció al sentir sus dedos acariciando mi intimidad por sobre la diminuta tanguita.

-Giovanna, me gustas tanto, tanto .......... cuanto desee hacerte el amor alguna vez ...... – me susurró franqueando ya el primer obstáculo –no puedo creer tenerte aquí, tan cerca, tan ......¡mojada!- enfatizó al sentir la abundante humedad que fluía de mi interior.

Para entonces yo ya le sobaba con una mano el inquietante bultazo que se alzaba en su entrepierna.

No mucho después ya estaba chupándosela, prodigándole a Pedro, mi vecino, el que un rato antes me parecía un imbancable, una mamada de aquellas, con tanto furor y entusiasmo que dudo vaya a olvidársela alguna vez.

Tremendamente agitada por las sensaciones de aquel momento, le saque el pantalón, el slip y levantándome del sofá me desnude ante sus cada vez más desorbitados ojos.

Entonces lo monté, empalándome plácidamente en su enardecida verga.

No sé si sería el dulce sabor de la venganza ó simplemente que Pedro me gustaba, pero realmente disfrute sentirme suya, tenerlo dentro de mí, sentir sus vigorosos estremecimientos y escucharlo jadear al ritmo que yo le imponía con mis cadenciosos movimientos.

Sin poder dilucidar todavía si se trataba de la realidad ó de una impiadosa fantasía, él me recorría entera con sus manos, me acariciaba la cara, el cuello, me amasaba los senos y recorría mi cintura para finalmente aferrarme del trasero.

Con los ojos cerrados, mordiéndome los labios, yo subía y bajaba, absolutamente complacida y satisfecha con esa turgente dureza que tanto placer me proporcionaba.

Pese a lo mucho que lo amaba, me había olvidado de Gustavo.

Para mí, en ese momento, solo existía Pedro. Pedro y nadie más. Incluso hasta me invadía la sensación de estar haciendo el amor con él, no tan solo cogiendo como con aquel ordenanza. Esto no era solo un polvo, como sostuve entonces.

Mas allá del inequívoco sentimiento de revancha que me había llevado hasta su departamento, lo que sentía en ese momento por mi vecino era por demás intenso y verdadero.

Tanto es así que cuándo el orgasmo explotó dentro de mí, estallé en una estruendosa sucesión de gemidos y suspiros, la cabeza hacia atrás, la espalda arqueada, el corazón en un puño, la piel ardiendo de excitación.

El semen de Pedro se disolvió en lacerantes oleadas dentro de mi sexo, colmándome de efusividad, rebosándome de satisfacción.

Me sentía feliz, absolutamente feliz, complacida en extremo, deseando que no terminase jamás tan impactante velada.

Luego nos bañamos juntos, enjabonándonos mutuamente, enjuagándonos, besándonos en todo momento.

Después nos acostamos y lo volvimos a hacer, en su cama, él encima de mí, entre mis piernas abiertas firmemente enlazadas alrededor de su cintura.

Me cogió en toda pose imaginable, como queriendo aprovechar cada instante antes de que la ilusión se rompiera como si de un cuento de hadas se tratase.

Todavía era de noche cuándo me desperté al sentir su miembro, otra vez duro y erecto, frotándose entre mis nalgas, sus manos sobándome tiernamente los senos.

-Giovanna, quisiera pedirte algo, pero ........ no se si ....... – me susurró.

-Decime- lo alenté, volviéndome hacia él, buscando su lengua con mi lengua.

-Me gustaría ........ – comenzó, sin animarse a terminarla frase.

-¿Te gustaría que?- quise saber, esa noche estaba dispuesta a complacerlo de todas las formas posibles.

-Me gustaría acabarte en la boca- lo dijo de corrido, quizás sin espera aceptación alguna de mi parte.

Sin decir ni sí ni no, lo bese y me le subí encima, iniciando de inmediato una entusiasta cabalgata.

-Decime cuándo estés a punto- le dije entonces, bien empalada, deslizándome arriba y abajo, llevándolo rápidamente y sin escalas a un nuevo y exuberante apogeo.

-¡Acabo!. ¡Acabo!- bramó casi enseguida.

De un solo salto me baje de arriba suyo, le agarré el miembro con las dos manos y me lo metí en la boca.

La eyaculación se precipitó efusivamente en mi garganta.

Si bien esa era la tercera vez que se corría en una noche, lo hizo en forma abundante y caudalosa, pese a lo cuál me mantuve firmemente asida a ese pulsante surtidor lácteo, tragándome hasta la última gota de tan preciado elixir.

No era en absoluto la primera vez que saboreaba el esperma de un hombre, aunque en esta ocasión , y a diferencia de las otras, no sentí ni la más mínima repulsión. Es más, me gusto.

Demasiado diría.

Esa tarde, en la oficina, Gustavo me pidió disculpas.

Aunque me había hecho sufrir, lo amaba demasiado como para rechazarlo.

Acepte entonces sus disculpas y, como para recuperar el tiempo perdido, luego del trabajo fuimos a un hotel a coger como dos descosidos.

Por el momento sigo con los dos, jugando a dos puntas.

Y no es que me guste hacerlo, lo que pasa es que no decido con cuál quedarme. Tanto el uno como el otro me satisfacen en la cama, en cuánto a eso ninguno se saca ventaja. Y sé que amo a Gustavo, aunque también creo estarlo de Pedro. La verdad es que, en este momento, mi vida es una gran confusión. Solo espero que no llegue jamás la hora en que deba decidir entre ambos.

Para comentarios y/ó consejos ya saben donde escribirme.