El dulce sabor de la venganza
Leander vuelve a Esparta debido a las malas noticias recibidas. Pero al encontrarse en su ciudad natal recibe un mazazo tremendo que le obligará a vengarse.
La academia de Safo 11: El dulce sabor de la venganza
Leander llego al puerto cercano a su ciudad. Sus mujeres trataban de convencerle para que tuviese calma. No era buena idea presentarse en Esparta hecho una furia. Allí posiblemente no iba a ser bien recibido. Tal como ya sabía, había sido víctima de un complot urdido por Lisandro. Así que trataron de pasar lo más desapercibidos posible. Leander trato de hacerlo cubriéndose su cara con una capucha. Aún así algún vecino pareció reconocerle. Como viendo a un fantasma.
Leander se dirigió hacia la hacienda de sus padres y lo que encontró allí fue desolador. Estaba prácticamente demolida y con claros signos de haber sido incendiada. Leander recorría como un zombi los restos que quedaban de las habitaciones en las cuales había crecido. En una esquina vio una sombre moverse e instintivamente llevo su mano a la empuñadura de su espada. Una mujer se asomó.
- ¡Meritamón! ¿Eres tú?
- ¡Oh señor mio! Has vuelto. ¡Alabado sea Ra! – dijo entre lagrimas, sus ojos parecían hundidos de tanto hacerlo en los últimos días.
- ¿Qué ha pasado?
- Ha sido… Ha sido … - dijo entre hipos –
- ¿Lisandro?
- Si, él. Fue ayer mismo. Entraron por la fuerza y arrastraron con todo.
- ¿Y mis padres?
- Fueron… Fueron… asesinados.
- ¡Nooooooooooo! ¡No eso no! ¡Nooooo!
Leander se cayó en el suelo de rodillas e hizo lo que se supone que era una deshonra en un espartano. Dos años antes lo hizo con su esposa y ahora volvía a llorar. Por sus padres.
Galatea y Sophie que hasta ese momento esperaban expectantes corrieron a consolarle. Pero solo fue en un instante. Se volvió y levantar, se seco las lagrimas y su mirada cambio. Era la furia personificada.
- ¿Dónde está ese malnacido? – le pregunto a la sirvienta egipcia.
- Ahora están él y sus compinches en la asamblea. Han organizado una ceremonia de coronación.
- ¿Así que Rey? ¿No? Eso era lo que pretendía desde el principio. Acabaré con él.
- ¡Leander! – grito Sophie. Pero el espartano ni siquiera se giró.
- Déjalo. Ahora tiene una cuestión de honor y nadie podrá sonsacarle de hacer lo contrario.- le convenció Galatea a su alumna.
- Pero, no podemos dejarle solo.
- No, no le dejemos. Sigámosle.
La comitiva se acerco a la asamblea. La mirada de Leander casi mataba y ya no ocultaba para nada su identidad. Los habitantes que estaban por las calles quedaban fascinados al ver a alguien a quien creían muerto. Llegaron a la puerta principal y había dos guardias. Uno de ellos era uno de sus subordinados hasta hacia un año, Ptlomeo. Este se quedo igualmente sorprendido al ver la llegada de su antiguo capitán. El otro soldado intento interponerse entre Leander y la entrada.
- ¡Apartate!
- No estás autorizado.
Ptlomeo en ese instante golpeo con su empuñadura de la espada corta en la cabeza de su compañero de guardia. Este cayó en redondo inconsciente.
- ¡A sus órdenes, mi capitán!- saludo Ptlomeo haciendo el saludo marcial. Cediendo el paso a su oficial.
- Sígueme
En el edificio de la asamblea estaban todos los espartitas que no se habían opuesto a la caída de Parsimonias. Los nobles se prestaban a rendir pleitesía al que deseaba nombrarse a si mismo nuevo rey sin tener ningún derecho hereditario a hacerlo. Solamente haber sido el general en la guerra y haber tenido éxito en el golpe de estado.
Leander localizo a su némesis. Aún no tenía impuesta la corona, a su lado le acompañaba una chica menuda, estaba vestida con los típicos abalorios de una reina de Esparta, con una tiara de perlas decorando su cabeza. La reconoció, se trataba de su esclava, Philipa. Enfrente de ellos estaba recitando los enunciados de la toma uno de los gerusios.
- Si alguien tiene algo en contra de esta coronación que lo diga ahora.- dijo el gerusio.
- ¡Yo! – grito Leander
Lisandro y Philipa se giraron a ver quién era el atrevido a arruinar la ceromonia. Al verlo inicialmente se le puso la cara blanca a los dos. Lisandro se giro a mirar a Philipa con una clara señal de desprecio.
- ¡Arrestadle! – ordeno Lisandro
- Lisandro aún no es rey, Leander es un igual con él. Debe permitirse ser escuchado. – invoco Ptlomeo
- Soy Leander, Tú mataste a mis padres, ¡Prepárate a morir!
- Darme armas- exigió Lisandro. Uno de sus lacayos le dio un escudo y una espada corta.
- ¡Toma! – le dijo Ptlomeo a Leander prestándole las suyas.
Leander inicio un furibundo ataque con su espada que Lisandro paró con su escudo. Otro golpe , y otro golpe. El fuelle del joven se paró un poco aprovechando el impostor iniciar su contragolpe. Los golpes se sucedían e un continuo intercambio. La ira dominaba a Leander que descuido momentáneamente la defensa permitiendo que su muslo izquierdo fuese alcanzado levemente. La sangre brotó y el general empezó a cojear.
Lisandro al ver su éxito se detuvo un poco y empezó a sonreír creyendo que su rival estaba ya a su merced. Miro a su alrededor y vio que dos mujeres le acompañaban. Una de ellas la conocía, la otra supuso quien era. Philipa también se percato de las recién llegadas. Al ver a Sophie le entro una ligera sonrisa maléfica. Pero al ver a Galatea su mirada se torvo maquiavélica. Sophie vio a Philipa y vio como se escondía entre la multitud.
- ¡Veo que eres un idiota Leander! Has sido tan estúpido como para traer a tus putas aquí. Voy a follarme a la mayor todos los días encima de tu tumba. A la rubia se que le gusta a Philipa. Se la dejo para ella. Lo vamos a pasar muy bien los cuatro.
Lisandro volvió a reiniciar su ataque y ahora Leander solo podía poner el escudo para parar las arremetidas. Pero pudo ver que las combinaciones ofensivas de su moral enemigo tenían un fallo. Durante un instante al lanzar la espada, el cuello quedaba al descubierto. Así que espero hasta que se repitió ese error. Hizo un esfuerzo final y la hoja se incrustó justo en la yugular.
Su enemigo se le cambio la mirada y durante unos segundos su mirada era la vivida imagen del terror, incapaz de entender que es lo que había ocurrido. Su cuerpo cayó desplomado formando un charco de su sangre en el mármol del suelo.
- ¡Salve Leander! ¡Rey de Esparta! – grito Ptlomeo
Todos los presentes se arrodillaron ante el nuevo monarca. Todos menos las mujeres aún soprendidas de la situación. En un instante Sophie vio un brillo metálico a la espalda de Galatea. Se abalanzo sobre el cuchillo y vio a la agresora. Era Philipa.
- ¡Muere puta! – grito Philipa, intentando incrustar su cuchillo en la espalda de Galatea.
Pero Sophie se abalanzo con sus manos a las muñecas de su antigua compañera. Pero del impulso ambas cayeron al suelo.
- Tenemos cuentas pendientes Philipa. Hora de ajustarlas.- grito Sophie
Una y otra se abalanzaron y cayeron al suelo dando vueltas. En un momento ambas mujeres dejarón de moverse. Philipa estaba situada encima. Sophie vio como su antigua amiga de la infancia empezaba a llorar y con una voz como un susurro Philipa le dijo.
- Te amo
La que iba a ser reina de Esparta se desplomo sobre la joven. Sophie apartó el cuerpo de Philipa y vio que su cuerpo estaba manchado de sangre. La sangre de Galatea se helo al ver a su alumna herida.
- No, no soy yo.- le tranquilizo Sophie
Galatea pudo ver con más detalle que el cuchillo está insertado en el abdomen de la que fue su otra alumna. Ya más tranquila fue a abrazar a su amada y tocar su cuerpo asegurándose de que no estaba lastimada.
- No me pasa nada, tranquila maestra.
Ambas mujeres fueron a reunirse en un abrazo con Leander, que exhausto se dejo querer.
~ ~ ~ ~
El funeral por los padres de Leander había concluido. Tal como hubiesen deseado no se derramó una lágrima simplemente la ceremonia típica con túnicas rojas. El general hizo los honores de poner las monedas en los ojos de sus fallecidos parientes. Tras las exequias decidió hacer uso de su poder como monarca temporal. Tal como quiso Parsimonias libero a todos los prisioneros de Lesbos y a costa de la corona contrató a un flota de la colonia siciliana de Siracusa para devolverlos a su hogar más sus antiguas pertenencias confiscadas. Aunque hubo alguna oposición a estos actos se aceptó. Esa fue su última decisión como rey de Esparta. Inmediatamente después abdico para marcharse con la flota a la Jonia. Meritamón , la antigua sirvienta de su padre les acompaño en el viaje de vuelta.
~ ~ ~ ~
Los trabajos de reconstrucción estaban muy avanzados. El esfuerzo era intenso pero ya gran parte de Mitilene estaba rehecha. No con el mismo esplendor previo a la invasión pero iba a ser la misma bella ciudad de antaño. Leander debido a su experiencia fue elegido por el consejo como general de la milicia que se formaría siendo él el encargado de adiestrarlas. A parte tomaría decisiones acerca de la reconstrucción de la muralla.
Meritamón estaba un poco confusa con la nueva vida como mujer libre tras servir al padre de Leander desde hacía dos años. Un día se acerco al hogar donde se había establecido en Mitilene. Toco la puerta y estaba abierta.
- ¡Hola! ¿Hay alguien?
- ¡Voy! – se oyó una voz desde dentro. Al poco vino Galatea.
- ¡Meritamón! ¿Cómo tú por aquí? Entra querida, estas como en tu casa.
- Gracias preciosa – le respondió la egipcia dándose un par de besos entre ellas.
- ¿Cómo te encuentras en tu nueva casa?
- Bien, aunque tengo que habituarme a volver a trabajar en una granja. Desde que trabaje con mi padre hace tres años. Casi no acuerdo de cómo manejar el arado.
Al poco se asomo Sophie. Y corrió a saludar a su nueva amiga.
- Buenas días Sophie. Lo que no sé aún es donde te has establecido en el pueblo.
- Inicialmente pensaba establecerme en la antigua casa de mis padres. Pero sé que ellos volverán en unas semanas, regresan de Átenas. Con lo cual me he quedado a vivir aquí.
- ¡¿Aquí?! Pero si aquí ya vive Leander y Galatea. Deberías tener vivienda propia.
- No hay problema, querida. Aquí estoy bien.
- Pero tu profesora y Leander necesitan intimidad. Sé de buena tinta que aunque Leander la haya liberado siguen siendo amantes.- dijo con un guiño hacia Galatea.
- Si lo sé y no es un problema como creo que te imaginas.
- Pues no lo entiendo. ¿Qué me he perdido?
Las griegas rieron a carcajada limpia.
- ¿Y esas risas? ¡Explicaos!
- Yo y Sophie compartimos al general.
- ¡Queeeeeee! Qué compartís a Leander, como amante.
- No pongas esa cara después de lo que vivimos juntas en Esparta.
- ¿A qué os réferis maestra?
- Meritamón y yo nos dimos cariño juntas allí.
- ¡Oh gracias Meritamón por darle amor a mi amada profesora!
- A ver si lo entiendo. Sophie era tu alumna preferida antes de la invasión. ¿No?
- Cierto- respondió Sophie
- Y ahora montais un trio con el general. Dioses de Egipto. Qué cosas más raras. Por lo que veo no te tomás a mal que fuisemos más que compañeras.
- No, para nada- continuo Sophie- Aquellos momentos fueron muy duros y sé que ayudaste mucho a Galatea. Así que te lo agradezco mucho. Para mi eres como de la familia.
- Y tu maestra me enseño cosas también a mí. Como las dulces caricias que puede dar una mujer.
- ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! Maestra, creo que Meritamón te echa de menos. – dijo Sophie tocándole dulcemente el pecho de la egipcia. Meritamón se puso roja como un tomate.
- Anda mira con la niña. Que atrevida te estás haciendo. Pero me da que quieres volver a sentirme- dijo Galatea besando a la mujer de color en los labios con dulzura. Esta se estremeció al recordar ese contacto.
- Bueno, la verdad es que sí. Pero me tenéis muy sorprendida. Sois así de abiertas con Leander.
- Más de lo que te lo imaginas. Lo hacemos los tres juntos.
- ¿Los tres a la vez?
- Así es.
- ¿Y Leander puede?
- Bueno, Los días que estamos más libres entre las dos le damos un repaso que le dejamos tumbado en la cama. Y luego nosotras nos seguimos dando mimos.
- Estoy anonadada
- Ahora que recuerdo, a ti te gustaba mucho Leander. ¿Cierto?
- No me hagas esas preguntas, eres un poco cruel conmigo. Es como mentar el pan en casa del hambriento.
- Tú te lo quieres follar- se burló Sophie
- Buenas chicas, he llegado. Hola Meritamón. ¿Cómo estás? – dijo Leander que acababa de llegar?
- Hola querido- fue a recibirle Galatea.- Escúchame, Meritamón se siente sola. Porque no vas a darte un paseo con ella y le haces compañía. Y ya sabes haz que se sienta bien, como tú solo sabes hacer.- le invitó la poetisa con un guiño.
- Vale, cariño. Os dejo.
- Y luego tráela para cenar.
- A sus ordenes- se rio el espartano.
Leander y Meritamón se despidieron quedándose en la casa las poetisas.
- ¿Crees que lo conseguirá? – pregunto la joven.
- Por supuesto. Mi antigua amiga va a caer en nuestras redes.
- Somos unas intrigantes- se rio Sophie
- Vamos a darnos un baño juntas. Arriba.
Sophie notaba como su corazón se desbocaba. Después de tantas vicisitudes y sufrimientos ella y su amada habían vuelto a su hogar. Ahora podían decirse sin ningún tipo de pudor el amor que se profesaban y que ya nada ni nadie las volvería a separar. Sophie solo se deleitaba en la belleza del rostro de Galatea, una belleza que aunque ahora compartida seguía siendo suya. Su mirada que le hacía perder el espíritu y una dulce sonrisa que le cautivaba.
De repente llevándose por su impulso acerco sus labios a los suyos y su maestra que le había enseñado todo lo que la belleza del arte de la poesía, y luego las delicias del amor, respondió con dulzura. Desde que se reencontraron en Atenas habían tenido sexo más bien salvaje y apasionado. Ahora esas delicadas caricias era un poco recuperar la vieja Galatea que la enamoró. Ese alito que compartían en la boca de manera pausada era una cosa que no paraba de anhelar.
Galatea la invito a desnudarse haciendo ella lo mismo. De esta forma Sophie pudo volver a regodear su vista con el escultural cuerpo de su maestra. Ese deseo de sentir su tacto continuamente de abrazarse a ella para no soltarla. Como teniendo vértigo y precisar de ese cálido sostén del contacto de su amor. Debía ser lo mismo que sentía Leander pensó.
Galatea tomo el jabón y con ayuda de agua caliente refregó suavemente el cuerpo de Sophie. Ese contacto fue un pequeño éxtasis emocional.
- Estas muy callada, Sophie
- Pienso en lo terriblemente afortunada que soy.
- ¿Y eso?
- Porque estés a mi lado. No me abandones querida mía.
- ¡Vaya! Hoy estás muy melodramática. No te abandonaré , hermosa- le dijo besándola.-
- Es que … Galatea viéndote eres posiblemente un ser pulido por la diosa. Tu belleza no tiene igual. Cualquier hombre o mujer estaría prendado de ti. Sé que le gustas a Meritamón por no hablar de Leander.
- Pues disfruta de tu buena estrella porque te he escogido a ti junto a Leander.
- Te deseo, Galatea.
- Tómame si quieres, sabes que soy tuya.
Esas palabras fueron como agua de mayo para la joven que tomo ahora el jabón y se dispuso a limpiar el cuerpo de su amada. En cierta forma era un dulce placer que disfrutaba y que no se terminaba de saciarse de él. De su tersura, de su calor, de sus curvas que la volvían loca. Su deseo ya era su rector y no pudo resistirse más a meterle mano y dejar de enjabonarla. Llevo su boca a su cuello y empezó a lamerle el cuello con clara intención de estimularla. Galatea se dejo hacer agradecida por las atenciones.
Sophie se sentía sedienta de su amada y no tardo en llevar su boca a los duros pezones de su profesora. Esta devolvió el gesto con unos suaves gemidos que fueron una delicia en los oídos de la joven. Sophie solo quería hacerla gozar y que el placer y no la angustia fuese el rector de sus vidas. De esta forma llevo su mano a la entrepierna de la poetisa en busca de su clítoris.
La suave caricia acelero las sensaciones mientras Sophie gozaba con el gesto torcido de placer y como mordía Galatea su labio intentando degustar el inminente clímax que se le estaba formando. La profesora no pudo más y busco el aire dentro de la boca de Sophie. Esta atendió el beso que era como una tabla de salvación y los gemidos estallo en la boca de la joven recogiendo así el resultado sonoro del placer de su amada.
~ ~ ~ ~
Leander se decidió a acompañar a Meritamón en dirección a una cala poco transitada de la playa de Lesbos. Ya a solas, la egipcia se atrevió a confesar sus pensamientos.
- Leander. Hoy me ha contado Galatea que estas con ella y con su alumna.
- Hay que ver como sois las mujeres que no podéis callaros nada. Eso es cierto. Pero te rogaría que no lo publicases por ahí.
- No te preocupes. Comprendo que es asunto delicado. Pero ¿Y ellas como lo llevan?
- Muy bien, en realidad esto fue idea de Galatea. Han cambiado mucho su carácter en el año que llevo conviviendo con ella. En cierta forma se ha convertido en una deliciosa pervertida. Te tengo que confesar. Y ha arrastrado en su calentura a Sophie. Tenias que haberla vista a la pobre. Se sentía muy intimidada con la forma de ser que parecía haber adoptado su maestra. Pero cayó en las redes. Estoy segura que mientras estamos aquí hablando ellas se están dando el lote.
- ¿Y qué te parece?
- ¿Que qué me parece? Fenomenal en múltiples aspectos. Tengo asumido que ellas son las amantes primigenias y yo soy un invitado. Y ver cuánto se aman y que a mí me dejen formar parte de eso me hacer sentir plenamente afortunado. Y en cierta forma lo agradezco porque no te puedes imaginar la tralla que me meten ciertos días. Me dejan sin fuerzas.
- Parece que te quejaras por eso.
- ¿Por follar como un loco con estas dos ardientes mujeres? Sería estúpido de quejarme. Solo somos un gran equipo. Antes era un fiel a Ares y ahora sirvo a Afrodita como ayudante de estas dos sacerdotisas del amor. Hago lo que puedo pero me gusta mucho mi vida y no la cambiaría por nada. Y a todo esto, ¿Cómo te va a ti?
- Bien
- ¿Solo bien? Y qué tal si buscas a un hombre, seguro que hay algún lugareño que te guste.
- Hay un lugareño que me gusta. Pero …
- ¿Pero qué?
- Ese lugareño ya esta emparejado
- Vaya, una lástima.
- Si una lástima- dijo con pesar mirándole con ojos tristes
- ¿Quién es el tonto que te pierde?
- No es un tonto, pero … eres tú
- ¡¿Yo?!
- Si mi amo, te quise desde que te conocí cuando fui comprada por tu padre. Me gustabas antes de que te casarán con la que fue tu mujer. Se me partió el corazón al ver cómo te hundías en la melancolía. Le rece a todos los dioses para que tu padre me cediese a ti para que te recuperases .Lo que sea. Pero… eso no ocurrió.
- La verdad es que no se que responder a tu confesión.
- Ya como mujer libre no quiero reprimir más mis deseos. Leander, ya que tus mujeres no se toman a mal compartirte. Podía yo unirme a vosotros.
- Creo que Galatea no podrá ningún problema. Ya me dijo como os lo montabais la dos en Esparta.
- Desde luego que no se calla nada- dijo entre risas Meritamón.
- Y sé que deseas una cosa. Y yo estoy dispuesta a hacértela.
- Qué es.
- Voy a comerte el coñito. Desnúdate que me voy a dar un atracón con tu almeja.
- ¡Oh Hahtor, diosa del amor! Gracias sean dadas a todos los dioses.
Leander fue desnudándola lentamente mientras la besaba y le lamia toda su piel oscura. Sus manos acariciaban el tostado cuerpo de la egipcia provocándole unas sensaciones deliciosas largo tiempo ansiadas. Sus manos tomaron sus pechos y los magreo con suavidad. Él se tumbo en el suelo.
- Vamos, ábrete a mí.
- Pero mi señor.
- No soy tu señor y hoy te serviré yo a ti.
Meritamón abandono su timidez y abrió sus piernas para que la ávida lengua hiciese contacto con su sexo. La postura era tremendamente morbosa en la mente de la mujer. Por primera vez en su vida ella no servía sexualmente a un amo, sino que en libertad un hombre, un soldado le daba placer con su boca, en un acto que culturalmente era una humillación. Así como simbólicamente un esclavo. Invirtiendo los habituales papeles a los que estaba acostumbrada Meritamón sentía como la lengua le martilleaba su capuchón haciéndole sentir el placer que Galatea le descubrió media año antes. Ahora ella era la afortunada que sentía esas caricias.
- Vamos, esclavo. Haz bien tu trabajo. Y cómeme bien el coño.
Leander disfrutaba ver como Meritamón había caído con tal facilidad en el plan. Le estaba haciendo un buen trabajito que en breve tiempo dio un sonoro resultado. Afortunadamente la cala estaba desierta y podían disfrutar sin tapujos. El cuerpo de la egipcia tembló como si hubiese sido alcanzada por un rayo. La posibilidad ahora realizada de estar con su amor platónico ya era tremenda, pero además el hecho de que le hiciese amor oral fue el detonante de un clímax más fuerte en lo que llevaba de vida.
- Quiero más, quiero más. Necesito tu espada. Quiero clavarme tu espada dentro de mí. Tu polla, no lo resisto más. ¡Quiero tu polla!
- Sirvete.
Meritamón casi le arranco la túnica en su frenesí y vio sorprendida el buen tamaño del miembro del general. Con una risa casi entre histérica y feroz se incrusto la lanza dentro de su sexo. Afortunadamente la lubricación impidió que se lastimase en una autopenetración tan brusca. Pero la polla de Leander era tan ansiada que no quiso esperar. Y ahora al sentirla dentro de su ser fue una sensación digna de ser escrita como una epopeya según su parecer. Esa polla tan ansiada ahora estaba en su interior y quería que la partiese en dos. Sus caderas bajaban y subían con un autentico frenesí hasta que tanta excitación mental y física le llevo otra vez al orgasmo. Aún más fuerte que el anterior. Desfallecida cayó sobre el cuerpo del soldado que la abrazo permitiendo que se tranquilizase después de una actividad tan atronadora. Mientras seguía penetrándola desde abajo ahora con un ritmo más suave. Se salió de ella para colocarse en cucharás y hacer una penetración más delicada, Desde atrás la abrazaba y acariciaba. Besándola con suavidad su cuello. Ahora las caderas del soldado dirigían un vaivén más acompasado y esa delicada penetración dio lugar a otro orgasmo en la mujer de color. Este más delicioso y más dulce, mientras los amantes se tomaban de la mano. La acción persistió unos minutos más hasta que Leander se sintió cercano a su placer, llevo su mano al sexo de Meritamón en busca de su clítoris. La masturbo mientras continuaba su vaivén hasta que el orgasmo llego de forma casi simultánea.
Los dos amantes disfrutaron aún de su unión hasta que el atardecer empezó a hacer acto de presencia con lo que decidieron vestirse y volver.
Continuara… Disculpen haber tratado tanto en escribir, he estado con gripe :-(