El dulce nombre de Marcela
Conocer a Marcela, fue encontrar el paraiso pero...
EL DULCE NOMBRE DE MARCELA
(Este relato está basado en un personaje de Vlad: http://www.todorelatos.com/perfil/7570/ autor que suele escribir en la categoría de Transexuales y que gracias a sus relatos hizo que me enamorara de este personaje. Por supuesto, el relato está dedicado especialmente a él, a quien agradezco enormemente que me haya prestado su personaje. Gracias Vlad.)
El dulce nombre de Marcela envuelve mis noches y mis días, sólo deseo volver a sentir su boca sobre la mía, sus manos acariciando mi piel y su cuerpo pegado al mío para amarnos como aquella noche.
Marcela es hermosa, muy hermosa, su pelo negro y rizado cae sobre su rostro como una catarata enmarcando su rostro bello, anguloso, de labios gruesos y rojos, de nariz pequeña y chata, de ojos negros como el azabache. Su cuerpo es regio y robusto, con unos pechos perfectos para mi gusto, ni muy grandes ni muy pequeños, sus caderas marcan la curva sublime de su cuerpo, su culo ofrece unas nalgas llenas, redondas y marcadas que con sólo mirarlas deseas tocarlas y apretarlas con las manos. Sus piernas parecen dos columnas griegas, ni muy macizas ni muy delgadas, tienen los músculos marcados como las estatuas de Leonardo Da Vinci y eso les da una hermosura excitante.
Desde aquella noche en que la conocí no puedo dejar de pensar en ella, y soñar con volver a verla. Era una noche como cualquier otra, a diferencia de que aquella mi jefe me había exigido acompañarle a una aburrida cena de negocios. No me apetecía mucho ir, pero no tuve más remedio. Mi jefe es un importante hombre de negocios, con un solo defecto, es soltero y cuando tiene que ir a una de esas cenas con otros ejecutivos, la mayoría de ellos casados, recurre a mí, su infatigable secretaria. Me aconsejó que me pusiera un elegante vestido de noche, ya que iríamos a un hotel muy caro.
Así que allí estaba yo, con mi vestido color gránate, aguantando la cháchara de aquellos hombres que sólo sabían hablar de negocios. Las mujeres permanecíamos casi todas calladas y la única que de vez en cuando decía algo era yo, ya que como secretaria de uno de ellos, era la única que sabía de que iba el tema que estaban tratando. Frente a mí estaba ella, Marcela, una mujer alta y robusta, de piel mulata y tremendamente hermosa. Tal era su hermosura que no podía dejar de mirarla, aunque es algo que nunca puedo evitar, cuando veo a una mujer guapa, mis ojos se van tras ella y puedo aseguraros que Marcela era muy bella. Marcela tampoco me quitaba la vista de encima; aunque supongo que es lógico, de todas las mujeres que estabamos sentadas en aquella mesa, ella y yo éramos las únicas que aún no habíamos llegado a los cuarenta y estoy segura que las demás pasaban bastante de largo de esa edad. Además, se la veía una mujer alegre y dicharachera. Precisamente por el aburrimiento empezamos a hablar y descubrí su simpatía y cierto descaro en su modo de hablar que me chocó un poco, pero también me pareció que la hacía más atractiva a los ojos de los demás. No sé si sería la simpatía o el descaro pero cuando más la escuchaba hablar más atractiva me parecía y sentía que necesitaba ir más allá, tratar de quedar con ella; aunque en el fondo de mi corazón, tenía el temor de ser rechazada porque a fin de cuentas yo era una mujer y ella había venido a la cena con un hombre.
Cuando ya estabamos tomando el café y la conversación se había vuelto más distendida, pedí disculpas a los comensales y me excuse para ir al lavabo. Marcela, antes de que me levantara de la silla, me dijo:
- Espera que te acompaño. Al escuchar esas palabras mi corazón empezó a cabalgar a cien por hora, como si fuera un caballo desbocado. No podía creerlo, pero estaba nerviosa como hacía mucho tiempo que no lo estaba delante de una mujer.
Ambas nos encaminamos al baño y fue ella la que comenzó diciéndome:
¡Qué aburrida la charla! ¿Verdad? Entre lo serios que estaban ellos y lo calladas que estaban sus señoras...
Sí, la verdad es que sí dije yo, aunque creo que se notó mi nerviosismo en la voz.
Entramos en el baño, que era bastante pequeño, con un lavamanos, un espejo y una puerta que accedía al w.c. Primero entró ella, mientras yo me arreglaba frente al espejo, luego cuando Marcela salió fui yo quien entró. Al salir la ví arreglándose frente al espejo e inevitablemente mis ojos se perdieron en su entrepierna en la que divisé un abultamiento más pronunciado de la habitual. Me cedió el sitio para que pudiera lavarme las manos y entonces Marcela me preguntó:
Perdona que sea un poco indiscreta, pero ¿Julio y tú no sois pareja, verdad? Me preguntó con cierta familiaridad, o eso me pareció.
No, él es mi jefe, pero como no tiene pareja me ha pedido que le acompañara, ¿por qué?
No, por nada. Sergio y yo tampoco, bueno, nos hemos acostado un par de veces, pero nada más me dijo refiriéndose al hombre con el que había venido acompañada, no sé porque me hizo aquella observación, parecía querer dejarme claro que entre ellos sólo había una buena amistad - ¿Sabes que eres muy guapa?
Gracias respondí halagada, girándome hacia ella tras haberme secado las manos.
Te lo digo en serio, no es un halago.
Y entonces sentí sus ojos clavados en los mío, situó su mano en mi nuca y muy despacio acercó su boca a la mía y me besó. Aquel beso me supo a miel y lo correspondí tan bien como pude pegando mi cuerpo al suyo, y enseguida empecé a sentir sus manos acariciando mi cuerpo por encima de la ropa. Traté de corresponder a sus caricias, mientras su boca besaba mi cuello, haciéndome perder el mundo de vista. Oí como cerraba el pestillo de la puerta que estaba detrás de mí, mientras seguía besándome, y todo mi ser se estremecía. Muy sabiamente sus manos se deslizaron hasta la cremallera del corpiño de mi vestido y la bajó, luego las introdujo acariciando la piel de mi espalda. Yo me dejaba llevar por aquellas sabias manos que sabían perfectamente lo que deseaba, y así fue como me hizo poner frente al espejo, situándose ella detrás de mí, ahora sus manos se introducían en busca de mis senos. Marcela pegaba su cuerpo al mío, mientras masajeaba mis tetas por encima de la tela del sujetador, y sobre mi culo sentía un misterioso bulto duro que parecía crecer al ritmo de la excitación de nuestros cuerpos.
Yo estaba a mil, mi sexo estaba ya completamente húmedo de deseo por aquella bella mujer ya sólo deseaba que siguiera y que me hiciera sentir aquel placer que tanto deseaba. Se agachó detrás de mí, subió la falda del vestido hasta mi cintura haciendo que yo la aguantara y enseguida sentí como sus labios subían beso a beso desde mi pantorrilla hasta mi muslo; entonces introdujo sus dedos por la goma del tanga que llevaba y lo deslizó muy despacio por mis piernas hasta el suelo. A continuación sentí como besaba mis nalgas, primero una y luego otra; y como con sus manos acariciaba suavemente mis muslos. Yo me iba excitando poco a poco y mi respiración cada vez sonaba más agitadamente. Separó mis nalgas con suavidad, rozó mi ano con uno de sus dedos haciéndome estremecer y luego sentí como su lengua lamía con cuidado aquel inexplorado agujero. Empezó a moverla muy despacio, rodeando el ano, marcando círculos sobre él y consiguiendo que poco a poco me relajara, entonces la introdujo dentro y todo mi cuerpo se sacudió placenteramente. La movió rotativamente, mientras sus dedos acariciaban mis labios vaginales buscando mi clítoris. Al hallarlo empezó a moverlos sobre él marcando círculos, mientras con la lengua seguía explorando mi agujero trasero. Yo me sentía en la gloria, sentía como empezaban a flaquearme las piernas y como aquel placer se extendía poco a poco por todo mi cuerpo. Sabía que de un momento a otro iba a correrme, pero Marcela como sabia mujer se detuvo justo a tiempo. Cambió su lengua por sus dedos y empezó a lamer mi vagina, mientras su dedo índice se introducía cuidadosamente en mi ano. Me sentía en el paraíso al notar aquellas dulces caricias, suaves y lentas, como sólo una mujer sabe hacerlas y de nuevo Marcela logró llevarme casi al borde del orgasmo.
Entonces se puso en pie detrás de mí, sentí algo caliente y duro que se rozaba contra mi vagina húmeda; llevé mi mano hacía aquel aparato y pude comprobar que era un enorme sexo masculino. La miré sorprendida en el espejo. Ella me sonrió y me preguntó:
¿Decepcionada, pequeña?
No respondí con evidentes signos de excitación.
¿Quieres que te folle como te mereces?
Sí musité mirando sus profundos ojos negros reflejados en el espejo.
Sentí como guiaba su erecto miembro hasta mi vagina y como muy despacio me penetraba, ya que debido al grosor del miembro debía ir con cuidado. Aún así, mi sexo iba adaptándose perfectamente a aquel erótico falo y Marcela con mucha maestría consiguió introducirlo casi por entero. Entonces me sujetó por las caderas y empezó a moverse muy despacio, haciendo que su pene entrara y saliera de mí con extrema lentitud, luego poco a poco fue aumentando el ritmo. Me miré en el espejo que tenía enfrente y pude ver su cara de placer y la mía, una junto a la otra, ambas gemíamos. La imagen reflejada en el espejo era de lo más erótica que nunca haya visto. El sueño de cualquier hombre y el mío también. Saber y ver que Marcela disfrutaba sintiendo como mi vagina envolvía su pene erecto, hacía que yo también disfrutara. Marcela también observó la imagen del espejo y creo que como a mí, eso la enloqueció de placer e hizo que empujara aún con más fuerza, penetrándome sin descanso, hasta que sentí como todo su cuerpo se tensaba; justo en el mismo instante en que lo hacía el mío y ambas al unísono llegábamos al tan anhelado éxtasis.
Cuando dejamos de convulsionarnos nos separamos y nos arreglamos las ropas.
¡Ha sido delicioso! Le dije antes de salir de baño.
Oye, ¿qué te parece si nos despedimos de todos y nos vamos a un lugar más privado? Me propuso Marcela, apretándome la mano fuertemente.
Con su mirada parecía rogarme que accediera y en realidad, yo también deseaba pasar un largo rato con ella, me tenía cautivada y no quería perder la oportunidad de disfrutar de una diosa como ella.
- Vale acepté.
Marcela sonrió triunfante. Y ambas salimos del baño. Nos dirigimos hacía nuestra mesa, y vimos que todos se estaban preparando para marchar.
¡Cuánto habéis tardado! Exclamó mi jefe.
Es que nos hemos entretenido hablando de nuestras cosas justifiqué.
Salimos a la calle y mi jefe me preguntó si quería que me acompañara a mi casa, muy amablemente le dije que no y que me acompañaba Marcela. Mi jefe, que conocía perfectamente mis gustos no se extrañó, pero si en cambio el hombre que acompañaba a Marcela.
Así Marcela y yo tomamos un taxi y nos encaminamos hacía mi casa. Yo estaba muy nerviosa, era la primera vez que llevaba a alguien a quien acababa de conocer a casa. Generalmente no lo hacía hasta que había tenido tres o cuatro citas con la persona que me interesaba, pero con Marcela la cosa era diferente, sentía que debía ser en ese momento, que no podía dejarla escapar, que necesitaba sentirla, amarla y besarla aquella noche. Entre nosotras reinaba el más absoluto silencio. Sólo nos mirábamos de vez en cuando guiñándonos un ojo con gesto cómplice.
Cuando llegamos a mi casa y el taxista abandonó la calle, Marcela me estrechó entre sus brazos, apretó mi cuerpo contra el suyo y me besó apasionadamente. Fue un beso profundo y largo, que hizo que mi corazón se acelerara como si fuera el de una adolescente ante su primer beso. Sentí como los brazos de Marcela me rodeaban y me sentí segura entre ellos. Aquel abrazo hizo que mi cuerpo reaccionara y empezara a desearla otra vez. Así que me separé de ella, la cogí de la mano; una mano grande pero suave y bien cuidada y la arrastré hasta mi portal. Entramos hasta el ascensor, y en el interior de éste, después de apretar el botón y de que las puertas se cerraran, volvimos a abrazarnos y besarnos como adolescentes. El ascensor se detuvo y salimos de nuevo cogidas de la mano. Saqué las llaves de mi bolso y entramos en mi casa. Cuando más avanzaba por el piso más nerviosa estaba y ese nerviosismo me impedía pensar con claridad y decidir lo que debía hacer, quizás por eso, fue Marcela la que decidió por mí. Me despojó que la chaqueta que me cubría, se quitó ella la suya y las depositó sobre el sofá del salón. Sin soltarme la mano me preguntó:
- ¿La habitación es por ahí? Dijo indicando el pasillo.
Afirmé con la cabeza y avanzamos hasta la segunda puerta, que estaba abierta. Marcela al ver la cama de matrimonio enseguida reconoció que aquella debía ser mi habitación. Entramos y me llevó junto a la cama. Se situó detrás de mí para bajar la cremallera del vestido, mientras dulcemente me decía:
- Tranquilízate, estás en buenas manos, todo irá bien.
Dejé que me desnudara poco a poco, prenda a prenda y cuando terminó, yo ya estaba más tranquila. Entonces fui yo la que pieza a pieza fue desnudando aquel hermoso cuerpo de mujer. Sus fuertes hombros, sus marcados brazos, sus senos redondos y tersos, sus piernas robustas y torneadas y finalmente, el objeto de mi deseo, aquel sexo erecto de hombre, que al quitarle el tanga se me mostró altivo, grueso, hermoso, negro y brillante. Y lo deseé, como nunca antes imaginé que podría desear algo como aquello, y como nunca antes había deseado un sexo como aquel. No sé por qué, pero hasta aquel momento sólo me había acostado con mujeres como yo, y sólo había deseado el sexo húmedo de una mujer. Pero con Marcela la cosa era diferente, deseaba su sexo erecto de hombre y su cuerpo hermoso de mujer. La miré a los ojos unos segundos y entonces me dí cuenta de que lo que hacía de la deseara tanto no era su cuerpo o su sexo, sino el sentimiento que había nacido en mí desde el primer momento en que la había visto. Nos besamos apasionadamente pegando nuestros cuerpos y sintiendo nuestras pieles calientes la una sobre la otra. Marcela me empujó hacía la cama y me hizo tumbar sobre ella. Abrió mis piernas situándose entre ellas y sentí como su lengua empezaba a lamer mi sexo, buscando mi húmedo e hinchado clítoris. Su lengua era como una pequeña serpiente moviéndose sinuosa por mis genitales, lamiendo mi clítoris, marcando círculos a su alrededor e introduciéndose en mi vagina y haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. A su lengua se unieron sus dedos, con los que primero empezó a acariciar los pliegues de mis labios vaginales y luego se introdujeron en mi vagina, moviéndose como un pequeño pene.
Mi cuerpo se estremecía y convulsionaba sin parar, sintiendo como las manos y la boca de Marcela tocaban las teclas idóneas para darme aquel maravilloso placer. Y cuando estaba a punto de correrme por primera vez, Marcela se detuvo. Se puso sobre mí, me besó apasionadamente y sentí como su sexo se introducía despacio en mí. Gemí al sentirle completamente en mi interior y ambas nos abrazamos. Marcela comenzó a moverse, lentamente primero y luego aumentando el ritmo poco a poco. Era una experta dando placer, sabía como moverse, como hacer que su sexo entrara y saliera del mío para darme el placer que deseaba y no tardé mucho en correrme por primera vez en aquella hermosa noche de pasión.
Cuando dejé de convulsionarme, Marcela se acostó a mi lado, su sexo seguía erecto. Nos miramos profundamente a los ojos. Acaricié su mejilla y observé de nuevo aquel falo erecto entre sus piernas y lo deseé, ansié acariciarlo, lamerlo, saborearlo en mi boca. Por eso lo cogí entre mis manos, me situé frente a él y empecé a masajearlo. Observé a Marcela para ver si lo estaba haciendo bien y ví como me guiñaba un ojo y suspiraba placenteramente, lo que me animó a seguir. Acerqué mi boca a aquel bello instrumento y sacando mi lengua lamí el glande. Era suave y estaba caliente, me encantó la sensación que me produjo y continué lamiéndolo. Tracé círculos alrededor de él, me lo introduje en la boca y lo chupé como si fuera un caramelo. Miré a Marcela y vi como se mordía el labio inferior, era evidente que estaba excitada y que mis caricias le gustaban. Masajeé sus huevos con delicadeza. Saqué el glande de mi boca y reseguí el tronco hasta la base, chupé un huevo y luego el otro y volví a ascender hasta el glande. Volví a introducírmelo y seguí chupeteándolo con vehemencia, quería sentir el sabor de su esencia en mi boca, deseaba que Marcela se corriera y no cejé hasta conseguirlo. Entre grandes espasmos y convulsiones Marcela llegó al éxtasis llenando mi garganta con su espeso y amargo semen. Tras limpiar el aparato me acosté a su lado. Me miró a los ojos y me dijo:
Gracias, ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.
Gracias a ti - le dije yo para mí ha sido la mejor.
Nos besamos y nos quedamos abrazadas sobre la cama.
Cuando desperté por la mañana estaba sola. Observé a mí alrededor y pude comprobar que no quedaba rastro de Marcela, se había ido sin decirme nada. Busqué sobre la mesilla pero no había dejado ni siquiera un teléfono.
Desde aquel día no dejo de pensar en ella, deseando sin descanso volver a encontrarla y volver a sentir su sexo erecto en mis entrañas como nunca antes he sentido ningún otro sexo de hombre o mujer. Pero poco a poco la esperanza de volver a verla se diluye en los días que pasan, en las noches que a solas la deseo y sueño con aquella noche maravillosa.
Y hoy pensé que todo eso cambiaría; por un segundo pensé que podría tener otra oportunidad con ella cuando al volver de una cena de negocios con mi jefe y doblar aquella esquina, en aquella calle oscura pero animada, entre los diversos travestis que exhiben su cuerpo y venden su producto, la ví. Sí, allí estaba ella, Marcela, enfundada en un estrecho vestido de vinilo que mostraba su hermosa figura para venderla al mejor postor. Mi sueño estalló en mil pedazos en aquel momento. Marcela no tiene dueño, Marcela tiene mil dueños, Marcela no podrá ser ni siquiera mía.
Erotikakarenc (autora TR de TR)
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